Elizabeth Orme estaba tan desconcertada por el shock de la traslación que apenas fue consciente de las manos que la animaban guiándola sendero arriba hacia el castillo. Alguien la alivió del peso de su mochila, y se lo agradeció. El murmullo tranquilizador de la voz de su guía la arrastró de vuelta a otro momento de dolor y miedo, hacía mucho tiempo. Había sido consciente de despertar en un acolchado seno de cálida solución donde había sido regenerada a lo largo de nueve meses en una maraña de tubos y cables y dispositivos monitores. Sus ojos estaban ciegos, su piel desprovista de sensaciones táctiles a causa de la larga inmersión en el fluido amniótico, pero pese a todo podía oír la suave y tranquilizadora voz humana que calmaba sus miedos, que le decía que estaba completa de nuevo y pronto iba a ser liberada.
—¿Lawrence? —gimoteó—. ¿Estás bien?
—Vamos, muchacha. Sigue adelante. Estás sana y salva y entre amigos. Vamos a ir al Castillo del Portal y allí podrás descansar. Simplemente sigue caminando como una buena chica.
Extraños aullidos de enloquecidos animales. Abrir los ojos, aterrada, y luego volver a cerrarlos. ¿Dónde es este lugar?
—El Castillo del Portal, en el mundo que vosotros llamáis el Exilio. Tómatelo con calma, muchacha. Los anficiones no pueden hacernos nada. Ahora sube estas escaleras y podrás echarte para un pequeño descanso. Ya estamos.
Unas puertas abriéndose y una pequeña habitación con… ¿qué? Unas manos la ayudaban a sentarse, a tenderse. Alguien alzó sus piernas y dispuso una almohada debajo de su cabeza.
¡No te vayas! ¡No me dejes aquí sola!
—Volveré en unos minutos con el sanador, muchacha. No vamos a permitir que te ocurra nada, puedes estar segura de ello. Eres una dama muy especial. Ahora relájate mientras voy a buscar a alguien que te ayude. Hay unos servicios detrás de esa cortina.
Cuando la puerta se cerró, permaneció inmóvil hasta que un acceso de náuseas ascendió por su garganta. Tambaleándose, se puso en pie y se dirigió a los servicios, y vomitó en la jofaina. Un terrible dolor atravesó su cerebro, y estuvo a punto de caer. Apoyándose en la encalada pared de piedra, jadeó buscando el aliento. Las náuseas fueron disminuyendo y, más lentamente, la agonía en su cabeza disminuyó también. Fue consciente de alguien entrando en la habitación, de dos personas hablando, de unos brazos sujetándola, del borde de una jarra apretado contra sus labios.
No quiero nada.
—Bebe esto, Elizabeth. Te ayudará.
Abre la boca. Traga. Ya está. Es bueno. Ahora siéntate de nuevo.
Una voz, profunda y melosa:
—Gracias, Kosta. Yo me ocuparé de ella. Puedes dejarnos.
—Sí, Lord. —El sonido de una puerta cerrándose.
Elizabeth aferró los brazos de su silla, esperando la vuelta del dolor. Cuando no apareció, se relajó y abrió lentamente los ojos. Estaba sentada ante una mesita baja que contenía unos cuantos platos con comida y bebida. Al otro lado, frente a ella, de pie junto a una alta ventana, había un hombre extraordinario. Iba vestido de blanco y escarlata y llevaba un pesado cinturón de cuadrados de oro unidos entre si, incrustados con gemas rojas y blancas lechosas. En torno a su cuello llevaba un torque de oro, hecho de gruesas tiras trenzadas con un ornamentado cierre en la parte frontal. Sus dedos, que sujetaban una jarra de gres llena con la medicina, eran extrañamente largos, con prominentes articulaciones. Se preguntó vagamente cómo habría conseguido meterse en ellos los diversos anillos que brillaban a la luz de la mañana. El pelo del hombre, rubio, descendía hasta sus hombros, y estaba cortado en fleco sobre sus ojos, de un color azul muy pálido, aparentemente sin pupilas, y muy hundidos en unas huesudas órbitas. Su rostro era agraciado pese a la fina red de arrugas en las comisuras de su sonriente boca.
