6

A última hora de la tarde, cuando los gigantescos esfíngidos y las ardillas voladoras trazaban sus acrobacias aéreas por encima del boscoso cañón del Poblado de los Manantiales Ocultos, siete hombres llevando seis pesados talegos llegaron al asentamiento de los Inferiores, conducidos por Khalid Khan. Buscaron a Uwe Guldenzopf, pero su choza estaba vacía. Calistro, el pequeño cabrero, que traía de vuelta a sus animales tras haberlos llevado a pastar, les informó que Uwe estaba en la casa de baños comunitaria con el Jefe Burke.

—¿Está aquí el Jefe? —exclamó consternado Khalid—. Entonces la expedición a la Tumba de la Nave ha sido un fracaso.

Calistro agitó la cabeza. Tenía unos cinco años, pero era lo suficientemente listo y responsable como para saber algo de los grandes planes que se estaban maquinando.

—El Jefe resultó herido, así que volvió. La Hermana Amerie entablilló su pierna, pero tiene que curársela varias veces al día, de modo que… ¿Qué es lo que traéis en los sacos?

Los hombres se echaron a reír. Khalid dejó caer su fardo al suelo, con un fuerte sonido resonante.

—¡Un tesoro! —El que habló era un hombre nervudo y de pelo alborotado que estaba de pie justo detrás de Khalid, el único de los siete que no llevaba carga. El muñón de su mano izquierda estaba envuelto en un fajo de tela manchada de oscuro.

—¡Dejadme ver! —suplicó el chiquillo. Pero los hombres proseguían ya su camino ascendiendo por el aplanado suelo del cañón. Calistro condujo apresuradamente a los animales a su corral, y echó a correr en su seguimiento.

La blanca luz de las estrellas brillaba sobre una pequeña zona de hierba cerca de las orillas del río que nacía de la mezcla de dos fuentes de agua caliente y fría; sin embargo, la mayor parte del poblado estaba oculto por unas densas sombras, con las chozas y los edificios comunitarios protegidos bajo altos pinos o amplios robles que los ocultaban de los exploradores volantes Tanu de Finiah. La casa de los baños, una amplia estructura de troncos con un techo de amplio alero formado por enredaderas, estaba construida contra una de las paredes del cañón. Sus ventanas estaban firmemente cerradas, y un paso en forma de U impedía que la luz de las antorchas del interior brillara por la abierta puerta.

Khalid y sus hombres entraron a una escena de alegría llena de vapor. Parecía como si la mitad del poblado se hubiera reunido allí en aquel anochecer más bien frío. Hombres, mujeres y unos cuantos niños chapoteaban en las piscinas caliente y fría pavimentadas con piedras, permanecían recostados en bañeras formadas con troncos huecos, o simplemente charlaban entre si o jugaban al backgammon o a las cartas.

La voz de Uwe Guldenzopf resonó por encima del rumor comunal.

—¡Hey! ¡Mirad quién ha vuelto a casa! —Y los Inferiores lanzaron gritos de bienvenida. Alguien gritó pidiendo cerveza, y uno de los componentes del mugriento contingente de Khalid añadió desde el fondo de su corazón: «¡Y comida!». Calistro fue enviado a los proveedores del poblado para que trajeran lo pedido, mientras los recién llegados se abrían camino por entre la charloteante y riente multitud hacia una bañera aislada donde se recostaba Peopeo Moxmox Burke, con su largo pelo grisáceo colgando a mechones entre los vapores del agua y su escarpado rostro chorreante mientras contenía una alegre sonrisa.

—Y bien —dijo.

—Que me aspen —respondió el metalúrgico pakistaní—, pero lo conseguimos. —Dejó caer su saco sobre el suelo de piedra y lo abrió, sacando una punta de lanza basta aún, recién salida del molde—. Nuestra arma secreta, Mark I. —Volviéndose a uno de los otros hombres, rebuscó en su saco y extrajo un puñado de objetos más pequeños, aproximadamente con forma de hoja—. Mark II. Si las afilas, son puntas de flecha. Hemos conseguido unos doscientos veinte kilos de hierro en total… parte de ellos moldeados como estos, otros en forma de lingotes para otros usos, listos para la forja. Lo que tenemos aquí es un acero de tipo medio, refinado en el más puro estilo antiguo. Construimos un horno de tiro forzado alimentado con carbón de leña y seis fuelles de piel conectados a toberas de decamolec. El carbón lo obtuvimos de los juncos. Enterramos el horno de modo que podamos volver y hacer más hierro cuando lo necesitemos.

