El tejido de la Sábana Santa se ha fechado entre 1260 y 1390 por el procedimiento del carbono-14 (que, en adelante, denominaremos simplemente radiocarbono). Dichas fechas concuerdan con la aparición histórica de la reliquia, en 1353, cuando el caballero Godofredo de Charny la donó a Lirey, una colegiata a ciento cincuenta kilómetros de París. En 1389, el obispo de Troyes dirigió una carta al papa denunciando la falsedad de la reliquia y el tinglado milagrero que sus propietarios habían organizado en torno a ella con ánimo de lucro.
El deán de Lirey, con engaño y maldad, movido por la avaricia, no con fines devocionales sino por codicia, proveyó su iglesia con un paño pintado con artificio, en el cual, de un modo ingenioso, estaba pintada una doble imagen de hombre por delante y por detrás, asegurando falsamente que era el sudario mismo en el que fue envuelto nuestro Salvador Jesucristo en el sepulcro, en el cual la imagen del Salvador con sus heridas había quedado impresa. Y esto fue divulgado no sólo en el reino de Francia sino en el mundo entero, por lo que acudían gentes de todas las partes del mundo. Y aun fingían milagros de curaciones en la ostensión del sudario […] finalmente, el obispo de Troyes, tras una diligente investigación, descubrió el fraude, y cómo dicho liento había sido artificialmente pintado, siendo la verdad atestiguada por el artista que lo había pintado. En suma, que aquella era obra de habilidad humana y no cosa milagrosamente realizada u obtenida […] El deán y sus cómplices […] viendo descubierto su engaño, ocultaron y enterraron dicho lienzo […] manteniéndolo oculto, enterrado cerca de treinta y cuatro años hasta el presente. (Hernández, pp. 266-267; Igartua, pp. 53-54).
El pintor que fabricó la reliquia había empleado un procedimiento nuevo que era el que precisamente confería su tremendo verismo a la imagen. No se trataba de una pintura al uso como las que los hombres del siglo XIV estaban acostumbrados a ver en sus iglesias, sino algo completamente desconocido y aparentemente milagroso, algo fabricado sin pinceles ni pigmentos. Si el obispo de la diócesis la denominaba pintura es simplemente porque su vocabulario no disponía del término más ajustado que hubiera sido negativo fotográfico. No obstante, el énfasis puesto en que se trataba de una obra de habilidad humana parece indicar que era una pintura de técnica desconocida.
Efectivamente, la imagen de la Sábana Santa no es una pintura sino un negativo fotográfico obtenido por chamuscamiento del tejido. La quemadura es tan tenue y superficial que sólo afecta a escasas fibras de cada hilo y se percibe únicamente a partir de un metro de distancia; más cerca, el tono amarillento se desdibuja y la figura retratada pierde nitidez.
Dado que la sábana data del siglo XIV, es forzoso reconocer que alguien a quien llamaremos el protofotógrafo, quizá un alquimista, descubrió los principios de la fotografía en aquella temprana época y se sirvió de ellos para falsificar la famosa reliquia. El lector no ignora que la humanidad no siempre progresa técnicamente sino que a veces retrocede, y algunos conocimientos se pierden para ser recuperados más adelante. En una vitrina del Museo de Bagdad existe una pila eléctrica primitiva que los arqueólogos encontraron en las ruinas de Nínive. En el patio de la mezquita Qutb Minar de Delhi, India, los curiosos acuden a contemplar una columna de hierro que lleva a la intemperie desde que la fundieron, en el siglo IV de nuestra era, y nadie se explica por qué no se oxida como otras columnas similares de la región. Estos y otros objetos imposibles no son producto de milagro alguno, sino de hallazgos técnicos que después se perdieron para volver a ser descubiertos siglos más tarde. Son invenciones que pasan desapercibidas porque no se les encuentra especial utilidad, o porque su descubridor se guarda de divulgarlas y se lleva el secreto a la tumba.
Algo similar ha ocurrido con algunos descubrimientos geográficos fundamentales. Por ejemplo, dos milenios antes de que las carabelas portuguesas abrieran la ruta de Oriente circunnavegando África, tarea que les ocupó un siglo, los fenicios habían culminado la misma empresa en sólo tres años. Los vikingos, por su parte, llegaron a América cuatro siglos antes que Colón. En los dos casos faltaron continuadores y los conocimientos adquiridos se desaprovecharon. Algo parecido a lo que ocurrió al inventor o a los inventores de la fotografía en el siglo XIV. Seguramente no le vieron más alcances que la posibilidad de imprimir una imagen en un lienzo con ayuda de la luz y hacerla pasar por reliquia milagrosa. También puede ser que se guardaran mucho de divulgar su invento por miedo a que la autoridad eclesiástica los tomara por brujos. Algunos alquimistas y científicos habían perdido la vida o la libertad por menos de eso, recordemos los casos de Galileo o de Miguel Servet.
En cualquier caso, en el siglo XIV, la invención de la fotografía era técnicamente posible, aunque quizá desaconsejable en el ambiente de caza de brujas que se vivía.
No todo el mundo acepta que la Sábana Santa sea una fotografía. En realidad, casi nada relacionado con la Sábana Santa es unánimemente aceptado. Los partidarios de la autenticidad de la reliquia sostienen que las imágenes fueron causadas en el siglo I de nuestra era por una súbita irradiación de energía resultante de la resurrección del cadáver de Dios. La sola enunciación de tal teoría justifica que la Sábana Santa sea un objeto tan polémico. Hay más sangre vertida en torno suyo que la que mana de las heridas del crucificado que dicen que representa.
