Corriente: 1. Que no destaca por nada especial. 2. Que es habitual, común o frecuente, que ocurre o se hace a menudo. 3. Que está en vigencia. 4. Desplazamiento continuo de un líquido o aire en una dirección determinada. 5. Movimiento de cargas eléctricas a través de un conductor. 6. Curso o tendencia de los sentimientos o de las ideas.
Pasó la tarde sentado en su despacho, con la puerta de cristal cerrada y el teléfono sobre la mesa. Volvió a hablar con su padre y le prometió que acudiría al día siguiente al hospital. También abrió varias veces la carpeta azul con la documentación del caso Castelo, pero apenas logró concentrarse en lo que leía. Se le ocurrió que podían solicitar una orden al juez que les permitiese abrir la tumba del capitán Sousa. No encontraba otra manera de verificar si era en realidad Sousa el ahogado aparecido entre las redes del pesquero.
A última hora recibió la visita del comisario Soto para quitarle aquella idea de la cabeza.
—¿Algún sospechoso? —preguntó después de que Caldas le contase algunos pormenores del caso.
—No.
—¿Nada?
—Bueno…
—¿Bueno?
—Hay un tal Antonio Sousa que puede tener algo que ver.
No supo bien por qué lo había dicho.
—¿Dónde está? —preguntó Soto.
Silencio.
La puerta se abrió y Estévez se unió a la conversación.
—¿Sabes tú dónde está ese Sousa? —preguntó el comisario al aragonés.
—En una caja de pino desde hace más de doce años.
—¿Ése es el sospechoso?
—Tanto como sospechoso… —sonrió Estévez.
Soto se volvió hacia el inspector.
—¿Qué carallo te pasa, Leo? —exclamó antes de marcharse—. Si hasta Estévez ve que eso es un disparate.
Cuando estuvieron a solas, el inspector preguntó:
—¿Has venido sólo a ponerme en ridículo?
—Lo siento, jefe.
—Da igual —susurró Leo Caldas volviendo al contenido de la carpeta—. Dime.
—Mientras estaba en la radio ha llamado Clara Barcia. Hace unas horas, un hombre que hacía pesca submarina encontró un barco hundido. Podría ser el de Castelo. Van a tratar de izarlo esta tarde.
—¿Dónde estaba?
—No estoy seguro. ¿Quiere que nos acerquemos hasta allí?
Caldas marcó el número de Clara Barcia. Como no respondió, le dejó un mensaje en el contestador. Cuando colgó, Estévez silbaba la melodía de Gershwin.
—¿Qué silbas?
—Perdone, es muy pegadiza.
No podía ser.
—¿Escuchaste el programa?
—Como siempre.
Estévez estaba peor de la cabeza de lo que pensaba. ¿No tenía suficiente con verle a todas horas en comisaría?
—¿Enciendes la radio para oír Patrulla en las ondas?
—No hace falta, jefe. Olga lo conecta en el hilo musical.
—¿Cómo?
—¿No lo sabía?
Caldas se dejó caer en la butaca mirando al techo. Necesitaba descansar.
—Entonces, ¿vamos a ver el barco o no? —insistió Estévez.
—Vamos mañana mejor.
Rafael Estévez le acercó hasta el Ayuntamiento en el coche y Caldas entregó a la policía municipal las quejas recibidas durante el programa. Luego bajó caminando hasta el Eligio y, dejando el teléfono a la vista sobre la barra, pidió un vino blanco. Con el segundo, Carlos le ofreció unas croquetas de jamón.
Los catedráticos ya estaban al corriente de que la canción de Gershwin se titulaba de dos modos.
Cuando casi una hora después Leo Caldas se marchó de la taberna, alguien en el interior aún silbaba la puñetera melodía.
Al llegar a casa encendió la radio y se dejó caer en el sofá. Estaba dando cabezadas cuando el timbre de su teléfono móvil lo hizo levantarse de un brinco.
—¿Sí?
—Acabo de escuchar su mensaje, inspector. ¿Es tarde?
Caldas estuvo a punto de colgar.
—No te preocupes, Clara. ¿Habéis sacado el barco del agua?
—Sí, pero no creo que haya nada útil —se excusó la agente de la UIDC.
Caldas tampoco esperaba encontrar huellas en un barco que llevaba varios días bajo el mar.
—¿Estáis seguros al menos de que es el barco de Castelo?
—Sí, claro.
—¿Dónde estaba?
—Hundido muy cerca del faro de Punta Lameda, en Monteferro. ¿Sabe dónde es?
—¿Está cerca de la playa donde apareció el cuerpo?
—No, no. El barco estaba al otro lado del monte, pegado a las rocas —dijo la agente Barcia—. Tenía un agujero en el casco y varias piedras pesadas sobre la cubierta. Quien lo hundió quiso asegurarse de que no saliera a flote.
Cuando colgó, Caldas volvió a tumbarse en el sofá. Algo no cuadraba en la suposición de Clara Barcia. ¿Por qué lo habían dejado tan cerca de la costa si no querían que apareciese? ¿Por qué no lo habían hundido en alta mar? Pensando en eso se fue quedando dormido, observando el teléfono móvil colocado sobre la mesa como si pudiese hacerlo sonar con la mirada.