Los ojos de Burke resplandecieron.

—¡Ah, muchachos! ¡Bien hecho, Khalid! Y todo el resto de vosotros también… Sigmund, Denny, Langstone, Gert, Smokey, Homi. Bien hecho, todos. Esto puede ser lo que hemos estado soñando durante tanto tiempo… ¡por lo que hemos estado rezando! Tengan o no éxito los demás en la Tumba de la Nave, este hierro nos proporcionará una oportunidad de luchar contra los Tanu por primera vez.

Uwe permanecía de pie chupando su pipa de espuma de mar, con su mirada recorriendo los sucios y tiznados rostros de los fundidores.

—¿Y qué ocurrió a los otros tres de vosotros? —preguntó.

Las sonrisas de los hombres desaparecieron. Khalid dijo:

—Bob y Vrenti se quedaron demasiado rato una noche en el pozo de mena. Cuando fuimos a buscarlos, habían desaparecido. Nunca volvimos a ver la menor huella de ellos. El Príncipe Francesco estaba cazando para llenar la olla cuando los Aulladores le echaron las zarpas encima.

—Pero nos lo devolvieron, sin embargo —dijo el hombre delgado y de rostro enjuto llamado Smokey—. Al día siguiente, el pobre Frankie volvió tambaleándose al campamento. Lo habían cegado y castrado y le habían cortado las manos… y luego habían efectuado un trabajo realmente concienzudo sobre su cuerpo con pez caliente. Había perdido la razón, por supuesto. Los Aulladores no lo soltaron hasta que hubieron terminado de jugar a todos sus jodidos juegos con él.

—Cristo sufriente —gruñó Uwe.

—Pero les devolvimos algo —indicó Denny. Su tiznado rostro exhibió una dura sonrisa.

—Vosotros lo hicisteis —dijo el pequeño cingalés de la pierna vendada llamado Homi. Explicó al Jefe Burke—: En nuestro camino de regreso a casa, se nos apareció un Aullador a plena luz del día… oh, quizá a unos cuarenta kilómetros de aquí, Mosela abajo. Todo él vestido con su maldito traje de monstruo como un gran espantajo con alas y dos cabezas. Denny le dejó probar una flecha con punta de hierro en plenas tripas, y se deshinchó como un sauce podrido. ¿Y lo creeréis? ¡Todo lo que quedó fue un asqueroso enano jorobado con una cara como de comadreja!

Los hombres gruñeron recordando la escena, y un par de ellos palmearon a Denny en la espalda. El último dijo:

—Al menos ahora sabemos que el hierro funciona con los dos tipos de exóticos, ¿no? Quiero decir, los Aulladores no son más que otros jodidos Firvulag. Así que si nuestros nobles aliados fantasmas olvidan alguna vez quiénes son sus amigos…

Hubo murmullos de asentimiento y unas cuantas risas suaves.

—Esto es algo que hay que tener en mente… aunque Dios sabe que necesitamos la ayuda de los Firvulag para llevar adelante el plan de Madame contra Finiah —dijo el jefe Burke—. La Pequeña Gente encaja con el esquema original. Pero me temo que el añadir hierro a la ecuación puede hacerles pensar.

—Simplemente espera a que nos vean dar cuenta de algunos Tanu con el hierro —dijo Smokey con confianza—. ¡Simplemente espera a que nivelemos las cosas con esos hijos de puta con collares de perro! Bien… ¡los condenados Firvulag nos besarán los pies! ¡O les daremos lo que se merecen! O algo.

Todos rugieron.

Una voz joven y excitada entre los reunidos gritó:

—¿Por qué debemos esperar a dar cuenta de los Tanu hasta Finiah? Dentro de dos días hay una caravana que viene del Castillo del Portal. ¡Afilemos unas cuantas flechas y liquidemos a un Exaltado ya!

Unos cuantos gritaron su aprobación. Pero el Jefe Burke se alzó fuera de su baño como un toro y aulló:

—¡Tranquilos, bocazas ansiosos! ¡Nadie tocará este hierro sin permiso mío! Todo esto tiene que mantenerse en secreto. ¿Acaso deseáis a toda la caballería Tanu sobre nuestros cuellos? Velteyn lanzaría un berrido como un antílope en celo si asomáramos nuestra mano. Haría venir a Nodonn… ¡incluso pediría refuerzos al sur!

