11

Medio adormilados en las horas muertas antes del amanecer, Moe Marshak y el resto de las tropas Humanas de guardia en Finiah confundieron el primer impacto del arma a fotones con un rayo. El fino haz verde había brotado de entre las estrellas, fallando por muy poco la muralla del lado del Rhin que ocupaba la guarnición de torques grises y demoliendo un comedor adyacente dentro del complejo. Marshak estaba contemplando aún con la boca abierta las llamas que consumían los restos cuando el segundo disparo de Claude golpeó de lleno el bastión Número Diez, abriendo una brecha en la fortificación a menos de una docena de metros del puesto de Marshak. Grandes bloques de granito volaron en todas direcciones, y el aire hirvió con humo y polvo. Los toneles de aceite que habían mantenido los fuegos de guardia reventaron con la fuerza expansiva y lanzaron chorros de su ardiente contenido sendero abajo.

Cuando Marshak consiguió controlarse, echó a correr para mirar por una de las aberturas. Allá en las aguas semicubiertas de niebla había botes.

—¡Alerta! —gritó en voz alta; y luego su mente envió la alarma en modo declamatorio, amplificado por su torque gris.

MARSHAK: ¡Invasión vía Rhin! ¡Brecha en Estación Diez!

CAPITÁN WANG: ¿Cuántos malditoshombres? ¿Cuántos botes?

MARSHAK: ¡Jodidorrío LLENO! ¡Másquepuedo contar condenadosbastardos portodaspartes Firvulagbotes déjamever ! ¡INFERIORES TAMBIÉN! Repito Inferiores + Enemigos invadiendo. ¡Desembarcando! Jodidoscondenados penetrando por la brecha estimación agujero quizá nuevemetros máximo.

CORNETA FORMBY: Todas las tropasdeguardia a Estación Diez. Alerta general guarniciónRhin en armas. Observadoresdeguardia examinen/informen. Unidadesdefensa a estacionesmuralla… ¡CANCELADOCANCELADOCANCELADO! ¡Unidadesdefensa a puestosguarnición! ¡Penetración invasores por puestosguarnición!

COMANDANTE SEABORG: Lord Velteyn. Alerta. Fuerza de invasión Firvulag y Humana ha penetrado en las fortificaciones de la ciudad y abierto una brecha en la Estación Número Diez. Instrucciones.

LORD VELTEYN DE FINIAH: ¡Todo el mundo en pie y a la defensa! ¡Voladores a sus sillas! ¡Na bardito! ¡Na bardito taynel o pogekône!

El Jefe Burke y Uwe Guldenzopf condujeron a la multitud de Inferiores de los Vosgos y a los voluntarios venidos de más allá subiendo el empinado terraplén y por entre los desmoronados cascotes de la abertura en la muralla. Flechas y saetas de ballesta de vitredur llovieron desde las almenas, pero hasta que los defensores pudieran desplegarse al nivel del suelo los invasores tendrían una breve ventaja. Por una ironía de la mala suerte, la brecha se hallaba en los terrenos de la principal guarnición de Finiah. Además de la confusión creada por el derrumbamiento y posterior incendio del comedor, que se estaba extendiendo a las estructuras adyacentes, un establo de chalikos se había abierto a causa de la caída de los escombros y un buen número de animales estaban sueltos.

Tres soldados corrieron desde el puesto de guardia hacia la puerta del complejo.

—¡Cogedlos! —gritó Burke, y unos aullantes desesperados cayeron sobre la pequeña fuerza y la despedazaron—. ¡Fuera de aquí! ¡A las calles de la ciudad! ¡Y arrancad esta puerta de sus bisagras!

Estaban saliendo tropas de sus barracones, algunas con su armadura a medio poner. Se oían golpes por todas partes mientras los invasores seguían trepando por la rota muralla y los lacayos humanos de los Tanu intentaban por todos los medios contenerlos. Los irregulares que intentaban arrancar las puertas fueron atacados y dominados, y los soldados volvieron a cerrar la pesada puerta de metal, asegurándola.

—¡Estamos encerrados dentro! —El Jefe Burke saltó encima de un carro de comida volcado. Su rostro y su torso estaban pintados con los antiguos dibujos de guerra, y había colocado la pluma del ala de un águila a un lado de su cabellera color hierro—. ¡Atacad a esos hijos de puta! ¡Abrid de nuevo esa maldita puerta! ¡Por ahí!

Vio a Uwe caer bajo la embestida de un torque gris con una espada, y saltó del carro, blandiendo el enorme tomahawk que Khalid Khan había forjado para él. La hoja se hundió en el crestado casco de bronce del soldado como si estuviera hecho de cartón. Burke apartó el cuerpo a un lado para descubrir a Guldenzopf tendido de espaldas, aferrándose el pecho con una mano y con una expresión de terrible agonía en su barbudo rostro.

Burke se arrodilló a su lado.

—¿Te alcanzó, muchacho?

Semilevantándose sobre un codo, Uwe rebuscó en el bolsillo de su camisa de ante. Fragmentos de una sustancia color hueso brillaron a la pálida luz.

—Sólo mi segunda mejor pipa de espuma de mar, maldita sea.

Los Inferiores permanecían encerrados ahí dentro, incapaces de abrirse camino a las inmediaciones del complejo de la guarnición. Los que se apiñaban junto a la brecha eran presionados a la vez por los defensores y por sus propios camaradas que acudían tras ellos desde el río. Se inició una oleada de pánico. Algunos invasores cayeron y fueron pisoteados. Un oficial de la guarnición llevando un torque de plata y una armadura completa de cristal azul dirigía una unidad de alabarderos que avanzó sobre los bloqueados irregulares, manejando sus espadas de cristal y segando a la apiñada y chillante multitud.

Y entonces llegaron los monstruos al rescate.

En la parte más alta de la empinada ladera de cascotes brilló la oscilante forma pesadillesca de un escorpión albino de tres metros… el aspecto ilusorio de Sharn el Joven, general de los Firvulag. De las mentes de los exóticos brotó una poderosa oleada de terror y espanto que sobrecargó los circuitos telepáticos de los torques grises y envió a sus portadores contorsionándose a la locura. El propio Sharn podía barrer al enemigo en un radio de casi veinticinco metros; otros de su avanzante compañía era posible que no tuvieran auras tan formidables, pero ¡pobre del Enemigo que cayera en sus garras!

