5

Amerie oyó los sonidos de la lucha en el corredor y apretó su oído contra las tablas de la cerrada puerta para confirmar sus sospechas. Tenían que ser o Stein o Felice. ¿Era posible que uno de ellos se hubiera vuelto loco por el shock de la traslación? ¿O existía una auténtica razón para el estallido de violencia?

Abrió su mochila y rebuscó en su Unidad de Pionero hasta encontrar el pequeño envoltorio de plástico conteniendo la sierra de cordel. Arrastrando uno de los bancos hasta la ventana, metió las puntas de su falda en su cinturón y se subió a él.

¡Corta la mitad de la parte superior de los barrotes de la reja por el interior! ¡Corta la totalidad de la parte inferior de los barrotes, luego haz palanca en el conjunto hacia afuera con el sobre de otro banco tras quitarle las patas! Puedes destrenzar la alfombra y hacer una cuerda con su lana… ¡pero espera! Las secciones de decamolec del puente pueden servir… dos para una escalera y la tercera para cruzar la zona donde están esos malditos perros-oso…

—Oh, Hermana. ¿Qué estás haciendo?

Se dio la vuelta, con los dedos índices metidos en las anillas de la sierra de cordel. En la puerta abierta estaban Tully y un fornido guardián. La túnica del pequeño entrevistador estaba cubierta de manchas oscuras.

—Por favor, baja de ahí, Hermana. ¡Qué terrible e imprudente cosa para pensar en ella! Y tan innecesaria. Créeme, no corres ningún peligro.

Amerie clavó los ojos en él, luego bajó del banco, resignada. El enorme guardián tendió su mano hacia la sierra, y ella se la entregó sin una palabra. El hombre la metió en uno de los bolsillos de su mochila y dijo:

—Llevaré esto por ti, Hermana.

—Hemos tenido que abreviar nuestro habitual programa de entrevistas debido a un lamentable accidente —dijo Tully—. Así que, si quieres acompañarnos a Shubash y a mí…

—He oído ruidos de lucha —dijo Amerie—. ¿Quién resultó herido? ¿Fue Felice? —Se dirigió hacia la puerta y miró afuera al corredor—. ¡Dios bendito!

Los guardianes habían retirado a los muertos y heridos, y grupos de limpieza estaban lavando paredes y suelo con enormes cubos de agua; pero las huellas de la refriega aún eran claramente visibles.

—¿Qué es lo que habéis hecho? —exclamó Amerie.

—La sangre es de nuestra propia gente. —Tully mostraba una expresión hosca—. Fue derramada por tu compañero, Stein. Él, por su parte, ha resultado incólume excepto algunos arañazos. Pero cinco de nuestros hombres han muerto, y otros siete están seriamente heridos.

—Oh, Señor. ¿Cómo ocurrió?

—Lamento decir que Stein se volvió loco. Debió tratarse de una reacción tardía de la traslación temporal. El paso a través del portal del tiempo desencadena a veces explosivos psíquicos profundamente enterrados. Intentamos proteger tanto a los viajeros como a nosotros mismos confinando a los recién llegados en estas habitaciones de recepción durante un tiempo mientas se recuperan… y éste es el motivo por el cual tu puerta estaba cerrada.

—Lo lamento por los vuestros —dijo Amerie con sincero pesar—. Steinie es… extraño… pero un hombre encantador cuando lo conoces bien. ¿Qué va a ocurrirle ahora?

Tully señaló con un dedo su collar gris.

—Nosotros, los que guardamos el portal, aceptamos nuestro deber, y a veces es un deber pesado. Tu amigo ha recibido tratamiento que impida otro ataque. No será castigado, del mismo modo que un hombre enfermo no es castigado por su enfermedad… Ahora, Hermana, debemos conducirte a la siguiente fase de tu entrevista. Lady Epone requiere tu presencia.

Cruzaron el terrible corredor y descendieron las escaleras hasta una pequeña oficina al otro lado de la barbacana. Felice Landry estaba aguardando allí, sola, sentada en una silla normal al lado de una mesa que contenía una escultura metálica engastada con joyas. Los dos hombres condujeron a Amerie hasta allí y se retiraron, cerrando la puerta.

—¡Felice! Stein ha…

—Lo sé —la interrumpió la atleta en un susurro. Llevó una enguantada mano a sus labios, luego siguió sentada en silencio, sujetando su emplumado casco en su regazo. Con su pelo de punta y sus enormes ojos marrones muy abiertos, parecía como una niña pequeña aguardando a ser obligada a salir al escenario para alguna siniestra representación teatral.

La puerta se abrió y Epone se deslizó en la habitación. Amerie contempló asombrada su inmensamente alta figura.

—¿Otra raza sentiente? —exclamó la monja—. ¿Aquí?

