8

Les tomó tres días conseguir hacer volar al aparato.

Richard supo que aquellos vehículos exóticos eran gravomagnéticos en el momento mismo en que miró al interior del primer espécimen. La cabina de vuelo y el compartimiento de los pasajeros del pájaro de treinta metros de envergadura tenían asientos sencillos… no sillones de aceleración. Ergo, el motor era «sin inercia», el sistema universal de propulsión para aeronaves y espacionaves sublumínicas del Medio Galáctico, que permitía una aceleración casi instantánea o una deceleración que parecía desafiar la gravedad y la inercia. Parecía haber muchas posibilidades de que los exóticos hubieran aferrado las fuerzas claves del universo de una forma parecida y con el mismo tipo de «cableado» que los ingenieros del Medio. Richard y Martha abrieron temerosamente uno de los dieciséis módulos de energía de lo que esperaban fuera el generador de flujo, utilizando las propias herramientas del volador. Ante su alivio descubrieron que el líquido que había dentro era agua. No importaba que los elementos que generaban la retícula del campo rho fueran esferas concéntricas dentro de otras esferas en vez de las hojas cristalinas de su motor análogo del Medio; el principio, y la operatividad básica, tenían que ser los mismos. Cuando el generador fuera alimentado con buena y vieja agua pura, era muy probable que aquel pájaro exótico se pusiera en marcha.

Claude montó el campamento y se ocupó de la autococina de decamolec mientras Richard y Martha rastreaban los circuitos de control y desentrañaban el sistema operativo de la nave, que era capaz de recargarse a sí mismo con sólo que se le suministrara un poco de agua a la planta energética. Tras un día de trastear con los controles alienígenas, Richard se sintió capaz de seguir adelante solo con el análisis, dejando que Martha transfiriera sus esfuerzos a la Lanza. Por motivos de seguridad, y ante la posibilidad de que el volador pudiera estallar durante una de las pruebas en tierra, transfirieron el campamento a un claro entre los maquis a varios kilómetros de distancia del aparato, allá donde brotaba un arroyuelo de la pared del cráter.

Al atardecer del tercer día, mientras se reunían en torno al fuego del campamento, Richard anunció que la antigua máquina estaba lista para su primera prueba de vuelo.

—He rascado la mayor parte de los líquenes del casco y he eliminado todos los nidos de pájaros y bichos de las aberturas. Parece casi tan bueno como nuevo, teniendo en cuenta los miles de años que se ha pasado aquí.

—¿Qué hay de los controles? —preguntó Claude—. ¿Estás seguro de que los has comprendido todos?

—He desconectado todos los audios, por supuesto, ya que ninguno de ellos habla mi idioma. Pero la instrumentación de vuelo es en su mayor parte gráfica, de modo que no hay problema. No puedo leer el altímetro, pero hay un visor del terreno y un monitor de posición que muestran una imagen nítida… y de todos modos los ojos se crearon antes que los digitales. Numéricamente, los mandos no sirven para nada. Pero cada lector está equipado con tres luces indicadoras… azul, ámbar y violeta, o sea adelante, cuidado y adiós. Así que todo tiene que ir bien también por este lado. Mi gran problema son las alas. ¡Ponerle alas a un aparato gravomagnético es absurdo! Deben ser una reliquia cultural. ¡Quizá a esa gente simplemente le gustara planear!

—Richard —dijo Martha, conteniendo el aliento—. Llévame contigo mañana.

—Oh, Marty, querida… —empezó.

—No puedes, Martha —intervino Madame—. Existe un riesgo, pese a toda la confianza de Richard.

—Ella tiene razón —dijo el hombre, tomando la mano de Martha. Estaba fría pese al cálido atardecer. El fuego arrojaba crueles sombras sobre las hundidas mejillas y ojos de la ingeniero—. Una vez lo haya comprobado todo… entonces podremos ir a dar una vuelta. Prometido. No podemos dejar que te ocurra nada, chiquilla… ¿quién pondría sino esa maldita arma a punto?

Martha se acercó un poco más a Richard y contempló el fuego.

—Creo que la lanza funcionará. La unidad de energía muestra media carga, lo cual es realmente notable, y ninguno de los pequeños componentes internos de la Lanza parece haber sufrido daños. Las principales dificultades han consistido en limpiar el cañón y reemplazar todo el cable mordido. Fue una suerte que el volador tuviera materiales que parecían compatibles. Necesitaré otro día para terminar y volver a montar, y luego podremos efectuar una prueba práctica.