Horribles trolls, espectros, oscuras presencias putrescentes, aferraron a los soldados en abrazos que hacían crujir las columnas vertebrales, clavaron colmillos en gargantas no protegidas por ninguna armadura, incluso despedazaron a hombres miembro a miembro. Algunos de los exóticos eran capaces de lanzar rayos de psicoenergía que asaban a las tropas en sus corazas de bronce como langostas en su cascarón. Otros Firvulag atacaban con láminas de fuego astral, flujos de nauseabundo picor, o ilusiones encerebradoras. El gran héroe Nukalavee el Sin Piel, exhibiendo su aspecto de un desollado centauro con resplandecientes ojos, aulló hasta que los soldados enemigos cayeron retorciéndose en el suelo, con los tímpanos reventados y las mentes reducidas casi a la idiotez. Otro campeón, Bles Cuatro Colmillos, invadió el cuartel general de la guarnición, aferró al comandante plata llamado Seaborg, y pareció devorarlo —armadura incluida— mientras el agonizante oficial radiaba calmadamente las últimas órdenes telepáticas a sus subordinados que dirigían las tropas que ahora formaban un ultimo reducto ante la puerta que se abría a la ciudad interior. Los ayudantes de Seaborg mellaron sus armas de vitredur contra la ilusoria piel escamosa de Bles, únicamente para ser devorados vivos a su vez como castigo a su temeridad. Cuando el monstruo hubo acabado con el último de los ayudantes, el cuartel general estaba en llamas, y las fuerzas de invasión pululaban por las calles de Finiah. De modo que Bles se retiró ordenadamente, limpiándose los dientes con una espuela de plata. Su apetito aún no estaba saciado, y la mañana era joven.

Vanda-Jo estaba aún observando la última oleada de voluntarios que embarcaban de la zona de estacionamiento de las tropas cuando Lord Velteyn y la Caza Volante se alzaron por los aires. De la multitud brotaron gritos de temor cuando vieron a los resplandecientes caballeros cabalgar por encima de la ciudad y cruzando el agua. Un hombre aulló:

—¡Los sangradores vienen a por nosotros! —y saltó al Rhin. Vanda-Jo consiguió evitar un desastre increpando a los voluntarios por su cobardía, señalándoles que la Caza estaba trazando círculos a gran altura sobre Finiah, pendientes de algún objetivo más urgente.

—¡De modo que a los botes y dejad de cagaros en los calzones! —aulló—. ¡Ya no tenéis que temer más a Velteyn y su circo volante! ¿Acaso olvidáis nuestra arma secreta? ¡Tenemos hierro! ¡Ahora podéis matar a los Tanu… más fácilmente aún que a esos Humanos traidores con los torques que hacen su trabajo sucio!

Los ojos de los hombres fueron ansiosamente de un lado para otro a la media luz. El capitán Firvulag en la embarcación de dos mástiles más cercana a Vanda-Jo brilló con enanesca impaciencia.

—¡Apresuraos, gusanos sin espíritu, o iremos a la guerra sin vosotros!

De pronto, una columna de luz esmeralda apuñaló el suelo desde un cielo aparentemente vacío en el eje de la girante Caza, golpeando una baja loma dentro del recinto de la ciudad al otro lado del Rhin. Un fuego naranja y blanco brotó como un surtidor en el punto del impacto, y segundos más tarde el sonido de una retumbante detonación hizo vibrar todo el río.

—¡La mina! —gritó alguien—. ¡La mina de bario ha sido volada! ¡Dios… parece como un volcán en erupción ahí dentro!

Como si el bombardeo hubiera sido una señal, otro grumo de llamas brotó de la parte más alejada de Finiah, allá donde la península se estrechaba a un pequeño istmo que conectaba la ciudad con tierra firme.

—¿Veis eso? —Vanda-Jo estaba exultante—. ¡La segunda oleada ha desembarcado en el lado opuesto a nuestra cabeza de puente principal! Esa generala Firvulag llamada Ayfa está atacando desde el lado de la Selva Negra. Ahora, ¿queréis mover de una vez vuestros culos?

Los hombres y mujeres en el muelle alzaron sus lanzas con punta de hierro al aire y gritaron. Golpearon las planchas del fondo de los botes con tanta ansiedad que las pequeñas embarcaciones oscilaron y alguna estuvo a punto de zozobrar.

Al otro lado del Rhin, las llamas señalaban un rastro escarlata sobre la oscura agua. Las fantasmagóricas lámparas azules y verdes y plata y oro que habían silueteado la espléndida Ciudad de las Luces Tanu empezaron a apagarse.

Velteyn, Lord de Finiah, tiró de las riendas de su chaliko y flotó en mitad del aire, brillando como una luz de magnesio. Los nobles de su Caza Volante, dieciocho caballeros machos y tres hembras, todos ellos brillando rojos, guiaron sus monturas y lo rodearon. Sus pensamientos eran casi incoherentes por la frustración y la rabia.

¡Se ha ido! La máquina volante se ha ido… y sin embargo mis rayos penetraron en su interior. ¡Kamilda! Envía tus sentidos en su busca.

… Se aleja de nosotros Exaltado Lord. ¡Ah Tana a una velocidad sin precedentes! Desciende tras la cresta de los Vosgos y más allá de mi percepción. Mi Lord si asciendo a gran altura…

¡Quieta Kamilda! Amenazas más urgentes se nos enfrentan ahí abajo. ¡Mirad todos! ¡Mirad lo que ha hecho el Enemigo! Oh la vergüenza el dolor la destrucción. Abajo todos. ¡Cada uno que tome el mando de un grupo de caballería montada en defensa de nuestra Ciudad de las Luces! ¡Na bardito!

¡Na bardito taynel o pogekône!

La lucha avanzaba firmemente tierra adentro desde la brecha del lado del Rhin. Dos horas después del amanecer, el frente occidental cruzaba los jardines del domo de placer, ya en las afueras del barrio Tanu.

Moe Marshak había recargado varias veces su carcaj de flechas de los de sus camaradas caídos. Había arrancado de un tirón la llamativa cresta de su casco de bronce desde un principio, y luego rodado sobre el barro para camuflar el brillo de su coraza. A diferencia de algunos de sus compañeros menos afortunados, había deducido rápidamente que los Firvulag era capaces de detectar las comunicaciones telepáticas, de modo que no había hecho ningún intento de contactar con sus superiores para pedir órdenes. Manteniendo una mente tranquila, siguió su solitario camino, apartándose del radio de acción de los monstruos y recorriendo furtivamente las calles laterales de Finiah, eludiendo a los Inferiores con fría lucidez mientras se cruzaba con histéricos ramas y no combatientes. Marshak se había encargado ya al menos de quince de los enemigos, más dos civiles de cuello desnudo a los que había atrapado despojando a un cadáver con torque gris de sus armas.

