Cuando terminó finalmente la Última Cena, con su loco smörgåsbord de platos pedidos por los comensales, los ocho miembros del Grupo Verde salieron con sus bebidas a la terraza, donde se reunieron instintivamente apartados de los otros huéspedes. Aunque tan sólo eran las ocho y media, el cielo sobre Lyon se había vuelto negro a medida que la prevista tormenta semanal se iba acumulando al norte. Rosados relámpagos avisaban de la llegada de los resonantes truenos.
—¡Sentid la acumulación de la estática! —exclamó Elizabeth—. Incluso sin mis metafunciones, la ionización antes de una tormenta realmente grande siempre me alcanza. Cada uno de mis sentidos se agudiza. ¡Empiezo a notarme tan aguda que apenas puedo contenerme! ¡El Condensador de la Tierra está cargándose, y yo también, y dentro de un minuto o dos seré capaz de mover montañas!
Hizo frente al cada vez más fuerte viento, con su largo pelo agitado y su mono de ante rojo pegado a su cuerpo. Los primeros subsónicos de los distantes truenos agitaron el aire.
Felice adoptó un tono lánguido.
—¿Eras capaz de mover montañas antes?
—No realmente. Los poderes psicocinéticos verdaderamente grandes son muy raros entre los metas… casi tan raros como la genuina creatividad. Mi habilidad PC era buena tan sólo para unos cuantos trucos de salón. Mi especialidad era la comunicación a distancia, la glorificada función telepática. En realidad debería llamarse captación a distancia, puesto que incluye también una especie de visión además del oído. Además, era altamente operativa en redacción, que es el poder terapéutico y analítico que mucho legos llaman alteración mental. Mi esposo tenía facultades parecidas. Trabajábamos en equipo entrenando las mentes de niños muy pequeños en los primeros y difíciles pasos hacia la Unidad metapsíquica.
—Ellos querían que yo fuera a un redactor —dijo Felice, con la voz temblando de repugnancia—. Les dije que antes prefería morir. No sé cómo vosotros, la metagente, podéis soportar el hurgar en los cerebros de los demás. O el tener siempre a algún otro meta capaz de leer vuestros pensamientos más secretos. Tiene que ser horrible el no estar nunca solo. No ser capaz de ocultar nada. Me volvería loca.
—No es así, en absoluto —dijo Elizabeth con una calculada suavidad—. En lo que se refiere a los metas leyéndose los unos a los otros… hay muchos niveles distintos en la mente. Modos, los llamamos. Puedes hablar a distancia con mucha gente en modo declamatorio, o hablar en un radio corto con un grupo en modo conversacional. Luego está el modo íntimo, en el que solamente puede recibirte una persona. Y debajo de éste hay muchas otras capas conscientes e inconscientes que pueden ser alcanzadas mediante técnicas mentales que todos los metapsíquicos aprenden cuando son muy jóvenes. Tenemos nuestros pensamientos privados, igual que tú. La mayor parte de nuestra comunicación telepática no es más que una especie de habla sin voz y proyección de imágenes. Puedes compararlo con los audiovisuales electrónicos… sin la radiación electromagnética.
—Los redactores profundos pueden alcanzar los pensamientos más íntimos de una persona —dijo Felice.
—Cierto. Pero con ellos siempre existe una relación doctor-paciente con sus sujetos. El paciente da permiso consciente para el escrutinio. Incluso entonces, sin embargo, puede haber una disfunción tan fuertemente programada que el terapista sea impotente de llegar hasta debajo de ella… sin que importe lo dispuesto que esté el paciente a cooperar.
—Ajá —dijo Stein. Apoyó su jarra de cerveza delante de su rostro y la inclinó hacia arriba, derramando su contenido dentro de su boca.
Felice insistió.
—Sé que los metas pueden leer los pensamientos más secretos. Algunas veces el entrenador de nuestro equipo traía redactores para que trabajaran con los chicos que bajaban en su rendimiento. Los metas siempre descubrían a aquellos que habían perdido el temple. ¡No puedes decirme que esos pobres bastardos dejaban deliberadamente que los hurgacabezas encontraran algo que haría que fueran echados del equipo!
—Una persona no entrenada —dijo Elizabeth—, un no meta, proporciona información de forma subverbal sin ser consciente de ello. Piensa en el fenómeno como en un murmullo mental. ¿No te has parado nunca cerca de una persona que está hablando para sí misma, murmurando sin darse cuenta de ello? Cuando una persona está asustada o furiosa o intentando concentradamente resolver un problema o incluso excitada sexualmente, los pensamientos se hacen… fuertes. Incluso los no metas pueden captar a veces las vibraciones… las imágenes mentales o las palabras subvocalizadas o los brotes emocionales. Cuanto mejor es el redactor, más sentido puede extraer a esa loca mezcolanza que emiten los cerebros humanos.
