No habría podido escribir este libro sin los sabios consejos y la bienvenida ayuda de mucha gente. Estoy muy en deuda con las siguientes personas:
La Fabulosa Trinidad: mi agente, Barry Goldblatt; mi correctora de estilo, Wendy Loggia, y mi editora, Beverly Horowitz.
Trish Parcell Watts, que creó la hermosa sobrecubierta; Emily Jacobs, por sus inestimables aportaciones, y Barbara Perris, una extraordinaria correctora.
El incansable personal de la British Library y el London Transport Museum, en especial Suzanne Raynor.
La profesora Sally Mitchell, de Temple University, que me dio varias pistas muy útiles para mi investigación, por las cuales le estoy muy agradecida. Para quien esté interesado en la era victoriana, recomiendo vivamente sus libros The New Girl y Daily Life in Victorian England.
La Victorian Web de Brown University.
Las comunidades de escritores YAWriter y Manhattan Writers Coalition, que tanto apoyo ofrecen.
La generosa y afectuosa familia Schrobsdorff: Mary Ann, por los maravillosos recursos y la ropa victoriana auténtica para el estudio; Ingalisa, por la magnífica foto de la sobrecubierta; la gran Susanna, por animarme, cuidar a los niños y corregir mi espantoso francés. Françoise Bui, por corregir todavía más mi espantoso francés.
Franny Billingsley, que leyó el primer borrador y me dio a conocer sus perspicaces opiniones en un comentario de diez páginas.
Angela Johnson, por decirme que escribiera el libro que necesitaba escribir.
Laurie Allee, por ayudarme a encontrar el corazón del libro.
Mis amigos y mi familia, que me animaron y perdonaron por no devolver llamadas, no fijarme en la fecha de caducidad de la leche y no enviar las tarjetas de felicitación de cumpleaños a tiempo porque (un suspiro) «está escribiendo ese libro».
Y sobre todo Josh, por ser tan paciente cuando mamá tenía que acabar «una última cosa».