23

Nos pasamos el día como sonámbulas, con una sonrisa ridícula en el rostro. Las demás niñas pasan corriendo a nuestro lado por los pasillos como ortigas arrastradas por el viento sobre el césped. Nosotras flotamos entre ellas de clase en clase, cumpliendo con nuestras obligaciones, sin asimilar nada. Mantenemos viva la promesa de anoche a través de miradas furtivas y pequeños apartes en los que nos hablamos en clave, sorprendiendo a nuestras maestras y haciéndonos sonreír. Nos entendemos. Compartimos un secreto. No un secreto terrible como el que me une a mi familia y a Kartik, sino un secreto deliciosamente prohibido que nos ata. La expectación corre por nuestras venas y nos tensa la piel hasta que parece a punto de estallar. Es lo único que podemos hacer para pasar el día y esperar a que llegue la noche para abrir la puerta de luz y entrar otra vez en el reino. Somos como un único ser. No habrá extraños. Nadie se inmiscuirá en nuestra experiencia.

En la clase de música, el señor Grunewald se pasa toda la hora hablando de los méritos de una ópera en particular. Elizabeth, Cecily y Martha, atentas como buenas chicas, toman apuntes y asienten con la cabeza al unísono. Escuchan, escriben, escuchan, escriben.

Nosotras no anotamos ni una palabra. Estamos en un territorio donde podemos hacer lo que nos venga en gana. El señor Grunewald llama a Cecily al piano para que nos toque la pieza del día de la Asamblea. Interpreta un minueto con perfección y esmero.

—Muy bien, señorita Temple. Muy preciso.

El señor Grunewald está satisfecho, ahora nosotras sabemos cómo es la música de verdad y cuesta fingir interés en lo simplemente bonito.

Después de clase, Cecily simula creer que ha tocado muy mal.

—Bah, lo he destrozado, ¿no? Decid la verdad.

Martha y Elizabeth protestan y le dicen que ha estado genial.

—¿Qué te ha parecido, Fee?

Es evidente que quiere oír las alabanzas de Felicity.

—Muy bien —se limita a contestar Felicity.

—¿Sólo bien? —Con risa forzada, Cecily finge que no le importa—. Pues en ese caso debe de haber sido realmente horrible.

—Era un vals precioso —dice Felicity, equivocándose.

Apenas puede contener la sonrisa.

Yo aparto la mirada, procurando no esbozar la misma sonrisa ridícula.

—No era un vals. Era un minueto —la corrige Cecily con un claro mohín.

Elizabeth nos mira como si no nos conociera.

—¿Por qué nos miras así, como si fuéramos bichos raros? —pregunta Pippa.

—No lo sé muy bien. Algo ha cambiado en vosotras.

Nos miramos al instante.

—Ha cambiado algo, ¿no es así? Vamos, si tenéis un secreto, más vale que lo compartáis.

—Eso sería contarlo, ¿no? —dice Felicity con una sonrisita.

El polvo danza en el haz de luz que entra por la ventana del pasillo.

—Pippa, querida, tú me lo contarás, ¿no es así?

Elizabeth rodea con el brazo los hombros de Pippa, que se aparta.

Cecily está disgustada.

—Las Pip y Fee de antes no nos habrían escondido un secreto.

—Pero esas chicas ya no existen —afirma Felicity con una sonrisa radiante—. Están muertas y enterradas. Somos chicas nuevas para un mundo nuevo.

Y dicho esto pasamos por su lado y las dejamos atrás en el pasillo como polvo que aterriza lentamente en el suelo.

La señorita Moore nos ha preparado unos lienzos. La tela está bien estirada y tensa en los bastidores, las acuarelas listas. ¿Pueden las escenas de playas bucólicas y los arreglos florales estar muy lejos? Veo el frutero colocado en una mesa en el centro de la habitación. Otra naturaleza muerta. Si lo que quiere es una naturaleza muerta, para eso podemos pintar el futuro para el que nos prepara Spence día tras día. Espero algo más de la señorita Moore.

