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—Vamos, chico, sigue adelante. Agáchate un poco. Nosotros somos los guardianes del portal del tiempo. Estamos aquí para ayudarte. Vamos, adelante. Te sientes un poco desorientado, pero pasará muy pronto. Simplemente relájate y sigue avanzando. Has llegado sano y salvo al Exilio. Sano y salvo… ¿me oyes, chico? No te duermas ahora. Vamos a ir todos al Castillo del Portal. Allí podrás descansar. Charlaremos un poco y responderemos a todas tus preguntas. Adelante.

Mientras el dolor recedía e iba recuperando sus sentidos, Bryan fue consciente al principio tan sólo de la insistente voz y la brillante luz. ¡Una voz tan chillona y ordinaria! Se dio cuenta de que alguien le sujetaba por la muñeca derecha y el brazo, una figura imprecisa que no conseguía enfocar. Alguien más parecía estar aspirando el polvo de sus ropas con una máquina que manejaba a mano. Luego fue obligado a caminar, y miró a sus pies, y los vio muy claramente, enfundados en un par de botas de piel de cerdo con suelas de goma, avanzando primero sobre un húmedo granito, luego sobre un denso césped que parecía haber sido segado o cortado muy corto. Estaba pisando flores parecidas a margaritas. Una mariposa con rayas de cebra en sus bifurcadas alas estaba posada inmóvil en medio de una maleza llena de lentejuelas de rocío.

—Espera —murmuró—. Alto. —El insistente tironeo cedió, y fue capaz de detenerse y mirar a su alrededor. El recién salido sol brillaba sobre una amplia extensión de altiplanicie dorada. ¿Tanzania? ¿Nebraska? ¿Dorubezh?

Francia.

Más cerca, había redondeados peñascos de cristalina roca. Habían sido utilizados para marcar los márgenes de un sendero que conducía a un peculiar e indistinto bloque que colgaba en el aire como un espejismo provocado por el calor. Hombres vestidos todos iguales, con blancas túnicas y pantalones, con cordones azules en torno a la cintura, estaban reunidos en torno a Richard y Stein y Felice. Más guardianes permanecían de pie aguardando a que llegaran los otros miembros del Grupo Verde. El oscilante campo de fuerza parpadeó y desapareció. Bryan insistió en permanecer inmóvil hasta que reapareció de nuevo con otras cuatro figuras humanas, que los guardianes se apresuraron a conducir hasta terreno abierto.

—Sanos y salvos, chico. Ahora puedes venir conmigo. Los otros traerán a tus compañeros.

Bryan descubrió que la voz vulgar pertenecía a un enjuto hombre profundamente bronceado con un pelo rubio canoso y una larga nariz inclinada hacia un lado. Poseía una prominente laringe, y llevaba un retorcido collar de metal oscuro, casi tan grueso y tan redondo como un dedo, tallado con pequeñas e intrincadas marcas, y sujeto por delante con un cierre parecido a un botón. Su túnica, aparentemente de lana finamente hilada, tenía una mancha de comida seca en la parte delantera. Por alguna razón, aquello tranquilizó a Bryan. No se resistió cuando el hombre empezó a tirar de nuevo de él a lo largo del sendero.

Ascendieron una pequeña colina a un par de cientos de metros de la zona del portal del tiempo. A medida que la mente del antropólogo iba aclarándose, se sintió excitado al ver una fortaleza de piedra de considerable tamaño perchada sobre la prominencia, mirando al este. No se parecía a los châteaux de cuentos de hadas de Francia, sino más bien a los castillos más simples de su Inglaterra natal. Excepto por la ausencia de un foso, era algo parecido a Bodiam en Sussex. Cuando llegaron más cerca, Bryan vio que había una pared exterior formando un anillo de burda mampostería de unas dos veces la altura de un hombre. Dentro de él, más allá de un espacio circular que formaba una defensa exterior, había una muralla cuadrangular, un cuadrado hueco sin torreón central, con pequeñas torres en las esquinas y una gran barbacana en la entrada. Encima de la puerta había la efigie de un rostro humano barbudo, trabajada en metal amarillo. Cuando llegaron cerca de la pared exterior, Bryan oyó un extraño ulular.

—Por aquí, chico —dijo el guía, tranquilizador—. No prestes atención a los anficiones.

Penetraron en un pasadizo que conducía a través de la pared exterior hasta el rastrillo de la barbacana. A cada lado había macizas rejas de madera. Una docena de enormes criaturas correteaban torpemente al otro lado de los barrotes, y empezaron a babear y a gruñir.

—Interesantes perros guardianes —dijo Bryan, inseguro.

Su guía le urgió a seguir adelante.

