Apéndice

1. Manifiesto de una comisión nacional para solicitar un capelo cardenalicio para Franco.

Nuestro invicto Caudillo, príncipe de la Iglesia.

Un grupo de españoles, que conservarán por el momento su nombre en secreto para que los resentidos de siempre no puedan tacharlos de oportunistas y aduladores, tiene la iniciativa, y la hace pública en este escrito, de pedir el capelo cardenalicio para Francisco Franco Bahamonde por los grandes servicios que durante más de veinte años ha prestado a la Iglesia.

Nada más justo, nada más equitativo, que este premio a otorgar al hombre que, sin ser sacerdote, mayores servicios ha prestado a la Santa Iglesia. De manera que, si otorgan condecoraciones y títulos honoríficos civiles para premiar servicios al Estado y a los organismos políticos y seglares, si algunos soberanos conceden cruces y dignidades que hacen del agraciado un «primo de rey» de que se trate, si esto hacen los poderes perecederos de la tierra, ¿cómo va a hacer menos la eterna Roma haciendo «príncipe de la Iglesia» a uno de los dos o tres más preclaros seglares que jamás la hayan servido en todos los tiempos?

Porque, en verdad que, desde Constantino el Grande y Carlomagno, nunca soberano alguno, nunca caudillo civil o militar, nunca hombre alguno hizo tanto por nuestra Santa Iglesia como el glorioso Francisco Franco, el hombre que ha restituido España a Dios y Dios a España, reparando así la más grosera y odiosa paradoja histórica cometida por los regímenes anteriores: la de una España sin Dios y sin fe.

La divina Providencia, según confesión del propio Caudillo a un redactor de la Agencia Efe, le ha venido asistiendo de manera especial y, de hecho, milagrosa, a lo largo de su extraordinaria y preciosa existencia. Esta especial protección de lo Alto hace realmente de Franco un gobernante providencial directamente señalado por el dedo de Dios para regir el más católico, el más fiel de los pueblos. En este servicio a Dios y a la patria, ¿no ha demostrado, larguísimamente, el providencial Caudillo estar dispuesto sin vacilación a llegar usque adefusione sanguinem, que es, justamente, el juramento que prestan los cardenales al recibir la sagrada púrpura y que en el color de esta viene simbólicamente representado?

Y no se nos diga, no, que por ser seglar, Franco no puede cubrir sus hombros de atleta de la fe con la púrpura cardenalicia. Ciertamente, el Código Canónico vigente señala el carácter sacerdotal como indispensable para recibir el cardenalato. Pero no se trata, como es bien notorio, de prohibición de derecho divino alguna, sino de una disposición de derecho positivo a la cual la suprema autoridad del Supremo Pontífice puede fácilmente hacer una excepción. Si hubo seglares que ostentaron la sagrada púrpura, como el cardenal infante don Fernando de Austria, el duque de Lerma o Mazarino, por ejemplo, entre los muchos, ¿no es infinitamente más digno de tal honor nuestro Caudillo, que tanto y tanto ha hecho por la Santa Iglesia?

¡Sí, mil veces sí! No dudemos ni un momento. España, martillo de herejes, tiene en Franco el gobernante excepcional que su íntimo, su congénito catolicismo estaba esperando desde centurias, el que ha arrancado de cuajo las herejías del liberalismo y la masonería. No en vano, el ministro subsecretario de la Presidencia, señor Carrero Blanco, hablando ante las Cortes españolas, en julio último, lo dijo en frase lapidaria, en expresión que debería ser grabada en mármoles y bronces en todas las ciudades y todos los pueblos de España: «El Caudillo es uno de esos regalos que la Providencia hace cada tres o cuatro siglos a un pueblo, para premiarle los sacrificios que ha hecho por Dios».

Unámonos, pues, en el mayor número posible para tratar de constituir una comisión, de amplio carácter nacional, que se encargue de gestionar la gestión (sic) de la sagrada púrpura a Francisco Franco Bahamonde, Caudillo de España por la gracia de Dios, jefe del católico Estado español, Generalísimo de los ejércitos cristianos de Tierra, Mar y Aire, centinela de Occidente, verdadero defensor de la fe, hombre de la Providencia, señalado por el dedo de Dios para regir al pueblo escogido.

A nuestro modesto y humilde parecer la comisión nacional que gestione la concesión de este privilegio deberá estar formada por personas de limpia ejecutoria y acrisolada lealtad y que, durante y después de la Cruzada, hayan prestado señalados servicios a nuestra Causa: don Alberto Martín-Artajo, señor conde de Ruiseñada, don Rafael Calvo Serer, don Miguel Mateu i Pía, general Álvarez de Rementería, don Raimundo Fernández Cuesta, don Claudio Colomer Marqués, don Blas Pérez González, don Eduardo de Aunós, don J. A. Suanzes, don José María de Areilza, don José Félix de Lequerica, don Vicente Marrero y don Fernando María Castiella en representación de los ministros del Gobierno. Esperamos que, muy pronto, y a través de la prensa, dichos señores acogerán con jubilosa satisfacción nuestra propuesta, y por ello les alentamos con nuestra confianza.

España, diciembre de 1957.

2. Carta que el capitán Guillermo de Olózaga dirige al ministro de Asuntos Exteriores tres años después del secuestro de su esposa y tras recibir silencio administrativo. El ministro remitió copia a Franco en cuyo archivo figura[417].

Ministerio de Asuntos Exteriores MUY RESERVADO

Carta del yerno del general Mizzián sobre el secuestro de su esposa

812/6

D. Guillermo de Olózaga

Hotel Terminus

Palma de Mallorca

14 noviembre 1959

Excelentísimo Señor Ministro de Asuntos Exteriores

Excelencia:

Con fecha 8 de abril del año 1957 fui llamado a ese ministerio, concretamente al Departamento de Asuntos Marroquíes, por el Sr. Bermejo. Este, hablándome en nombre de V. E. —según afirmó— y en relación a la carta dirigida por el entonces embajador en Rabat, Sr. Alcocer, en la cual carta rogaba asilo diplomático para mi esposa doña María Zelija Mizzián, el Sr. Bermejo, repito, me encareció pusiera en conocimiento de mi esposa —secuestrada por su padre el Tte. General Mizzián— no se refugiara en la citada embajada española a causa de las consecuencias que tal hecho desencadenaría. Se me hizo saber así mismo que la citada comunicación la haría llegar ese Ministerio, caso de que a mí me fuera imposible. Igualmente me hizo conocer el Sr. Bermejo el agradecimiento que V. E. me guardaría si daba mi consentimiento a la citada propuesta. Aseguró entonces el nombrado Sr. Bermejo que en breve, no tanto como mi lógica impaciencia requería, pero sí «presto» mi esposa tornaría a mi lado.

Hoy, pasados dos largos años de esta entrevista, a raíz de la cual suspendí cuantas actuaciones tenía iniciadas o pensaba iniciar, y a punto de cumplirse, el 23 del presente mes, los tres años del secuestro de mi esposa, me permito dirigirme a V. E., para preguntarle si este compás de espera ha de prolongarse aún durante mucho tiempo o bien he de dar al olvido la referida entrevista y lo en ella hablado y puedo, por tanto, iniciar y continuar cuantas actuaciones crea convenientes para la solución de este doloroso caso.

Con el debido respeto, queda a las órdenes de V. E.,

GUILLERMO DE OLÓZAGA