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—Inténtalo de nuevo, Elizabeth.

Concentró toda la fuerza de su mente en el sentido proyectivo, lo que quedaba de él. Jadeando y con el corazón latiendo apresuradamente, se tensó hasta que le pareció estar flotando fuera de la silla.

Proyecta de la placa frente a ti:

SONRISAS-SALUDOS. AL TERAPISTA KWONG CHUN-MEI DE ELIZABETH ORME FARSPEAKER. SI TUVIERA LAS ALAS DE UN ÁNGEL VOLARÍA SOBRE LAS PAREDES DE ESTA PRISIÓN. FIN.

—Inténtalo de nuevo, Elizabeth.

Lo hizo. Una y otra vez. Enviando aquel irónico pequeño mensaje que ella misma había elegido. (El sentido del humor es la evidencia de la integración de la personalidad.) Enviando. Enviando.

La puerta de la cabina se abrió, y Kwong entró por fin.

—Lo siento, Elizabeth, pero sigo sin recibir ni un parpadeo.

—¿Ni siquiera la sonrisa?

—Lo siento. Todavía no. No hay imágenes en absoluto… sólo el simple agente conductor. Mira, querida, ¿por qué no lo dejamos por hoy? El monitor de signos vitales te muestra en amarillo. Realmente necesitas más descanso, más tiempo para curarte. Estás intentándolo demasiado duro.

Elizabeth Orme se inclinó hacia atrás y apretó los dedos contra sus doloridas sienes.

—¿Por qué seguimos fingiendo, Chun-Mei? Sabemos que las probabilidades de que yo funcione como metapsíquica de nuevo son poco menos que cero. El tanque hizo un trabajo maravilloso recomponiendo mis pedazos después del accidente. Nada de cicatrices, nada de aberraciones. Me siento estupendamente, normal, un espécimen saludable de la vertiente femenina de la Humanidad. Y eso es todo, amigos.

—Elizabeth… —los ojos del terapista estaban llenos de compasión—. Date a ti misma una oportunidad. Fue una regeneración neocortical casi completa. No comprendemos por qué no recobraste tus metafunciones junto con tus otras facultades mentales, pero si le dedicamos tiempo y trabajo, puede que te recuperes.

—Nadie con mi tipo de heridas lo ha hecho nunca.

—No —llegó la reluctante admisión—. Pero aún hay esperanzas, y debemos seguir intentándolo. Sigues siendo una de nosotros, Elizabeth. Te deseamos operando de nuevo, no importa el tiempo que tome. Pero tienes que seguir intentándolo.

Seguir intentando enseñar a una mujer ciega a ver las tres lunas llenas de Denali. Seguir intentando enseñar a una mujer sorda a apreciar a Bach, o a una muda a cantar a Bellini. Oh, sí.

—Eres un buen amigo, Chun-Mei, y Dios sabe que has trabajado duro conmigo. Pero sería mucho mejor si yo simplemente aceptara la pérdida. Después de todo, piensa en los miles de millones de gente normal que viven vidas plenas y felices sin ninguna función metapsíquica en absoluto. Lo único que tengo que hacer es adaptarme a la nueva perspectiva.

Olvida el recuerdo de las alas perdidas del ángel. Sé feliz dentro de las paredes de la prisión de tu propio cráneo. Olvida la hermosa Unidad, la sinergia, el exultante puente de mundo a mundo, el nunca temeroso calor de las almas compañeras, la alegría de conducir a metaniños a una completa operatividad. Olvida la querida identidad de Lawrence muerto. Oh, sí.

Kwong vaciló.

—¿Por qué no sigues el consejo de Czarneki y te tomas unas largas vacaciones en algún mundo cálido y pacífico? Tuamotu. Riviera. Tamiami. ¡Incluso la Vieja Tierra! Cuando regreses podemos empezar de nuevo con imágenes más simples.

—Es posible que sea eso lo que necesito, Chun-Mei. —Pero el ligero énfasis no se le escapó al terapista, cuyos labios se fruncieron preocupados. Kwong no dijo nada, temiendo causar un dolor aún más profundo.

Elizabeth se echó por encima su capa ribeteada de piel y miró a través de las cortinas que cubrían la ventana de la oficina.

—Buen Dios, mira: vaya tormenta. He sido una estúpida no aprovechando la posibilidad de escapar a este invierno en Denali. Espero que mi pobre huevo se ponga en marcha. Era el único en el aparcamiento esta mañana, y el pobre está ya casi para el desguace…

Sonrió tristemente. Como su conductora…

El terapista siguió a Elizabeth Orme hasta la puerta y colocó una mano sobre su hombro, en una impulsiva empatía. Proyectando paz. Proyectando esperanza.

—No tienes que perder valor. Le debes a ti misma y a toda la metacomunidad entera el seguir intentándolo. Tu lugar es con nosotros.

Elizabeth sonrió de nuevo. El suyo era un rostro tranquilo, con tan sólo unas pequeñas arrugas en las comisuras de los ojos, estigmas de la profunda emoción subsiguiente a la regeneración que había restaurado su cuerpo de cuarenta y cuatro años a la perfección del adulto joven. Con la misma facilidad con que un cangrejo de río hace crecer nuevos miembros, ella había hecho crecer nuevas células para reemplazar los aplastados brazos y caja torácica y pelvis, pulmones y corazón y órganos abdominales, huesos triturados y materia gris de la parte anterior de su cerebro. La regeneración había sido virtualmente perfecta, o así al menos habían dicho los doctores. Oh, sí.

Apretó suavemente la mano del terapista.

—Adiós, Chun-Mei. Hasta la próxima vez.

Nunca, nunca otra vez.

Salió a la nieve, que le llegaba ya casi hasta los tobillos. Las iluminadas ventanas de la oficina del Instituto de Metapsicología de Denali trazaban dibujos dorados formando cuadros en el blanco sendero. Frank, el portero, le dirigió un saludo con la cabeza mientras apartaba la nieve del camino con una pala. El sistema que la fundía automáticamente debía haberse estropeado de nuevo. El buen viejo Denali.

No iba a volver al Instituto donde había estado trabajando durante tantos años… primero como estudiante, luego como consejera en comunicación a distancia y redacción, finalmente como paciente. El constante dolor de la privación era mucho más de lo que su cordura podía soportar, y Elizabeth era básicamente una mujer práctica. Era hora de hacer algo completamente distinto.

Henchida de decisión, sujetando la capucha de su capa apretada en torno a su cabeza, se encaminó al aparcamiento de los huevos. Como era últimamente su costumbre, rezó moviendo silenciosamente los labios.

—Bendita Máscara Diamantina, guía mi camino al Exilio.