Ahora Marshak se deslizó junto al largo porche que formaba el perímetro del domo de placer. Oyendo uno de los distintivos yodels de los Inferiores, se ocultó detrás de unos densos arbustos ornamentales y colocó en su arco una de las aserradas flechas de guerra.

Al instante siguiente una diversión inesperada surgió del interior del edificio. El cristal emplomado de color de un par de enormes puertas vidrieras a quizá cinco metros de distancia del soldado se vio reducido a añicos por el impacto de algún objeto pesado. Hubo gritos y un sonido retumbante. Unas largas manos enteramente adornadas con anillos trastearon con el cierre de la puerta. Otras manos agitaron el marco. El ángulo era tal que Marshak no podía ver claramente a la gente atrapada dentro, pero sus gritos de terror y desánimo alcanzaban tanto su mente como sus oídos, del mismo modo que lo hacían los gorgoteos de la cosa que las estaba persiguiendo.

—¡Socorro! ¡La puerta está cerrada! ¡Y viene hacia nosotras!

¡Socorro! ¡Socorrosocorrosocorro! ¡SOCORRO!

El telón de las advertencias coercitivas de un señor Tanu se aferraron a la consciencia de Marshak. Su torque gris compelía a la obediencia. Olvidando su escondite, echó a correr hacia la puerta. Al otro lado, apretadas contra el deformado andamiaje de cobre de los cristales, se hallaban tres ocupantes femeninas del domo de placer y su alto cliente Tanu, cuyos hermosos ropajes violeta y dorado lo proclamaban como un oficial de la Cofradía de Sensores a Distancia. Presumiblemente carecía de potencial coercitivo o psicocinético para rechazar la aparición que se hallaba plantada ahora en el umbral de la puerta interior, lista para saltar.

El Firvulag había adoptado la apariencia de una gigantesca larva de coridálido, un insecto acuático de resonantes mandíbulas afiladas como navajas. La cabeza del animal tenía casi un metro de ancho, mientras que el largo cuerpo segmentado, baboso por alguna pegajosa secreción, parecía llenar todo el corredor tras él.

—¡Gracias sean dadas a Tana! —exclamó el Tanu—. ¡Rápido, hombre! ¡Apunta a su cuello!

Marshak alzó su arco, varió su posición para eludir a las agitadas mujeres, y disparó. La flecha con punta de vidrio se hundió casi en toda su longitud entre placas quitinosas tras las restallantes mandíbulas de la criatura. Marshak oyó al Firvulag lanzar un aullido telepático. Sin apresurarse, tomó otras dos flechas y las lanzó contra los resplandecientes ojos naranja de la larva. La forma insectoide se estremeció, se hizo insustancial… y luego la horrible cosa desapareció, dejando en su lugar a un enano vestido con una armadura de obsidiana y con la garganta y los ojos traspasados.

El soldado utilizó su corta espada de vitredur para acabar de romper la cerradura. Las oleadas de placer engendradas por el agradecido exótico se difundieron a lo largo de su pelvis de la dulce manera de costumbre. Cuando el noble y sus desmelenadas compañeras estuvieron libres, Marshak saludó, con el puño derecho apretado contra su corazón.

—Estoy a tu servicio, Exaltado Lord.

Pero el sensor a distancia se estremeció.

—¿Dónde vamos a ir ahora? ¡La ruta hasta la Casa Velteyn está cortada! —Su expresión abstraída indicó que estaba sondeando con su ojo mental.

—Bueno, no podemos volver dentro —dijo la más joven de las inquilinas del domo de placer, una mujer negra de exquisitos contornos y fina voz—. ¡Esos malditos bichos están arrastrándose por todas partes!

—Oh, Lord Koliteyr —gimió una lacrimosa rubia—. ¡Sálvanos!

—¡Silencio! —ordenó el Tanu—. Estoy intentando… ¡pero nadie responde a mis llamadas!

La tercera mujer, delgada y de vacuos ojos, con su provocativo atuendo medio desgarrado en sus huesudos hombros, se dejó caer al suelo y empezó a reír.

—¡El domo está rodeado! —jadeó Koliteyr—. Llamo… ¡pero los caballeros de Lord Velteyn están en el centro de la batalla! ¡Ja…! ¡Los invasores retroceden ante el poder coercitivo de la caballería Tanu! ¡Gracias sean dadas a la Diosa, hay aquí muchos más poderosos que yo!

Les llegó un gran sonido discordante desde el interior del domo de placer. Los distantes gritos se hicieron más intensos. Se oyó el ruido de más cristal rompiéndose, y se inició un rítmico golpeteo.

—¡Vienen! ¡Los monstruos vienen! —La rubia estalló una vez más en histéricas lágrimas.

—Soldado, tienes que conducirnos… —El Tanu frunció el ceño, agitó la cabeza como para aclarársela—. ¡Condúcenos a la Esclusa Norte! Puede que haya un bote…

Pero era demasiado tarde. Cruzando el jardín, pisoteando los macizos de flores y arrasando los arbustos, llegaba una fuerza de veintitantos Inferiores conducidos por un piel roja medio desnudo de heroica estatura.

Marshak llevó su mano al carcaj y se inmovilizó. La mayor parte de los invasores llevaban arcos tan buenos como el suyo, y preparados.

—¡Rendíos! —gritó Peopeo Moxmox Burke—. ¡Amnistía para todos aquellos Humanos que se entreguen voluntariamente a nosotros!

—¡Atrás! —gritó el sensor a distancia Tanu—. Yo… ¡quemaré vuestras mentes! ¡Os volveré locos!

El jefe Burke sonrió, y su pintado rostro, enmarcado por un revuelto pelo gris, era más amenazador que cualquier fantasma Firvulag que se hubiera visto nunca. El exótico supo que su bravata era inútil, al tiempo que comprendía que no iba a haber amnistía para ninguno de su raza.

Ordenando a Marshak que lo defendiera hasta la muerte, Koliteyr intentó huir. El tomahawk de hierro partió como una centella y hendió el cráneo del exótico antes de que hubiera conseguido dar dos pasos.

Marshak se relajó. Dejó que el arco y el carcaj cayeran al suelo de piedra, y aguardó en un mustio silencio a los Inferiores que se acercaban.

La importancia estratégica de la mina de bario había quedado muy clara para Sharn-Mes en la sesión informativa anterior a la invasión. La humillación del odiado Enemigo, le hicieron comprender al general Firvulag, tenía que ocupar un segundo lugar tras la completa destrucción de la mina y su personal especializado. Era vital para el gran designio de Madame Guderian que el envío del precioso elemento, indispensable en la manufactura de los torques, fuera cortado completamente.