Epone inclinó su majestuosa cabeza.

—Te lo explicaré en pocas palabras, Hermana. Todo quedará aclarado a su debido tiempo. Por ahora, solicito tu ayuda para ganar la confianza de tu joven compañera a fin de que se someta a una simple prueba de habilidades mentales. —Tomó un casco plateado de la mesa y se acercó a Felice con él.

—¡No! ¡No! ¡Te lo dije, no lo permitiré! —chilló la muchacha—. Y si intentas obligarme, no va a funcionar. ¡Lo sé todo sobre estos podridos trucos mentales!

Epone apeló a Amerie.

—Sus temores son irracionales. Todos los viajeros temporales recién llegados consienten en someterse a la prueba de las metahabilidades latentes. Si descubrimos que tú las posees, tenemos la tecnología necesaria para hacerlas operativas de modo que tú y toda la comunidad a tu alrededor puedan gozar de sus beneficios.

—Tú quieres sondearme —escupió Felice.

—Por supuesto que no. Ya te lo he dicho, el test es una simple calibración.

—Tal vez, si antes me probaras a mí —sugirió Amerie—. Estoy segura de que mis latencias MP son mínimas. Pero Felice se sentirá probablemente más tranquila si puede ver en qué consiste el test.

—Una excelente idea —dijo Epone, sonriendo.

Amerie tomó a Felice de la mano y la hizo levantarse de la silla. Pudo sentir los temblorosos dedos incluso a través de los guantes de piel, pero la emoción oculta en aquellos insondables ojos era algo muy distinto al miedo.

—Quédate aquí, Felice. Puedes mirar mientras yo paso por esto, y luego, si la idea sigue alterándote, estoy segura de que esta dama respetará tus convicciones personales. —Se volvió a Epone—. ¿No es así?

—Te lo aseguro, no pretendo hacerte ningún daño —respondió la mujer Tanu—. Y como Felice ha dicho, el test no dará resultado a menos que el sujeto coopere. Por favor, siéntate, Hermana.

Amerie soltó la aguja que sujetaba su velo negro, luego se quitó la toca blanca que cubría su pelo. Epone colocó el casco plateado sobre los rizos castaños de la monja.

—Primero probaremos la función de captación a distancia. Si quieres, Hermana, intenta decirme hola sin hablar.

Amerie cerró los ojos. Una protuberancia del casco adquirió una débil luminosidad violeta.

—Menos siete. Muy débil. Ahora la facultad coercitiva. Hermana, ejerce todo su poder de voluntad sobre mí. Fuérzame a cerrar los ojos.

Amerie se concentró. Otra protuberancia del casco brilló con un destello azulado algo más intenso.

—Menos tres. Más fuerte, pero aún muy por debajo del radio de potencialidad útil. Ahora probemos la psicocinesis. Inténtalo muy intensamente, Hermana. Levita con tu silla, sólo un centímetro por encima del suelo.

El destello resultante del casco, entre rosa y dorado, apenas fue visible, y la silla permaneció firmemente apoyada en las losas del suelo.

—Oh, una lástima. Menos ocho. Relájate ahora, Hermana. Para probar la función creativa, te pediremos que materialices para nosotros una ilusión. Cierra los ojos y visualiza un objeto corriente… tu calzado, por ejemplo… suspendido en el aire delante tuyo. Haz que este objeto aparezca ante nosotros. ¡Inténtalo concentradamente!

Un destello verdoso como una estrella en miniatura. Y… ¿estaba realmente allí?… el más incorpóreo fantasma de una bota.

—¿Has visto, Felice? —exclamó la Tanu—. ¡Más tres coma cinco!

Amerie abrió los ojos, y la ilusión se desvaneció.

—¿Quieres decir que lo hice realmente?

—El casco aumenta artificialmente tu creatividad natural, convirtiéndola de latente en operante. Desgraciadamente, tu potencia psíquica en la facultad es tan débil que es virtualmente inservible, incluso con el máximo de ganancia.

—Es lógico —dijo la monja—. Veni creator spiritus. No me llames, yo te llamaré.

—Hay un test más, para la función MP que es más importante para nosotros. —Epone manipuló el dispositivo cristalino, que había empezado a parpadear. Cuando el brillo de las joyas se hubo asentado, dijo—: Mira a mis ojos, Hermana. Mira dentro de ellos, a mi mente, si eres capaz de hacerlo. ¿Puedes percibir lo que hay oculto ahí? ¿Puedes analizarlo? ¿Reunir sus fragmentos dispersos y darles coherencia? ¿Curar sus heridas y cicatrices y vacíos de dolor? Inténtalo. ¡Inténtalo!

Oh, pobre. Tú quieres dejarme, ¿verdad? Pero… fuerte, demasiado fuerte. Contemplando como me doy de golpes contra paredes tan fuertes y que se van oscureciendo oscureciendo. Negras.