—¡Completamente cierto! Cánidos primitivos. Perros-oso, los llamamos. Pesan unos trescientos kilos, y comen cualquier cosa que primero no se los coma a ellos. Cuando tenemos que asegurar la fortaleza, simplemente alzamos esas rejas y damos acceso a las bestias a todo el perímetro exterior.

Dentro de la amplia estructura de la barbacana había un corredor que comunicaba a derecha e izquierda, conduciendo a las estancias periféricas detrás de la masiva pared protectora. El guía condujo a Bryan hacia una escalera al aire libre hasta el segundo nivel. Allí los corredores estaban encalados y había hermosos huecos labrados con cuencos de cobre llenos de aceite listos para ser encendidos a la caída de la noche. Profundas ventanas que se abrían al patio interior dejaban penetrar la luz del día.

—Hemos preparado un pequeño cuarto de recepción para cada uno de vosotros —dijo el guardián—. Siéntate y descansa y toma algún bocado si quieres. —Abrió una pesada puerta de madera y lo introdujo en una habitación que medía unos cuatro por cuatro metros. El suelo estaba recubierto por una gruesa alfombra de lana en tonos marrones y grises, y amueblada con sorprendentemente bien trabajadas sillas y bancos de madera torneada. Algunas tenían el asiento y el respaldo de cuerda, mientras que otras estaban acolchadas con cojines de lana negra. Sobre una mesita baja había jarras de cerámica conteniendo líquidos fríos y calientes, un bol de ciruelas púrpura y pequeñas cerezas, y una bandeja de tortas de semillas aromáticas.

El guía ayudó a Bryan a quitarse la mochila.

—Los servicios están detrás de esa puerta cubierta con una cortina. Algunos recién llegados sienten la necesidad. Un tipo del comité entrevistador vendrá a verte dentro de unos diez minutos. Mientras tanto, tómatelo con calma.

Salió y cerró la puerta.

Bryan caminó hasta una de las ventanas-tronera en la pared exterior y contempló el paisaje a través de una verja ornamentada de cobre. Pudo ver anficiones merodeando en el estrecho espacio de abajo. Más allá de la pared exterior estaba el sendero y el promontorio rocoso con sus cuatro grandes piedras que señalaban la posición de las cuatro esquinas del portal del tiempo. Entrecerrando los ojos ante el ascendente sol, vio la sabana ondulando suavemente hacia el valle del Ródano. Una pequeña horda de animales de cuatro patas pastaba en la distancia. Un pájaro cantó una intrincada canción. En algún lugar del castillo sonó el breve eco de una risa humana.

Bryan Grenfell suspiró. ¿Así que esto era el plioceno?

Empezó a examinar lo que le rodeaba, filmando automáticamente en su memoria todos los detalles domésticos que podían decirle a un antropólogo mucho acerca de la cultura de un nuevo mundo. Paredes de piedra con mortero, encaladas (¿caseína?), con roble teñido enmarcando la puertas y formando los postigos de las ventanas sin cristales. Los servicios disponían de una rendija en la pared para ventilación. El inodoro era un simple agujero en la mampostería que recordaba los retretes medievales que podían hallarse en los castillos ingleses. Ostentaba un asiento de madera y una tapa hermosamente tallada, y tenía una caja de hojas verdes montada en la pared a su lado. Como lavabo disponía de una jofaina de cerámica y una palangana (de gres, decorada a rayas, vitrificada). El jabón era de grano fino, convenientemente maduro, y perfumado con alguna hierba. La toalla de mano parecía de lino crudo.

Regresó al cuarto de recepción. La comida dejada sobre la mesa añadió sus datos a lo demás. Bryan comió una cereza, depositando cuidadosamente el hueso en un plato vacío y notando que la carne era escasa pero dulce. Probablemente la prunus avium original europea o algún pariente próximo. Las pequeñas ciruelas también parecían silvestres. Si algún viajero temporal había traído algunos brotes de frutales de hueso mejorados, los árboles resultantes debieron ser demasiado susceptibles a los insectos del plioceno y a las enfermedades como para sobrevivir sin protección química. Se preguntó que ocurriría con las cepas y las fresas, pero creyó recordar que ambas eran bastante resistentes, de modo que había bastantes posibilidades de que Richard tuviera su vino y Mercy sus fresas con nata…

La bebida fría sabía a sidra, y la jarra humeante resultó contener café caliente. Aún siendo agnóstico, Bryan envió una plegaria de agradecimiento por lo último. Las tortas de semillas aromáticas tenían una textura firme y un débil aroma a miel. Habían sido adecuadamente horneadas, y decoradas con avellanas en la parte superior. La bandeja que las contenía estaba grabada con un motivo sencillo y tenía un precioso vitrificado sang de boeuf.

