—Pon la radio, Honorato —indica el Chato Puertas al barman.
El viejo barman mira el reloj.
—Todavía faltan unos minutos para las ocho y media, don Ildefonso.
—¡Coño, ponla y no ahorres tanta luz, que ese reloj tuyo va atrasado! A ver cuándo te compras uno decente.
—Bueno, la pongo —protesta el barman—, pero verá usted como sale el cura.
Honorato sintoniza y, en efecto, el aparato emite la voz aterciopelada del padre Venancio Marcos, O. M. I., en su popular charla semanal de orientación religiosa que siguen muchos millones de oyentes.
—Qué le dije: el cura.
—¡Curas hasta en la sopa! —rezonga el Chato—. Bueno, ya déjalo encendido, que el cura estará acabando.
El padre Venancio Marcos, O. M. I., goza de amplia audiencia entre la comunidad cristiana, especialmente mujeres de clase media, en su programa de las tardes de domingo. Con voz bien timbrada y persuasiva, responde a las supuestas cartas que recibe de sus oyentes y de esta manera difunde la moral cristiana.
Los parroquianos prosiguen sus conversaciones mientras el padre Venancio Marcos, O. M. I., predica en el desierto:
—Un oyente de cierta radio europea me ha sugerido que esa enemistad que España suscita entre los extranjeros se debe a que muchos son protestantes y se duelen de que en la católica España no se tolere a sus correligionarios. Y hacemos bien, os digo yo, no permitiendo que se propague entre nosotros otra religión que no sea la católica. De igual manera que ellos, los ingleses, prohíben a los leprosos y a los apestados que propaguen la peste o la lepra [30].
A continuación, tras la sintonía de cierre, suenan los alegres compases de Tablero deportivo de Radio Nacional, la voz de Matías Prats, el formidable speaker que retransmite los partidos de fútbol y las corridas de toros con tal eficiencia que parece que estás viendo la jugada o presenciando la faena, sin por ello dejar de informarte de pormenores tocantes a la parentela del futbolista o del mozo de espadas.
Por la noche, media España, entre la que se cuenta el Piojo Resucitao, recientemente incorporado al número de los radioescuchas[31], explora el dial hasta dar con el programa del cómico argentino Pepe Iglesias, el Zorro, en Radio Madrid. La sintonía es la propia canción del Zorro:
Yo soy el Zorro, Zorrito
para mayores y pequeñitos.
Yo soy el Zorro, señores,
de mil amores
voy a empezar.
Y silba magistralmente la melodía de la canción.
El Zorro representa, él solo, las voces de sesenta personajes a cual más pintoresco que residen en el imaginario hotel La Sola Cama donde no se duerme en toda la semana. El más gracioso de todos es el finado Fernández «del que nunca más se supo». Las muletillas del Zorro se incorporan al habla coloquial de los españoles. «A mí me gustó, ¿a ti te gustó?», «¡ay, que me troncho!», «¡ay, que risibilidad me dan las cosas risibles!».
Cada día, a las 2:30 h y a las 9:30 h, las emisoras interrumpen sus programas y conectan obligatoriamente con Radio Nacional de España, que emite a esas horas el diario hablado. La sintonía del diario de Radio Nacional comienza con las notas militares de una corneta de órdenes que toca silencio. Los obedientes radioescuchas guardan silencio en el bar, en el taller o en el hogar. A continuación se perciben los primeros compases del himno nacional, que se funden con la voz del locutor que anuncia con énfasis castrense: «Diario hablado para España de Radio Nacional. ¡Caídos por Dios y por España! ¡Presentes! ¡Viva Franco! ¡Arriba España!»[32] Después vienen las noticias españolas, todas optimistas y esperanzadoras, unas referidas a logros del Régimen; otras, a hazañas deportivas: «Símbolo de la pujanza de la Nueva España —dice la voz solemne del locutor—, en Madrid se ha terminado con completo éxito el edificio España, el más alto de Europa, con sus ciento diecisiete metros[33]. El enorme edificio no tiene nada que envidiarle a los rascacielos americanos. Contiene tiendas, salas de cine, peluquerías, un gimnasio y toda clase de servicios».
La radio difunde los triunfos del ciclista Jesús Loroño, que demuestra de qué pasta está hecha la raza española al ganar la etapa de la montaña en el Tour de Francia; difunde el homenaje multitudinario a Franco en la plaza de Oriente, donde más de doscientos mil falangistas han vitoreado al Caudillo[34]; difunde el Plan Eléctrico Nacional, que prevé un gran crecimiento del sector en años venideros[35]. Paralelamente a esta labor de enaltecimiento de los valores y logros del Régimen, la radio y la prensa se ocupan también de airear, incluso con aumentos, cualquier mala noticia que proceda del extranjero (inundaciones, descarrilamientos, alumbramientos monstruosos), al tiempo que minimizan u ocultan las malas noticias de ámbito nacional.
