Al final el señor Bumble no fue tan fácil de engañar como creíamos. Fue a ver a los Cross y se lo contó todo. Los Cross se horrorizaron al ver que habían perdido el control de lo único que tenían siempre controlado: su hija. Su garantía. Aseguraron al señor Bumble que aquello eran patrañas juveniles, invenciones de una muchacha nerviosa por su boda. Al fin y al cabo, ¿cómo podía una chica tan hermosa como Pippa no gozar de excelente salud? El señor Bumble acepta su explicación, pues ellos son los padres y nosotras simples niñas tontas. Sin embargo, las consecuencias de esta historia se dejan notar en Spence. Así que las cuatro acabamos en el despacho de la señora Nightwing, donde, bajo la mirada de reproche de los ojos de las colas de pavo real del papel pintado de la pared, nos lanzan acusaciones y culpas, y observamos impotentes cómo se deshace nuestra libertad hilo por hilo.
Pippa se marchará con sus padres mañana y se casará con el señor Bumble antes del fin de semana. Ya han iniciado los preparativos. Se restablecerá el orden. Se defenderá el orgullo. ¿A quién le importa la felicidad de una chica ante cosas tan importantes como mantener las apariencias?
Pippa tiene la mirada clavada en su regazo y se muerde el labio inferior, totalmente derrotada, mientras la señora Nightwing intenta aplacar a sus padres y a su prometido. Toca una campana que pende de una larga cuerda —la que da a la cocina— y poco después aparece Brigid, sin resuello tras subir corriendo la escalera.
—Brigid, por favor, acompañe al señor Cross y al señor Bumble a la biblioteca y ofrézcales nuestro mejor oporto.
Eso complace a los hombres, todo sonrisas y pechos henchidos.
—Espero que acepten esto como sinceras disculpas. Les aseguro que no se producirán más hechos desagradables. —La señora Nightwing mira al señor Bumble de reojo.
El señor Cross hace un gesto con la mano como para restarle importancia.
—Por suerte, no ha pasado nada grave.
El señor Bumble se retuerce el bigote como si estuviera eligiendo un puro.
—Soy un hombre razonable. Pero debería llevar a estas chicas más cortas de riendas. No deberían tomar decisiones por su cuenta. No es sano.
Cierro los ojos e imagino al señor Bumble cayéndose de bruces por la larga escalera y partiéndose el cuello antes de catar ese oporto. Lo más irónico es que le contamos la verdad. Y ahora nos castigan por ello.
—Tiene toda la razón. Seguiré sus consejos al pie de la letra, señor Bumble —contesta la señora Nightwing, capitulando por una vez.
Le está siguiendo la corriente, pero él es demasiado presuntuoso para darse cuenta.
Los hombres se van con Brigid. La señora Cross se pone de pie y se arregla los guantes, tirando de ellos y alisando las arrugas.
—Vamos, Pippa. Tenemos que tomarte las medidas para el vestido de novia. Creo que un satén duquesa te irá bien.
Los labios trémulos de Pippa prorrumpen en un gemido desesperado y quedo.
—¡Por favor, madre! Te ruego que no me obligues a casarme con él.
La boca de la señora Cross se tensa, convirtiéndose en una línea plana y fea por la cual salen las palabras como un silbido.
—Estás avergonzando a la familia.
—Pippa —dice la señora Nightwing, interponiéndose entre las dos—. Serás una novia hermosa. La comidilla de Londres. Y después de tu luna de miel, cuando seas muy feliz y te hayas olvidado de todo esto, vendrás a vernos.
La boca de la señora Cross se ha relajado y hasta se le han humedecido los ojos. Coge a Pippa por el mentón con ternura.
—Sé que me desprecias en estos momentos. Pero te prometo que algún día me lo agradecerás. Con el matrimonio podrás ser independiente. De verdad. Si eres lista, podrás tener todo lo que quieras. Ahora vamos a ocuparnos del vestido, ¿de acuerdo?
Pippa sigue a su madre hasta la puerta, pero antes de salir se vuelve hacia nosotras y nos dirige tal mirada de desesperación que siento que soy yo la que tiene que casarse en contra de su voluntad.
Sólo quedamos nosotras tres delante de la señora Nightwing, sentada tras su escritorio, tan imponente como ella. Abre un cajón. El diario de Mary Dowd cae con ruido seco en la reluciente superficie de caoba del escritorio. El miedo me revuelve el estómago. Estamos perdidas.
—¿Quién puede explicarme esto?
En el reloj de la repisa pasan los segundos, que suenan como cañonazos.
—¿Ann?
Ann está al borde de las lágrimas.
—E-e-es un-un-un l-l-libro.
—Ya sé que es un libro. Lo he examinado página por página. —La señora Nightwing nos fulmina con la mirada por encima de las gafas—. Página por página.
Sabemos a qué página se refiere, y temblamos en nuestros asientos.
—Señorita Worthington, ¿quiere usted explicarme cómo ha llegado a sus manos este diario?
Felicity yergue la cabeza.
—¿Es que ha registrado mi habitación?
—Estoy esperando una respuesta. ¿O tendré que ponerme en contacto con su padre para tratar este asunto?
Felicity parece a punto de romper a llorar.
Trago saliva e intervengo.
—Es mío.
La señora Nightwing se vuelve rápidamente hacia mí y parpadea. Parece una lechuza al avistar a su presa.