—¿Una naturaleza muerta? —Mi voz rezuma desprecio.

La señorita Moore está de pie junto a las ventanas. Recortada contra el resplandor gris del cielo, parece un espantapájaros.

—¿Acaso percibo insatisfacción en su voz, señorita Doyle?

—No es un gran reto.

—Los mejores artistas del mundo no han puesto pegas a pintar naturalezas muertas de vez en cuando.

Ahí me ha cogido, pero no voy a rendirme sin pelear.

—¿Qué clase de reto puede plantear una manzana?

—Lo averiguaremos —contesta, entregándome una bata.

Felicity inspecciona el frutero. Elige una manzana y la muerde con un sonoro crujido.

La señorita Moore se la quita y la vuelve a poner en el frutero.

—Felicity, por favor, no coma la fruta expuesta o la próxima vez me veré obligada a usar fruta de cera y se llevará una desagradable sorpresa.

—Supongo que no nos queda más remedio que pintar una naturaleza muerta —comento con un suspiro, hundiendo el pincel en la pintura roja.

—Por lo visto, ha estallado una rebelión. Pero el otro día no le importó tanto pintar.

Felicity esboza una de sus pícaras sonrisas.

—No somos las mismas que las del otro día. La verdad es que hemos cambiado por completo, señorita Moore.

Cecily exhala un sonoro suspiro.

—No intente razonar con ellas, señorita Moore. Hoy están imposibles.

—Sí —dice Elizabeth en tono malicioso—. Son chicas nuevas para un mundo nuevo. ¿No es así, Pippa?

Volvemos a intercambiar miradas furtivas, que no pasan inadvertidas a la señorita Moore.

—¿Es verdad, señorita Doyle? ¿Estamos en plena revolución privada?

Me coge desprevenida. Me siento extraña cuando estoy en el punto de mira de la señorita Moore. Es como si supiera qué estoy pensando.

—Así es —digo por fin.

—¿Lo ve? —pregunta Cecily, enfurruñada.

La señorita Moore junta las manos.

—Pues sí que podríamos hacer algo distinto. He sido derrotada. Aquí tienen los lienzos, señoritas. Hagan lo que quieran.

Todas vitoreamos. De pronto el pincel me resulta más ligero en la mano. Pero Cecily no está contenta.

—Pero, señorita Moore, sólo faltan dos semanas para el día de la Asamblea, y no tendré nada decente que enseñar a mi familia cuando venga —se queja con un mohín.

—Cecily tiene toda la razón —interviene Martha—. Me da igual lo que quieran ellas. No puedo mostrar a mi familia un esbozo primitivo de la pared de una cueva. Se horrorizarían.

La señorita Moore levanta el mentón y las mira con altivez.

—No querría ser la causa de semejante disgusto para ustedes y sus familias, señorita Temple y señorita Hawthorne. Tomen, el frutero es suyo. Estoy segura de que a sus padres les gustará una naturaleza muerta.

Felicity se acerca a un trozo de arcilla.

—¿Puedo hacer una escultura, señorita Moore?

—Si así lo desea, señorita Worthington. Dios mío, no sé si la que está al frente de esta clase soy yo o ustedes.

Entrega a Felicity un trozo de arcilla para moldear.

—Y ahora, para que la tarde no deje de ser educativa —dice la señorita Moore mirando a Cecily—, les leeré en voz alta un fragmento de David Copperfield. Primer capítulo: «Tanto si me convierto en el héroe de mi vida, como si esa posición la ocupa otra persona, estas páginas deben reflejar…».

Al final de la hora, la señorita Moore examina nuestras pinturas musitando alabanzas y corrigiéndolas. Cuando se acerca a la mía —una gran manzana deforme que ocupa todo el lienzo—, aprieta los labios durante lo que se me antoja un largo rato.

—¡Qué moderno, señorita Doyle!