Rumiaron sobre aquello. El joven agresivo protestó:

—Cuando utilicemos el hierro en el ataque a Finiah, lo sabrán. ¿Por qué no ahora?

—Porque el ataque a Finiah se producirá inmediatamente antes de la Tregua para el Gran Combate —dijo con lentitud Burke, con el tono sarcástico que había utilizado en su tiempo para pararles los pies a los ineptos abogados novatos—. Ninguno de los otros Tanu prestará mucha atención a los problemas de Velteyn entonces. Ya sabéis la forma como funcionan las mentes de esos exóticos. Nada, pero nada, puede ponerse en el camino de los preparativos del glorioso acontecimiento. Dos o tres días antes de la Tregua (cuando nosotros pensamos atacar), ningún Tanu en la Tierra acudirá en auxilio de Finiah. Ni para ayudar a sus compañeros, ni para salvar su mina de bario, ni para derrotar a los humanos armados con hierro. Todos estarán encaminándose a toda prisa al sur para el gran juego.

La multitud se alejó para hablar acerca de la sorprendente obcecación mental de los deportistas exóticos, y Burke empezó a vestirse. Uwe sugirió burlonamente que los Tanu eran casi tan malos como los irlandeses por amar una lucha sin tener en cuenta las consecuencias a largo plazo. Hubo risas generalizadas, y ni un solo hijo o hija de la Isla de Erin se alzó para defender el honor racial. A Burke se le ocurrió que había una razón para ello, y que tenía que saber cuál era; pero en aquel mismo momento Khalid Khan se dio cuenta de la herida en curso de curación del piel roja.

—¡Dios mío, Peo! Te hiciste un buen arañazo, ¿eh?

La pierna izquierda de Burke estaba horriblemente indentada en la pantorrilla por una cicatriz de color rojo púrpura de más de veinte centímetros de largo. Gruñó:

—Recuerdo de un cerdo unicornio. Mató a Steffi, y hubiera estado condenadamente cerca de hacer lo mismo conmigo si Patapalo no me hubiera traído de vuelta con Amerie. Septicemia galopante. Pero ella la atrapó a tiempo. Tiene un aspecto infernal, pero puedo andar… incluso correr, si no me importa pagar el precio.

—La reunión del Comité Directivo —le recordó Uwe—. Esta noche. Khalid tiene que acudir.

—Correcto. Pero primero tenemos que ver cuáles son las necesidades de este grupo. ¿Qué tenéis que decir, hombres? La comida y la bebida están de camino, pero si hay alguna otra cosa que podamos hacer por vosotros…

—La mano de Sigmund —dijo Khalid—. Aparte nuestras tres bajas, es el único herido.

—¿Qué ocurrió? —preguntó Burke.

Sigmund ocultó avergonzadamente su muñón.

—Oh. Fui un estúpido. Una salamandra gigante saltó sobre mí, clavándome sus dientes justo en medio de la palma. Ya sabes que sólo puede hacerse una cosa en un caso así, sabiendo cómo funciona su veneno…

—Sig estaba guardando la retaguardia —dijo Denny—. De repente lo echamos en falta. Cuando retrocedimos para investigar, estaba liándose un torniquete en el muñón de su mano, con su hacha de vitredur y su miembro cortado tirados en el suelo a su lado.

—Ven conmigo al lugar de Amerie —dijo el Jefe—. Vamos a tener que examinar eso.

—Todo está bien, Jefe. Le llenamos el muñón de AB y progan.

—Cierra el pico y ven conmigo. —El Jefe se volvió a los otros—. El resto relajaos y comed y tomaos un par de días de sueño. Va a haber un gran consejo de guerra, uno provisional al menos, dentro de una semana, cuando los voluntarios de los demás asentamientos empiecen a aparecer. Necesitaremos que trabajes sobre este hierro cuando hayamos instalado la herrería en algún lugar donde los Firvulag no puedan descubrirla. Hasta entonces, yo me haré cargo de los sacos. Ponedlos fuera del alcance de cualquier tentación.

Luego Burke alzó la voz para que toda la casa de baños pudiera oírle.

—¡Todos vosotros! Si valoráis en algo vuestras vidas, y os importa la libertad de los Humanos que aún están esclavizados, olvidad lo que habéis visto y oído aquí esta noche.

De los reunidos se alzaron murmullos de conformidad. El Jefe asintió y levantó dos de los pesados sacos. Khalid y Uwe tomaron los otros cuatro y salieron de la casa de baños, seguidos por Sigmund.

