Espiral: 1. Curva que describe vueltas alrededor de un punto, alejándose más de él en cada una de ellas. 2. Hélice. 3. Proceso que se desarrolla con gran velocidad y de forma incontrolada.
Leo Caldas telefoneó al forense desde el coche. Aunque había pasado más de una década, Guzmán Barrio recordaba bien el levantamiento del veterano marinero atrapado en las redes de pesca de un arrastrero con base en la ciudad. Había sido una de las primeras guardias que había realizado tras incorporarse a su plaza en Vigo.
—Llevaba casi un mes en el agua —explicó desde el otro lado de la línea—. Un caso así no se olvida tan fácilmente, Leo.
—Me lo figuro —convino Caldas—. ¿Recuerdas cómo se le identificó?
—No, pero siempre guardo copia del informe que mando al juzgado para unir al procedimiento.
—¿Podrías buscarlo?
—¿Es urgente? —preguntó el forense, y Caldas notó en su voz un atisbo de contrariedad.
—¿Ibas a marcharte ya?
—En un rato —respondió, pero sonó como si ya tuviese el abrigo puesto—. A no ser que necesites que me quede…
—¿Te importaría esperar veinte minutos? —le pidió el inspector—. Quiero enseñarte algo importante.
Cuando colgó el teléfono, Leo Caldas volvió a abrir la carpeta, apartó el retrato de Sousa y desdobló la primera hoja de periódico. La noticia del hundimiento del Xurelo ocupaba media página bajo un titular que anunciaba: «Pesquero con base en Panxón hundido cerca de Sálvora». La reseña incluía una fotografía del mar rompiendo violentamente en el lugar del siniestro y otra del puerto de origen. En letras gruesas se destacaba que el patrón estaba desaparecido.
Caldas comenzó a leer, pero antes de la tercera línea notó que empezaba a marearse. Dobló la hoja, aseguró la carpeta azul con las gomas y abrió algo más la ventanilla. Luego resopló y se recostó en el asiento con los ojos cerrados.
Guzmán Barrio esperaba la visita del inspector sentado en su despacho. Su abrigo volvía a estar colgado en el perchero.
—A ver qué es eso que no puede esperar hasta mañana —refunfuñó al verlos aparecer.
Leo Caldas colocó sobre la mesa la fotografía del capitán Sousa que había tomado el sacerdote.
—Quería que vieras esto —dijo, y puso al lado el papel con la silueta del impacto en la nuca de Justo Castelo—. Fíjate en la barra que lleva este hombre en el cinturón. Es estrecha y tiene una bola en la punta como el dibujo que hiciste, ¿ves?
El forense observó la macana con detenimiento.
—Se parecen, sí.
—¿Entonces crees que podrían haberle golpeado con eso? —le apremió Caldas.
—Podría ser —respondió Barrio después de meditar un instante.
—¿Hay manera de confirmarlo?
—Podemos intentarlo —se ofreció el forense—. No tienes la barra, claro…
Caldas negó con la cabeza.
—¿Y hay más fotografías? —preguntó el doctor.
—Ninguna tan nítida como ésta.
El forense volvió a mirar la imagen y se pasó la mano por el cabello:
—Danos un par de días, a ver qué podemos hacer —dijo al fin, y luego preguntó—. ¿Quién es el hombre de la foto?
—Por eso te llamé, Guzmán. Es el marinero que recogisteis hace tanto tiempo en el aparejo del pesquero.
—¿Antonio Sousa?
Caldas asintió.
—¿Y qué tiene él que ver en todo esto?
—Era de Panxón. Castelo iba a bordo de su barco el día del naufragio. No está claro lo que sucedió.
—¿Y?
—Lo han vuelto a ver en el pueblo.
—¿A quién?
—A Sousa.
—¿A Sousa? —repitió el forense perplejo.
—Por eso te pedí que buscases el informe.
—Creen que se trata de un aparecido —añadió Rafael Estévez, con una sonrisa burlona que la mirada severa de Leo Caldas se encargó de borrar de su rostro.
Se hizo el silencio en el despacho hasta que Barrio preguntó, mirando a Leo Caldas:
—¿No lo creerás tú también?
—Qué más da lo que yo crea —respondió Caldas—. Sólo quiero saber cómo se realizó la identificación. Por si acaso.
—Es absurdo.
—Del todo. ¿Tienes el informe o no?
Barrio le mostró varias hojas unidas por una espiral.
—¿Hay fotos? —preguntó el inspector.
—En las últimas páginas.
Leo Caldas pasó las hojas rápidamente hasta detenerse en las imágenes tomadas durante el levantamiento y la autopsia de Sousa. Al verlas junto a la que le había entregado el cura, costaba creer que se tratase de la misma persona.
—Está completamente desfigurado —apuntó, mostrando una imagen a su ayudante.
—Joder —exclamó Estévez con aprensión—, a mí no me enseñe eso.
—¿Confirmasteis que se trataba de él? —preguntó Caldas.
Barrio señaló el informe.
—Así figura ahí.
—Déjate de formalismos, Guzmán, que no he venido a molestar. Sólo quiero que me cuentes cómo supisteis que se trataba de Antonio Sousa. Necesito tener la certeza de que no hubo un error, nada más.
El forense le arrancó el informe de las manos y, después de hojearlo, afirmó:
—Fue su propio hijo quien lo reconoció. ¿Te parece suficiente certeza?
—Sabes mejor que yo que no te puedes fiar de los familiares. El hijo no querría ni mirar. Reconocería cualquier cosa con tal de poder enterrar a su padre —contestó Caldas, y luego señaló el rostro de Sousa—. Además, fíjate cómo estaba.
—Llevaba varias semanas en el mar… ¿Cómo querías que saliese, peinado?
Estévez sonrió, pero el inspector no se daba por vencido.
—¿Se analizó el ADN?
—Claro que no, Leo. Hablamos de hace más de doce años.
—¿Los dientes?
—Tampoco —respondió Barrio—. ¿No te das cuenta de que estábamos esperando que apareciese el cadáver? Lo habían estado buscando durante semanas. Además, lo que teníamos era suficiente para identificarlo —volvió a pasar las páginas del informe—. La ropa de abrigo coincidía con la que vestía Sousa cuando se hundió el barco, y llevaba la misma medalla de la Virgen del Carmen.
—Hay miles de marineros con medallas como ésas colgadas al cuello.
—Te repito que lo reconoció su hijo —dejó el informe sobre la mesa abierto por la página con las fotografías.
El inspector miró una vez más el rostro desfigurado de Antonio Sousa.
—Sólo dime una cosa, Guzmán, ¿podría tratarse de otro marinero?
—Está claro que no —apuntó Estévez, pero Caldas pareció no oírle. Quería que fuese el forense quien se lo asegurase.
—¿Podría ser otro? —repitió.
—¿Qué es lo que quieres oír, Leo?
—Sólo dime si es posible…
—¿Si es posible qué? ¿Que se tratase de otro ahogado con sus ropas, su medalla y su aspecto?
—¿Es posible o no?
—Hombre…, Leo.
—Sólo contéstame sí o no —pidió Caldas una vez más.
Rafael Estévez se dijo que ni siquiera sometiéndolo a tortura podría alguien obtener una respuesta tan concisa del forense.