—¿Cuál crees que puede ser su potencia? —preguntó Claude.

—Imagino que hay varias opciones —dijo la ingeniero—. La inferior es la única que no tiene el seguro puesto, de modo que debió ser la utilizada para la lucha ritual. Supongo que su potencia debe hallarse dentro del radio de una pistola de luz. Las cuatro opciones superiores trabadas por el seguro deben destinarse a propósitos especiales. Al máximo de potencia, es probable que dispongamos de un cañón fotónico portátil.

Richard lanzó un silbido.

—No creo que nos atrevamos a probar el máximo a menos que queramos correr el riesgo de agotar la unidad de energía —dijo Martha.

—¿No hay posibilidad de recarga? —preguntó Richard.

—No he conseguido abrir la unidad —admitió la mujer—. Se necesita una herramienta especial, y temo dañarla si trasteo demasiado con ella. Tenemos que guardar nuestra pistola grande para la guerra.

Las ramas de los maquis ardían con un penetrante olor a resina, restallando y lanzando chispas que tenían que ser aplastadas con el pie. Apenas unos cuantos insectos zumbaban por la jungla afligida por la sequía. Cuando fue completamente oscuro, los pájaros y pequeños mamíferos que poblaban la zona acudirían al arroyo a beber, y Felice y su arco obtendrían comida fresca para mañana.

La rubia atleta dijo:

—Ya tengo la tumba de Lugonn casi limpia. No hay ninguna señal del torque.

Tan sólo Martha consiguió decir que lo lamentaba.

—Encontraremos montones de torques por todos lados si tenemos éxito en Finiah —dijo Richard—. No vas a tener que suplicarle al pequeño Rey que te proporcione uno. Simplemente baja al campo de batalla y tómalo.

—Sí —suspiró Felice.

—¿Cómo has planeado montar la Lanza, Richard? —preguntó Claude—. No puedo ver cómo podemos instalar un disparador operado por el piloto con el poco tiempo que nos queda.

—En realidad, solamente hay una forma de hacerlo. Yo mantengo el aparato en el aire y alguien dispara la Lanza desde la escotilla inferior abierta. Supongo que podremos confiar en alguno de los chicos del Jefe Burke para que…

—Cualquier exopaleontólogo sabe cómo manejar esos grandes lanzarrayos —dijo el anciano suavemente—. ¿Cómo crees que cortamos las rocas para sacar los especímenes? He agujereado unas cuantas montañas en mis buenos días… incluso he movido alguna de tanto en tanto cuando he hallado algunos fósiles realmente interesantes.

Richard cloqueó.

—Que me condene. De acuerdo, quedas contratado. Seremos una tripulación de dos.

—Tres —dijo Madame—. Me necesitaréis a mí para proporcionaros una pantalla metapsíquica para el volador.

—¡Angélique! —protestó Claude.

—No hay forma de evitarlo —dijo la mujer—. Velteyn y su Caza Volante te verían cabrioleando por ahí.

—¡Tú no vas a ir! —estalló el anciano—. ¡Sin discusión! Llegaremos sobre Finiah a gran altura, luego descenderemos en vertical y los tomaremos por sorpresa.

—No lo haréis. —Madame era implacable—. Te detectarán en seguida. Solamente podemos esperar sorprenderles si ocultamos metapsíquicamente la nave durante sus maniobras iniciales. Tengo que ir. No hay nada más que decir.

Claude se puso en pie y se detuvo frente a ella.

—Y un infierno. ¿Crees que voy a dejarte volar en medio de un fuego cruzado? Richard y yo tenemos una posibilidad sobre cien de salirnos de ello con la piel entera. Vamos a necesitar cada gramo de concentración para efectuar el trabajo y luego marcharnos. No podemos permitirnos el tener que preocuparnos además por ti.

—¡Buf! Preocúpate por ti mismo, Radoteur! ¿Quién es el líder de este grupo? C’est moi! ¿De quién es el plan, de toute façon, del ataque? ¡Mío! ¡Iré!

—¡No voy a permitírtelo, mula testaruda!

—¡Intenta detenerme, viejo yanki-polaco senil!

—¡Arpía!

—Salaud!

—¡Viejo murciélago!

—Espèce de con!