—La reunión es en la choza de Madame, como siempre —le dijo Burke al metalúrgico mientras cojeaba a su lado—. Ahora está viviendo allí Amerie. La incluimos en el comité por aclamación.

—Esa monja es algo así como un médico —dijo Uwe—. Le arregló de tal modo la cabeza a Maxl que ya no tenemos que seguir manteniéndolo encerrado. Y la pobre Sandra… ya no más intentos de suicidio ahora que sus hongos están curados. Luego están los párpados de Chaim, completamente reconstruidos, y también curó esa gran madre de una úlcera en el pie del viejo Kawai.

—Eso hará que las reuniones sean más tranquilas —observó Khalid—. Una cosa menos de las que el viejo tipo podrá quejarse. Esa monja suena como una dama digna de tener por los alrededores.

El Jefe dejó escapar una risita.

—No he mencionado la forma en que liquidó dieciséis casos de lombrices y casi todos los de descomposición de la jungla. Madame va a tener que hacer un poco de campaña política para las próximas elecciones si desea seguir detentando el liderazgo de esta pandilla de fuera de la ley.

—Nunca se me ocurrió pensar que le gustara ese honor —dijo Khalid acerbamente—. Como tampoco te gustaba a ti cuando estabas sentado en el trono caliente.

Siguieron caminando sin hacer casi ruido por el sendero que serpenteaba por detrás de los protectores árboles. El largo cañón tenía muchos pequeños tributarios sin salida de los que desembocaban numerosos arroyuelos. La mayor parte de las cabañas habían sido construidas cerca de esas fuentes naturales de suministro de agua. Había en total como unas treinta casas, en las cuales vivían los ochenta y cinco seres humanos que constituían el mayor asentamiento de Inferiores conocido en el mundo del plioceno.

Los cuatro hombres cruzaron un riachuelo vadeándolo por una hilera de piedras estratégicamente colocadas, y se encaminaron a una de las hendiduras rocosas donde se alzaba una casita distintiva bajo un enorme pino. La casita no estaba construida como las demás de prosaicos troncos o juncos y barro, sino de piedra cuidadosamente unida con mortero, encalada de blanco y reforzada con oscuro entramado de madera. Evocaba sorprendentemente una cierta morada del viejo mundo en las colinas encima de Lyon. Los esquejes de rosas de Madame, alimentados con estiércol de mastodonte, habían trepado por los entramados que suavizaban el techo de paja con multitud de flores. El aire nocturno era denso con su perfume.

Los hombres subieron el sendero, luego se detuvieron. De pie en medio del paso había un pequeño animal. Las piernas tensas, el lomo arqueado, los enormes ojos brillando. Gruñó.

—¡Hey, Deej! —rió Burke—. Sólo somos nosotros, cachorrillo. ¡Amigos!

El pequeño gato gruñó más fuerte, un sonido que fue ascendiendo por la escala hasta convertirse en un amenazador aullido. Se mantuvo en su sitio.

El Jefe Burke depositó su carga en el suelo y se arrodilló, con una mano tendida. Khalid Khan dio un paso detrás de Sigmund, con el recuerdo de una terrible sospecha agazapándose en la parte delantera de su mente. El recuerdo de una noche lluviosa dentro de un Árbol, cuando el gato gruñó de aquella misma manera. Una sospecha hacia un apreciado compañero que era un hombre de los bosques demasiado bueno como para dejarse sorprender por el lento ataque de una salamandra gigante…

Khalid estaba abriendo la boca de su saco en el momento en que la puerta de la casita se abrió para mostrar la figura cubierta con un velo de Amerie silueteada contra la débil luz de una lámpara.

—¿Dejah? —llamó la monja, haciendo resonar las cuentas de su rosario en lo que era evidentemente algún tipo de señal—. Oh, eres tú, Jefe. ¡Y Khalid! ¡Habéis vuelto! ¿Pero qué…?

El metalúrgico tocado con un turbante aferró el pelo del hombre al que habían llamado Sigmund. Con su otra mano apretó algo gris y duro contra la garganta del hombre.

—No te muevas, soor kabaj, o morirás como tu hermano antes que tú.

