8

Siguiendo los lindes del río Ródano, el grupo cabalgó durante tres horas más en la noche cada vez más fría y oscura, descendiendo de la meseta por un empinado sendero lleno de revueltas hasta un bosque tan espeso que la brillante luz de las estrellas quedó completamente bloqueada. Los dos soldados encendieron altas antorchas; un hombre cabalgó delante, y el otro en la retaguardia. Siguieron su avance hacia el este mientras las fantasmales sombras parecían seguirles entre los masivos y retorcidos árboles.

—Espectral, ¿no crees? —inquirió Aiken a Raimo, que estaba cabalgando ahora a su lado—. ¿No imaginas a esos enormes y viejos alcornoques y castaños tendiendo sus ramas para atraparte?

—Hablas como un idiota —gruñó el otro—. He trabajado en los bosques profundos durante veinte años en la Reserva Megapod de la Columbia Británica. No hay nada espectral en ningún árbol.

Aiken no se inmutó.

—Así que es por esto tu disfraz de leñador. Pero si conoces los árboles, debes saber que los botánicos les adjudican una consciencia muy primitiva. ¿No crees que cuanto más vieja es la planta, más sintonizada tiene que estar con el Medio? Simplemente mira a estos árboles de aquí. ¡No me digas que tenían árboles de madera dura de ocho y diez metros de ancho en la Tierra que conocíamos! Huau, estos bebés deben ser miles de años más viejos que cualquier árbol de la Vieja Tierra. ¡Simplemente tiéndete hacia ellos! Utiliza ese torque de plata tuyo para algo más que para calentar tu nuez de Adán. Árboles antiguos… ¡árboles malignos! ¿No puedes captar las emanaciones malsanas en este bosque? Puede que se resientan de nuestra presencia aquí. ¡Puede que sientan que, en unos cuantos millones de años, humanos como nosotros van a destruirlos! ¡Quizá estos árboles nos estén odiando!

—Creo —dijo Raimo con una lenta malevolencia— que estás intentando burlarte de mí del mismo modo que lo hiciste con Sukey. ¡No lo intentes!

Aiken se sintió alzado de su silla. Sus encadenados tobillos tiraron de él hacia abajo como si fuera la víctima de un potro. Se alzó más y más, hasta que quedó suspendido peligrosamente cerca de las ramas que colgaban encima del sendero.

—¡Hey! ¡Sólo era una broma, y esto duele!

Raimo empezó a reír e incrementó aún más la tensión.

¡Aprieta! ¡Puñea la glacial presa mental del finocanadiense y haz que te suelte, que te suelte, que te suelte!

Con un crash que hizo lanzar un chillido al sobresaltado chaliko, Aiken cayó de vuelta sobre su silla. Creyn se volvió y dijo:

—Tienes una inclinación hacia la crueldad que deberá ser refrenada, Raimo Hakkinen.

—Me pregunto si todos los de tu especie pensarán así —murmuró el antiguo leñador con un tono insolente—. De todos modos, ¿puedes hacer que esta pequeña mierdecilla deje de importunarme? ¡Árboles espectro!

—Un gran número de culturas antiguas creían que los árboles poseían poderes especiales —protestó Aiken—. ¿No es así, Bryan?

El antropólogo se sentía divertido.

—Oh, sí. Tres cultos fueron casi universales en el mundo antiguo del futuro. Los druidas poseían todo un alfabeto para la adivinación basado en árboles y arbustos. Aparentemente se trataba de una reliquia de una religión más difundida centrada en los árboles que derivaba de la más remota antigüedad. Los escandinavos reverenciaban un poderoso fresno llamado Yggdrasil. Los griegos dedicaban el fresno al dios del mar Poseidón. Los abedules eran sagrados entre los romanos. El serbal era un símbolo celta y griego del poder sobre la muerte. El espino estaba asociado con las orgías sexuales y el mes de mayo… así como el manzano. Los robles eran objetos de cultos por toda la Europa preilustrada. Por alguna razón, los robles son especialmente vulnerables al rayo, así que los antiguos conectaban el árbol con el dios del trueno. Griegos, romanos, celtas galos, britanos, teutones, lituanos, eslavos… todos ellos consideraban sagrado el roble. El folklore de casi todos los países europeos contenía seres sobrenaturales que moraban en árboles especiales o merodeaban por los bosques profundos. Los macedonios tenían las dríadas y los estirianos tenían las vilyas y los germanos tenían las seligen Fräulein y los franceses tenían sus damas verdes. Todos espíritus femeninos de los bosques. Los escandinavos creían también en ellos, pero he olvidado el nombre que les daban…

—Skogsnufvar —dijo Raimo inesperadamente—. Mi abuelo me lo contó. Era de las islas Åland, donde la gente hablaba sueco. Estaban llenas de cuentos de hadas.

