Después de cenar, finjo tener jaqueca y la señora Nightwing me envía de inmediato a la cama con una bolsa de agua caliente. Eso me ahorra responder a la invitación de Felicity a su santuario, cuyas puertas —gracias a mi nuevo rango de guardiana de sus secretos— me ha abierto de pronto en el gran salón, pero sólo me preocupa una cosa: tiene que haber una manera de controlar las visiones sin que ellas me controlen a mí.
Cuando estoy en el pasillo, me detiene un pequeño ruido. Se agitan sombras en el suelo y las paredes. Hay alguien en mi habitación. Con el corazón acelerado, me arrimo a la pared, me acerco sigilosamente a mi habitación y asomo la cabeza. Kartik está ante mi escritorio, sin duda dejándome otra enigmática advertencia. Muy bien. Esta vez no. Como un rayo, corro hacia la ventana por la que ha entrado y la cierro con el pestillo. Él se vuelve, dispuesto a luchar.
—Ahora sólo hay una salida —digo sin resuello.
Entorna los ojos.
—Apártate.
—No hasta que hayas contestado a unas cuantas preguntas.
He interceptado su única salida. Si emito un sonido, si grito, lo atraparán. Cruza los brazos ante el pecho y me lanza una mirada furibunda, a la espera de que yo hable.
—¿Qué haces en mi habitación?
—Nada —contesta, mientras lo oigo arrugar el papel que esconde en el puño cerrado.
—¿Ibas a dejarme otro mensaje?
Se encoge de hombros. Así no vamos a ninguna parte.
—¿Por qué me has ayudado hoy en el bosque?
—Lo necesitabas.
Me encolerizo.
—Por supuesto que no.
Adopta una actitud burlona y vuelve a parecer sólo un muchacho de diecisiete años, con aspecto menos amenazador.
—Como tú digas.
—¿Acaso mi plan no ha salido bien?
Estira los brazos y abre los ojos desmesuradamente.
—Tu plan ha salido bien porque he convencido a Ithal de que se fuera. ¿Qué crees que habría sucedido de no ser por mí?
La verdad es que no tengo ni idea. No sé qué contestar.
—Pues te lo diré. Ese gitano terco se habría quedado allí y tu amiguita, a la que le gusta jugar con fuego, se habría quemado gravemente: expulsada, su vida arruinada, la señalarían con el dedo el resto de su vida. —Imita la voz aguda y remilgada de una matrona de la sociedad—: «Ah, ¿te has enterado? Pues sí, querida, la pillaron en el bosque con un pagano». Dile a tu amiga que se limite a tratar con los suyos y que no siga jugueteando con Ithal.
—No es mi amiga —replico.
Enarca una ceja.
—Entonces, ¿quiénes son tus amigas?
Abro la boca pero no digo nada. Sonríe.
—¿Puedo irme ya?
—Todavía no —contesto con una audacia que en realidad no siento. Pero necesito más información—. ¿A quién te referías cuando hablabas de «nosotros»? ¿Por qué temen mis visiones?
—No tengo que explicarte nada.
Le odio, allí de pie en mi habitación como si fuera mi dueño, lanzando advertencias e insultos, sin compartir nada.
—¿Quieres que te cuente lo que sucederá si grito pidiendo socorro en este momento y te toman por ladrón?
No tenía que haberlo dicho. Como un rayo, me inmoviliza contra la pared y me oprime la garganta con el brazo.
—¿Crees que puedes detenerme? Soy un Rakshana. Nuestra hermandad ha existido desde hace siglos, desde los tiempos de los Caballeros Templarios, Arturo y Carlomagno. Ahora somos los guardianes de los reinos, y no tenemos la menor intención de devolverlos. Ya ha pasado el tiempo de las viejas costumbres. No permitiremos que los hagas volver.
La presión de su brazo me marea.
—No… no lo entiendo.
—Podrías cambiarlo todo. Entrar en los reinos. Por eso te quieren.
Afloja el brazo y me suelta. Se me humedecen los ojos. Me froto la garganta.
—¿Quién? ¿Quién me quiere?
—La Orden —contesta con un bufido—. Circe.
«Circe». Es el nombre que el hermano de Kartik le dijo a mi madre en el mercado.
—No conozco esos nombres. Quiénes son los Rakshana, la Orden, Circe…
Me interrumpe.
—Sólo necesitas saber lo que te digo, y es que debes detener las visiones antes de que te pongan en peligro.
—¿Y si te digo que hoy se me ha aparecido mi madre en una visión?
—No te creo —contesta Kartik, pero palidece.
—Me ha dejado esto.
Saco la tela que llevaba escondida junto al corazón. Él la mira.
—También he visto a tu hermano.
—¿Has visto a Amar?
—Sí, estaba en una especie de páramo helado…
—Calla —dice en voz baja pero con aspereza.
—¿Conoces ese lugar? ¿Es allí donde está mi madre?
—¡Te he dicho que calles!
—Pero ¿y si intentan llegar a mí a través de estas visiones? Si no, ¿por qué iba a dejarme esto mi madre?
Le enseño la seda azul.
—¡Esto no demuestra nada! —exclama, y me sujeta los brazos con fuerza—. Escúchame: esas personas que has visto no eran mi hermano ni tu madre, ¿lo entiendes? Sólo ha sido una ilusión. Debes quitártelo de la cabeza.
¿Quitármelo de la cabeza? Sólo vivo para eso.
—Creo que mi madre intentaba decirme algo.
Él niega con un gesto.
—No es real.
—¿Cómo lo sabes?
—Porque Circe y la Orden actúan así —afirma, eligiendo las palabras con sumo cuidado—: Emplearán cualquier truco que esté a su alcance para conseguir lo que quieren. Tu madre y mi hermano están muertos. Los mataron para llegar a ti. Recuérdalo la próxima vez que te tienten las visiones, Gemma Doyle.
Me mira con lástima. Eso es más difícil de soportar que su odio.
—Los reinos deben permanecer cerrados. Por el bien de todos.
Soy responsable de sus muertes. Es lo que ha dicho poco más o menos. No me ayudará. Es inútil intentarlo. Las voces amortiguadas de las chicas nos llegan desde abajo. Están a punto de subir. Pero necesito saber una cosa más.
—¿Y Mary Dowd? —pregunto, para averiguar qué sabe de ella.
—¿Quién es Mary Dowd? —dice, distraído por el ruido sordo de pasos en la escalera.
No la conoce. Sean quienes sean las personas para las que trabaja, no le confían toda la información.
—Mi amiga. ¿Acaso no me has preguntado si tenía amigas?
—Así es.
Se oyen pasos en el rellano. Me aparta, salta como un gato al alféizar y sale por la ventana. Veo la cuerda contra la pared, anudada a un aro de la pequeña barandilla. Oculta entre las hojas de una frondosa parra, cuesta verla si uno no la busca. Un truco astuto pero no infalible. Como tampoco él lo es.
Tras cerrar la ventana, acerco la boca al cristal y veo que mi aliento lo empaña a cada palabra que susurro.
—Puedes transmitir un mensaje de mi parte a los Rakshana, Kartik el Mensajero. La persona a quien he visto hoy en el bosque era mi madre. Y pienso encontrarla con o sin tu ayuda.