23 de junio de 1957. Un viejo Junker Ju-52 del Ejército español procedente de Canarias sobrevuela el mar oscuro con rumbo a Sidi Ifni, en la costa de África.
El general Mariano Gómez de Zamalloa, que va a hacerse cargo de su puesto como gobernador del África Occidental española, observa la mar agitada a través de la ventanilla. El radiotelegrafista sale de la cabina, se le acerca, lo saluda reglamentariamente y le grita al oído, para hacerse entender sobre el fragor de los motores:
—Mi general, acaba de llamarnos por radio el teniente coronel que lo va a recibir en Ifni. Que lamenta comunicarle que no dispone de tropa para formar la guardia de honor en el aeródromo, porque tiene a todos los soldados movilizados.
—Enterado —asiente vigorosamente el general.
El oficial vuelve a la cabina. El general se queda pensativo.
—¡Carallo! Sí que tiene que estar jodida la cosa para que no quede ni un retén disponible.
El general tiene sobrada experiencia militar adquirida en la guerra civil (obtuvo una Cruz Laureada en la toma del cerro Pingarrón, durante la batalla del Jarama) y en las estepas rusas, encuadrado en la División Azul. En las tres semanas que lleva dirigiendo Ifni y el Sahara ha advertido que aquel territorio es indefendible con los escasos recursos de que dispone[330]. Por eso ha ido a Madrid, a entrevistarse con la Junta de Defensa Nacional y ha visitado a Franco y a su mano derecha, Carrero Blanco.
—Aquello no se sostiene con soldados de reemplazo mal equipados y con aviones de la guerra civil —advierte.
En Madrid lo saben de sobra, pero tienen las manos atadas. No pueden enviar el material americano recibido tras los acuerdos de 1953. Los pactos prohíben expresamente emplearlo en África.
Para muchos está claro que Mohamed V está detrás de todo el asunto, pero el almirante Carrero Blanco insiste en que el Ejército de Liberación de Marruecos es un instrumento de la Unión Soviética. Rabat no lo controla, creen en Madrid, aunque bien es cierto que tampoco se esfuerza en reprimirlo[331].
Se acuerda reforzar el territorio amenazado con nuevas unidades de la Legión y Paracaidistas. Los paracas están mejor entrenados que los soldados de reemplazo, ya que cumplen tres años de mili. Algo es algo.
Ifni, la colonia española más pequeña, carece de historia[332]. Es sólo un rectángulo de desierto pegado al mar, frente a las Islas Canarias, ochenta kilómetros de costa y veinticinco kilómetros de profundidad, mil setecientos kilómetros cuadrados en total. No hay mucho que ver: montañas rojizas, bellas al atardecer, pero estériles, vaguadas secas, pedregales, cactus[333]. Habitan el territorio unos diez mil europeos (militares, funcionarios y comerciantes mayormente concentrados en la capital), y unos cuarenta mil indígenas, bereberes de la tribu Ait Baamarán, muchos de ellos empleados por el Ejército español en las compañías de Regulares[334].
Hasta unos meses antes, Ifni era un destino tranquilo y codiciado por los militares, un puesto que les aseguraba mejores sueldos y ascensos más rápidos en el escalafón. De pronto se ha convertido en un polvorín que amenaza con estallar el día menos pensado. Los problemas comenzaron un año atrás, en cuanto Franco le concedió la independencia al protectorado de Marruecos, y se han radicalizado en los últimos meses. Los activistas del Ejército de Liberación de Marruecos tirotean a las tropas españolas, asesinan a indígenas enrolados en el Ejército colonial, cortan los cables telefónicos que comunican la capital con los fortines del desierto. Incluso han llegado a incendiar ochenta mil litros de gasolina de los depósitos del Ejército. A medida que aumentan los ataques, menudean las deserciones entre las tropas indígenas. Los mandos desconfían de los que quedan, lo que ha enrarecido la vida de la colonia[335].
El Junker que trae al general Gómez de Zamalloa aterriza en el destartalado aeródromo de Sidi Ifni, la capital y única ciudad de la colonia. El general evalúa lo que ve mientras el coche oficial lo traslada a capitanía: Sidi Ifni es un pueblo de moderno trazado (data de 1934), ajardinado, instalado al borde de una de las escasas playas de estas costas abruptas. Sus dos barrios, cristiano y musulmán, están separados por una calle comercial en la que se encuentran las principales tiendas, el hotel, el cine Avenida, y la iglesia. La plaza, proyectada por un militar catalán, es una copia en miniatura de la barcelonesa plaza de Cataluña.
Antes de que empezaran los problemas, los españoles de la colonia llevaban una existencia tranquila.
En los colegios, en el hospital, en los comercios de Sidi Ifni, la vida era agradable y españoles e indígenas estaban completamente integrados —recuerda María Isabel Muñoz, que pasó allí su juventud—. Las festividades de las patronas de Artillería y de Infantería se celebraban por todo lo alto, así como los bailes de fin de año y los de disfraces en Reyes, las puestas de largo o el Festival del Soldado, que recaudaba dinero para hacer casas para los nativos. Los oficiales cazaban gacelas en el desierto. Llevábamos la vida más tranquila e ingenua que se pueda imaginar[336].
Cuando Mohamed V reclama Ifni ante la ONU[337], la noticia merece apenas unas líneas en las páginas interiores del periódico.
De pronto la guerra va a irrumpir en aquel tranquilo paraíso colonial.
Franco recibe a Mohamed V en Madrid.
Mohamed V, con su hijo, el futuro Hassan II, y otros moros notables.