CAPÍTULO 48

Navidad. Otra entrañable Navidad

Navidad. La fiesta de la paz. Guirnaldas de bombillas en las calles principales de las capitales. Belenes parroquiales. Puestos de zambombas. Villancicos. El basurero, el cartero, la junta parroquial y las hermanitas de la Caridad van de puerta en puerta entregando su felicitación y recibiendo el aguinaldo.

Las familias se reencuentran. Hermanos, cuñados, cuñadas, yernos, nueras y demás familia se reúnen en el hogar familiar para la cena de Nochebuena. Alegría navideña no exenta de tristeza al evocar a los que faltan. Añoranza de tiempos pasados. Recuerdos de tiempos más difíciles quizá, pero entrañables. Frecuentes libaciones. Brindis. Desinhibición etílica. Remembranza de añejos resquemores. Reyertas. Las familias se desencuentran… calor de hogar.

—Se nota que va subiendo el nivel de vida de los españoles —comenta el médico de guardia en la casa de socorro.

—¿En qué se nota? —pregunta la enfermera.

—Hemos tenido el doble de ingresos por corte accidental con cuchillo jamonero que el año pasado.

—Es que a la gente que en su vida ha comido jamón le ha dado por comprar una paletilla por Navidad y como no saben cortar…

—Eso va a ser.

La gente realiza las últimas compras para la comida de Nochebuena. Manadas de inquietos pavos llegan, como todos los años, a las plazas de los pueblos. Los niños y los mozos cantan aguinaldos con peroles, cántaros, zambombas y botellas de anís. Al pie de los guardias de circulación crecen dádivas de los automovilistas: embutidos, botellas, tabletas de turrón, latas de conserva, paquetes de mantecados o de alfajores.

Teófilo y Visitación hacen horas extras atendiendo los pedidos de sus mejores clientes y reponiendo género en los estantes de la tienda, especialmente el anís y los mantecados, la sidra El Gaitero y el salchichón. Como es Navidad se vende mucho el chocolate soluble. Hay dos marcas que se hacen la competencia en el mercado: el Cola-Cao y el Caobania.

—Alguno de los dos se quedará con el mercado —señala Teófilo a Visi, porque mercado para los dos no hay. Esto solamente lo pueden comprar los ricos.

El Chato Puertas supervisa los regalos de empresa que repartirá este año. No faltan abrigos de visón para las mujeres de los altos funcionarios del Régimen. Algunos miembros de los consejos de administración de las grandes empresas reciben hasta treinta cestas de Navidad que, a menudo, reenvían tras cambiarle la tarjeta de visita del donante y, quizá, sustraerle alguna lata de delicatessen o alguna botella de champán francés. El Piojo Resucitao cuida la distribución a tiendas de la periferia de Madrid de cajas de botellas de vino gasificado marroquí rebautizado como champán Codorniz, con una etiqueta que imita fielmente la de Codorníu. Don Próculo degusta un delicioso chocolate con picatostes con la presidenta y el consejo de las Damas de la Caridad de la parroquia del Sagrario tras el reparto de las cajas de Navidad entre las familias cristianas y necesitadas del barrio.

Ser cura en Navidad no es mala cosa. Llegan puntuales regalos de tus hijas de confesión que te abastecen la despensa por lo menos hasta la Cuaresma, cuando no más allá. Le consta, porque parte de los regalos son secretos, que no todos los maridos aprueban la generosidad de sus esposas para con el director espiritual. En realidad su relación con los maridos es bastante equívoca. Algunos son buenos cristianos y, aunque no frecuenten los sacramentos tanto como sus cónyuges, no por ello le muestran menos respeto. Otros, en cambio, no pueden disimular los recelos cuando lo saludan con forzada afabilidad. Es natural: él conoce sus intimidades de alcoba, esos detalles secretos, a veces inconfesables, y sin embargo confesados por las esposas en el confesonario o en la privacidad de la sacristía.

—Cuéntamelo todo, hija, sin reservarte nada, desembucha tu alma en el tribunal de Dios. Vence las naturales prevenciones de tu modestia, arrodillada ante mí no estás en presencia de un hombre, sino de Dios y no caben respetos humanos porque, de otro modo, tu confesión será imperfecta y dolosa: cuando te absuelva quedarás en pecado mortal y cuando comulgues lo harás sacrílegamente, la vía más directa para llegar al infierno. Dime, hija, que te escucho…

La deja hablar un poco, que confiese pecadillos veniales, que ha hablado mal de las cuñadas, que odia a la suegra, que envidia a la mujer del médico, tonterías así. Cuando la ve más locuaz y confiada, entra directamente en la parte que le interesa:

—¿Tu marido cumple con el matrimonio?

—Sí, padre.

—¿Lo hace en exceso o en defecto?

—Yo creo que en exceso, padre.

—¿Cuántas veces a la semana?

El interrogatorio abarcará las posturas sexuales, las palabras que dice mientras está en la faena, lo que la obliga a decir a ella, si la obliga a vestir alguna prenda inconveniente o si él se viste de cazador o de mujer, con las prendas de ella o de las criadas, si le solicita cosas raras, como que lo masturbe o le deje introducir su miembro en el vaso prepóstero.

—Padre: no entiendo lo de vaso prepóstero —gime la penitente, temerosa de perpetrar una confesión imperfecta.

Don Próculo suspira profundamente y busca una equivalencia que entienda la tonta esta.

—El sitio de la caca —dice al fin.

—Sí, algunas veces —confiesa ella muerta de vergüenza, quebrada la voz.

—¿Cuántas? ¿Te duele? ¿Y tú dentro de ese dolor sientes placer? ¿Notas que él tiene mayor placer por ahí que haciéndolo por tu popó?

Por el atajo de la mujer, el confesor llega hasta el fondo de las miserias que el marido guarda en lo más íntimo de su conciencia. Sabe sus preferencias sexuales, sus caprichos, sus traumas.

Viene don Próculo, confiesa a tu mujer, y entre los dos te quitan la máscara. ¿De qué puede servirle a uno la prudencia en circunstancias así? ¿Cómo sustraerse al espía? ¿Por qué don Próculo tenía que saber todo eso a cuenta de que su mujer descargase su conciencia? ¿Cuántas cosas mías que yo he olvidado no se le habrán olvidado a él?[297]

Nochebuena. A los hogares de España llegan puntuales las palabras de Francisco Franco en su tradicional alocución navideña. Con su acostumbrada clarividencia, el Caudillo descarta la viabilidad del proyecto europeo de crear una comunidad: «Los Estados Unidos de Europa nunca serán una realidad —señala—. Las viejas naciones de Europa se han forjado a lo largo de los siglos su propia personalidad»[298].