Poco antes del mediodía, mientras Sharn se estaba tomando un respiro con Bles y Nukalavee en un puesto de mando provisional bien provisto de cerveza confiscada, llegó un Explorador Firvulag con noticias importantes. La Poderosa Ayfa y sus Ogresas Guerreras habían efectuado una exitosa penetración por la brecha oriental y ahora dominaban el sector en torno a la mina. Habían comprobado que la roca fundida por el disparo de la Lanza de Claude había cegado la entrada de la mina, enterrado la refinería principal y el complejo que albergaba a los trabajadores humanos y ramas, y fluido hasta alguna distancia por las calles de la ciudad superior antes de solidificarse. Sin embargo, el edificio de administración de la mina, con su almacenamiento de bario purificado, se hallaba incólume. El lugar estaba completamente rodeado de una negra y humeante lava… ahora solidificada en una vítrea capa de roca enfriada excepto donde las grietas revelaban el resplandeciente rojo interior. Aún había ingenieros Tanu en el edificio, y entre ellos un creador de primera línea. Ayfa y sus fuerzas habían captado su inteligencia cuando un inesperado rayo de psicoenergía golpeó a una de las ogresas investigadoras reduciéndola a cenizas, fallando por muy poco a la Terrible Skathe. La de los dientes irregulares y de grasientos talones había formado rápidamente un escudo psíquico sobre las supervivientes que había bastado para una desordenada retirada hasta fuera del alcance del rayo mental.

—Y así, la Poderosa Ayfa aguarda ahora tus instrucciones, Gran Capitán —terminó el explorador.

Bles lanzó una ronca carcajada irónica. Se llevó un semilleno barrilito de cerveza a la boca.

—Ahhh… dejemos que las pobres damitas salven su honor.

—¡Honor, mi testículo izquierdo! —silbó Nukalavee—. Si la fuerza creativa del individuo Enemigo ha tensado las defensas de Skathe, entonces es un antagonista poderoso contra cualquiera de nosotros a distancia. Vamos a tener que emplear nuestro poder mental simplemente en erigir pantallas, y nos va a quedar muy poco para la ofensiva.

—Incluso la aproximación está llena de peligros —hizo notar Sharn—. La costra de lava enfriándose, como dice este explorador, es frágil, y puede hundirse bajo el peso de alguien robusto. Sabes que nuestras mentes no pueden penetrar hasta muy profundo en la roca densa para robustecer la costra. Y hundirse en el magma de abajo es la muerte segura. —Se dirigió hacia el explorador enano—. Pliktharn… ¿qué amplitud tiene la extensión de lava que habría que cruzar?

—Al menos cinco veces veinte pasos largos, Gran Capitán. —El rostro de Pliktharn se volvió ansioso—. ¡La costra podría soportar fácilmente mi peso!

—Puedes enviarme a mí y a Nukalavee a protegerle mentalmente, junto con Ayfa y Skathe —sugirió Bles—. Nosotros cuatro trabajando juntos tenemos el alcance suficiente.

—¿Y qué ocurrirá cuando nuestro valiente hermano enano alcance el edificio de la mina? —gruñó Nukalavee—. ¿Cómo atacará al Enemigo a través de nuestras pantallas mentales? ¡Cuatro Colmillos, has llevado ese traje de reptil durante tanto tiempo que tus habilidades se están reduciendo para encajar con tu cráneo ilusorio!

—La Gran Capitana Ayfa —indicó el explorador— ha captado que los ingenieros Tanu están llamando a Lord Velteyn en petición de ayuda.

Sharn golpeó la mesa con una enorme mano.

—¡Por las amígdalas de Té! ¡Y cuando responda, los sacará por los aires, bario incluido! No podemos correr ese riesgo. Odio como el infierno tener que recurrir a las tácticas de los Inferiores… pero sólo hay una forma de resolver esto.

—¡Tranquilos, muchachos! —indicó Ayfa—. No perdáis los nervios ahora que ya estáis casi ahí.

Homi, el pequeño fundidor cingalés, se agarró con más fuerza al cuello de Pliktharn. La costra de lava parecía cada vez más blanda a medida que el Firvulag se acercaba al edificio de la mina. Allí el flujo había sido más intenso y había conservado más tiempo el calor, lo cual significaba que la piel de roca enfriada podía ceder en cualquier momento y dejarles caer al magma de abajo.

En torno a las dos incongruentes figuras, una a hombros de la otra, resplandecía un radiante hemisferio, la pantalla mental conjurada por los poderes conjuntos de Ayfa, Skathe, Bles y Nukalavee. Los cuatro héroes, y la mayor parte de la fuerza de las Ogresas Guerreras, estaban ocultos detrás de las macizas paredes de las quemadas casas de la ciudad, muy apartados del borde del flujo de lava y a unos buenos 200 metros del cuartel general de la mina. Rayos de energía brotando del atrapado creador Tanu llameaban desde una de las ventanas del piso superior, desintegrándose en una red de destellos a medida que eran neutralizados por el potencial de la pantalla. Finalmente, Pliktharn y Homi alcanzaron una de las ventanas inferiores y treparon dentro. Ayfa, que era fuerte en el talento de captar a distancia, observó lo que ocurría a continuación.

—¡Los tres Enemigos descienden a la cámara inferior, armados con picos geológicos de vitredur! Uno de ellos posee un considerable poder coercitivo. Está intentando obligar a Pliktharn a bajar su pantalla… pero eso no va a funcionar, por supuesto. ¡El lanzador de rayos mentales reúne ahora todas sus fuerzas para un golpe a quemarropa! Utiliza una presión firme en vez de una brusca proyección. ¡Nuestra pantalla se tambalea! Se hace espectral… ¡entra en el azul! ¡El amarillo! ¡Va a fallar, seguro…! Pero ahora el Inferior tiene su ballesta preparada y apunta al creador. ¡Ah! ¡El misil de metal-sangre atraviesa nuestro debilitado escudo como si fuera una cortina de lluvia! ¡El Enemigo cae! Un segundo disparo, y un tercero… ¡y todos los Enemigos han caído!

Los cuatro héroes empezaron a saltar, y las Ogresas Guerreras lanzaron vítores de triunfo. Todas sus mentes, aunque a gran distancia, sintieron los últimos estertores de muerte primero de una mente Tanu, luego de una segunda.

Pero el lanzador de rayos mentales era fuerte incluso en su agonía. Amplificado, agonizante, su pensamiento resonó en el éter:

La Diosa nos vengará. Aquellos que han recurrido al metal-sangre serán perseguidos por todo el mundo a lo largo de todas las eras. Una marea de sangre los ahogará a todos.

