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Todo el clan Voorhees se había lanzado al espacio profundo casi inmediatamente después de la Gran Intervención. Era de esperar de los descendientes de capitanes de Nueva Amsterdam y cuatro generaciones de aviadores de la Marina de los Estados Unidos; los genes de los Voorhees tenían programado un anhelo de horizontes lejanos.

Richard Voorhees y sus hermanos mayores Farnum y Evelyn habían nacido en Assawompset, uno de los mundos «americanos» más antiguos, donde sus padres se habían instalado con la Decimocuarta Flota. Far y Evvie seguían la tradición familiar… oficiales de navegación ambos, ella comandante de un correo diplomático, él ejecutivo de uno de los transportes de colonización de tamaño asteroidal. Ambos habían servido con distinción durante la breve Rebelión Metapsíquica de los Ochenta, una distinción para el nombre familiar, para el servicio, y para la Humanidad en general.

Luego estaba Richard.

Él también había ido a las estrellas, pero no al servicio del gobierno. La estructurada vida militar le repelía, y tenía un exceso de xenofobia. Los miembros de las cinco razas exóticas eran visitantes frecuentes de la Base del Sector en Assawompset, y Richard los había odiado y temido desde que era un niño. Más tarde, en la escuela, descubrió una racionalización para esos temores cuando leyó acerca del medio siglo precedente a la Intervención en la Vieja Tierra, cuando los sondeos más y más frecuentes de los ansiosos antropólogos del Medio habían trastornado e incluso a veces aterrorizado a la Humanidad. Los krondaku se habían hecho culpables de experimentaciones particularmente carentes de tacto; y las tripulaciones de algunos mundos simbiari habían llegado incluso a gastarles malas jugadas a los nativos cuando se sentían aburridos durante los largos turnos de vigilancia.

El Concilio Galáctico había luchado firmemente con tales transgresiones, que afortunadamente eran pocas. Sin embargo, había aún profundamente arraigado en el folklore humano un residuo de la antigua psicosis de «invasiones alienígenas», incluso después de que la Intervención hubiera abierto el camino a las estrellas. Las leves manifestaciones de xenofobia eran algo común entre los colonos humanos; pero no mucha gente llevaba sus prejuicios tan lejos como Richard Voorhees.

Alimentados por sentimientos de insuficiencia personal, los miedos irracionales del niño maduraron en un odio declarado en el hombre adulto. Richard rechazó entrar al servicio del Medio, y en vez de ello se orientó hacia la carrera del comercio espacial. Así podía elegir a sus compañeros de nave y los puertos que visitaba. Farnum y Evelyn intentaron comprender el problema de su hermano; pero Richard sabía demasiado bien que los dos oficiales de la Flota lo miraban secretamente por encima del hombro.

—Nuestro hermano el comerciante —decían, y se echaban a reír—. ¡Bueno, no es tan malo como ser un pirata!

Richard tuvo que fingir aceptar todo aquello con buen humor durante más de veinte años, mientras se abría camino de tripulante a contramaestre a capitán de la nave de otro a patrón y a dueño de su propia nave. Finalmente llegó el día en que pudo plantarse en el muelle del Astropuerto de Bedford y admirar la bruñida esbeltez de la CSS Wolverton Mountain, disfrutando del hecho de que era suya. La nave había sido el capricho de carreras de un VIP, y estaba equipada con el más potente de los motores superlumínicos, así como con enormes motores antiinercia para viajes a velocidades inferiores a la de la luz. Voorhees hizo desmantelar todas las instalaciones para los pasajeros y convirtió la nave en un carguero exprés, porque allí es donde estaba el auténtico dinero.

Les hizo saber a todos que no había viaje demasiado largo o demasiado peligroso para que él no se atreviera a hacerlo, ningún riesgo que no estuviera dispuesto a afrontar en la entrega de una rara o desesperadamente necesitada carga a cualquier lugar de la galaxia. Y los clientes empezaron a fluir.

En los años que siguieron, Richard Voorhees efectuó ocho veces el pasmoso viaje a Hub antes de que esas precarias colonias fueran abandonadas. Quemó cuatro juegos de cristales de campos upsilon de energía, y casi fundió su propio sistema nervioso en un viaje que rompió récords hasta la Aglomeración de Hércules. Transportó medicamentos y equipo vital y piezas de repuesto de imprescindible maquinaria. Envió muestras de menas y cultivos de organismos sospechosos de las colonias humanas exteriores a los enormes laboratorios del Viejo Mundo. Consiguió impedir una catástrofe eugenésica en Bafut llevándoles a toda prisa esperma de reemplazo. Recibió la gratitud de un magnate agonizante trayéndole una preciosa botella de Jack Daniel’s desde la Tierra hasta el lejano Sistema de Cumberland. Llevó de todo a todas partes, menos el suero a Nomo y el mensaje a García.

Richard Voorhees se hizo rico y un poco famoso, pasó por el proceso de rejuvenecimiento, adquirió una afición hacia los aeroplanos antiguos, las cosechas raras de vinos de la Tierra, las comidas de gourmet, y las bailarinas, se dejó crecer un denso bigote negro, y les dijo a sus distinguidos hermano y hermana mayores que se fueran a tomar viento.