Tenía aproximadamente dos metros y medio de estatura.
Oh, Dios. ¿Quién eres tú? ¿Qué es este lugar? Pensé que retrocedía hasta la época del plioceno en la Tierra. Pero esto no es… esto no puede ser…
—Oh, pero lo es. —Su voz, con un deje musical, era amable—. Me llamo Creyn. Te hallas por supuesto en la época conocida como el plioceno y en el planeta Tierra… que algunos llaman el Exilio y otros la Tierra Multicolor. Te has desorientado a causa de tu paso por el portal del tiempo… quizá de una forma más seria que el resto de tus compañeros. Pero esto es comprensible. Te he dado un compuesto fortalecedor que hará que te recobres rápidamente. Dentro de unos minutos, si no te importa, hablaremos. Tus amigos están siendo entrevistados ahora por nuestro personal encargado de dar la bienvenida a los recién llegados. Están descansando en habitaciones como ésta, comiendo y bebiendo un poco y haciendo preguntas que nosotros hacemos todo lo posible por responder. Los guardianes de la puerta me avisaron de tu apuro. También ellos pudieron darse cuenta de que eres un viajero poco habitual, y éste es el motivo de que te esté entrevistando yo personalmente…
Elizabeth había cerrado de nuevo los ojos mientras el hombre seguía hablando. La paz y el alivio permeaban su mente. ¡Así pues, éste es realmente el País del Exilio! Y yo he conseguido realmente llegar a él sana y salva. Ahora puedo olvidar lo que he perdido. Puedo construirme una nueva vida.
Abrió enormemente sus ojos. La sonrisa del hombre alto se había vuelto irónica.
—Tu vida será por supuesto nueva —admitió—. ¿Pero qué es lo que has perdido?
Tú… puedes oírme.
Sí.
Se puso en pie de un salto, inspiró profundamente, gritó, un grito desgarrante. La vocalización del éxtasis. La vida descubriéndose finalmente restaurada, renovada. Gratitud.
¡Tranquila!, se dijo a sí misma. Baja del pináculo. Suavemente. Tras este primer y alocado salto interior, ve con cautela. Sitúate en el modo más simple posible, y amplía, amplía el foco, porque aún estás débil con el renacimiento.
Yo/nosotros nos alegramos contigo Elizabeth.
Creyn. ¿Permites un sondeo superficial?
Un alzarse de hombros.
Elizabeth se deslizó torpemente bajo la superficie de la sonrisa del hombre, donde una nítida disposición de datos aguardaba pasivamente a que ella los estudiara. Pero las capas más profundas estaban selladas por una dura advertencia. Arrancó la información disponible y salió rápidamente. Tenía la garganta seca, y su corazón latía desbocado con el shock de la asimilación. ¡Tranquila! Tranquila. Dos golpes mentales en unos pocos minutos, y aún estaba todo muy tierno. Suspéndelo todo dedícate a la autorredacción. Él no puede leer profundamente o muy lejos. Pero sí coercitar. Redacción sí, muy fuertemente. ¿Otras habilidades? No hay datos.
Finalmente dijo, con una voz tranquila:
—Creyn, no eres un ser humano, y no eres un metapsíquico auténticamente operativo. Estas dos cosas contradicen mi experiencia, de modo que me siento confusa. En el mundo del que procedo, solamente las personas con poderes metapsíquicos operativos son capaces de comunicarse de una forma puramente mental. Y solamente seis razas en toda nuestra galaxia poseen los genes para la metahabilidad. Tú no perteneces a ninguna de ellas. ¿Quizá pueda sondear un poco más profundo para aprender algo más acerca de ti?