Hubo una suave llamada a la puerta. El pestillo de cobre se alzó para admitir a un anciano de aspecto suave con un bigote cuidadosamente recortado de aspecto imperial. Sonrió tentativamente, y avanzó con timidez cuando Bryan le recibió con un amistoso murmullo. Llevaba una túnica azul con un cordón blanco rodeando su cintura, y llevaba el mismo collar de metal oscuro que había visto en los guardianes. Parecía incómodo, y se sentó en el borde de un banco.

—Me llamo Tully. Soy miembro del comité entrevistador. Si no te importa… quiero decir, probablemente podamos ayudarte a encontrar tu camino con sólo que nos digas algo acerca de ti mismo y de tus planes. ¡No es curiosidad, entiéndelo! Pero si sabemos un poco de tus antecedentes y de la especialidad que has aprendido, eso ayudará mucho. Quiero decir, podremos decirte qué lugares tienen necesidad de tus… esto… talentos, si estás interesado en establecerte. Y si no deseas establecerte, quizá tengas preguntas que quieras hacerme a mí. Estoy aquí para ayudarte, ¿entiendes?

Tiene miedo de mí, se dio cuenta Bryan con sorpresa. Y luego pensó en el tipo de personas que podían cruzar la puerta —personas como Stein y Felice, por ejemplo— y reaccionar a la desorientación inicial y al shock cultural con violencia, y decidió que Tully tenía todas las razones para ser cauteloso en su encuentro inicial con los recién llegados. Probablemente merecía un sobresueldo por la peligrosidad. Para tranquilizar al hombre, Bryan se reclinó relajadamente en una de las sillas y mordisqueó una de las tortas.

—Son muy buenas. Hechas de avena, ¿verdad? Y con sésamo. Es tranquilizador ser recibido con comida civilizada. Una excelente maniobra psicológica de vuestra parte.

Tully rió complacido.

—Oh, ¿lo crees así? Hemos procurado hacer del Castillo del Portal un entorno agradable de bienvenida, pero algunos de los recién llegados se hallan profundamente tensos y a veces tenemos dificultades en calmarlos.

—Al primer momento me sentí un poco inseguro, pero ahora estoy bien. ¡No estés tan ansioso, hombre! Soy inofensivo. Y responderé a cualquier pregunta razonable.

—¡Espléndido! —El entrevistador sonrió aliviado. Extrajo una pequeña hoja de material de escritura (¿papel? ¿pergamino?) de un bolsillo de su cinturón, junto con una pluma normal del siglo XXII.

—¿Tu nombre y tu ocupación anterior?

—Bryan Grenfell. Era antropólogo cultural especializado en el análisis de algunos tipos de conflictos sociales. Estoy tremendamente interesado en estudiar vuestra sociedad, aunque no me siento muy esperanzado de poder publicar mi trabajo.

Tully rió apreciativamente.

—¡Fascinante, Bryan! ¿Sabes?, ha habido muy pocos miembros de nuestra profesión que hayan cruzado la puerta. Seguro que desearás llegarte hasta la capital y hablar con la gente de allí. Estarán muy interesados en ti. ¡Puedes proporcionarles enfoques únicos!

Bryan se mostró sorprendido.

—He venido equipado para ganarme la vida como pescador o comerciante costero. Nunca pensé que mis credenciales académicas pudieran ser apreciadas en el plioceno.

—¡Pero no somos salvajes! —protestó Tully—. Tus talentos científicos es muy probable que se muestren valiosísimos para… hum… personas administrativas, que recibirán con alegría tus consejos.

—Entonces, poseéis una sociedad estructurada.

—Muy simple, muy simple —dijo apresuradamente el hombre—. Pero estoy seguro de que la encontrarás digna de un cuidadoso estudio.

—Ya he empezado con él, ¿sabes? —Bryan observó el meticulosamente afeitado rostro de Tully—. Este edificio, por ejemplo, ha sido bien diseñado para seguridad. Me siento terriblemente interesado en saber contra qué os aseguráis.

—Oh… hay varios tipos de animales que son muy peligrosos. Las hienas gigantes, los felinos machairodus dientes de sable…

—Pero este castillo parece más adaptado a la defensa contra una agresión humana.

El entrevistador tocó con los dedos su anillo-collar. Sus ojos se clavaron aquí y allá, y finalmente se fijaron en Bryan con una expresión sincera.

—Bien, por supuesto hay personalidades inestables que cruzan el portal, y aunque intentamos muy intensamente asimilar a todo el mundo, tenemos un inevitable problema con los inadaptados realmente serios. Pero no necesitas temer nada, Bryan, porque tú y el resto de tu grupo estáis completamente seguros aquí con nosotros. En realidad, los elementos… hum… desequilibrados tienden a ocultarse en las montañas y en otros lugares remotos. Por favor, no te preocupes. Descubrirás que las personas de elevada cultura tienen una ascendencia absoluta aquí en el Exilio. La vida cotidiana es tan tranquila como puede serlo en… hum… un entorno aborigen.