Amerie gritó y Uwe soltó una obscenidad… porque Khalid estaba luchando de pronto con una gorgona. En vez de pelo, el pakistaní estaba sujetando una retorciente masa de víboras que brotaban del cuero cabelludo de Sigmund. Atacaron, clavando pequeños colmillos en una carne que palpitó y se hinchó, mientras el casi mortal veneno fluía a los vasos sanguíneos y avanzaba rápidamente hacia el corazón de Khalid.

—¡Quieto he dicho! —rugió el angustiado metalúrgico. Involuntariamente, su brazo derecho se tensó, empujando la tosca punta de la cruda lanza de hierro contra el blando hueco bajo las cuerdas vocales del monstruo.

La cosa lanzó un aullido gorgoteante y se relajó. Khalid dio un salto apartándose del cuerpo que se derrumbaba, dejando caer el hierro. Golpeó el suelo con un sonido sordo y se inmovilizó muy cerca al lado del muerto cambiaforma. Amerie y los tres hombres contemplaron a la criatura, que no podía pesar más de veinte o treinta kilos. Pequeños pechos aplastados la identificaban como una hembra. Su calvo cráneo estaba comprimido justo encima de los ojos y prolongado hacia atrás en una estructura ósea triangular. Tenía un simple agujero por nariz, y una masiva mandíbula inferior con sueltos dientes parecidos a garfios. El cuerpo era casi globular, los miembros tan delgados como las patas de una araña, faltándole el extremo del superior izquierdo.

—No es… un Firvulag —consiguió decir Amerie.

—Un Aullador —señaló Burke—. Algunos biólogos creen que son una mutación de los Firvulag. Se supone que cada uno posee una forma real distinta. Todas horribles.

—Os habéis dado cuenta de lo que estaba intentando hacer, ¿verdad? —La voz de Khalid era temblorosa por la reacción. Contempló su mano izquierda, que se veía ahora completamente normal—. Nos vio matar a su compañero con el hierro, y tenía que descubrir qué era la nueva arma. Así que debió saltar sobre Sigmund mientras avanzaba al final de nuestra hilera y… ocupó su lugar. Se amputó la mano de modo que no tuviera que llevar el hierro.

—¡Pero nunca habían adoptado la apariencia de humanos! —exclamó Uwe—. ¿Cuál pudo ser su motivo?

—Miradla… vestida con harapos —dijo Amerie. Se arrodilló a la luz de la puerta para examinar el cuerpo del goblin. Una de las burdas botas de piel del Aullador había caído con la lucha, poniendo al descubierto un pie humanoide… miniaturizado pero tan perfectamente formado como el de un niño. Había una patética ampolla en el talón; evidentemente el pequeño ser había tenido que apresurarse para mantener el paso de los más rápidos humanos.

La monja volvió a colocar la bota en su sitio, enderezó las piernas como palillos, cerró los vidriados ojos.

—Era muy pobre. Quizá esperaba descubrir una información lo bastante valiosa como para venderla.

—¿A los Firvulag normales? —sugirió Burke.

—O a los Tanu. —La monja se puso en pie y sacudió el polvo de la parte delantera de su hábito blanco.

—Puede que hubiera otros —dijo Khalid—. Otros que nos vigilaran en la fundición. Si éste pudo cambiar a una forma humana, ¿cómo podremos estar nunca seguros…?

Burke tomó la hoja de hierro, agarró el brazo del metalúrgico, y apretó fuertemente la punta de lanza contra su piel, rasgando en forma transversal. La abrasión produjo unas pequeñas gotas de oscura sangre.

—Tú eres normal, al menos. Iré a comprobar inmediatamente a los demás. Más tarde pensaremos en algo menos burdo. Una aguja, quizá.

Se alejó cojeando hacia la casa de baños. Uwe y Khalid llevaron los preciosos sacos de hierro a la casita cubierta de rosas, luego regresaron donde permanecía Amerie junto al cuerpo. La monja cogió al gato, que aún seguía gruñendo suavemente.

—¿Qué vamos a hacer con ella, Hermana? —inquirió Khalid.

Amerie suspiró.

—Tengo un cesto grande. Quizá podáis meterla en la casa por mí. Me temo que mañana voy a tener que hacerle la autopsia.

Mientras el Comité Directivo aguardaba a que el Jefe Burke regresara a la casita, la Abastecedora en Jefe ofreció muestras de una nueva bebida.

—Tomamos un poco de ese horrible vino de Perkin y le metimos estas pequeñas flores silvestres.

Todo el mundo dio unos sorbos de prueba. Amerie dijo:

—Está bueno, Marialena.

Uwe dijo algo en alemán para su coleto.