—¡Callaos, maldita sea! —retumbó Felice—. ¡Sois peores que Richard y Martha!

El pirata sonrió y Martha apartó la vista, mordiéndose el labio para reprimir la risa. El rostro de Claude palideció con azarada rabia, y Madame no supo qué decir por el estupor.

—Escuchadme los dos —dijo Richard—. El campo rho del transmisor de flujo impedirá que nadie de la Caza Tanu toque la nave. Probablemente desviará también las lanzas y todo lo que nos echen. De modo que todo lo que tiene que preocuparnos es un ataque mental. Para contrarrestar eso, nuestra única esperanza es la pantalla metapsíquica de Madame.

—Si yo dispusiera de un torque… —murmuró Felice.

—¿Cuánto puedes resistir contra un puñado de ellos? —preguntó Richard a Madame.

—No lo sé —admitió ella—. Nos camuflaremos como vapor hasta que dirijamos los primeros rayos contra las murallas de la ciudad. Entonces sabrán que tienen ahí a un enemigo, y pueden lanzar muchas mentes contra mi pequeña pantalla. Seguramente resultará atravesada. Podemos esperar que esto ocurra después de que ataquemos la mina. Una vez hecho esto, podemos huir a toda velocidad.

—De todos modos, ¿cuál es la velocidad que puede conseguir volando Velteyn? —preguntó Richard.

—No mucho más aprisa que un chaliko a galope tendido. La mente de ese campeón Tanu es capaz de levitar su propia montura y las de otros veintiún guerreros a través de la PC, la psicocinesis. Sólo hay otro que sea capaz de una tal hazaña y es Nodonn, el Maestro de Batalla Tanu y Lord de Goriah en Bretaña. Puede sostener a cincuenta. Hay otros que pueden levitar ellos mismos individualmente, y algunos que pueden llevar a una o dos personas más. Pero ninguno es lo suficientemente fuerte como para sostener a muchos jinetes excepto esos dos.

—¡Si tuviera un torque! —gimió Felice—. ¡Oh, esperad! ¡Simplemente esperad!

—Les haremos morder el polvo —se burló Richard—. Un par de ráfagas para encargarnos de la muralla a cada lado de la ciudad, quizá una sobre el barrio Tanu para desmoralizar a la oposición, luego una buena rociada sobre la mina. Si esta Lanza es realmente un cañón portátil, podemos fundir el lugar y convertirlo en un montón de escoria.

—Y volveremos sanos y salvos a casa —dijo Claude, mirando al fuego—. Mientras nuestros amigos luchan en el suelo.

—Velteyn intentará defender sus posesiones —les advirtió Madame—. Es excepcionalmente fuerte en creatividad, y hay coercitivos poderosos en su compañía. Vamos a estar en un gran peligro. De todos modos, iremos. Y tendremos éxito. —Hubo un brusco restallido y un ascua salió disparada por los aires como un meteoro, aterrizando frente a la anciana. Se alzó y la pisoteó concienzudamente—. Creo que ya es hora de que nos retiremos. Mañana querremos levantarnos temprano para asistir a la prueba de vuelo de Richard.

Martha se levantó también y dijo a Richard:

—Ven a dar un pequeño paseo conmigo antes de acostarnos.

—Conserva tus fuerzas, chérie —advirtió Madame.

—Sólo será una vuelta —dijo Richard.

Deslizó una mano en torno a la cintura de la ingeniero para darle apoyo. Salieron del círculo de luz del fuego, dejando a los otros hablando aún, y caminaron hacia el extremo más alejado del claro. Tan sólo las estrellas iluminaban la maraña de maquis, porque la luna nueva se había puesto ya. Encima suyo estaba la empinada ladera con su estrecho sendero conduciendo al borde del cráter. No podían ver al volador reacondicionado, pero sabían que estaba allí arriba, esperando.

—Hemos sido felices, Richard. ¿Puedes imaginártelo? Una pareja como nosotros.

—El uno para el otro, Marty. Te quiero. Nunca pensé que pudiera llegar a ocurrir.

—Todo lo que necesitabas era una buena chica sexy muy chapada a la antigua.

—Tonta —dijo él, y besó sus ojos y sus fríos labios.

—Cuando todo haya terminado, ¿crees que podremos volver?

—¿Volver? —repitió él estúpidamente.