Y entonces, un cierto día de 2110, Richard sembró la semilla de su propia ruina.

Estaba solo como de costumbre en el puente de la Wolverton Mountain, profundamente sumergido en la gris negación del subespacio, lanzado a toda velocidad hacia el aislado sistema de Orissa, a 1870 años luz al sur del Plano Galáctico. Su carga era un enorme e intrincado templo de Jagannath, incluidas imágenes sagradas y material móvil, que debía reemplazar a un complejo religioso que había resultado accidentalmente destruido en el planeta hindú. Los artesanos del Viejo Mundo, utilizando herramientas y antiguos planos hoy no disponibles en sus colonias afines, habían elaborado una réplica perfecta; pero se habían demorado demasiado haciéndola. El contrato de Voorhees especificaba que tenía que entregar el templo y sus estatuas en Orissa dentro de diecisiete días, antes de la celebración local del Rath Yatra, donde se suponía que la efigie del dios tenía que ser transportada en solemne procesión desde el templo a su morada estival. Si la nave llegaba tarde y los fieles tenían que conmemorar sus días santos sin los sagrados edificio e imagen, los fletes no serían pagados. Y el monto de los fletes era grande.

Voorhees tenía confianza en cumplir los plazos. Había programado la catenaria hiperespacial más ajustada, se había asegurado de disponer de suficiente material absorbente para compensar las tensiones de atravesar las superficies a gran velocidad, y se había sentado a jugar al ajedrez con el ordenador piloto y charlar con los demás sistemas de la nave. La Wolverton Mountain estaba completamente automatizada excepto para su capitán; Richard poseía las suficientes tendencias sociales vestigiales como para haber programado todos sus automatismos con identidades y voces individualizadas, junto con una alimentación constante de los principales escándalos de sus mundos favoritos, chistes y charlas lisonjeras. Todo aquello ayudaba a pasar el tiempo.

—Comunicaciones a puente —dijo una agradable voz de contralto, interrumpiendo el ataque de Richard a la reina del ordenador.

—Aquí Voorhees. ¿Qué ocurre, Lily querida?

—Hemos interceptado una señal de socorro contemporánea en el subespacio —dijo el sistema—. Una nave de investigación poltroyana se ha quedado varada en la matriz con problemas de traslación. Navegación está calculando su pseudosituación.

¡Malditos enanos sonrientes! Probablemente chismorreando por ahí a su manera habitual y dejando mientras tanto que sus cristales-u se deteriorasen sin dedicarles un adecuado mantenimiento.

—Navegación a puente.

—¿Sí, Fred?

—Esa nave en apuros se halla condenadamente cerca de nuestra catenaria, capitán. Están de suerte. Esa franja de hiper no suele llevar mucho tráfico.

El puño de Richard se cerró en torno a un peón del ajedrez y apretó. Así que iba a poder convertirse en la niñera de los pequeños tipos. Y besar a la mitad de la comisión, le gustara o no. Probablemente iba a llevar varios días subjetivos el efectuar las reparaciones, considerando lo torpes que solían ser los poltroyanos en esas cosas y el hecho de que la Wolverton Mountain solamente llevaba a tres robots ingenieros móviles. Si se hubiera tratado de un puñado de humanos en dificultades, no hubiera habido discusión. ¡Pero exóticos!

—He enviado acuse de recibo de la señal de socorro —dijo Lily—. La nave poltroyana se halla en un estado de deterioro de los sistemas vitales. Llevan atrapados ahí un cierto tiempo, capitán.

Oh, infiernos. Le quedaban solamente dos días para llegar a Orissa. Los poltroyanos seguramente podrían esperar unos pocos días más. Podría recogerlos a la vuelta.

—Atención todos los sistemas. Seguid el vector de subespacio original. Comunicaciones, cesa todas las transmisiones externas. Lily, quiero que borres de la memoria esa señal de socorro y todas las comunicaciones inter e intranaves subsiguientes a mi señal. ¿Preparados? Señal.

Richard Voorhees hizo su entrega a tiempo y cobró todo el flete de los agradecidos adoradores de Jagannath.

Un crucero de la flota de Lylmik prestó ayuda a los poltroyanos casi al mismo tiempo que Voorhees aterrizaba en Orissa. A los poltroyanos les quedaban quince horas de oxígeno en sus sistemas vitales cuando llegaron los auxilios.

Los poltroyanos remitieron su grabación de la respuesta inicial de Woorhees a su señal de socorro al Magistrado del Sector. Cuando Richard regresó a Assawompset, fue arrestado bajo sospecha de violar los Estatutos de Altruismo Galáctico, Sección 24, «Obligaciones Éticas de las Naves en el Espacio Profundo».

Tras ser considerado culpable de la acusación, Richard Voorhees fue multado con una suma exorbitante que se llevó todos sus ahorros. La Wolverton Mountain fue confiscada, y a su capitán se le prohibió realizar cualquier comercio interestelar o actividad de astrogación para el resto de todas sus vidas naturales.

—Creo que visitaré el Viejo Mundo —le dijo Richard a su abogado cuando hubo terminado el juicio—. Dicen que aquello es el no va más.