—¿Sabes lo que has hecho, mujer? ¡Has reinventado el maiwein!

—¡Eso es! ¡Eso es! —dijo el Viejo Kawai con su voz aflautada. Tenía solamente ochenta y seis años; pero puesto que había declinado el rejuvenecimiento como cosa de principio, su aspecto era el de una momia oriental sin enfajar—. De lo más refrescante, querida. Ahora, si tan sólo pudiéramos producir un saké decente…

La puerta de la casita se abrió, y Peopeo Moxmox Burke entró a grandes zancadas. Los demás miembros del comité permanecieron sentados, envarados, hasta que el piel roja hizo una inclinación de cabeza.

—Todos eran genuinos. Probé no solamente a los fundidores, sino a todo el resto de la gente que había en la casa de baños.

—Gracias a los cielos —dijo el Arquitecto en Jefe—. Vaya pensamientos… ¡cambiaformas infiltrándose entre nuestra gente! —Tironeó sus cuidadosamente recortadas patillas, consiguiendo parecerse a un contable que acaba de descubrir que un importante cliente está quemando sus libros.

—Ni los Firvulag ni los Aulladores tenían ninguna razón para intentar este truco antes —advirtió el Jefe—. Pero ahora, con el ataque próximo y el hierro como un arma quizá no tan secreta, vamos a tener que estar alertas por si se producen otros intentos. Cuando empiecen a llegar los voluntarios, tienen que ser comprobados uno por uno. Y probaremos a todos los participantes antes de cualquier reunión o información importantes.

—Eso es responsabilidad mía —dijo Uwe, que era Jefe de Cazadores y de Seguridad Pública—. ¿Puedes fabricarme algunas agujas, Khalid?

—Tan pronto como tenga la forja caliente mañana.

El Jefe ocupó su lugar con los otros siete miembros del comité en torno a la mesa.

—De acuerdo, terminemos con esto tan pronto como sea posible a fin de que Khalid pueda descansar un poco. Como Delegado, doy por abierto este Comité Directivo según el habitual orden del día. Asuntos antiguos. Estructuras. Adelante, Philemon.

—Las chozas en la zona de estacionamiento de las tropas en el Rhin han sido completadas —dijo el arquitecto—. Todo está listo allí excepto el pabellón refugio principal. Los chicos tendrán listos los dormitorios para los visitantes de nuestros Manantiales Ocultos dentro de unos dos o tres días.

—Bien —dijo el Jefe—. Obras Públicas. Vanda-Jo.

Una mujer de pelo color miel con el rostro de una madona y la voz de un sargento instructor informó:

—Hemos terminado el camino camuflado desde aquí a la zona de estacionamiento de las tropas. Ciento seis malditos kilómetros, invisibles desde el aire. Los últimos dos kilómetros afianzados sobre el pantano… ¡y no creas que fue fácil! Seguimos instalando los espinos alrededor del campo de estacionamiento para mantener a la mayor parte de los animales fuera y de los reclutas dentro.

—¿Qué hay de las rampas de botadura?

—Nos hemos decidido por pontones. Pieles hinchadas y tablazones. Los montaremos en el último momento. Patapalo y sus chicos están contribuyendo con las pieles.

—Bien. Caza y Seguridad Pública.

—No hay gran cosa nueva por mi parte —dijo Uwe—. La mayor parte de mi gente está trabajando con Vanda-Jo o Phil. He entrado en contacto con el comisario del Alto Vrazel para que ayude con cantidades de caza y otros artículos cuando empiece a llegar la gente. Y hemos establecido un procedimiento para controlar a los recién llegados aquí en Manantiales Ocultos antes de enviarlos al río.

—Suena conforme. Asuntos Internos.

El Viejo Kawai frunció sus agrietados labios.

No hay forma de que podamos proporcionar más de un centenar de cascos de piel endurecida y petos para el Día-D. Sabes el tiempo que toma dar forma y secar ese material… incluso con los moldes rellenos con arena caliente. Los voluntarios van a tener que ir con el culo al aire a menos que desees que nuestra gente se vea privada de protecciones. He hecho todo lo posible, pero no puedo hacer milagros.

—No pueden evitarse las carencias —dijo Burke conciliador—. ¿Qué hay de las redes de camuflaje?

—Tendremos la grande en posición mañana, en caso de que lleguen pronto con el volador de los exóticos. —El arrugado anciano lanzó una mirada ansiosa al Jefe—. ¿Crees realmente que tienen alguna posibilidad, Peo?

