CAPÍTULO 46

El otoño en Lisboa

Otoño en Lisboa. Octubre para ser más exactos. Mariscada de alegres y despreocupados alevines de la realeza y de la aristocracia exiliada en la capital portuguesa. El popular restaurante Muxaxo, frente a la playa del Guincho, está a rebosar. Ellos se aprietan en una mesa larga. Juanito de Borbón, brazalete de luto por su hermano trágicamente fallecido meses antes, se ha sentado junto a la condesa italiana Olghina de Robilant, una atractiva mujer de fina nariz y costumbres libres, cuatro años mayor que él. Olghina intenta repetidamente llevarse el tenedor a la boca, pero siempre se lo impide el codo de Juanito, que se interpone inoportuno en ese preciso momento. «No sabía si era un maleducado, si estaba de broma o si me estaba tirando los tejos», recordará Olghina, años después, en sus memorias[278].

Terminada la cena, la orquesta toca un pasodoble y Juanito saca a Olghina a bailar. Ella, que es una pequeña aristócrata arruinada, se siente halagada de la solicitud de un joven que, sobre ser atractivo, quizá algún día ciña la corona de España:

Me estrechó por la cintura. Yo estaba abrazando a España entera. Quería mucho a España[279].

El pasodoble se convirtió en el chotis Madrid, Madrid, Juanito acercó su mejilla a la mía. Estaba ardiendo […] me dijo: «Me gustas muchísimo Olghina, te mueves como las olas»[280].

La experimentada chica[281] sufre un cierto sofoco (emoción común a las aristócratas cuando se rozan con un ejemplar macho alfa del Gotha) y debe retirarse momentáneamente al baño a ordenarse un poco el moño y las ideas. Cuando regresa, al retirarle el camarero el plato, descubre que Juanito, al que acaba de conocer, le ha escrito con su propio lápiz de labios las palabras «te quiero» en la servilleta. La chica se mosquea por «el uso inadecuado del objeto y la intromisión en mi bolso», pero el joven Juan Carlos le advierte, castigador:

—Si te pintas los labios, tarde o temprano te los despintaré[282].

—Pero ¿tú no estabas con María Gabriela? —objeta Olghina.

—La vida es limitada, hay que aprovechar las oportunidades que te da, sin perder una —filosofa el muchacho, que aunque no ha leído a Horacio (ni a nadie realmente) domina los rudimentos del carpe diem y los aplica como nadie.

Bailan arrimados. Susurros al oído. La gente empieza a despedirse. Hora de marchar. Juan Carlos lleva a su conquista a un Volkswagen negro que aguarda en el aparcamiento, se pone al volante y asciende por la carretera de Cascais, entre curvas, dejando atrás el cementerio donde reposa Alfonsito. Aparca en un lugar propicio y romántico, en lo alto del acantilado.

Noche preciosa sobre el mar algo agitado. Ella

no podía dejar de pensar en la tragedia que se había abatido sobre Juanito meses antes […]. Juanito había matado por error a su hermano Alfonso […] a mí sin duda esa experiencia me habría dejado en estado de shock durante muchísimo tiempo. En cambio Juanito no daba señales de sentir el menor complejo. Llevaba corbata negra y un brazalete negro en señal de luto. Eso era todo. Me pregunté si era falta de sensibilidad o si se había impuesto ese comportamiento. En cualquier caso me pareció algo prematuro que fuera a fiestas, a bailar y a tontear con chicas. Luego dejé de pensar, porque Juanito me abrazó. Tenía unos labios calientes, secos y sabios. Me incliné por el sí y respondí a ese ardor con el mismo ardor. No era un muchacho, sino un hombre[283].

Olghina y el futuro rey de España mantuvieron una amistad íntima y libre durante años con tórridos encuentros e intercambio epistolar[284]. En sus cartas a Olghina don Juan Carlos nos sorprende nuevamente por la facilidad con la que extrae pensamientos de gran calado filosófico de las experiencias más cotidianas. Por ejemplo:

«Esta noche, en la cama, he pensado que estaba besándote, pero me he dado cuenta de que no eras tú, sino una simple almohada arrugada y con mal olor (de verdad desagradable) […] pero así es la vida. ¡Nos pasamos soñando una cosa mientras Dios decide otra!»[285]

Olghina de Robilant y Juan Carlos.

Olghina de Robilant y Juan Carlos.