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Durante todo el camino de vuelta a la Tierra desde Brevon-su-Mirikon, Bryan Grenfell planeó la forma en que lo haría. Llamaría a Mercy desde el astropuerto de Unst tan pronto como pasara por el decon, y le recordaría que ella había aceptado salir a navegar con él. Podrían encontrarse en Cannes el viernes por la tarde, lo cual le daría a él tiempo para dejarse caer por la conferencia en el CAS en Londres y recoger algunas ropas y el barco de su piso. Se preveía buen tiempo para los siguientes tres días, así que podrían ir fácilmente hasta Córcega o incluso Cerdeña.

En alguna discreta gruta, con la luz reflejándose en el Mediterráneo y una suave música sonando, todo llegaría a su culminación.

—Al habla su capitán. Dentro de cinco minutos entraremos de nuevo en el espacio normal encima del planeta Tierra. Habrá un momento de incomodidad cuando atravesemos las superficies, que puede molestar a algunas personas sensibles. Por favor, no duden en llamar a su asistente de vuelo si desean algún tranquilizante, y recuerden que su satisfacción es nuestra misión más importante. Gracias por viajar con la United.

Grenfell se inclinó hacia el com.

—Glendessarry y Evian —dijo. Cuando apareció la bebida la tomó de un trago, cerró los ojos, y pensó en Mercy. Aquellos tristes ojos color de mar, rodeados por oscuras pestañas. El pelo rojo cedro enmarcando sus pálidas mejillas de altos pómulos. Su cuerpo, casi tan delgado como el de una niña pero esbelto y elegante en su vestido verde hoja ribeteado con cintas de un color más oscuro. Podía oír su voz, melodiosa y resonante, mientras hablaban en el huerto de manzanos aquella tarde después de la representación medieval.

—No existe el amor a primera vista, Bryan. Tan sólo es sexo a primera vista. Y si mis flacuchos encantos te inflaman, entonces acostémonos juntos, porque tú eres un hombre dulce y yo necesito consuelo. Pero no hables de amor.

Lo había hecho, sin embargo. No había podido evitarlo. Dándose cuenta de lo ilógico del asunto, observándose a sí mismo desde lejos con un triste desprendimiento pero incapaz pese a todo de controlar la situación, sabiendo que la había amado desde el primer momento que se habían visto. Con cautela, había intentado explicárselo sin aparecer como un perfecto asno. Ella se había limitado a echarse a reír y lo había empujado hacia un prado salpicado de pétalos. La pasión les había hecho gozar a ambos pero a él no le había dado satisfacción. Se sentía atrapado por ella. Tenían que compartir sus vidas para siempre o separarse con el corazón de él destrozado.

¡Un solo día con ella! Un día antes de que él tuviera que viajar a la importante reunión del planeta poltroyano. Ella quería que se quedara, sugiriéndole unas vacaciones en el mar, pero él, atado al deber, se había marchado. ¡Imbécil! Quizá ella lo necesitaba. ¿Cómo podía haberla dejado sola?

Un solo día…

Un viejo amigo de Bryan, Gaston Deschamps, al que había encontrado por casualidad en un restaurante de París, lo había invitado a matar unas cuantas horas vacías observando la Fête d’Aubergne tras bastidores. Gaston, el director de la representación, lo había llamado un curioso ejercicio de etnología aplicada. Y así había sido… hasta que le había presentado a la mujer.

—Ahora regresaremos a esos emocionantes días de antaño —había proclamado Gaston tras acompañarle a una vuelta por el pueblo y el castillo.

El director le había llevado hasta una alta torre, y habían cruzado una puerta a la sofisticada sala de control de la representación, y ella estaba sentada allí.

—Mi colaboradora en la fabricación de maravillas, la directora ayudante de la Fête, y la dama más medieval de todo el Medio Galáctico… ¡Mademoiselle Mercedes Lamballe!

Ella había alzado la vista de su consola y sonreído, atravesándole hasta el mismísimo corazón…

—Al habla su capitán. Estamos reentrando en el espacio normal sobre el planeta Tierra. El proceso tomará tan sólo dos segundos, así que por favor resistan con nosotros durante el breve período de ligera incomodidad.

Zang.

Arrancardientesmartillearpulgaresretorcerhuesos.

Zang.

—Gracias por su paciencia, damas y caballeros y distinguidos pasajeros de los otros sexos. Aterrizaremos en el astropuerto de Unst, en las hermosas islas Shetland de la Tierra, exactamente a las 15:00 horas, según el cómputo del Tiempo Medio de la Tierra.

Grenfell se secó su alta frente y encargó otra bebida. Esta vez la sorbió poco a poco. Sin desearlo, una antigua canción empezó a desenrollarse en su mente, y sonrió porque la canción era tan parecida a Mercy.

Hay una dama dulce y amable,

Ningún rostro me complace tanto.

La vi solamente una vez de pasada,

Y sin embargo la amaré hasta la muerte.

Tomaría el tubo hasta Niza y un huevo hasta Cannes. Ella estaría esperándole en el paseo de aquella antigua y apacible ciudad, quizá llevando un conjunto de playa verde. Sus ojos tendrían aquella expresión de suave melancolía y serían verdes o grises, cambiando según el mar y según la profundidad. Él se detendría vacilante con su talego de lona y su cesto de picnic lleno de comida y bebida (champán, Stilton, salchichas de foie gras, mantequilla dulce, grandes hogazas de pan, naranjas, cerezas), luego avanzaría unos pasos, y ella le sonreiría al fin.