—¿Hay alguna forma en que una persona normal y corriente pueda cerrarse a un lector de mentes? —preguntó Bryan.
—Por supuesto. Es posible bloquear muy fácilmente los sondeos superficiales. Simplemente mantén un firme dominio sobre tus radiaciones mentales. Si crees que alguien está realmente sondeándote, piensa en cualquier imagen neutra, como por ejemplo un gran cuadrado negro. O haz algún ejercicio sencillo cuando no estés hablando en voz alta. Cuenta uno-dos-tres-cuatro, una y otra y otra vez. O canta alguna cancioncilla tonta. Eso bloqueará a todo el mundo menos a los mejores redactores.
—Me alegra que no puedas leer mi mente ahora, encanto —intervino Aiken Drum—. Caerías en un cenagal de puro pánico. ¡Estoy tan asustado de tener que cruzar esta puerta del tiempo que mis glóbulos rojos se han convertido en pulgas! He intentado echarme atrás. ¡Incluso les he dicho a los consejeros que me reformaría si me dejaban quedarme aquí! Pero nadie me cree.
—No puedo entender por qué —dijo Bryan.
El rojizo resplandor de un rayo saltó de nube a nube sobre las colinas; pero el sonido, cuando llegó, fue ahogado e insatisfactorio, el latir de un tímpano esclerosado.
—¿Cómo fueron las pruebas de ascensión en globo, querida? —preguntó Aiken a Elizabeth.
—Aprendí la teoría de construir uno a partir de materiales nativos… curtir pieles de pescado para la envoltura y tejer una cesta y trenzar las cuerdas con fibras de corteza. Pero hice mis prácticas con uno de éstos —tomó un paquete de su bolsa de costado, del tamaño de un par de ladrillos puestos uno al lado del otro—. Se hincha hasta una altura de cinco pisos, tiene doble pared, y es semidirigible. De color rojo brillante, como mi traje. Llevo una fuente de energía para inyectar aire caliente. Por supuesto, la energía no durará para más de unas cuantas semanas de vuelo, así que finalmente tendré que pasarme al carbón de leña. Fabricarlo es un auténtico lío. Pero es el único combustible antiguo que tenemos a nuestra disposición… a menos que hallemos algo de carbón piedra.
—Tranquila, ojos de muñeca —dijo Aiken—. No te alejes mucho de mí y de mis mapas de minerales.
Stein se echó a reír despectivamente.
—¿Y vas a iniciar un negocio de minería? ¿Un proyecto de Blancanieves y los Siete Enanitos? El carbón más próximo de aquí se halla a una centenar de kilómetros al norte, por Le Creusot o Montceau, y muy profundo. Incluso aunque llegaras a él sin recurrir a explosivos, ¿cómo vas a llevarlo hasta allá donde pueda ser de alguna utilidad?
—¡Bien, tendré que pasarme una semana o dos estudiando los detalles menores! —contraatacó Aiken.
—Puede que haya otros depósitos de carbón mucho más cerca —dijo Claude Majewski—. Esos mapas modernos tuyos son engañosos, Aiken. Muestran los estratos y los depósitos tal como existen hoy en día, en el siglo XXII… no como existían hace seis millones de años. Había pequeños depósitos límnicos de carbón por todo el Macizo Central, y un depósito realmente grande en Saint-Étienne, pero todos ellos se agotaron a finales del siglo XX. Allá en el plioceno probablemente encontrarás yacimientos fáciles de explotar a unos pocos kilómetros al sur de aquí. ¡Busca cerca de algún volcán, y es muy probable que encuentres coque natural!
—Mejor que no fundes Minerías del Plioceno, Ilimitada, hasta que hayas echado una ojeada al territorio —aconsejó Richard a Aiken con una hosca mueca—. Puede que los tipos del lugar tengan sus propias ideas acerca de la explotación de los recursos naturales.
—Enteramente posible —admitió Bryan.
—Podemos convencerles de que nos vendan alguna acción —dijo Felice. Sonrió—. De una forma o de otra.
—También podemos tratar de evitar conflictos yéndonos a una zona no ocupada —dijo la monja.
—No creo que ese sea el estilo de Felice —opinó Aiken—. Lo que ella desea es un poco de diversión y juego… ¿no es así, muñeca?
El pálido y rizado pelo de Landry brotaba de su cabeza como una cargada nube. Llevaba de nuevo su sencillo mono.
—Sea lo que sea lo que desee, lo encontraré. En este preciso momento, lo único que deseo es otra copa. ¿Alguien se apunta conmigo? —Regresó a largas zancadas al albergue, seguida por Stein y Richard.
—Alguien debería decirles a esos dos que están malgastando su tiempo —dijo el anciano.