Cecily suelta una risa aguda cuando la ve.

—¿Eso es una manzana?

—Claro que es una manzana —contesta Felicity con brusquedad—. A mí me parece maravillosa, Gem. Muy avant-garde.

No estoy satisfecha.

—Necesita más luz por delante para aumentar el brillo.

No paro de añadir blanco y amarillo, pero sólo consigo aclararlo todo.

—Tienes que añadir un poco de sombra por la parte de atrás.

La señorita Moore moja el pincel en el sepia y pinta una curva por el borde exterior de la manzana. Enseguida se ve el brillo de la manzana y queda mucho mejor.

—Los italianos lo llaman chiaroscuro. Se refiere al juego de luz y sombras en un cuadro.

—¿Por qué no podía Gemma añadir simplemente el blanco para que brillara la manzana? —pregunta Pippa.

—Porque la luz no se percibe sin un poco de sombra. Todo tiene oscuridad y luz. Hay que jugar con esos dos elementos hasta conseguirlo.

—¿Y cuál es el título de esta pintura? —pregunta Cecily con desdén.

La elección —digo, sorprendiéndome a mí misma.

La señorita Moore asiente con la cabeza.

—El fruto del conocimiento. Muy interesante, realmente.

—¿Cómo en la manzana de Eva? ¿Cómo en el Jardín del Edén? —pregunta Elizabeth.

Diligentemente, intenta añadir sombras sepia a su pintura, dando a su fruta un aspecto feo y magullado. Pero no pienso decírselo.

—Preguntémoslo a la artista. ¿Es eso lo que pretendía, señorita Doyle?

En realidad, no tengo ni idea de lo que pretendía. Intento darle un sentido.

—Supongo que es cualquier elección que nos lleva a saber más, a ver más allá de lo que hay.

Felicity me mira con expresión de complicidad.

Cecily niega con la cabeza.

—Pues no es un título muy preciso. Eva no eligió comer la manzana. La tentó la serpiente.

—Sí —asiento, mientras brotan de mí los pensamientos a medio formar—. Pero… no tenía que comérsela. Fue una elección.

—Y por eso perdió el paraíso. No te arriendo la ganancia. Yo en su lugar me habría quedado en el jardín —dice Cecily.

—Eso también es una elección —señala la señorita Moore.

—Mucho más segura —apunta Cecily.

—No hay elecciones seguras, señorita Temple. Sólo elecciones distintas.

—Mi madre dice que las mujeres no deben tener muchas posibilidades de elegir, que eso las abruma. —Pippa lo repite como si fuera una lección bien aprendida—. Por eso tenemos que delegar en nuestros maridos.

—Toda elección tiene sus consecuencias —señala la señorita Moore con voz distante.

Felicity coge la manzana del frutero y ve la señal de su mordisco. La dulce carne blanca se ha oscurecido con el aire. Hunde en ella los dientes otra vez y deja una nueva señal.

—Deliciosa —dice, con la boca llena y jugosa.

La señorita Moore se echa a reír.

—Veo que Felicity no se complica la vida dando vueltas a las cosas. Es como un halcón que se abalanza sobre su presa.

—¡Come o te comerán!

Felicity da otro mordisco.

Estoy pensando en Sarah y Mary, preguntándome cuál fue su terrible elección. En cualquier caso, tuvo trascendencia suficiente para destruir la Orden. Y eso me lleva a pensar en la elección que hice el día que huí de mi madre en el mercado. La elección que al parecer lo desencadenó todo.

—¿Y si te equivocas en tu elección? —pregunto en voz baja.

La señorita Moore coge una pera del frutero y nos ofrece las uvas para que nos las comamos.

—Debes intentar corregirla.

—¿Y si es demasiado tarde? ¿Y si ya no puedes?

Los ojos felinos de la señorita Moore muestran compasión y tristeza cuando vuelve a mirar mi pintura. Traza una tenue línea de sombra en la parte inferior de la manzana, llenándola de vida.