—¡Nada como el orgullo étnico! —cloqueó Aiken. Y eso trajo otra pelea, con el leñador fustigando de nuevo con sus mejorada función PC y Aiken defendiéndose con su poder coercitivo, intentando hacer que Raimo se clavara su propio índice en la garganta.

Finalmente, Creyn exclamó:

—¡Omnipotenta Tana, ya basta! —Ambos hombres gruñeron, se aferraron a sus torques de plata, y se calmaron como un par de cacheteados escolares, silenciosos pero hoscos.

Raimo sacó un enorme frasco plateado de su mochila y empezó a chupar de él. Aiken frunció los labios. El leñador dijo:

—El mejor espíritu de la Bahía de Hudson, cincuenta y un grados. Sólo para gente crecida. Aguántate.

La fría voz de Elizabeth pidió:

—Háblanos de las Skogsnufvar, Bryan. Vaya nombre horrible. ¿Eran hermosas?

—Oh, sí. Largo pelo flotante, cuerpos seductores… ¡y colas! Eran vuestra amenaza espíritu-hembra arquetípica, atrayendo a los hombres a los bosques profundos para acostarse con ellos. Y siempre, después, los tipos quedaban completamente a merced de las mujeres-elfo. Un hombre que intentaba abandonarlas caía enfermo y moría, o se volvía loco. Se hallan testimonios escritos que hablan de víctimas de las Skogsnufvar en Suecia incluso bien entrado el siglo XX.

—El folklore galés también tiene unas criaturas así —dijo Sukey—. Pero vivían en los lagos, no en los bosques. Eran llamadas las Gwragedd Annwn y aparecían danzando de las aguas a la neblinosa luz de la luna y atraían a los viajeros a sus palacios subacuáticos.

—Es un tema común en todos los folklores —dijo Bryan—. El simbolismo es fácil de captar. Sin embargo… uno no puede por menos que sentir una cierta lástima por los pobres elfos machos. Parecen haberse perdido un montón de diversiones picantes.

La mayor parte de los humanos se echaron a reír, incluidos los guardias.

—¿No hay alguna leyenda paralela a éstas entre tu gente, Creyn? —preguntó el antropólogo—. ¿O acaso tu cultura no produce relatos de encantamientos?

—No había ninguna necesidad —respondió el Tanu con voz represiva.

A Elizabeth se le ocurrió una extraña idea. Intentó deslizar una microsonda a través de la pantalla de Creyn sin alertar su consciencia.

Oh Elizabeth no lo hagas. Esos mezquinos juegos agresivos no encajan con tu superioridad.

(Inocente incredulidad teñida de burla.)

Tonterías. Estoy civilizadamentecansado de mostrar mi buenavoluntad hacia ti y los tuyos pese a vuestra insignificancia. Pero otros delosmíos no. Cuidado Elizabeth. No rechaces a la ligera a los Tanu. Recuerda al frailecillo.

¿Frailecillo?

Un poemainfantil de vuestro folklore obra de un humaneducador muerto hace mucho entre nosotros. Un pájarosolitario el único en su especie come peces se lamenta de su soledad. Los peces le ofrecen su amistad si el pájaro deja de devorarlos. Aceptado el trato los hábitoalimenticios son cambiados. Los peces se convierten en los únicoscompañeros para el frailecillo.

¿Como vosotros los Tanu sois para mí?

Afirmativo Elizafrailecillobeth.

Ella se echó a reír, y Bryan y los demás humanos la miraron sorprendidos.

—Alguien ha estado susurrando tras nuestras mentes —observó Aiken—. ¿Vas a contarnos el chiste, amor?

—El chiste es personal mío, Aiken. —Elizabeth se volvió hacia Creyn—. Establecemos una tregua. Por ahora.

El exótico hombre inclinó la cabeza.

—Entonces permíteme que cambie de tema. Estamos acercándonos a las tierras bajas del río, donde descansaremos el resto de la noche en la ciudad de Roniah. Mañana reanudaremos nuestro viaje de una forma más agradable… en barco. Llegaremos a la capital, Muriah, en menos de cinco días, si los vientos son favorables.

—¿Barcos de vela en un río turbulento como el Ródano? —preguntó Bryan, estupefacto—. O… ¿es mucho más tranquilo aquí en el plioceno?

—Tendrás que juzgarlo por ti mismo, por supuesto. De todos modos, nuestros barcos son completamente distintos de aquellos a los que probablemente estáis acostumbrados. A los Tanu no nos gusta el viajar por el agua. Pero con la llegada de la humanidad fueron diseñados barcos más seguros y eficientes y el comercio a través del río se hizo intenso. Ahora utilizamos barcos no solamente para el transporte de pasajeros sino también para traer artículos vitales procedentes del norte, especialmente de Finiah y Goriah en la zona que vosotros llamáis Bretaña, a las regiones meridionales, donde el clima es más de nuestro gusto.

—Yo he traído conmigo un barco de vela —dijo el antropólogo—. ¿Se me permitirá utilizarlo? Me gustaría visitar vuestras Finiah y Goriah.