—Lamento no poder permitírtelo en este momento. Más tarde habrá ocasiones más convenientes para que nosotros… podamos conocernos mejor el uno al otro.
—¿Hay muchos de tu gente aquí?
—Un número suficiente.
En la fracción de segundo en que él respondió, ella envió una sonda redactiva profunda, con todas sus fuerzas, entre sus pálidos ojos azules. Rebotó y se hizo pedazos. Ella lanzó un grito por la violencia del rebote, y el hombre llamado Creyn se echó a reír.
Elizabeth. Esto fue de lo más poco educado. Y no funcionó.
Vergüenza.
—Fue un impulso, un error social por el que pido disculpas. En nuestro mundo, ningún metapsíquico soñaría siquiera en sondear sin haber sido invitado a ello, a menos que se hallara ante una situación de amenaza. No sé lo que me pasó.
—El paso del portal te ha descentrado.
¡Maravilloso temible despiadado portal de sentido único!
—Es más que eso —dijo ella, dejándose caer en la silla. Efectuó una rápida inspección a sus defensas mentales. Alzadas y completamente seguras, afianzándose por momentos, con todos los esquemas familiares asentándose.
—Allá en el otro lado —dijo— sufrí serios daños cerebrales. Mis metafunciones quedaron bloqueadas en el proceso de regeneración. Fue como si las hubiera perdido permanentemente. De otro modo —subrayó aquello mentalmente— nunca me hubieran permitido cruzar el portal hasta Exilio. Ni yo hubiera deseado venir.
Somos muy afortunados. Recibe la bienvenida de todos los Tanu.
—¿No ha habido otros metas operativos que hayan cruzado el portal?
—Un grupo de casi un centenar llegaron bruscamente hará unos veintisiete años. Lamento decir que fueron incapaces de adaptarse a nuestras condiciones locales. —Cuidado cuidado. Defensas alzadas.
Elizabeth asintió.
—Debieron ser rebeldes fugitivos. Fueron malos tiempos en nuestro Medio Galáctico… Entonces, ¿están todos ellos muertos? ¿Soy la única operativa en el Exilio?
Quizá no por mucho tiempo.
Elizabeth apoyó las manos sobre la mesa, se levantó, y caminó hacia él. La amistosa expresión del hombre cambió.
—No es costumbre nuestra entrar a la ligera en el espacio privado de otro. Te pido cortésmente que te retires.
Una educada disculpa.
—Simplemente deseaba examinar tu collar de oro. ¿Te importaría quitártelo para que pueda examinarlo? Tengo la impresión de que es una notable pieza de artesanía.
¡Horror!
—Lo siento, Elizabeth. El torque de oro posee un gran simbolismo religioso entre nosotros. Lo llevamos permanentemente a lo largo de todas nuestras vidas.
—Creo entender. —Empezó a sonreír.
SONDA.
Elizabeth rió fuertemente. ¡Ahora eres tú quien debe disculparse Creyn!
Pesar e incertidumbre. Lo lamento Elizabeth. Nuestras costumbres son tan distintas.
Ella se dio la vuelta.
—¿Qué va a ser ahora de mí?
—Irás a nuestra capital, la rica Muriah, en la Llanura de Plata Blanca. Se halla al sur de esta Tierra Multicolor. Te prepararemos una maravillosa bienvenida entre los Tanu, Elizabeth.
Ella giró en redondo para mirarle fijamente.
—Aquellos a los que gobernáis. ¿También me darán una maravillosa bienvenida?
Cautela.
—Te amarán del mismo modo que nos aman a nosotros. Intenta reservar tus juicios hasta que tengas todos los datos. Sé que hay aspectos de tu situación que te turban. Pero ten paciencia. No corres ningún peligro.
—¿Qué les ocurrirá a mis amigos? ¿La gente que cruzó el portal del tiempo conmigo?
—Algunos de ellos irán a la capital. Otros han indicado ya que prefieren ir a otros sitios. Encontraremos lugares adecuados para todos ellos. Serán felices.