—Encantador.

Tully mordisqueó el extremo de su pluma.

—Para nuestros archivos… bien, sería muy útil saber qué tipo de equipo exactamente has traído contigo.

—¿Para ser incluido en los almacenes comunitarios?

Tully se mostró sorprendido.

—Oh, nada de eso, te lo aseguro. Todos los viajeros deben retener lo que han traído consigo a fin de sobrevivir y ser unos miembros útiles para la sociedad, ¿no? Si prefieres no hablar de asunto, no insistiré. Pero a veces la gente cruza el portal con libros extraordinarios o plantas u otras cosas que pueden ser de un gran beneficio para todos, y si esas personas consienten en compartir, la calidad de la vida resulta aumentada para todos. —Sonrió persuasivamente y apoyó la pluma en el papel.

—Aparte un trimarán y el equipo de pesca, no tengo nada especial. Una vocoescritora con un convertidor de placas para las hojas. Una biblioteca bastante amplia de libros y música. Una caja de escocés que parece haberse extraviado…

—¿Y tus compañeros de viaje?

—Creo que será mejor que dejes que cada cual hable por sí mismo —dijo Bryan casualmente.

—Oh, por supuesto, solamente pensé que… Bien, sí. —Tully recogió sus materiales de escritura y exhibió otra brillante sonrisa—. Está bien. Supongo que debes tener algunas preguntas que te gustaría hacerme a mí.

—Sólo unas pocas por ahora. ¿Cuál es vuestra población total?

—Bueno, no llevamos unas cifras de censo muy exactas, ya lo comprenderás, pero creo que una estimación razonable puede ser de unos cincuenta mil seres humanos.

—Es extraño, hubiera imaginado más. ¿Sufrís muchas enfermedades?

—Oh, muy pocas. Nuestra macroinmunización normal y las resistencias implantadas genéticamente parecen protegernos muy bien aquí en el plioceno, aunque los primeros viajeros no disfrutaban del completo espectro de cobertura de aquellos que han venido al Exilio dentro de los treinta últimos años o así. Y por supuesto aquellos que fueron rejuvenecidos recientemente pueden esperar una vida mucho más larga que aquellos que fueron tratados con la tecnología anterior. Pero la mayor parte de nuestro… hum… desgaste proviene de los accidentes. —Asintió sobriamente—. Tenemos médicos, por supuesto. Y algunos medicamentos son enviados regularmente a través del portal del tiempo. Pero no podemos regenerar a las personas que sufren de traumas realmente serios. Y puede decirse que este mundo está civilizado, pero apenas está domesticado, si entiendes lo que quiero decir.

—Entiendo. Sólo otra pregunta por ahora. —Grenfell metió la mano en el bolsillo de su pecho y extrajo la foto a color de Mercedes Lamballe—. ¿Puedes decirme dónde puedo encontrar a esta mujer? Llegó aquí a mediados de junio de este mismo año.

El entrevistador tomó la fotografía y la estudió con unos ojos muy abiertos. Finalmente dijo:

—Creo… que descubrirás que ha ido a nuestra capital en el sur. La recuerdo muy bien. Causó una muy vívida impresión en todos nosotros. En vista de sus poco habituales talentos, fue invitada a… hum… acudir a ayudar con la administración.

Bryan frunció el ceño.

—¿Qué talentos poco habituales?

Un poco apresuradamente, Tully dijo:

—Nuestra sociedad es completamente distinta de la del Medio Galáctico, Bryan. Nuestras necesidades son especiales. Todo esto te resultará completamente claro más tarde, cuando consigas una visión más completa de la gente en la capital. Desde un punto de vista profesional, tienes ante ti aguardándote algunas intrigantes investigaciones.

Se puso en pie.

—Ahora descansa un poco. Otra persona deseará entrevistarse contigo dentro de poco, y luego podrás reunirte con tus compañeros. Vendré a por ti dentro de media hora, ¿de acuerdo?

Sonriendo aún, se deslizó hacia la puerta y salió. Bryan aguardó unos momentos, luego se puso en pie y probó el pestillo. No se movió. Estaba encerrado en la habitación.

Miró a su alrededor, buscando su bastón de paseo con punta de acero. No lo vio por ninguna parte. Se alzó la manga para comprobar el pequeño cuchillo en su funda. No le sorprendió descubrir que la vaina de piel estaba vacía. ¿Había sido su «limpieza con la aspiradora» inicial un cacheo con un detector de metales?

Bien, bien, se dijo a sí mismo. ¡Así que esto es el plioceno!

Se sentó de nuevo para esperar.