Un instante después, su alma parpadeó y desapareció.

El Inferior llamado Homi, tras recuperar las tres flechas con punta de hierro y volver a colocarlas en su carcaj, apareció en la ventana e hizo un gesto con las manos. Luego él y Pliktharn se pusieron a trabajar minando los gruesos puntales de la ventana hasta que el mortero cedió. La piedra aplastó la delgada costra de lava debajo de la ventana, arrojando una nube de humo y llamas. Antes de que la reciente herida pudiera enfriarse de nuevo, el humano y el Firvulag empezaron a echar unos contenedores pequeños al pozo de roca fundida, tras lo cual treparon a una ventana distinta y desandaron cuidadosamente el camino por el que habían llegado al edificio.

Una mujer joven vestida de negro brillante avanzaba, aparentemente incansable, por el angosto camino entre la jungla de los Vosgos. Las sombras se iban haciendo más profundas y un viento frío soplaba de las alturas hasta el barranco que seguía el sendero. Las ranas estaban iniciando sus cantos del atardecer. Dentro de muy poco despertarían los predadores. Tras la caída de la noche, habría tantas criaturas hostiles buscando sus presas que Felice sería incapaz de mantenerlas alejadas con sus poderes coercitivos. Se vería obligada a vivaquear y a aguardar al amanecer.

—¡Y entonces será demasiado tarde! ¡La Tregua empieza a la salida del sol, y la guerra en Finiah habrá terminado!

¿Hasta cuán lejos había llegado? ¿Quizá dos tercios de los 106 kilómetros que separaban Manantiales Ocultos y la orilla occidental del Rhin? Había perdido tanto tiempo aquella mañana antes de emprender la marcha, y el sol se ponía a las dieciocho…

—¡Maldito Richard! ¡Maldito por dejarse herir!

Hubiera debido insistir en ir con él en el volador. Hubiera podido hacer algo. Ayudar al viejo Claude a mantener firme la Lanza. Asistir a Madame en la defensa mental. Incluso desviar el globo del rayo en bola que había cegado a Richard en un ojo y hecho que estrellara el volador.

—¡Maldito sea! ¡Maldito sea! Los Firvulag dejarán de luchar cuando empiece la Tregua, y nuestra gente tendrá que retirarse. ¡Llegaré demasiado tarde para conseguir mi torque de oro! ¡Demasiado tarde!

Chapoteó cruzando un pequeño arroyo. Unos cuervos, asustados en su comida sobre los restos de una nutria, alzaron el vuelo por encima de las copas de los árboles, chillando indignados. Una hiena se burló de ella, y su loca risa resonó en las paredes del barranco.

Demasiado tarde.

La mente de una mujer combatiente Tanu sondeó la carga. Chalikos armados, llevando a lomos a caballeros que resplandecían cada uno con un enjoyado color distinto, descendían por el bulevar cubierto de cadáveres hacia la barricada donde se había parapetado el contingente de Inferiores.

—¡Na bardito! ¡Na bardito!

No había a mano aliados Firvulag para amortiguar el asalto mental. Imágenes de una intensidad capaz de marchitar el cerebro flagelaron y apuñalaron a los Humanos. La noche estaba cargada de una indecible amenaza y dolor. Los exóticos con sus destellantes equipos parecían cargar desde todas direcciones, espléndidos e invulnerables. Los Humanos lanzaron flechas con punta de hierro, pero hábiles psicocinéticos entre los Tanu desviaron la mayor parte de la descarga, mientras el resto chocaba inofensivamente contra las placas de las armaduras de cristal.

—¡Los duendes! ¿Dónde están los duendes? —aulló un desesperado Inferior. Un momento más tarde uno de los caballeros cargó contra él, empalando su contorsionado cuerpo en una pica de zafiro.

De los sesenta y tres seres humanos que formaron su barricada en aquella calle, solamente cinco escaparon a las estrechas callejuelas donde las colgantes marquesinas, las hileras de ropa tendida, y los montones de contenedores de basura abandonados por los aterrorizados trabajadores ramas encargados de la limpieza general hacían imposible que los montados Tanu los persiguieran.

Una gigantesca fogata ardía en la Plaza Central de Finiah. Jubilosos fantasmas en un centenar de horribles disfraces cabrioleaban a su alrededor, agitando estandartes de batalla festoneados con hileras de recientes cráneos psicoensangrentados.

—¡Están perdiendo el tiempo, Poderoso Sharn! —protestó Khalid Khan—. Nuestra gente está recibiendo un terrible castigo cuando se enfrentan a los Tanu sin el apoyo de la cobertura mental de los Firvulag. Incluso los torques grises montados pueden abrir brecha en nuestra infantería. ¡Tenemos que trabajar juntos! Y tenemos que encontrar alguna forma de contrarrestar a esos jinetes sobre los chalikos.

El gran escorpión luminoso se inclinó sobre el pakistaní tocado con su turbante, con los multicolores órganos dentro de su translúcido cuerpo latiendo al ritmo del exótico canto de guerra.

—Han pasado muchos años desde que tuvimos ocasión para una celebración. —La inhumana voz repiqueteó en el cerebro de Khalid—. Durante demasiado tiempo el Enemigo se ha ocultado a salvo detrás de los gruesos muros de sus ciudades, despreciándonos. Tú no comprendes lo que ha sido eso para nosotros… la humillación que ha sufrido nuestra raza, drenando nuestro valor y conduciendo incluso a los más poderosos de nosotros a la impotente inacción. ¡Pero mira! Contempla el trofeo de los cráneos, ¡y ésa es solamente una pequeña parte del total!

—¿Y cuántos de ellos pertenecen a los Tanu? Maldita sea, Sharn… ¡la mayor parte de las bajas entre nuestros enemigos han sido entre los humanos con torques y con el cuello desnudo! ¡Los Tanu no combatientes se han refugiado todos en la Casa Velteyn, donde no podemos alcanzarles, y solamente un puñado de sus caballeros montados han resultado muertos!

—La caballería Tanu… —la fantasmagórica voz dudó, y luego hizo una reluctante admisión—… presenta un formidable desafío para nosotros. Los corceles de batalla con sus mentes protegidas por sus jinetes no son intimidados por nuestras horribles ilusiones o cambios de forma. Debemos luchar físicamente contra ellos, y no todos los Firvulag son de pasta heroica. Nuestras armas de obsidiana… nuestras espadas, alabardas, mazas y lanzas… no son efectivas contra la caballería chaliko en el Gran Combate. Y lo mismo ocurre en esta batalla.

