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Felice Landry y el consejero psicológico penetraron en el patio pavimentado del albergue, cruzaron un paso, y entraron en una oficina orientada a las fuentes y flores del exterior. La habitación había sido copiada del estudio de una abadesa del siglo XV. La chimenea de piedra, con su falso escudo de armas, exhibía un enorme ramo de gladiolos escarlata un poco mustios ya entre unos morillos del tamaño de cabezas de perros.

—Ha hecho usted un largo camino hasta aquí, ciudadana Landry —dijo el consejero—. Es una lástima que su solicitud haya tropezado con tantas dificultades.

Se reclinó en la silla tallada, formando un campanario de iglesia con los dedos de sus manos. Tenía una nariz puntiaguda, una eterna semisonrisa, y un denso pelo negro y rizado con un mechón blanco brillante en la parte frontal. Sus ojos eran cautelosos. Había leído el perfil de la mujer. Sin embargo, parecía muy dócil con aquel vestido gris azulado, retorciendo ansiosamente sus pobres deditos.

Amablemente, dijo:

—Compréndalo, Felice, realmente es usted muy joven para enfrentarse a un paso tan serio. Como es posible que sepa, la primera custodiadora del portal del tiempo —hizo una inclinación con la cabeza hacia el óleo de la santificada Madame que colgaba encima de la chimenea— estableció una edad mínima de veintiocho años para sus clientes. En la actualidad nos hallamos en condiciones de afirmar que la restricción de Angélique Guderian era arbitraria, basada en anticuadas nociones tomistas de psicomaduración. Pero pese a todo, el principio básico sigue siendo enteramente válido. Un juicio completamente formado es algo esencial para tomar decisiones de vida y muerte. Y usted tiene dieciocho años. Estoy seguro de que es mucho más madura que la mayor parte de las personas de su edad, pero pese a todo, tal vez fuera prudente esperar algunos años más antes de optar por el Exilio. No hay regreso, Felice.

Estoy tan indefensa y asustada, y soy tan frágil. Estoy en tu poder, y necesito tan enormemente tu ayuda, y sería tan gratificante.

—Usted ha estudiado mi perfil, consejero Shonkwiler. Estoy hecha un lío.

—Sí, sí, pero eso puede ser tratado, ciudadana. —Se inclinó hacia delante y tomó su fría mano—. Tenemos aquí en la Tierra muchas más formas de tratamiento de las que hay disponibles en su planeta natal. ¡Arcadia es tan remoto! Es difícil esperar que los consejeros de allí dispongan de las técnicas de terapia más recientes. Pero puede ir usted a Viena o Nueva York o Wuhan, y puede estar segura de que la gente importante de allí podrá arreglar ese pequeño MS suyo y la hiperagresión envidiosa al macho. Tiene que tratarse tan sólo de un ligero trastorno de personalidad. Una vez terminado el tratamiento, se hallará usted completamente nueva, mejor que nunca.

Los fundentes y dóciles ojos castaños empezaron a rebosar.

—Estoy segura de que se siente usted motivado por los mejores intereses, consejero Shonkwiler. Pero tiene que intentar comprender. —¡Por favor, ayuda, enfatiza, condesciende a ayudar a esa pobre patética!— Prefiero seguir siendo de la forma que soy. Por eso rechacé el tratamiento. El pensamiento de otras personas manipulando mi mente, cambiándola… me llena del más terrible de los miedos. ¡Simplemente no puedo permitirlo!

Y no lo permitiría.

El consejero se humedeció los labios, y repentinamente se dio cuenta de que estaba apretando la mano de la muchacha. Se sobresaltó, la soltó, y dijo:

—Bien, normalmente sus problemas psicológicos no deberían impedir su transferencia al Exilio. Pero, unidos a su edad, constituyen un elemento importante. Como sabe usted muy bien, el Concilio no permite que las personas que poseen poderes metapsíquicos operantes pasen al Exilio. Son demasiado valiosas para el Medio. Y sus tests muestran que posee usted metafunciones latentes con potenciales coercitivos, psicocinéticos y psicocreativos de una magnitud extraordinariamente alta. Sin duda ellos son parcialmente los responsables de su éxito como una atleta profesional.

Ella mostró una sonrisa como de disculpa, luego dejó caer lentamente la cabeza, de modo que el ahora lacio pelo color platino formó una cortina sobre su rostro.

—Ahora ya ha terminado todo. Ellos no volverán a aceptarme de nuevo.

—Eso es cierto —dijo Shonkwiler—. Pero si sus problemas psicosociales fueran tratados con éxito, quizá fuera posible a la gente del Instituto MP llevar sus habilidades latentes a un status operativo. ¡Piense en lo que significaría eso! Se convertiría usted en uno de los miembros de élite del Medio… una persona de enorme influencia… ¡alguien capaz de sacudir literalmente al mundo! Qué noble carrera podría seguir usted entonces, pasando su vida al servicio de una agradecida galaxia. ¡Incluso podría aspirar a un papel en el Concilio!

—Oh, nunca podría pensar en algo así. Es aterrador pensar en todas esas mentes… Además, nunca estaré dispuesta a renunciar a ser como soy. Tiene que haber una forma de que yo pase a través del portal del tiempo, aunque no tenga la edad. ¡Tiene que ayudarme usted a encontrarla, consejero!

El hombre dudó.

—Hubiera podido invocarse la cláusula de reincidencia si los infortunados MacSweeny y Barstow hubieran decidido presentar cargos. No hay restricciones de edad para los reincidentes.

—¡Hubiera debido pensar yo misma en ello! —Su sonrisa de alivio era deslumbrante—. ¡Entonces, todo resultará muy sencillo!

Se levantó y rodeó el escritorio de Shonkwiler. Aún sonriendo, sujetó los hombros del otro con sus pequeñas y frías manos, apretó con los pulgares, y le partió las clavículas.