Efecto: 1. Cosa producida por una causa. 2. Impresión en el ánimo. 3. Fenómeno que se da en condiciones determinadas. 3. Finalidad u objetivo. 4. Movimiento giratorio que desvía una pelota de su trayectoria normal. 5. Validez de una cosa, especialmente sentencias, disposiciones judiciales, etc. 6. Documento o valor comercial.
—Eran las seis de la mañana —dijo la mujer de Ernesto Hermida de pie en la plataforma, junto al remolque y el bote de su marido.
—¿Consultó el reloj? —preguntó Leo Caldas.
—No me hace falta consultar nada —aseguró la mujer—. Todas las mañanas me asomo a la ventana a las seis para comprobar cómo está la mar. Me tranquiliza. Son muchos años haciendo lo mismo.
—¿También se asoma los días en que su marido no sale a faenar?
—Tanto me da que salga o no. Ya me asomo por costumbre. Me despierto y necesito ir al salón y comprobar cómo viene la mar.
—Entiendo —dijo Caldas, y se volvió hacia las casas que había al otro lado de la calle—. ¿Cuál es su ventana?
La mujer señaló un balcón en el segundo piso de un edificio cercano a la lonja cuyo bajo ocupaba una pequeña tienda de efectos navales.
—Entonces, se levantó a las seis y se asomó a la ventana.
—Eso es.
—¿Y qué vio exactamente?
—Vi al Rubio.
—¿Dónde lo vio? ¿Estaba aquí, en el puerto?
—No. Ya iba en la chalupa, remando entre esos primeros barcos.
Caldas recordaba que a primera hora de la mañana, a pesar de estar sentados frente al agua, apenas distinguían las siluetas de los barcos en la oscuridad.
—¿Cómo supo que era Castelo?
—Por la chalupa, fillo. Con el tiempo aprendemos a diferenciar los barcos mejor que a las personas.
—¿Vio claramente que era él quien remaba?
—Llevaba el traje de aguas bien cerrado, como van siempre que llueve. Además, de noche no hay demasiada luz. Pero no tuve duda de que era el Rubio —dijo torciendo la boca en una mueca triste—. Como ve, no me confundí.
—Cierto.
—Pobre rapaz —añadió ella, como si se refiriese a un muchacho en lugar de al adulto que Caldas había visto tieso en la camilla.
—¿Iba solo?
—Claro, inspector.
—¿Está segura?
—Completamente —afirmó sin titubear, y señaló el bote auxiliar del marinero muerto, mecido por el mar junto a la boya—. La chalupa del Rubio es aquella pequeñina de allí. Si hubiera alguien más a bordo lo habría visto.
Caldas miró el bote auxiliar del muerto. La mujer de Ernesto Hermida tenía razón: no existía posibilidad de esconderse en un bote de dimensiones tan reducidas.
—¿No le extrañó verlo dirigiéndose hacia su barco?
—¿Por qué iba a extrañarme?
—Era domingo por la mañana y llovía —adujo Caldas—. No estaba el día para salir al mar, ¿no?
—Si todos los días que llueve se quedaran en casa no sé qué íbamos a comer, fillo.
—Pero los domingos no se puede pescar.
—Pensé que iría al barco a buscar alguna cosa. Ernesto, por ejemplo, muchas veces olvida las llaves y tiene que volver al barco a buscarlas. Se queja mucho de los huesos, pero creo que lo que tiene peor es la cabeza. Y eso que ya no bebe.
Caldas sonrió para sí y retomó el interrogatorio.
—¿Volvió a verlo?
—Sí, al poco rato. Cuando encendió el foco del barco.
—¿Había alguien más a bordo?
—Ya le dije que no —respondió sin vacilar—. Soy vieja pero aún veo bien. No uso gafas ni para coser un botón.
—¿Y vio algo más? —preguntó Caldas.
—Nada más. Me fui a la cocina a preparar un café —respondió la mujer de Hermida, y luego se lamentó—. ¡Pobre rapaz! Si llego a saber la locura que iba a cometer habría despertado a Ernesto.
—Usted no podía intuirlo…
Un adolescente se acercó caminando por la acera al edificio de la lonja y colocó sobre la puerta una hoja de papel que fijó con cuatro tiras de cinta adhesiva.
—Ya está la esquela —dijo la mujer de Hermida.
Cruzaron la calle juntos. En letras grandes, bajo una cruz, estaba escrito el nombre de Justo Castelo, de cuarenta y dos años, en la esquela que anunciaba que el entierro se celebraría esa misma tarde. Caldas recordaba los ojos tristes de Alicia Castelo al preguntar cuándo les devolverían el cuerpo y se alegró de que el juez no hubiese dilatado el trámite más de lo preciso.
—Me da pena la madre, ¿sabe? Enviudó joven y sacó a los dos niños adelante ella sola —dijo la mujer de Hermida después de santiguarse—. El Rubio siempre fue buen chico: callado, no se metía con nadie… Pero tuvo épocas difíciles. La madre se dejó la salud por curarlo de su enfermedad, pero el ver a un hijo sano es más importante que poder caminar, ¿no cree? Está casi inválida desde hace muchos años y vive con la hija. El yerno está embarcado y se hacen compañía. No entiendo cómo el Rubio pudo hacerles esto ahora.
Caldas apretó los labios sin añadir nada más. Se volvió hacia la punta del espigón. Rafael Estévez había entablado conversación con los pescadores.
—¿Sabe cuál es la casa de Castelo? —preguntó a la mujer.
—¿La del Rubio?
Caldas asintió, y la mujer señaló la calle que subía hacia el Templo Votivo del Mar.
—Antes de llegar a la iglesia métase a la izquierda. La del Rubio es una casa baja de color verde —le indicó—. No tiene pérdida, es la única casa verde del pueblo.