—Después del ataque a Finiah. Sabes que vamos a tener que enseñar a los otros a hacer volar este aparato y a conservarlo de modo que puedan llevar adelante las otras dos fases del plan de Madame. Pero tú y yo no tenemos por qué preocuparnos de todo eso. Ya habremos pagado nuestras deudas. Podemos hacer que nos devuelvan volando aquí, y luego…

Se volvió hacia él y Richard la abrazó. Demasiado frágil y afectada por los retortijones y las hemorragias como para resistir nuevas relaciones sexuales, había insistido de todos modos en consolarle. Habían pasado todas las noches el uno en brazos del otro, compartiendo una de las cabañas de decamolec.

—No te preocupes, Marty. Amerie sabrá cómo ponerte bien de nuevo. Volveremos hasta aquí de alguna manera y tomaremos un volador sólo para nosotros y encontraremos un buen lugar para vivir. No más Tanu, no más Firvulag o Aulladores, no más gente en absoluto. Solamente tú y yo. Encontraremos un lugar. Te lo prometo.

—Te quiero, Richard —dijo ella—. Ocurra lo que ocurra, hemos tenido esto.

Por la mañana, Richard hizo un gesto de adiós con la mano a los demás y subió hacia donde estaba el pájaro. Seguía pareciendo bastante zarrapastroso pese a la limpieza y el rascado general de su casco, pero eso iba a quedar arreglado muy pronto.

Se acomodó en el asiento del piloto y dio unas palmadas a la consola del mismo modo que lo haría un jinete con su inquieta montura.

—Oh, hermosa muchacha de orejas caídas y agitantes alas. No vas a darme por el culo, ¿verdad? No, claro que no. ¡Vamos a emprender el vuelo hoy!

Conectó el aparato y efectuó un chequeo general. Un suave zumbido familiar de los generadores de campo rho hizo vibrar el suelo, y sonrió ante el pensamiento de las microscópicas reacciones termonucleares aguardando, listas para tender una red de sutiles fuerzas que liberarían al pájaro de metal de los dominios de la gravedad. Todas las luces brillaban azules. Manteniendo el aparato firmemente pegado al suelo, alimentó combustible a la red externa. El costroso casco del pájaro resplandeció débilmente púrpura a la brillante luz del amanecer mientras la retícula del campo rho lo envolvía ligeramente. Toda la suciedad que había sido incapaz de sacar fue arrancada, dejando la superficie de un suave color negro cerametálico… exactamente lo que uno podía esperar de una nave con capacidad orbital.

Conectó el sistema ambiental. Oh, sí… pequeñas luces azul verdosas diciéndole que no importaba dónde le llevara la nave, su vida sería adecuadamente mantenida. Adelante con la red completa del campo. Mantén las alas al mínimo de extensión hasta que te acostumbres a ellas. No vale la pena arriesgarte a forzar los controles en este vuelo nupcial, tragarte todo el cielo como un pato hambriento. Hazlo con clase, capitán Voorhees.

De acuerdo… así… ¡y arriba, chica!

Directamente arriba y nivelado e inmóvil a unos no sé cuantos cientos de metros según la lectura del indescifrable altímetro. Digamos 400. Allá abajo, el cráter del Ries era un gran cuenco azul con pequeños pájaros de extendidas alas formando una línea en su borde occidental, aguardando educadamente permiso para beber. Había cuarenta y dos de ellos, faltando uno allá donde una sección del borde se había desmoronado en un desprendimiento, y con un lugar vacío correspondiente a su propio aparato.

¡Malditas fueran esas alas cuando lo atrapara una ráfaga de viento mientras estaba así flotando! Sería mejor que se moviera. Lentamente… lentamente… probando. Trazando un ocho y una caída en vertical y una parada y arrancada y un picado y un planeo y un arco de péndulo y… ¡maldita sea, lo estaba consiguiendo!

Allá abajo en el suelo, cuatro minúsculas figuras estaban saltando y agitando los brazos. Efectuó una creíble imitación de un aleteo para hacerles saber que los había visto, luego se echó a reír a grandes carcajadas.

—¡Y ahora, amigos míos, adiós por el momento, porque tengo que abandonaros! Dejaremos las felicitaciones para más tarde. ¡Ahora el viejo capitán va a darse a sí mismo unas cuantas lecciones de cómo conducir esta máquina volante!

Empujó el campo rho a red total sin inercia, sintió un zumbido bajo su cola, y partió disparado verticalmente hacia la ionosfera.