A la mañana siguiente, nuestros experimentos nocturnos con el poder y la magia nos han pasado factura. Estamos pálidas y con los labios agrietados. Me siento como en una nebulosa y estoy tan cansada que apenas puedo hablar en inglés, y menos en francés, lo que me crea problemas en la clase de mademoiselle LeFarge. Tampoco me ayuda el hecho de que entro dando un traspié cuando la clase ya casi ha empezado.
Mademoiselle LeFarge decide convertir mi retraso en un juego. Ahora que soy su alumna preferida, ejemplo magnífico de sus brillantes habilidades pedagógicas, prefiere jugar conmigo.
—Bonjour, mademoiselle Doyle. Quelle heure est-il?
Sé la respuesta. La tengo en la punta de la lengua. Algo sobre el tiempo, creo. Si al menos me quedara suficiente magia para ayudarme a pasar la clase. Pero por desgracia tendré que arreglármelas con mis propios medios.
—Esto…, hace un día…
Maldita sea. ¿Cómo se dice lluvia en francés? ¿Le lluvia? ¿La lluvia? ¿Es masculino o femenino? Algo que incordia tanto sólo puede ser masculino.
—Hace un jour de le lluvia —contesto, pronunciando la última parte de manera confusa, aunque el le hace que suene más francés.
Las demás se echan a reír, y eso convence a mademoiselle LeFarge de que estoy mofándome de ella.
—Mademoiselle Doyle, esto es una vergüenza. Hace sólo dos días demostró ser una alumna ejemplar. Ahora ha tenido la osadía de burlarse de mí. Tal vez le vaya mejor en un aula con niñas de ocho años.
Me da la espalda y durante el resto de la clase hace ver que no existo.
La señora Nightwing ha advertido nuestra palidez y nos obliga a dar un paseo por el jardín para que el aire fresco nos devuelva el color de las mejillas. Aprovecho para contar a mis amigas mi encuentro de anoche con Brigid.
—De modo que Circe es Sarah Rees-Toome. Y está viva.
Felicity cabecea, incrédula.
—Tenemos que encontrar esa fotografía —digo.
—Podemos decirle a la señora Nightwing que estamos buscando un guante perdido. Nos dejará buscar por todas partes y podremos recorrer todas las habitaciones —sugiere Ann.
Pippa gime.
—Tardaremos una eternidad.
—Podemos repartirnos las plantas —propongo.
Pippa me mira con sus grandes ojos de gamo.
—¿Es necesario?
—Sí —contesto, empujándola hacia la escuela.
Tras buscar durante una hora, no he encontrado nada. He recorrido el tercer piso tantas veces que sin duda he desgastado las alfombras. Con un suspiro, me detengo ante las fotografías existentes, deseando que hablen, que me digan algo sobre dónde puedo hallar la que falta. Pero las señoritas no me complacen.
Mi mirada se desvía hacia la fotografía de 1872, con su superficie arrugada. La descuelgo con cuidado de la pared y le doy la vuelta. El dorso de la fotografía está liso, en perfectas condiciones. Vuelvo a darle la vuelta y la parte delantera está ondulada. ¿Cómo es posible? A menos que no sea la misma foto.
Rápidamente retiro la fotografía cogiéndola por las esquinas, como si apartara una alfombra. Aparece otra debajo. Siento un zumbido en los oídos. Hay ocho chicas recién graduadas sentadas en el césped. Al fondo se ve el inconfundible contorno de Spence. Al pie, en elegante caligrafía, dice: Promoción de 1871. ¡La he encontrado! Los nombres están escritos debajo con letra apretada.
«De izquierda a derecha: Millicent Jenkins, Susana Meriwether, Anna Nelson, Sarah Rees-Toome…».
Inclino la cabeza. Mi dedo busca a Sarah. Justo en el momento de tomarse la fotografía volvió la cabeza, dejando un perfil borroso. Lo miro atentamente pero no veo gran cosa.
Mi dedo se acerca a la chica a su lado. Se me seca la boca. Está mirando directamente a la cámara con sus ojos sabios y penetrantes: ojos que he conocido toda mi vida. Busco su nombre, aunque ya sé cuál encontraré: el que abandonó y dejó morir en un incendio varios años antes de que yo naciera. Mary Dowd.
La chica de la promoción de 1871 que me devuelve la mirada es Mary Dowd: mi madre.