Debido a la férrea censura, la prensa está desacreditada y poca gente la lee, como no sea por las esquelas mortuorias de las últimas páginas, lo único fiable junto con el horario de los autobuses y la cartelera de los cines.
—Todo el mundo empieza el periódico por atrás, por las esquelas mortuorias —observa el librero Pepe Sánchez a sus amigos de confianza en el casino de Artesanos—, pero yo lo empiezo siempre por delante, porque la esquela de defunción que yo espero tiene que venir en primera página.
Algunas veces surgen noticias que animan un poco la monotonía de los noticiarios: la visita de la bella Soraya, emperatriz de Persia, a la II Feria del Campo de Madrid[36]; la coronación de la nueva reina de Inglaterra, la bella princesa Elizabeth, de veintisiete años[37]; la hazaña de Edmund Hillary, el primer hombre que escala el Everest, el monte más alto del mundo, de 8888 metros, ayudado por el serpa Tensing; la firma del armisticio que finaliza la guerra de Corea[38]; las faenas estupendas que está cuajando el torero Antoñete. Hacía tiempo que no se veía en los cosos patrios un toreo tan ortodoxo, cruzado, pecho fuera, pierna para adelante, pero ligado en el sitio de Manolete[39].
El súbito fallecimiento de Stalin, de un derrame cerebral, causa cierta conmoción[40]. El editorial del diario falangista Arriba, al que están suscritos todos los centros oficiales, señala la satisfacción y alivio que ha producido esta noticia en todo el mundo[41]. Se prevé un baño de sangre en la lucha por su sucesión.
—Se casó cinco veces y todas sus esposas desaparecieron misteriosamente —comenta Ramón Leyva al boticario Bellido en la tertulia semanal.
—¡Qué tío: un harén, como los moros!
—No, cinco al mismo tiempo, no —corrige Bellido—: Stalin las tenía una detrás de otra. Cuando una se le ponía vieja la eliminaba y se casaba con otra más joven.
—Casi peor, ¿no?
—Mucho peor, ¡dónde va a parar!
Entre el canonicato patrio también se comenta este hecho.
—¿Qué se puede esperar de un réprobo semejante que ha vivido sin sujeción moral ni religión? —comenta don Próculo, mientras se despoja de ornamentos pontificales en la artística sacristía de la catedral de Jaén.
—Y eso que se educó en un seminario —comenta don Ricardo Toledano, el arcipreste de san Juan.
—¿En un seminario? —duda don Próculo—. Sería ortodoxo. No creo que fuera católico.
El nombramiento del caudillo Francisco Franco como doctor honoris causa por la Universidad de Sevilla recibe un tratamiento especial en todos los medios[42]. La universidad española se nutre principalmente de jóvenes provenientes de las clases media-alta y alta a secas que deben afiliarse, cuando se matriculan, en el falangista Sindicato Español Universitario (SEU); los rectores deben ser miembros de Falange; los profesores deben jurar «firme adhesión a las leyes del Estado» y fidelidad a los principios que inspiraron el Movimiento Nacional[43], como cualquier otro funcionario. Sin embargo, si creemos lo que la radio pregona, «la universidad española se yergue como una poderosa luminaria en el panorama de la ciencia y del conocimiento mundiales. Superado el estrago de la guerra, ahuyentado el profesorado rojo que la degradaba, se muestra hoy más pujante que nunca; prueba de ello es que España ha ingresado en la Unesco[44]. En Oxford, Cambridge, la Sorbona y Harvard, infiltradas por comunistas y masones, envidian nuestra universidad…».
Falange se presenta como la columna ideológica del Movimiento, un credo inasequible al desaliento, sustentado por una legión de patriotas tanto en los sacrificios de la guerra como en los afanes de la paz.
La verdad es que de aquella Falange revolucionaria ideada por José Antonio en la época dorada de los fascismos europeos, mediados los años treinta, sólo quedan los decorados efectistas y las declaraciones retóricas al servicio de la propaganda del Régimen. Franco ha entregado ciertas parcelas de poder a sus mandos más pastueños y ha sobornado con cargos y prebendas a la masa falangista alistada durante la guerra y después de ella[45]. Ahora, la Falange es un mero instrumento en manos del Caudillo, una oficina de colocación de funcionarios apesebrados, como Diego Medina y sus compañeros del Servicio Nacional de Prensa.