—Pobre Felice —murmuró Amerie—. Qué nombre más irónico para ella, cuando es tan terriblemente infeliz. Esa pose agresiva no es más que otra forma de armadura, como el uniforme de hockey.
—¿Y debajo está simplemente anhelando amor? —inquirió Elizabeth, con los ojos casi cerrados y una débil sonrisa en sus labios—. Ve con cuidado, Hermana. Necesita realmente una plegaria, de acuerdo. Pero es más un agujero negro que una oveja negra.
—Esos ojos te devoran vivo —dijo Aiken—. Algo condenadamente inhumano se agita a nuestro alrededor.
—Ni siquiera normalmente homofílico —dijo Majewski—. Pero te concedo lo de condenadamente.
—¡Eso que acabas de decir es cruel e inhumano, Claude! —exclamó la monja—. No sabes nada de los antecedentes de la muchacha, ninguna de las cosas que han lisiado su espíritu. Hablas como si ella fuera una especie de monstruo… cuando lo que es realmente es una patética niña orgullosa que nunca ha aprendido a amar. —Inspiró profundamente—. Soy médico, además de monja. Uno de mis votos es ayudar a los que sufren. No sé si podré ayudar a Felice, pero por supuesto voy a intentarlo.
Un soplo de viento alzó el velo de Amerie, y lo sujetó impacientemente con una fuerte mano.
—No os quedéis hasta demasiado tarde, muchachos. La mañana está ya muy cerca. —Salió apresuradamente de la terraza y desapareció en el oscuro jardín.
—Puede que sea la monjita la que necesite las plegarias —dijo Aiken, soltando una risita.
—¡Cállate! —ladró Claude. Luego dijo—: Lo siento, hijo. Pero tienes que vigilar esta bocaza tuya. Ya vamos a tener suficientes problemas sin que tú los aumentes. —Miró al cielo en el momento que un enorme y prolongado rayo descendía sobre las colinas del este. El suelo pareció estremecerse, y hubo el profundo retumbar de un trueno—. Aquí tenemos ya la tormenta. Yo también voy a irme a la cama. Lo que me gustaría saber es: ¿quién demonios encargó esta despedida de los elementos?
El anciano se alejó a buen paso, dejando a Elizabeth, Aiken y Bryan contemplando su marcha. Tres relámpagos sucesivos le proporcionaron un mutis teatralmente ridículo; pero ninguna de las personas aún en la terraza sonrió.
Finalmente, Elizabeth aventuró:
—Nunca te dije, Aiken, lo mucho que me gusta tu vestido. Tenías razón. Es el más espectacular de todo el albergue.
El hombrecillo empezó a hacer restallar sus dedos y a claquetear sus talones como un bailarín de flamenco, dando vueltas y adoptando poses. Los relámpagos se reflejaban en su atuendo. Lo que parecía ser una tela de oro era en realidad un costoso tejido hecho con los bisos de unos moluscos franconianos, famosos en toda la galaxia por su belleza y resistencia. A todo lo largo de brazos y piernas del traje había pequeños bolsillos con solapa sobrepuestos; otros bolsillos cubrían la zona del pecho y los hombros y las caderas, y en la espalda había un enorme bolsillo con una abertura al fondo. Las botas doradas de Aiken llevaban bolsillos. Su cinturón llevaba bolsillos. Incluso su sombrero dorado, con el ala fuertemente inclinada hacia el lado derecho, llevaba una banda llena de pequeños bolsillos. Y cada bolsillo, grande o pequeño, abultaba con alguna herramienta o instrumento o utensilio de decamolec comprimido. Aiken Drum era un taller andante encarnado como un ídolo dorado.
—El rey Arturo te hubiera armado Sir Bolsillos al primer golpe de vista —dijo Elizabeth, explicándole a Bryan—: Tiene intención de convertirse en un Yanki en el Plioceno.
—No tendrás que preocuparte con el eclipse solar de Twain para llamar la atención —admitió el antropólogo—. El traje ya es suficiente para admirar al paisanaje. ¿Pero no es un tanto llamativo si deseas espiar fuera de tu terreno?
—Este gran bolsillo a mi espalda contiene un poncho camaleón.
Bryan se echó a reír.
—Merlín no tiene ninguna posibilidad.
Aiken observó cómo las luces de la ciudad de Lyon se apagaban y desaparecían a medida que la tormenta que se acercaba dejaba caer sobre el valle una cortina de lluvia.
