Vacaciones de Semana Santa en los centros de enseñanza españoles. Los cadetes de la Academia General Militar de Zaragoza, entre ellos Juan Carlos de Borbón, de dieciocho años, salen de estampida camino de sus hogares con el indisimulado alborozo de su juventud ante la perspectiva del cálido hogar, comiditas ricas de la madre o de la cocinera, mantecados, turrón, licores, far niente, levantarse tarde, trasnochar, guateques, reanudar algún novieteo a ver si termina en follienda…
El futuro rey de España recoge en Madrid a su hermano Alfonso, de catorce años, y juntos toman un coche cama del Lusitania Express que los llevará a Lisboa, donde la familia los espera para las vacaciones.
Juan Carlos no sólo está impaciente por ver a la familia. Está enamorado de María Gabriela de Saboya, hija de Humberto, el exrey de Italia, también exiliado en Estoril. Hace planes para encuentros íntimos con ella en los propicios jardines de Villa Italia, la residencia familiar de la muchacha. Este noviazgo disgusta a los padres de Juan Carlos. Los Barcelona (así llaman a la familia real española en los ambientes de Estoril) encuentran a la muchacha demasiado desenvuelta, incluso ligera de cascos. A la mujer destinada a ceñir en su día la corona de España se le debe exigir, además de sangre real, un virgo intacto y que no haya sido ni tan siquiera manoseada[257].
En el tren, Juan Carlos le muestra a su hermano una pistola[258]. En cuanto besan a los padres y las hermanas en Villa Giralda, bajan a Lisboa y compran balas en una armería. Después corren a encontrarse con María Gabriela, la novia de Juan Carlos, y su hermana menor Titi (María Beatriz). Los hijos de los Barcelona están impacientes por practicar el tiro al blanco en los amplios jardines de la residencia Saboya.
Alarmado por los disparos, el rey Humberto sale de la casa, suspende el peligroso juego y envía a sus hijas a sus respectivas habitaciones, castigadas.
Juan Carlos y Alfonso regresan, contrariados, a Villa Giralda. Por el camino se entretienen en dispararle a las farolas. Unos vecinos indignados telefonean a don Juan.
—¿Estáis tontos o qué? —los abronca el marino en cuanto llegan a casa—. ¿A quién se le ocurre pegar tiros en la calle? ¡A ver, esa pistola!
Les requisa el arma y la guarda bajo llave en un cajón de su escritorio.
Al rato los muchachos acuden a doña María.
—¡Mami, nos aburrimos!
Doña María está hojeando el último número de Sol y Luna, la revista de modas y bodas aristocráticas.
—Ahí tenéis libros y el parchís.
Mañana del Jueves Santo[259]. Los Barcelona y sus hijos oyen misa y comulgan en la cercana iglesia de San Antonio. Después de almorzar, van al club de golf donde Alfonsito está participando en un campeonato, pero la lluvia obliga a suspender la competición. Los Barcelona regresan a Villa Giralda.
La tarde se cierra en agua. La casa está tranquila, sin más perturbación que el rumor de la lluvia en los cristales. Los criados tienen el día libre. Encerrado en su despacho, don Juan bebe whisky y fuma sumido en profundas cavilaciones sobre la mejor manera de servir a España; en el saloncito, doña María da rienda suelta a su temperamento artístico y a su creatividad bordando un pañito de té a petitpoint. Pilar está en su cuarto; Margarita en el suyo, con la institutriz suiza, miss Anne Diky. Forzosamente enclaustrados, Juanito y Alfonsito se aburren soberanamente. Prueban a jugar a las cartas un rato, lo dejan… Van al saloncito y le suplican a doña María que les deje la pistola decomisada. «Sólo para verla, mami», insiste Juanito. Ella se niega. Nada de pistolas, que las carga el diablo. Suplican: «Anda, mami, es sólo para verla». Al final, doña María cede para quitárselos de encima, va a buscar la llave y les entrega el arma.
—Pero sin balas, ¿eh?
—Descuida, mami. Es sólo para verla.
Suben al cuarto de juegos y unos instantes después suena un disparo tan apagado (es un arma casi de juguete) que solamente lo escucha Pilar.
Juan Carlos, demudado, se asoma a la escalera:
—¡Mami, mami!
El tono angustiado del muchacho alarma a sus padres. Acuden atropelladamente don Juan y doña María y encuentran a Alfonsito tendido en el suelo, en medio de un charco de sangre que crece y crece bajo su cabeza. La bala le ha entrado por la nariz y le ha taladrado el cerebro. Unos segundos después, Senequita expira en brazos de don Juan.
Loco de dolor, don Juan arranca una bandera de España de la pared y cubre el cuerpo de aquel niño descarado y listo. Agarrando por el cogote a Juan Carlos, que tiembla de dolor y de miedo, lo obliga a arrodillarse delante de su hermano y de la bandera de España y con voz de trueno, rota de sufrimiento y de impotencia, le grita: «¡Júrame que no lo has hecho a propósito!»[260].
El médico de la familia, el doctor Joaquín Abreu Loureiro, certifica la muerte de don Alfonsito a las ocho y media[261].
Don Juan telefonea al duque de la Torre, el general Martínez Campos, en Madrid, le explica lo ocurrido y le pide que devuelva cuanto antes a Juan Carlos a la Academia de Zaragoza. Quiere perderlo de vista. El duque de la Torre le comunica la noticia a Franco. A la Junta de Censura llega una nota de Gobernación que Diego presenta ante don Tancredo.
—A esto, prioridad absoluta —ordena el censor—. Que se le dé mínima cobertura al asunto.
Franco desea que la prensa se limite a informar de que el infante ha muerto a consecuencia de un accidente[262].
El Caudillo confía a una nota las razones por las que impone el secreto:
En el orden político, el recuerdo puede arrojar sombras sobre su hermano [Juan Carlos] por el accidente y en las gentes simplistas evocar la mala suerte de una familia cuando a los pueblos les agrada la buena estrella de sus príncipes[263].
Decenas de aristócratas y monárquicos españoles llegados en coche o en autobús asisten a los funerales y presentan sus condolencias a la familia, entre ellos la duquesa viuda de Pradoancho, acompañada de su hijo Gustavo, el actual duque. Después del entierro muchos aprovechan la estancia en Lisboa para hacer un poco de turismo por el casino y para visitar Fátima y comprar algunos rosarios bendecidos para la familia y los amigos.
Don Alfonsito y don Juan de Borbón.
Entierro del infante don Alfonsito. Entre los que portan el féretro, el futuro presidente Calvo Sotelo.
Franco envía en su representación a un ministro plenipotenciario.
La anciana reina Victoria Eugenia, que ha llegado de Lausana acompañada por su nieto Alfonso de Borbón Dampierre, se pregunta si todas las desgracias que parecen cebarse en la familia son un castigo del cielo por haberse convertido al catolicismo, cuando se casó con Alfonso XIII (antes era anglicana).
El infante recibe sepultura en el cementerio de Guia, en Cascais. Mientras tanto, el duque de la Torre, ha aterrizado en Lisboa con un avión militar DC-3 expresamente fletado para devolver al cadete Juan Carlos, en cuanto acabe el entierro de su hermano, a la Academia de Zaragoza[264].
Villa Giralda, Estoril.