—¡Tienes que ayudarme!
Enloquecida, me detengo ante la carpa de Kartik. Él no discute conmigo, no dice palabra, ni siquiera cuando le cuento lo sucedido. Coge a Pippa y la lleva en hombros por el bosque hasta Spence. Sólo se detiene cuando pasamos junto al barranco, ante el ciervo muerto que hemos dejado allí. Nos ayuda a subir a Pippa a su habitación y luego corro a los aposentos de la señora Nightwing. La llamo con furia, gritando su nombre con una desesperación que no puedo contener. Nuestra directora abre la puerta con un gorro de dormir que le resbala por las largas trenzas canas.
—¿Qué demonios pasa? Señorita Doyle, ¿qué hace vestida? ¿Por qué no está acostada?
—Es Pippa —digo sin aliento—. Es que…
No puedo acabar, pero no importa. La señorita Nightwing ha percibido la alarma en mi voz. Se pone en acción con esa firmeza inamovible tan propia de ella, una cualidad que nunca había apreciado en su justa medida hasta ahora.
—Dile a Brigid que llame al doctor Thomas de inmediato.
Las lámparas arden toda la noche. Estoy sentada junto a la ventana de la biblioteca, con los brazos alrededor de las rodillas, volviéndome lo más pequeña posible. En los límites del sueño la veo. Mojada. Con la mirada vacía. Sumergiéndose bajo la suave superficie mientras pide ayuda a gritos. Me clavo las uñas en la palma de la mano para mantenerme despierta. Felicity se pasea de un lado al otro junto a mí. Evita mi mirada, pero el silencio habla por ella.
«La has dejado allí, Gemma. Sola en esa tumba de agua».
Un farol linterna se mueve por el jardín. Kartik. La luz se balancea y se agita en su jaula de metal. Tengo que esforzarme para verlo. Lleva una pala, y sé que va a donde está lo que no pudimos pasar por alto en el barranco. Va a enterrar el ciervo.
Pero no sé si lo hace para protegerme a mí o a sí mismo.
Permanezco largo rato sentada y observo cómo avanza la noche hacia el día, cómo lo violeta se vuelve amarillo y el amarillo se difumina hasta parecer que la oscuridad nunca ha manchado la piel del cielo. Cuando el sol asoma por encima de los árboles, estoy preparada para emprender un último viaje.
—Guarda esto —digo, poniendo el amuleto del ojo de luna creciente en las manos de Felicity.
—¿Por qué?
—Si no vuelvo… —Me interrumpo—. Si algo va mal, tendrás que buscar a los demás. Tendrán que saber que eres una de ellos.
Fija la mirada en el amuleto de plata.
—Tendrás que decidir si hay que ir a buscarme. —Hago una pausa—. O si hay que cerrar los reinos para siempre. ¿Lo entiendes?
—Sí —susurra—. Prométeme que volverás.
Siento la suavidad del retal de seda del vestido de mi madre en mi puño cerrado.
—Lo intentaré.