—Como verás, el viaje corriente arriba no es generalmente realizable. Para eso confiamos en las caravanas, utilizando o bien chalikos o animales de carga más grandes llamados hellads… una especie de jirafas de cuello corto. En el transcurso de tus investigaciones podrás sin duda visitar varios de nuestros centros de población.

—¿Sin un torque encima? —intervino Raimo—. ¿Confías en él?

Creyn se echó a reír.

—Tenemos algo que él desea.

Bryan acusó el golpe; pero era demasiado listo para morder el cebo. Solamente dijo:

—Esos artículos vitales que embarcáis. Supongo que incluyen en su mayor parte alimentos.

—Hasta cierto punto. Pero esta Tierra Multicolor rebosa literalmente de comida y bebida esperando ser tomada.

—Minerales pues. Oro y plata. Cobre y estaño. Hierro.

—No hierro. Es innecesario para nuestra tecnoeconomía más bien simple. Los mundos Tanu han confiado tradicionalmente en variedades de cristal irrompible en aquellas aplicaciones para las cuales la humanidad utilizaba el hierro. Es interesante que en los últimos años vosotros también hayáis empezado a apreciar este versátil material.

—El vitredur, sí. De todos modos, vuestros luchadores parecen preferir el bronce tradicional en sus armaduras y armas.

Creyn rió suavemente.

—En los primeros días del portal del tiempo se consideró juicioso restringir de este modo a los guerreros humanos. Ahora, cuando la restricción se ha vuelto obsoleta, los humanos continúan aferrándose al metal. Permitimos que florezca una tecnología del bronce entre vuestra gente allá donde no entra en conflicto con nuestras necesidades. Los Tanu somos una raza tolerante. Éramos autosuficientes antes de que los humanos empezaran a llegar, y no somos dependientes en absoluto de la humanidad para los trabajos serviles…

El pensamiento de Elizabeth surgió aplastante: EXCEPTO PARA EL SERVILISMO REPRODUCTIVO.

—… puesto que los trabajos tediosos y difíciles tales como la minería y la agricultura y el mantenimiento de las comodidades son realizados por los ramas en todos lugares excepto en los asentamientos más aislados.

—Esos ramas —interrumpió Aiken—. ¿Cómo es que no hay ninguno de ellos en el castillo para realizar los trabajos sucios?

—Sufren de una cierta fragilidad psíquica y requieren un entorno tranquilo si tienen que funcionar con una supervisión mínima. En el Castillo del Portal hay una inevitable tensión…

Raimo lanzó un gruñido irónico.

—¿Cómo son controlados los ramas? —preguntó Bryan.

—Llevan una modificación muy simplificada del torque gris. Pero no me presionéis para explicar esos asuntos ahora. Por favor, aguardad hasta más tarde, en Muriah.

Cabalgaban por una zona donde los árboles no estaban tan densamente apretados, entre enormes despeñaderos en la base de una cresta escasamente arbolada. Allá donde la cresta se unía con el estrellado cielo había un resplandor de luz coloreada.

—¿Es la ciudad aquello de ahí arriba? —inquirió Sukey.

—No puede serlo —dijo Raimo desdeñosamente—. ¡Mira cómo se mueve!

Tiraron de las riendas de sus chalikos y observaron cómo el resplandor se concretaba en una delgada capa de luminiscencia que se retorcía entrando y saliendo de las distantes siluetas de los árboles a una considerable velocidad. La luz era una mezcla de distintos matices de color, básicamente dorado pero con puntos que relucían azules, verdes, rojos, e incluso púrpuras en una panoplia de chisporroteante conmoción, alocada y urgente.

—¡Ah! —dijo Creyn—. La Caza. Si vienen en esta dirección gozaréis de un espléndido espectáculo.

—Parece como un gigantesco gusano de luz arcoiris corriendo ahí arriba a toda velocidad —jadeó Sukey—. ¡Encantador!

—¿Los Tanu en pleno juego? —preguntó Bryan.

Sukey lanzó una exclamación decepcionada.

—¡Oh…! Se alejan del borde. ¡Qué lástima! Cuéntanos qué es la Caza, Lord Creyn.

El rostro del exótico hombre era grave a la luz de las estrellas.

—Una de las grandes tradiciones de nuestro pueblo. La veréis de nuevo, muchas veces. Dejaré que descubráis vosotros mismos lo que es.

—Y si somos buenos —terció Aiken temerariamente—, ¿nos dejaréis unirnos a ella?

—Es posible —respondió Creyn—. No es de un gusto muy humano… ni siquiera de todos los Tanu. Pero tú… sí, creo que quizá la Caza atraiga tu particular instinto deportivo, Aiken Drum.

Y por un instante, el tono emocional del sanador fue claro de leer para Elizabeth: disgusto, mezclado con una sensación de desesperación tan vieja como él mismo.