—No demasiadas —admitió Burke—. Pero no podemos perder las esperanzas hasta la última hora antes de la Tregua… Servicios Humanos.

—Los vendajes de lino están listos —dijo Amerie—. Estamos reuniendo reservas de aceite y alcohol y todas las AB que hemos podido reunir. Quince combatientes han sido adiestrados someramente como médicos de campaña. —Hizo una pausa, con el rostro fruncido por la determinación—. Quiero que cambies de opinión respecto a que yo no acompañe a los combatientes, Peo. Por el amor de Dios… ¿cuándo van a necesitarme más que en una batalla?

El nativo americano agitó la cabeza.

—Eres el único doctor que tenemos. Probablemente el único en el mundo de los Inferiores. No podemos arriesgarte. Hay un futuro en el que pensar. Si liberamos Finiah, puede que consigamos destorcar a otros médicos. Si fracasamos y las tropas tienen que volver a cruzar el Rhin hasta nuestra zona de estacionamiento… puede que pase mucho tiempo hasta la próxima guerra. Nuestros combatientes cuidarán de sus propias heridas. Tú te quedas aquí.

La monja suspiró.

—Industria —dijo Burke.

—Hemos traídos doscientos veinte kilos de hierro —dijo Khalid—. Cuatro de nuestros hombres murieron. Disponemos de suficiente gente con experiencia como para empezar el trabajo final con las armas tan pronto como hayamos dormido un poco.

Hubo sombrías felicitaciones por todos lados.

—Provisiones.

—Tenemos almacenadas las suficientes como para alimentar a quinientas personas durante dos semanas —dijo Marialena—. Eso no incluye las cinco toneladas de raciones instantáneas que distribuiremos a los combatientes que vayan al campamento. Supongo que no desearás que se cocine allí junto al Rhin, donde los Tanu podrían descubrir el humo. —Sacó un pañuelo de la manga de su bata rosa y amarilla y se secó su amplia frente—. Esas pobres almas van a maldecir el tasajo y las raíces de junco secas antes de que todo esto haya terminado.

—Si es eso todo lo que maldicen —dijo Burke—, serán afortunados. De acuerdo, eso deja mi informe. Señor de la Guerra en Jefe. He recibido palabra de Pallol, el generalísimo Firvulag, de que sus fuerzas estarán listas para el combate dentro de los tres últimos días de setiembre. Bajo circunstancias óptimas montaremos el ataque antes del amanecer del veintinueve, lo cual nos dará casi dos días completos de lucha antes de que empiece oficialmente la Tregua, el primero de octubre al salir el sol. Después de eso, los Humanos estaremos a nuestros propios medios… y mejor que por aquel entonces Finiah esté lista para ser tomada. Tendré mayores detalles sobre los planes de ataque en el consejo de guerra más adelante. ¿De acuerdo? Ahora… asuntos nuevos. Daremos por sentado que el tema del espía Aullador ha sido ya planteado y enviado a Seguridad Pública para tomar acciones.

—La preparación final de las armas de hierro —dijo Khalid—. Mis hombres aislarán sonoramente una de las cuevas con respiraderos y la convertirán en una herrería. Necesitaremos un poco de ayuda de la gente de Phil.

—¿Más asuntos nuevos?

—Necesitaremos más bebida alcohólica —dijo Marialena—. Aguamiel o cerveza de los Firvulag. No puedo permitir que los voluntarios den cuenta de nuestros vinos jóvenes.

Burke lanzó una risita.

—Dios no lo permita. Uwe… ¿contactarás con la gente del Alto Vrazel al respecto?

—Probaré.

—¿Algún otro asunto nuevo?

Amerie dudó.

—Quizá sea demasiado pronto para plantearlo. Pero está el asunto de la segunda fase del plan de Madame.

¡Hai! —exclamó el Viejo Kawai—. ¡Si Finiah es un éxito, Madame querrá enviar a otros al sur inmediatamente!

Philemon estaba inquieto.

—Bastante trabajo tenemos para realizar incluso una pequeña parte de la primera fase del plan de Madame… así que no pensemos en las otras dos. Yo digo: dejemos esto para que la propia Madame lo elabore cuando vuelva. Es su plan. Quizá ella y esa chiquilla loca, Felice, hayan elaborado algo.