Un destello rojo parpadeó por un breve instante, una microscópica nova. Disminuyó hasta casi la invisibilidad. Epone suspiró.

—Menos siete, redacción definitiva. No esperaba mucho… pero sí algo. —Retiró el casco y se volvió a Felice con una amigable expresión—. ¿Permitirás ahora que pruebe contigo, niña?

—No puedo —susurró Felice—. Por favor, no me obligues a hacerlo.

—Podemos esperar a más tarde, en Finiah —dijo Epone—. Lo más probable es que seas una mujer humana normal, como tu amiga. Pero incluso a ti, sin metafacultades, podemos ofrecerte un mundo de felicidad y realización. Todas las mujeres gozan de una posición privilegiada en la Tierra Multicolor debido a que son tan pocas las que cruzan el portal del tiempo. Seréis mimadas.

Amerie hizo una pausa en el acto de volver a colocarse su toca y dijo:

—Deberías saber del estudio de nuestras costumbres que algunos de nuestros sacerdotes son consagrados vírgenes. Yo soy uno de ellos. Y Felice no está orientada heterosexualmente.

—Eso es una lástima —dijo Epone—. Pero con un poco de tiempo, os ajustaréis al nuevo status y seréis felices.

Felice avanzó un paso y habló muy suavemente:

—¿Quieres decir que todas las mujeres se hallan sexualmente subordinadas a los hombres aquí en el Exilio?

Epone frunció los labios hacia arriba.

—¿Qué es subordinación y qué realización? La naturaleza femenina es ser el depósito que anhela ser llenado, la alimentadora y la sustentadora, utilizar su yo para administrar cuidados al amado. Cuando le es negado este destino, sólo puede quedar un vacío, llanto y rabia… como yo y muchas otras mujeres de mi raza sabemos demasiado bien. Nosotros los Tanu llegamos aquí hace mucho tiempo de una galaxia en los límites más lejanos de la visibilidad de la Tierra, exiliados debido a que nos negamos a modificar nuestro estilo de vida según unos principios que aborrecíamos. En muchos aspectos, este planeta ha sido un refugio ideal. Pero su atmósfera no consigue detener ciertas partículas que son nocivas para nuestra capacidad reproductora. Las mujeres Tanu producen raramente niños sanos, y con gran dificultad. Sin embargo, perseveramos en la supervivencia racial. Oramos durante incontables siglos de desesperanza, y al final Madre Tana nos respondió.

El atisbo de una comprensión empezó a infiltrarse en Amerie. Felice no mostró la menor emoción. La monja dijo:

—Todas las mujeres humanas que cruzan la puerta del tiempo han sido esterilizadas.

—Mediante una salpingotomía reversible —dijo la serena exótica.

Amerie saltó en pie.

—Aunque lo intentarais, la genética…

—Es compatible. Nuestra Nave, la que nos trajo aquí (bendita sea su memoria), eligió esta galaxia y este mundo por la perfecta compatibilidad del plasma germinal. Era de esperar que transcurrieran eones antes de conseguir un completo potencial reproductivo, incluso utilizando la forma de vida nativa que vosotros llamáis ramapitecos como seno para el cigoto. ¡Pero vivimos tanto tiempo! ¡Y tenemos tanto poder! Así que resistimos hasta que se produjo el milagro y el portal del tiempo se abrió y empezó a enviaros a vosotros. Hermana, tú y Felice sois jóvenes y sanas. Cooperaréis, como otras de vuestro sexo han hecho, porque las recompensas son grandes y los castigos insoportables.

—¡Vete al diablo! —dijo la monja.

Epone se dirigió hacia la puerta.

—La entrevista ha terminado. Las dos os prepararéis para la caravana hacia Finiah. Es una hermosa ciudad en el proto-Rhin, cerca del emplazamiento de vuestra futura Friburgo. Los humanos de buena voluntad viven felices allí, servidos por nuestros buenos pequeños ramas, de tal modo que están aliviados de todo trabajo pesado. Aprenderéis lo que es la satisfacción, creedme. —Salió, y cerró suavemente la puerta.

Amerie se volvió hacia Felice.

—¡Los bastardos! ¡Los podridos bastardos!

—No te preocupes, Amerie —dijo la atleta—. No me sometió al test. Eso es lo importante. No he dejado de llenar mis pensamientos con patéticos lamentos mientras ella ha estado cerca de mí, de modo que si realmente podía leerme ahora probablemente debe creer que no soy más que una pobre chica estúpida.

—¿Y qué vas a hacer ahora? ¿Intentar escapar?

Los oscuros ojos de Felice resplandecieron, y se echó a reír fuertemente.

—Más que eso. Voy a encargarme de ellos. De todo el maldito lote.