—Necesitáis un cambio de táctica. Hay formas en las que un soldado a pie puede descabalgar a un jinete que cargue contra él. —Los dientes del metalúrgico brillaron en una breve sonrisa—. ¡Mis antepasados, los hombres de las colinas pathanas, sabían cómo!

La respuesta del general Firvulag fue fría.

—Nuestras costumbres de batalla están fijadas por la sagrada tradición.

—¡No es extraño que seáis unos perdedores! Los Tanu no temen innovar, aprovecharse de la ciencia Humana. Ahora vosotros los Firvulag tenéis aliados Humanos a vuestro lado… ¡y metéis un tímido pie en el campo de batalla, y luego os retiráis cantando y bailando en vez de ir a buscar vuestro premio!

—¡Ve con cuidado o castigaré tu insolencia, Inferior! —Pero la furiosa respuesta carecía de convicción.

Khalid dijo suavemente:

—¿Nos ayudaríais si intentáramos una nueva táctica? ¿Protegeríais nuestras mentes mientras nosotros intentamos derribar a esos bastardos de largas piernas de sus sillas?

—Sí… eso lo haríamos.

—Entonces presta mucha atención.

El monstruoso escorpión se metamorfoseó en un apuesto joven ogro con el ceño fruncido. Al cabo de unos minutos, los duendes abandonaron sus alocadas danzas, se trasformaron en guerreros parecidos a gnomos, y se apiñaron para escuchar.

Convencer a los lugartenientes de Sharn resultó ser más difícil. Khalid tuvo que improvisar una demostración. Llamó a diez voluntarios Inferiores equipados con jabalinas con punta de hierro y los condujo a las cercanías de la Casa Velteyn, donde los torques grises y los jinetes Tanu custodiaban el último refugio. La avenida pavimentada estaba iluminada por antorchas muy espaciadas entre sí. No se veían más invasores debido a la enorme concentración de defensores. Sharn y seis de sus Grandes se acurrucaron tras la protección de una casa abandonada mientras Khalid conducía deliberadamente a sus hombres a plena vista de las tropas grises que patrullaban.

El líder Humano, completamente revestido por una armadura de cristal azul, extrajo su espada de vitredur y condujo su carga al galope bajando la pavimentada calle. En vez de dispersarse, los Inferiores se mantuvieron formando un apiñado grupo, en una concentrada falange protegida por lanzas de cuatro metros.

La patrulla se desvió a la derecha en el último instante para evitar ensartarse en las púas de hierro, mientras los jinetes tiraban de sus riendas y hacían dar media vuelta a sus monturas a fin de poder cargar con sus espadas largas o sus hachas de batalla. Estaban claramente desconcertados, puesto que casi todos los antagonistas con los que se habían encontrado hasta entonces habían emulado la maniobra de los Firvulag de arrojar sus armas y echar a correr. Aquel grupo de innovadores mantuvo su terreno hasta que los animales estuvieron desequilibrados en sus giros, y entonces cargaron atacando en profundidad contra los desprotegidos vientres de las bestias de enormes uñas.

El horrible dolor del destripamiento barrió el control mental ejercido por cada jinete sobre su montura. Los heridos chalikos se tambalearon y cayeron… o echaron a correr desbocados mientras sus jinetes se agarraban desesperadamente para no caer. Los guerreros de Khalid saltaron sobre los descabalgados, liquidándolos con espada o lanza. Cinco minutos después de iniciarse el ataque, todos los miembros de la tropa gris estaban muertos o habían huido.

—¿Pero esto funcionará con el Enemigo? —preguntó escéptico Betularn de la Mano Blanca. Con Pallol el Maestro de Batalla no participando, él era el decano de los Firvulag guerreros, y su opinión era muy tenida en cuenta.

Khalid sonrió al cecijunto gigante mientras uno de sus camaradas intentaba restañar la sangre de su brazo y pierna heridos con torniquetes hechos con jirones de la capa del capitán gris.

—Funcionará con los Tanu, siempre que podamos tomarlos por sorpresa. Debemos reunir a tantos Inferiores y Firvulag como sea posible para un ataque masivo contra la Casa Velteyn. Aquellos de los nuestros que no tengan lanza deberán improvisarla con cañas de bambú. No necesitamos hierro para terminar con los chalikos… pero cada combatiente humano deberá disponer de un arma de hierro para utilizarla contra los jinetes Tanu caídos. Y tu gente tendrá que estar cerca de nosotros, manteniendo las defensas mentales y ejercitando todos los trucos que puedan.

El venerable guerrero agitó lentamente la cabeza. Dijo a Sharn:

—Esto es contrario a nuestras Maneras, como tú sabes, Gran Capitán. Pero el Enemigo ha desafiado a la tradición durante más de cuarenta años. —Los otros cinco Grandes gruñeron su asentimiento—. Hemos rezado a la Diosa pidiendo una posibilidad de recuperar nuestro honor. De modo que digo… ensayemos la táctica de los Inferiores. Si ella lo quiere, tendrá éxito.

Mucho después de la medianoche, con el humo de la ciudad en llamas cubriendo las estrellas y las fogatas no atendidas consumiéndose lentamente, Inferiores y Pequeña Gente se reunieron para el gran asalto. En un raro despliegue de virtuosismo cooperativo, los mejores de entre los Firvulag creadores de ilusiones tejieron una cortina de confusión para engañar al Enemigo dotado de captación a distancia. Los Tanu asediados dentro de la Casa Velteyn sabían que el enemigo estaba preparando algo, pero la naturaleza del asalto seguía siendo dudosa.

El propio Lord de Finiah, de nuevo en el aire con varios de sus tácticos de mayor confianza, avanzó paso tras paso a baja altura, intentando descubrir el plan de los invasores; pero la pantalla metapsíquica era lo suficientemente densa como para frustrar sus intentos. Descubrió al Enemigo amasado delante de la puerta principal de su palacio. No iba a haber fintas, no un ataque múltiple a las diversas entradas… eso era evidente. Con su típica mente unidireccional de Firvulag, Sharn parecía estar preparándose para jugarse el todo por el todo en un último gran asalto frontal.

Velteyn envió una orden telepática en modo íntimo a cada uno de sus caballeros comandantes, y esos a su vez transmitieron las palabras del Lord a sus subordinados.

—¡Al patio delantero! ¡Que se presenten todas las nobles compañías de batalla de los Tanu, todos nuestros hijos adoptados con torques de oro y plata, todos los leales y valientes soldados con torques grises! El Enemigo se reúne para su último ataque. ¡Destruyámoslo en cuerpo y alma! ¡Na bardito! ¡Adelante, guerreros de la Tierra Multicolor!