—El Yanki tiene que contender con Merlín en la historia ¿no? Tecnología moderna contra magia. La ciencia contra la superstición de la Edad Media. No puedo recordar mucho del libro. Lo leí cuando tendría unos trece años allá en Dalriada, y sé que me sentí decepcionado con Twain por malgastar tanto espacio en medio horneada filosofía en vez de acción. ¿Cómo termina? ¿Sabes…? ¡Lo he olvidado! Creo que voy a ir al ordenador y le pediré una placa del libro para leer en la cama. —Hizo un guiño a Bryan y Elizabeth—. ¡Pero es probable que decida alcanzar un objetivo más alto que Sir Bolsillos!
Entró en el albergue.
—Y entonces quedaron dos —dijo Bryan.
Elizabeth estaba terminando su Rémy Martin. En muchos aspectos le recordaba a Varya… tranquila, incisivamente inteligente, pero con los postigos siempre cerrados Proyectaba una fría camaradería y ni la más ligera pizca de sexo.
—No vas a quedarte mucho tiempo con el Grupo Verde ¿verdad, Bry? —observó la mujer—. El resto de nosotros hemos desarrollado una dependencia en estos cinco días. Pero tú no.
—No vais a echarme mucho en falta. ¿Estás segura de que tus metafunciones han desaparecido realmente?
—No desaparecido —dijo ella—. Pero en la práctica es como si lo hubieran hecho. He caído en lo que llamamos el estado latente debido a los daños cerebrales. Mis funciones siguen aún ahí, pero inaccesibles, emparedadas en la mitad derecha de mi cerebro. Algunas personas nacen con esta cualidad latente… con las paredes. Otros nacen operativos, como decimos, y sus poderes mentales se hallan disponibles para ellos, especialmente si reciben un entrenamiento adecuado desde la infancia. Es algo análogo a la adquisición del lenguaje por los bebés. Mi trabajo allá en Denali implicaba una buena cantidad de ese tipo de entrenamiento. Muy raramente, éramos capaces de transformar a latentes en operativos. Pero mi caso es distinto. Apenas tengo unas pocas cucharaditas de té de mi cerebro original. Todo lo demás es regenerado. Lo que quedó fue suficiente para hacer el trabajo, y un especialista restauró mis memorias. Pero por alguna razón desconocida, la operatividad metapsíquica raras veces sobrevive a un trauma cerebral realmente espectacular.
—¿Qué ocurrió, si no te importa que te lo pregunte?
—Mi esposo y yo nos vimos atrapados por un tornado mientras viajábamos en huevo por Denali. Es un pequeño mundo encantador, pero con uno de los peores climas de la galaxia. Lawrence resultó muerto en el acto. Yo quedé hecha pedacitos, pero finalmente pudieron restaurarme. Excepto las funciones MP.
—Y perderlas resulta algo tan insoportable… —empezó él, luego maldijo y se disculpó.
Pero ella permaneció tranquila, como siempre.
—A un no meta le resulta casi imposible comprender la pérdida. Piensa en quedarte sordo, mudo, ciego. Piensa en verte paralizado e inmóvil para siempre. Piensa en perder tus órganos sexuales, en quedar horriblemente desfigurado. Pon toda la angustia junta, y aún no es suficiente, una vez has conocido lo otro y luego lo has perdido… Pero tú también has perdido algo, ¿no es así, Bry? Quizá puedas comprender algo de lo que siento.
—Perder algo. Quizá tenga más sentido decirlo de esta forma. Dios sabe que no hay ninguna lógica en lo que siento por Mercy.
—¿Piensas buscarla? ¿Y si los demás en el plioceno saben dónde ha ido?
—Todo lo que tengo es una corazonada. Probaré primero Armórica debido a sus antepasados bretones. Y luego Albión… la futura Bretaña. Necesitaré el barco debido a que se discute si el canal era tierra firme en el período exacto en que vamos a vivir. El nivel del mar parece haber fluctuado de una forma extraña a principios del plioceno. Pero encontraré de algún modo a Mercy, no importa dónde haya ido.
¿Y qué encontraré yo en mi precioso globo?, se preguntó Elizabeth. ¿Y qué importará lo que encuentre? ¿Será mundo del Exilio tan vacío como éste?
Quizá si ella y Lawrence hubieran deseado hijos… pero eso hubiera comprometido su trabajo, de modo que habían llegado al acuerdo de renunciar a ellos, buscando llenar su amor el uno en el otro, uniéndose de por vida como casi todos los metapsíquicos hacían, sabiendo que cuando uno de los dos desapareciera inevitablemente siempre seguiría estando la Unidad, el abrazo de miles de millones de mentes del Medio Galáctico.
O así hubiera debido ser…
Las primeras grandes gotas empezaron a repiquetear contra las hojas de los plátanos. Destellos blancoazulados iluminaron todo el valle, y el trueno pareció sacudir de raíz las montañas. Bryan tomó a Elizabeth de la mano y la arrastró a través de gran cristalera hasta el salón principal antes de que la auténtica lluvia empezara a caer.