Caracoles —gruñó Marialena—. Yo tengo que tener en cuenta las fases posteriores, aunque el resto de vosotros eludáis vuestra responsabilidad. Si nuestra gente tiene que ir al sur sin provisiones adecuadas, voy a ser yo quien reciba la patada en el trasero. Ahhh… haré lo que pueda.

—Gracias, querida —dijo el Jefe contemporizadoramente—. Hablaré contigo mañana acerca de una posible división de las raciones. Pero creo que eso es lo mejor que podemos hacer por ahora respecto a la planificación de las Fases Dos y Tres. Hay demasiados factores desconocidos…

—¡Tales como quién sobrevivirá a Finiah! —gimoteó el Viejo Kawai—. ¡O si llegaremos a montar siquiera el ataque a Finiah!

Vanda-Jo dio una fuerte palmada sobre la mesa.

—¡Arriba los ánimos! ¡No está permitido el derrotismo! Vamos a golpear a esos bastardos como nunca antes han sido golpeados. Y, Khalid… yo tengo derecho a una de esas flechas con punta de hierro, por favor. Hay un cierto semental Tanu al otro lado del Rhin cuyo culo me pertenece.

—Tienes todo el derecho del mundo —rió el metalúrgico.

—Orden —murmuró Burke—. La presidencia presentará una moción a la mesa sobre los planes de estrategia para el Gran Combate.

—Me adhiero —dijo Amerie. Fue rápidamente secundada por los demás.

—¿Algún otro asunto nuevo? —preguntó el Jefe. Silencio.

—Propongo levantar la sesión —dijo el Viejo Kawai—. Ha pasado ya mi hora de ir a dormir.

—Secundo la moción —dijo Uwe, y la reunión del Comité fue levantada. Todo el mundo excepto el Jefe Burke dio a Amerie las buenas noches y se retiró hacia las sombras. El en otro tiempo juez estiró su pierna herida para que la monja la examinara.

Finalmente, la mujer dijo:

—No puedo hacer nada más por ti, Peo. Compresas calientes y ejercicio moderado para impedir que los músculos se tensen. Puedo darte algo para bloquear el dolor el Día-D.

El hombre agitó una mano.

—Lo guardaremos para alguien que realmente lo necesite.

—Como quieras.

Salieron fuera, donde el poblado estaba tranquilo excepto el débil ruido de los insectos. Era casi medianoche y la luna estaba aún tras el horizonte. Burke inclinó el cuello y estudió la bóveda estrellada del cielo.

—Ahí está, justo encima del borde del cañón —dijo, señalando.

—¿Qué? —preguntó la monja.

—Oh… olvidé que eres una recién llegada, Amerie. La constelación que llamamos la Trompeta. ¿Observas el triángulo, las cuatro brillantes estrellas que forman el tubo recto? Observa especialmente la estrella de la boquilla. Es la más importante en todo el cielo… al menos para los Tanu y Firvulag. El día que culmine a medianoche sobre Finiah y el Alto Vrazel… son los dos asentamientos exóticos más antiguos, recuérdalo… señalará el inicio de los cinco días del Gran Combate.

—¿La fecha?

—Según nuestro calendario del Medio, el 31 de octubre o el 1 de noviembre.

—¡Estás bromeando!

—Es la verdad. Y la culminación de la Luna que se produce exactamente seis meses más tarde cae aproximadamente en el primero de mayo. Los exóticos tienen otra gran fiesta entonces, que Tanu y Firvulag celebran separadamente… la Gran Fiesta del Amor. Muy popular entre las mujeres de la especie, se dice.

—Es realmente muy extraño —dijo Amerie—. No soy una folklorista, pero esas dos fechas…

—Lo sé. Sólo que en nuestra época no había ninguna buena explicación, ni astronómica ni de ningún otro tipo, para la ritualización de esos días en vez de cualquier otro más o menos por las mismas fechas.

—Es ridículo suponer una correlación.

—Oh, por supuesto. —El rostro del nativo americano era inescrutable a la luz de las estrellas.

—Quiero decir… seis millones de años.

—¿Sabes el significado de la estrella que forma la boquilla? Para ellos es un punto de referencia. Su galaxia natal se halla directamente detrás de la estrella.

—Oh, Peo. ¿Cuántos años luz?

—Infernalmente muchos más de seis millones. Así que, en un cierto sentido, ellos han venido de más lejos aún que nosotros, pobres diablos.

Le dirigió un breve saludo y se alejó cojeando, dejándola allí de pie bajo las estrellas.