Radiante y exaltada con el ardor de la batalla, la caballería Tanu cargó en masa contra los indistintos y densos grupos de Enemigos que avanzaban. Las pantallas de confusión restallaron y desaparecieron en el último segundo antes del contacto, para revelar la mortal barrera de lanzas… muchas de ellas de hierro. Con sus armas mentales neutralizadas por los Firvulag, los Tanu empuñaron sus picas adornadas con gallardetes e hicieron caracolear a sus monturas hacia los flancos de las formaciones adversarias, alertas a la esperada lluvia de lanzas arrojadas. Y entonces la traidora novedad les pilló completamente por sorpresa.

Velteyn, desde su ventajosa posición en el cielo, no pudo hacer otra cosa más que contemplar asombrado aquellos primeros minutos de carnicería. Luego lanzó su montura hacia abajo, bombardeando al enemigo con toda la psicoenergía que pudo reunir. Su mente y su voz resonaron entre los dispersos rangos.

—¡Abandonad vuestros animales! ¡Luchad a pie! ¡Creadores y psicocinéticos… alzad barreras para vuestros compañeros! ¡Coercitores… compeled a todos los grises y plata a mantenerse en su sitio! ¡Cuidado con el metal-sangre!

El enorme patio y los terrenos inmediatos al palacio eran ahora una hormigueante masa de cuerpos. Destellos de un rojo opaco señalaban las pantallas mentales de Firvulag y Tanu interconectándose en un colapso mutuo, tras lo cual los antagonistas tenían que luchar mano a mano… con los pérfidos Inferiores atacando con el hierro a cada oportunidad. Un simple rasguño del metal-sangre significaba la muerte para un Tanu. Los torques de oro humanos, por supuesto, podían resultar heridos por el metal-sangre, pero no mortalmente envenenados. El corazón de Velteyn se alivió al ver la bravura de algunos de los oro adoptados, muchos de los cuales se apoderaron de armas de hierro y las volvieron contra los Firvulag.

Desgraciadamente, no era lo mismo con los grises y plata. La disciplina del torque menguaba ante la disminución de la coerción de los acosados señores Tanu. Los escalones más bajos entre los reclutas humanos se desmoralizaron ante la visión de los caballeros Tanu cayendo ante el hierro. Tanto Firvulag como Inferiores aprovecharon la ventaja y diezmaron los rangos de las aterrorizadas tropas.

Durante tres horas, Velteyn flotó sobre el campo de batalla, invisible excepto para sus propias fuerzas, dirigiendo la última defensa de su Ciudad de las Luces. ¡Si tan sólo pudieran resistir hasta el amanecer… hasta el inicio de la Tregua! Pero mientras el cielo más allá del macizo de la Selva Negra empezaba a palidecer, dos poderosos cuerpos de ejército del Enemigo, encabezados por Bles Cuatro Colmillos y Nukalavee, efectuaron una gran presión y alcanzaron la puerta del palacio.

—¡Retroceded! —gritó Velteyn—. ¡Defended la puerta!

Los caballeros de enjoyadas armaduras hicieron todo lo posible, abriendo un camino entre enanos y humanidad manejando sus resplandecientes espadas con las dos manos. Más pronto o más tarde, sin embargo, un dardo de hierro encontraba un hueco de vulnerabilidad en sus ingles o en sus sobacos o en su nuca… y otro bravo guerrero alcanzaba la paz de Tana.

Velteyn gimió en voz alta, abrumado por el dolor y la rabia. Las puertas de su palacio estaban cediendo. Ya no quedaba otro camino más que la evacuación de los no combatientes vía el techo con la ayuda del pequeño humano de ojos tristes y adepto a la PC, Sullivan-Tonn. Con la ayuda de Tana, entre los dos podrían salvar a la mayor parte de los casi 700 civiles Tanu atrapados, mientras los caballeros frenaban en todo lo posible a la horda invasora en los corredores de la fortaleza.

¡Si tan sólo pudiera morir con ellos! Pero ese alivio le estaba prohibido al humillado Lord de Finiah. Iba a tener que seguir viviendo, e iba a tener que explicarle todo aquello al Rey.

Peopeo Moxmox Burke se apoyó contra el parapeto del techo de la Casa Velteyn, dejando que la fatiga y la reacción se apoderaran de él. Fert y Hansi y unos cuantos Inferiores más batían los arbustos del jardín en el techo y rebuscaban en el adornado ático algún posible Tanu. Pero solamente encontraron el equipaje desechado que los fugitivos habían dejado tras ellos… bolsas esparcidas de joyas, pesadas capas bordadas y fantásticos tocados, rotos frascos de perfume, un guantelete único de cristal color rubí.

—No hay señales de ellos, Jefe —dijo Hansi—. Ganz ausgeflogen. Han huido.

—Entonces ve abajo —ordenó Burke—. Haz que sean registradas todas las estancias… y las mazmorras también. Si ves a Uwe o a Black Denny, envíamelos. Tenemos que coordinar el saqueo.

—De acuerdo, Jefe. —El hombre se alejó haciendo resonar sus tacones hacia la enorme escalera de mármol. Burke alzó una pernera de sus pantalones de ante y se masajeó la mellada carne alrededor de la medio curada cicatriz. Con el anestésico de la furia de la batalla desaparecido, le dolía infernalmente; y tenía un largo corte en su desnuda espalda y unos cuarenta y siete rasguños y abrasiones que estaban empezando también a dejarse sentir. Pero después de todo estaba aún en bastante buena forma. El resto del ejército de Inferiores debería ser tan afortunado.

Uno de los evacuados había abandonado tras él al huir un cesto con vino y panecillos. Suspirando, el Jefe empezó a comer y a beber. En las calles de abajo, los Firvulag estaban recogiendo a sus muertos y heridos y formando largas procesiones en su camino a las esclusas del Rhin. Bamboleantes linternas en el río señalaban la posición de pequeños botes que habían empezado a acercarse en anticipación al amanecer. Aquí y allá entre las humeantes ruinas algunos tercos leales continuaban una fútil resistencia. Madame Guderian había advertido a Burke de que los Humanos que vivían en Finiah podían mostrar cualquier actitud menos agradecimiento por su liberación. Estaba en lo cierto, como siempre. Ante ellos se abrían tiempos interesantes, maldita sea.

Suspirando una vez más, terminó el vino, dio un tirón a sus envarados músculos, luego tomó un chal Tanu abandonado para quitarse sus pinturas de guerra.

Moe Marshak avanzó unos pasos en la fila, arrastrando los pies.