Sacaría el barco y haría que los chicos se apartaran. (Siempre había chicos por ahí ahora que las familias habían redescubierto la tranquila Costa Azul.) Conectaría el delgado tubo del pequeño hinchador y echaría el enrollado paquete de película decamolec plata y negra al agua. Lentamente, lentamente, mientras los chicos abrían sus bocas, el balandro de ocho metros crecería: los tirantes de la quilla, el casco, las cubiertas, el mobiliario, la cabina, las barandillas, el mástil. Luego sacaría las piezas independientes —timón, estabilizador, la botavara con las velas aún enrolladas, cordaje, asientos de cubierta, armarios, cubos, ropa de cama y todo lo demás—, nacido milagrosamente de tenso decamolec y aire comprimido. Los depósitos adyacentes llenarían los tirantes de la quilla y el estabilizador con mercurio y lastrarían el resto del barco con agua destilada, añadiendo masa a la microestructura del decamolec. Alquilaría los elementos auxiliares, las lámparas, la bomba, los instrumentos de navegación, el sustentante, el ancla CQR y el resto del equipo, pagaría al capitán del puerto y sobornaría a los chicos para que no escupieran desde el muelle al casco.

Ella subiría a bordo. Partirían. ¡Con una ligera brisa, sería muy fácil llegar hasta Ajaccio! Y de algún modo, en los días siguientes, conseguiría que ella aceptara finalmente casarse con él.

La vi solamente una vez de pasada…

Cuando la astronave aterrizó en las hermosas Shetland, la temperatura era de seis grados Celsius y soplaba un deprimente viento del nordeste. El videofono de Mercedes Lamballe respondió con un EL ABONADO HA CANCELADO EL SERVICIO.

Presa del pánico, Grenfell consiguió comunicarse finalmente con Gaston Deschamps. El director de la representación se mostró evasivo, luego furioso, finalmente se disculpó.

—El hecho, Bry, es que esa maldita mujer nos ha dejado colgados. Debió ser al día siguiente de que tú te marcharas fuera de la Tierra, hace dos meses. Simplemente se marchó… ¡en el momento de más trabajo de la estación!

—¿Pero dónde, Gaston? ¿Dónde se ha ido?

En la pantalla visora, Deschamps apartó la vista hacia un lado.

—A través de ese maldito portal del tiempo, al Exilio. Cuando pienso en ello se me retuercen las tripas, Bry. Lo tenía todo en la vida. Estaba un poco ida, por supuesto, pero nada que nos hiciera sospechar que pudiera llegar hasta tan lejos. Es una maldita vergüenza. Tenía un toque especial para todo lo medieval, nadie podrá sustituirla.

—Entiendo. Gracias por decírmelo. Lo siento mucho.

Cortó la conexión y se sentó en la cabina televideofónica, un antropólogo de mediana edad con una cierta reputación, de rostro agradable, vestido al estilo conservador, sujetando un maletín lleno de Actas de la Decimoquinta Conferencia Galáctica sobre Teoría de la Cultura. Dos simbiari que habían llegado en la misma nave que él aguardaron pacientemente fuera durante algunos minutos antes de golpear discretamente en la puerta de la cabina, dejando pequeñas manchas verdosas en el cristal.

Y sin embargo la amaré…

Brian Grenfell alzó un dedo hacia los simbiari, pidiendo disculpas, y se volvió hacia la videofono. Pulsó la tecla #.

—¿Información acerca de qué ciudad, por favor?

—Lyon —dijo.

… hasta la muerte.

Bryan envió por correo el informe al CAS y tomó su propio huevo en Londres. Aunque hubiera podido efectuar toda su indagación con la misma facilidad desde casa, partió hacia Francia aquella misma tarde. Se instaló en el Galaxie-Lyon, encargó una cena de langosta a la plancha, soufflé de naranja, y Chablis, e inmediatamente empezó a buscar toda la literatura existente.

La unidad de la biblioteca de su habitación desplegó una lista deprimentemente larga de libros, tesis y artículos sobre el portal del tiempo de Guderian. Pensó dejar de lado aquellos catalogados bajo los epígrafes Física y Paleobiología y concentrarse en los apartados Psicoanalogía y Psicosociología; pero aquello parecía indigno de ella, así que metió su tarjeta en la ranura y pidió resignadamente toda la colección. La máquina escupió los suficientes libros-placa como para pavimentar más de seis veces la enorme habitación del hotel. Los clasificó metódicamente y empezó a asimilar, proyectando algunos, leyendo otros, asimilando durante el sueño los más tediosos. Tres días más tarde devolvió los libros a la unidad. Liquidó la cuenta del hotel y pidió su huevo, luego se dirigió al techo para esperarlo. Toda la información que acababa de asimilar giraba y giraba en su mente sin ninguna forma ni estructura. Sabía que subconscientemente la rechazaba junto con sus implicaciones, pero esta realización no era de mucha ayuda.

Los corazones rotos terminan sanando y los recuerdos de los amores perdidos se van desvaneciendo poco a poco, incluso en este extraño amor que aquellos como él nunca habían conocido antes. Se dio cuenta de que eso tenía que ser cierto. Un juicio comedido, la consideración de los escasos datos que había asimilado, el sentido común liberado de las emociones, le decían lo que tenía que hacer. Lo que resultaba juicioso hacer.

Oh, Dios mío. Oh, querida. El más alejado rincón de la galaxia está mucho más cerca que tú, mi dama a la que he visto una sola vez de pasada. Y sin embargo. Y sin embargo.