—¿Suyo, señorita Doyle?
Siento un revoloteo en el estómago.
—Sí.
Muy bien, que me expulsen, que se acabe ya todo esto.
—¿Y dónde, si puede saberse, ha encontrado semejante basura?
—Lo encontré.
—¿Lo encontró? —repite mis palabras lentamente, mostrando lo mucho que me cree—. ¿Dónde?
—En el bosque.
La señora Nightwing me lanza una mirada furiosa, pero yo estoy demasiada aturdida para tener miedo.
—Por lo visto, han ocurrido muchas cosas en el bosque. Pippa me lo ha confesado todo.
A mi lado, oigo llorar a Ann y revolverse en la silla a Felicity. Pero yo me siento vacía, esperando lo inevitable.
—Me ha dicho que la señorita Moore les dio el libro.
No es lo que esperaba. Eso me hace volver en mí.
—¿Es verdad?
Abro la boca para decir que no, que ha sido todo culpa mía, pero Felicity se me adelanta.
—Sí —responde con tanta calma que apenas puedo creerlo—. Fue la señorita Moore.
—Lo lamento. Pero tendrá que contármelo todo, señorita Worthington.
—No, no es verdad —digo cuando por fin recupero la voz.
—Tú misma has dicho que lo sacaste de la biblioteca. —Felicity tiene una mirada dura, desesperada—. Y es verdad que la señorita Moore nos dijo que si queríamos saber algo más de la Orden, teníamos que ir a la biblioteca.
—¿La Orden? ¿Y se puede saber por qué la señorita Moore les llenó la cabeza con semejantes paparruchas?
—Nos llevó a la cueva para ver los dibujos.
—Algunos se han trazado con sangre —añade Ann.
Se han confabulado las dos.
—Nunca he dado permiso a la señorita Moore para que os llevara a ninguna cueva —señala la señora Nightwing.
—Pues nos llevó igualmente, señora Nightwing —dice Felicity con los ojos muy abiertos, intentando adoptar expresión de inocencia.
—Eso no es verdad. Encontré el diario…
Felicity posa la mano sobre mi brazo. Parece que sólo lo toca, pero lo está apretando con fuerza.
—La señora Nightwing ya sabe lo que ocurrió, Gemma. Ahora tenemos que contarle la verdad. —Y dirigiéndose a la señora Nightwing añade—: Incluso nos leyó una parte en mi salón privado.
Me pongo en pie.
—¡Lo hizo porque nosotras se lo pedimos!
—¡Señorita Doyle, siéntese en el acto!
Me hundo en la silla. No puedo mirar a Felicity.
—Son acusaciones muy graves contra la señorita Moore.
La señora Nightwing ya se ha hecho a la idea; así puede exonerarnos a nosotras, a Spence y a sí misma. Necesita echarle la culpa a alguien, necesita creer cualquier cosa salvo la verdad: que somos capaces de todo eso, nosotras solas. Y que lo hicimos delante de sus propias narices.
—¿Es verdad, Ann?
—Sí —contesta Ann sin el menor tartamudeo.
—Señora Nightwing —ruego—. Es todo culpa mía. Puede castigarme como lo crea conveniente, pero por favor no cargue con la culpa a la señorita Moore.
—Señorita Doyle, sé que tiene buen corazón, pero no le servirá de nada proteger a la señorita Moore.
—¡Pero si no estoy protegiéndola!
La señora Nightwing se ablanda.
—¿La señorita Moore les leyó este libro?
—Sí, pero…
—¿Y las llevó a la cueva?
—Sólo a ver las pictografías…
—¿Les contó historias sobre lo oculto?
No puedo articular el menor sonido. Me limito a asentir. He oído que Dios está en los detalles. Lo mismo sucede con la verdad. Si se omiten los detalles, el punto central, se puede condenar a alguien sólo con los datos más esenciales. La señora Nightwing se reclina en la gran butaca, que cruje y suspira bajo su peso.
—Ya sé lo influenciables que son las chicas. Yo también he tenido su edad —dice, aunque yo sólo puedo verla tal y como es ahora—. Sé lo mucho que las chicas quieren agradar y lo poderosa que puede ser la influencia de una profesora. Hablaré con la señorita Moore de inmediato. Y para que no se repita este tipo de conducta, me ocuparé de que se cierren con llave todas las puertas por la noche y de que las llaves estén en mi poder hasta que hayan recuperado mi confianza.
—¿Qué le pasará a la señorita Moore? —pregunto con un hilo de voz.
—No toleraré que ninguna de mis profesoras pase por alto mi autoridad. La señorita Moore será despedida.
Eso no puede ser. Va a echar a nuestra querida señorita Moore.
¿Qué hemos hecho?
Un grito espeluznante surca el silencio de la habitación. Viene de abajo. La señora Nightwing se levanta y baja corriendo por la escalera. La seguimos. Brigid está en el vestíbulo, de pie sobre el suelo de rombos, y sostiene algo en la mano.
—¡Qué me protejan todos los santos! Es ella; ha venido a por mí.
La señora Nightwing la sujeta por los hombros. Brigid tiene la mirada enloquecida de miedo. Suelta lo que tiene en la mano como si fuera una serpiente. Es un amuleto gitano, un tanto quemado, con un mechón de pelo alrededor de la garganta. Circe.
—Ha vuelto —gimotea Brigid—. ¡Dios mío, ha vuelto!