Valor: 1. Cualidad por la que una persona o cosa es apreciada o bien considerada. 2. Alcance de la significación, importancia o validez de una cosa. 3. Precio de una cosa. 4. Persona que tiene buenas cualidades o capacidad para alguna cosa. 5. Determinación para enfrentarse a situaciones arriesgadas o difíciles.

Sobre la puerta de la lonja, en letras en relieve, se leía: «Plaza de abastos municipal, 1942». La fachada de piedra, de una sola altura, escondía una nave diáfana con el suelo de cemento pintado de verde. Una mesa de metal alargada ocupaba el centro de la sala, bajo un letrero que advertía: «Prohibido comer, beber, fumar y escupir».

Junto a la báscula, José Arias estaba arrodillado sobre uno de sus capazos. Los policías se acercaron y vieron que en el cesto se apiñaban decenas de nécoras. El enorme marinero las iba levantando una a una sujetándolas con firmeza por las patas traseras para evitar la amenaza de sus pinzas y las distribuía en diferentes bandejas de plástico en función de su tamaño y estado. Las más grandes en una bandeja y las medianas repartidas en dos. Las de menos valor, las menudas o aquéllas que habían perdido alguna pata, en otra. Separó unas pocas en una bolsa de plástico que cerró y dejó en el suelo, apoyada contra la pared. Caldas supuso que las de la bolsa serían para su casa.

Después de clasificar las nécoras, se acercó al otro cesto, en el que saltaban cientos de camarones. Los repartió volcándolos en tres bandejas que luego limpió minuciosamente, desechando los ejemplares muertos y apartando algas, cangrejos pequeños y estrellas de mar. Cuando terminó, fue subiendo cada bandeja a la báscula para que el subastador marcase su peso. Luego las colocó sobre la mesa de metal.

A pocos metros, Ernesto Hermida y la mujer del mandil también separaban sus capturas. En sus nasas sólo habían entrado nécoras. Las repartieron, pesaron y trasladaron a la mesa junto a las de Arias. El viejo también había sacado del mar algunos pescados, seis abadejos y dos reos que colocó en otra bandeja antes de apartarse con la mujer a esperar el comienzo de la subasta.

Caldas vio a un hombre de largas patillas grises y a dos mujeres inclinados sobre la mesa. Examinaban concienzudamente la pesca, y supuso que estarían eligiendo aquellas bandejas por las que merecía la pena pujar.

Otros dos hombres, tan mayores como Hermida, no parecían interesados en la subasta. Desde el umbral de la puerta miraban la lluvia y el mar.

El trabajo había llevado a Caldas en alguna ocasión a la lonja de Vigo. Siempre le sorprendía el bullicio de las subastas, el trasiego de barcos, cajas, camiones y gente. Le gustaba escuchar los gritos y las risas de los hombres de mar sabiendo que afuera la ciudad dormía indiferente al desvelo de aquellas criaturas nocturnas. Sin embargo, aquella mañana, en la lonja de Panxón sólo alteraba el silencio el rumor de las olas al quebrarse sobre la playa, e imaginó que era el cadáver aún caliente de Castelo quien los callaba.

El subastador se acercó a la mesa, se pasó las manos por la perilla negra que ceñía su boca y señaló las bandejas en las que se agitaban los camarones que habían caído en las nasas de Arias.

—Camarón muy bueno —anunció—. Empezamos en cuarenta y cinco euros. Cuarenta y cinco, cuarenta y cuatro y medio, cuarenta y cuatro, cuarenta y tres y medio, cuarenta y tres…

Panxón era un puerto menor, con tan escasos marineros como compradores. Por ello nadie había considerado necesario modernizar las subastas con dispositivos electrónicos, como en la mayor parte de los puertos gallegos. Allí el subastador todavía cantaba los precios a pecho.

—Va hacia abajo —susurró Estévez.

—Claro —respondió Caldas.

—Pues vaya un método. Con esperar…

Las dos mujeres y el hombre de las patillas parecían confirmar la teoría del aragonés, y permanecían callados mientras el subastador cantaba números cada vez más bajos.

—… treinta y dos y medio, treinta y dos…

Una de las mujeres levantó la mano:

—Yo —dijo.

La puja se detuvo y la mujer volvió a examinar las bandejas repletas de camarones para decidir cuáles iba a adquirir a ese precio. Resolvió quedarse las tres.

—Todas —murmuró, y a su lado las patillas grises del hombre envolvieron una mueca de contrariedad.

—¿Ves? —observó en voz baja el inspector—. Si esperan demasiado pueden quedarse sin nada.

El subastador señaló las nécoras y volvió a cantar. Luego subastó los pescados. Cuando finalizaron las pujas, el hombre de las patillas grises y las dos mujeres se dirigieron a la pequeña oficina que había en el lateral, donde el subastador les esperaba para cobrar la mercancía y entregarles sus facturas.

Caldas, a la puerta de la oficina, los oyó intercambiar monosílabos lamentando la muerte del pescador. Quería hablar con el subastador antes de que cerrase la lonja hasta el día siguiente, preguntarle si había notado algo extraño en el comportamiento de Justo Castelo. Luego tendría tiempo para interrogar a los dos marineros.

Miró hacia atrás para cerciorarse de que no habían abandonado la lonja y vio a Hermida en un rincón, deshaciéndose de la ropa de aguas con la que había salido al mar, pero no había rastro de Arias.

—¿Dónde está el alto? —preguntó a su ayudante.

—Estaba aquí hace un momento, con la bolsa de plástico en la mano. Habrá salido.

Caldas temió que se hubiera ido a casa, a dormir tras la noche en el barco.

—Que el otro marinero y el subastador no se muevan de aquí hasta que yo vuelva —pidió a su ayudante—. Quiero hablar con ellos.

Caminó apresurado hacia la puerta de la lonja, desde donde los dos marineros mayores contemplaban el mar en silencio.

Caldas salió a la calle y miró a los lados buscando a Arias. El alba estaba rayando y, bajo la silueta del campanario del Templo Votivo del Mar, el pueblo se despertaba. Vio a algunas personas a lo lejos caminando por el paseo, pero el pescador no había tenido tiempo de llegar hasta allí.

Se volvió hacia los marineros veteranos. No necesitó preguntar. Uno de ellos señaló con un movimiento de cabeza la rampa que descendía hasta el mar, y la mirada de Caldas encontró a Arias acuclillado al borde del agua.