¿Felizmente gobernados? ¿No libres?
—Nosotros gobernamos, Elizabeth, pero benévolamente. Ya lo verás. No juzgues hasta que veas lo que hemos hecho con este mundo. No era nada, y nosotros lo hemos transformado… tan sólo este pequeño rincón… en algo maravilloso.
Aquello era demasiado… Su cabeza empezó a pulsar de nuevo, y el vértigo se apoderó de ella. Se dejó caer en los blandos almohadones del banco.
—¿De dónde… de dónde vinisteis vosotros? Conozco todas las razas sentientes de nuestro Medio seis millones de años en el futuro… unidas o no. No hay ningún pueblo que se parezca a vosotros… excepto los humanos. Y estoy segura de que no poseéis nuestro genotipo. Vuestro esquema mental es distinto.
Diferencias similitudes paralelismos torbellinos estelares en número incontable hasta límites impensables.
—Entiendo. Nadie en mi futuro ha emprendido nunca el viaje intergaláctico. Aún no hemos conseguido superar la barrera del dolor de la traslación necesaria. Aumenta geométricamente con el incremento de la distancia.
Sosegante.
—Muy interesante. Si tan sólo fuera posible transmitir información acera de esto de vuelta a través del portal.
—Podemos discutir esto más tarde, Elizabeth. En la capital. Hay otras posibilidades aún más intrigantes que se aclararán para ti en Muriah. —Distracción. Acarició con sus dedos el collar de oro, e inmediatamente hubo una llamada en la puerta. Un nervioso hombrecillo de azul penetró en la habitación y saludó a Creyn colocando sus dedos sobre su frente. El Tanu hizo un gesto regio de reconocimiento.
—Elizabeth, este es Tully, uno de nuestros entrevistadores de más confianza. Ha estado hablando con tus compañeros, discutiendo sus planes para el futuro y respondiendo a sus preguntas.
—¿Se han recuperado todos del paso? —preguntó ella—. Me gustaría verles. Hablar con ellos.
—A su debido tiempo, Lady —dijo Tully—. Todos tus amigos están sanos y salvos y en buenas manos. No tienes que preocuparte. Algunos de ellos irán al sur contigo, mientras que otros han elegido viajar a otra ciudad al norte. Creen que sus talentos serán apreciados mejor ahí arriba. Puede que te interese saber que van a salir caravanas de aquí, esta misma tarde, en ambas direcciones.
—Entiendo. —¿Pero entendía realmente? Sus pensamientos eran de nuevo confusos. Lanzó una pregunta tentativa a Creyn, que la detuvo secamente.
Créeme Elizabeth. Todo va a ir bien.
La mujer se volvió al pequeño entrevistador.
—Deseo estar segura de poder decirles adiós a aquellos de mis amigos que hayan decidido ir al norte.
—Por supuesto, Lady. Se dispondrá así. —El hombrecillo llevó una mano a su collar, y Elizabeth lo estudió más de cerca. Parecía idéntico al llevado por Creyn, excepto el color oscuro del metal.
Creyn. Quiero someter a éste a interrogatorio.
Desdén. Está bajo nuestraprotección. ¿Quieres afligirlo sometiéndolo a prematurointentos para satisfacer tu curiosidad? Interrogarlo lo afligiría muchomucho. Quizá le causara un daño permanente. Posee pocos datos. Pero haz con él loquequieras.
—Gracias por contarme lo de mis amigos, Tully —dijo Elizabeth con un tono amable.
El hombre de azul pareció aliviado.
—Entonces lo dejaremos todo pendiente hasta la próxima entrevista, ¿eh? Imagino que Lord Creyn ha respondido ya a todas tus preguntas acerca de… hum… asuntos generales.
—No lo ha hecho. —Tomó una jarra y un vaso y se echó un poco de la bebida fría—. Pero espero que lo haga, a su debido tiempo.