—Deja de empujar, chico grande —dijo burlonamente la encantadora mujer de piel oscura del domo de placer. Las otras dos inquilinas no llevaban torques grises y se habían ido hacia tiempo, conducidas por las embarcaciones que efectuaban el transbordo entre Finiah y la orilla de los Vosgos. La promesa de amnistía había sido mantenida por los Inferiores. Pero si eras un humano con torque, la cosa resultaba un poco más complicada.

Marshak lo sabía todo acerca de la actuación del tribunal militar, por supuesto Se hallaba en comunión telepática con todos los grises dentro de su radio de acción que no se habían cerrado deliberadamente… como había hecho la mujer negra. Los Tanu, dispensadores de delicias y poder, se habían ido. Mientras se alejaban hacia el este, habían dejado tras ellos un emocionado adiós, lamentándose y compadeciendo a los que se quedaban y enviando una cálida oleada final a los centros neurales de aquellos que habían sido fieles, de tal modo que los prisioneros con torques grises tenían la ilusión de una celebración en vez de pesar y desesperación. Incluso ahora, al final, podían confortarse unos a otros. La unión entre ellos permanecía. Ninguno estaba solo… excepto si él mismo lo elegía así.

La mujer negra se plantó ante los jueces con los ojos brillantes. Cuando fueron formuladas las preguntas, casi gritó su respuesta:

—¡Sí! ¡Sí, por Dios! ¡Hacedlo! ¡Devolvedme de nuevo mi yo!

Los guardias Inferiores la condujeron a través de una puerta a la derecha del tribunal. El resto de los grises, lamentando la traición de la hermana pero respetando su elección, tendieron sus mentes una última vez. Ella los desafió a todos; colocó su cabeza en el bloque; el gran mazo golpeó el cortafrío de hierro, y hubo un dolor abrumador. Y silencio.

Ahora le tocaba el turno a Marshak. Como en sueños, les dijo a los jueces Inferiores su nombre, su anterior ocupación en el Medio, la fecha de su paso a través del portal del tiempo. El más viejo de los jueces pronunció la fórmula.

—Moe Marshak, como portador del torque gris, has sido sometido a la esclavitud de una raza exótica y compelido a colaborar en el esclavizamiento de la Humanidad. Tus señores Tanu han sido derrotados por la Alianza de los Humanos Libres y los Firvulag. Como prisionero de guerra, tienes derecho a la amnistía, siempre que aceptes el que te sea retirado el torque. Si no aceptas, serás ejecutado. Por favor, haz tu elección.

Eligió.

Cada nervio de su cuerpo pareció convertirse en fuego. Mentes compasivas cantaron su consuelo. Firmemente, reafirmó la unidad, y una gran llamarada de alegría borró todas las demás sensaciones: la mirada de los ojos vacíos de los jueces, la presión de las manos que lo arrastraban a un lado, la penetración de la larga hoja en su corazón, y el frío abrazo final del río Rhin.

Richard permanecía de pie en la pequeña y penumbrosa capilla de troncos del poblado de Manantiales Ocultos donde habían instalado a Martha, viéndola a través de una especie de halo rojizo, pese a que Amerie había intentado tranquilizarle asegurándole que su ojo derecho no había sufrido virtualmente ningún daño.

No se sentía furioso. Decepcionado, eso era todo, porque Martha había prometido esperar. ¿No lo habían planeado todo juntos? ¿No se habían amado el uno al otro? No era propio de ella abandonarle después de haber estado todo aquel tiempo juntos.

Bien, haría algo al respecto.

Con una cierta dificultad a causa del vendaje de las quemaduras, la tomó entre sus brazos. Tan ligera, tan blanca. Toda vestida de blanco. Casi estuvo a punto de caer cuando empujó la puerta para abrirla. No había percepción de profundidad con un solo ojo.

—No importa —le dijo a ella—. Puedo llevar un parche, como un auténtico pirata. Te acostumbrarás.

Avanzó cojeando hacia el lugar donde estaba el volador, cubierto por la red de camuflaje, con una pata rota y un ala parcialmente aplastada por su violento aterrizaje. Pero una nave gravomagnética no necesitaba alas para volar. Estaba aún en la suficiente buena forma como para llevarlos a los dos donde deseaban ir.

Amerie lo vio en el momento en que estaba metiendo a Martha dentro. Echó a correr hacia él, con su velo de monja y sus hábitos flotando al viento.

—¡Richard! ¡Espera!

Oh, no lo hagas, pensó él. Hice lo que había prometido. Ahora sois vosotros quienes estáis en deuda conmigo.

Con el volador inclinado formando un ángulo, era difícil manejar a Martha. La colocó confortablemente y arrojó fuera la Lanza, la caja de energía y todo lo demás. Quizá algún tipo listo pudiera averiguar cómo recargarla algún día. Entonces Madame Guderian podría ir a buscar otro volador e ir a atacar todas las demás ciudades Tanu y convertir la Tierra del plioceno en algo bueno y seguro para la vieja Humanidad.

—Pero no me pidáis que yo conduzca el autobús —murmuró—. Tengo otros planes.

—¡Richard! —gritó de nuevo la monja.

Él le hizo una seña con la mano desde la cabina de pilotaje y se sentó en el requemado asiento. Cerrar la compuerta. Conectar. Dar combustible a la red externa. La red de camuflaje ardió y desapareció. Oh-oh. Sistema de ambiente en ámbar. Cortocircuitado por el rayo quizá. Bien… el viaje no iba a tomar tanto tiempo tampoco.

El relajante zumbido llenó su cerebro mientras nivelaba el aparato. Miró hacia atrás, hacia Marty, para asegurarse de que estaba bien. Su forma osciló, pareció ponerse roja. Pero en un momento todo volvió a la normalidad, y le dijo:

—No te preocupes, iremos despacio y tranquilos. Tenemos todo el tiempo del mundo.

Amerie contempló cómo el pájaro con el ala rota ascendía verticalmente en el dorado cielo matutino, siguiendo el primer componente del signo que ella había trazado. La niebla había desaparecido ya, e iba a ser un hermoso día. Allá en el este la nube de humo estaba espesándose, pero los vientos a niveles más altos la arrastraban en dirección opuesta.

El aparato ascendió hasta que fue un mero punto. Amerie parpadeó, y el punto se hizo invisible contra la brillante bóveda de los cielos.

El Volumen II de la Saga del Exilio en el Plioceno,

titulado EL TORQUE DE ORO,

cuenta las aventuras de los otros cuatro miembros

del Grupo Verde en la capital Tanu,

y su reunión con los habitantes del norte

en un intento de llevar a buen término

la fase final de plan de Madame Guderian

para liberar a la Humanidad del plioceno.