Por nuestra parte no pretendemos intervenir en el aspecto dogmático de la polémica. Como cristianos, nos confesamos creyentes dispuestos a acatar a pie juntillas los dogmas y misterios que propone la Iglesia por absurdos que puedan parecer al crítico desprovisto de fe. Pero la Iglesia ha admitido, por boca de sus doctores, que la Sábana Santa es falsa y, por lo tanto, no nos consideramos ligados al sacrificium intelectus que la defensa de esta reliquia requiere.
Que en el siglo XIV alguien diera con los principios de la fotografía nos parece, en cualquier caso, una explicación más racional que la alternativa que proponen y difunden los clubes de fans de la Sábana Santa.
En puridad, la Sábana Santa es un carrete fotográfico que contiene tres negativos sucesivos: el primero representa un hombre de frente; el segundo, su cabeza, que ensambla casi perfectamente con el cuerpo, y el tercero, al mismo hombre de espaldas. El modelo parece haber sido el mismo, pero pequeñas diferencias de distancia entre la figura y el objetivo han determinado que la imagen dorsal sea algo más reducida que la frontal y que la cabeza sea también desproporcionada, por excesivamente pequeña, si la comparamos con el resto del cuerpo (si bien es cierto que también existen personas con la cabeza anormalmente pequeña, pero en este caso parece tratarse de una limitación del fotógrafo). Mély, a principios de siglo, señaló esta desproporción de la cabeza: «En el canon anatómico, un cuerpo contiene siete veces, rara vez ocho, la longitud de la cabeza, en tanto que aquí, en el Lienzo, es contenida ocho veces y media» (Hernández, p. 284). Modernamente han notado el mismo defecto Picknett y Prince, pero los defensores de la reliquia insisten en que la cabeza está maravillosamente proporcionada. Es cuestión de gustos.
No está claro si el protofotógrafo utilizó un cadáver real o un molde. El uso de un molde, vaciado sobre un cadáver real o sobre una persona viva, explicaría ciertos detalles anatómicos que podríamos calificar de defectuosos, especialmente la desmesurada longitud de los antebrazos, que podría deberse a lo que en técnica fotográfica se denomina doble exposición, o simplemente a desliz del falsificador o falsificadores que fabricaron el molde. Si el lector examina la imagen de la Sábana Santa podrá comprobar que los brazos de la figura descansan a los lados del cuerpo de manera natural (como es lógico, por otra parte, tratándose de un cadáver), pero los antebrazos se alargan excesivamente con el fin de alcanzar la zona púbica y cubrirla con las manos. Da la impresión de que el protofotógrafo, que copiaba la postura de Cristo con los brazos cruzados sobre el vientre de la iconografía al uso, tuvo en cuenta que el destino de la falsa reliquia era su exhibición pública en un santuario, ante una muchedumbre de peregrinos para los que el sexo era tabú (al menos el sexo de Jesucristo), y, por lo tanto, dispuso a su modelo de manera que cubriese no exactamente el vientre sino, algo más abajo, sus partes pudendas. Si el lector se toma la molestia de interrumpir la lectura para tumbarse boca arriba e imitar la pose del hombre de la Sábana Santa comprobará que una persona normalmente proporcionada que intente alcanzar con las manos su zona púbica se ve obligada a forzar la postura y elevar los brazos hasta ponerlos casi en línea con los antebrazos, contra lo que observamos en la figura de la Sábana Santa, que alcanza sus genitales sin dificultad debido a la longitud excesiva de antebrazos, manos y dedos.
La propia postura de las manos cruzadas sobre la zona púbica delata que se trata de una falsificación medieval porque los judíos de los tiempos de Cristo cruzaban los brazos de sus difuntos sobre el pecho, al igual que casi todos los pueblos de Oriente.
Son observables, además, otros defectos en la figura, especialmente en el negativo de la cabeza, la parte del cuerpo que, por requerir un trabajo más minucioso, el protofotógrafo tuvo que retratar con especial cuidado. Lo que más llama la atención es que si el hombre retratado era moreno (como es presumible si se pretendía hacerlo pasar por un judío asiático de los tiempos de Roma), en el negativo su pelo oscuro habría salido prácticamente blanco. Si nos tomamos el trabajo de examinar al trasluz un negativo fotográfico comprobaremos fácilmente que una cabellera morena aparece blanca y, por el contrario, la clara tez del rostro se manifiesta casi negra. Sin embargo, en el negativo que llamamos Sábana Santa, el pelo del hombre retratado presenta un color similar al del rostro. Esto indica que el protofotógrafo tino o espolvoreó de color claro el cabello de su modelo para que entonase debidamente en la figura resultante. Incluso es posible que espolvorease todo el cuerpo para avivar la imagen en la fotografía. Sobre el cuerpo espolvoreado (o sobre el molde, ya de por sí blanco, si es que fue un molde lo que se usó) resaltarían especialmente las señales de las heridas.
Otro defecto de bulto aparece en el encaje de la cabeza. El cuello de la figura resulta excesivamente largo y la línea de ensambladura entre cabeza y tronco, una especie de fino collar blanco, no debería notarse tanto.
El tercer fallo, fácilmente detectable, es la caída poco natural de la melena. La cabellera de la figura de la sábana desciende verticalmente a ambos lados de la cara cuando, en un cadáver que reposa boca arriba, debería caer hacia atrás. Este detalle sugiere que la fotografía del rostro se hizo disponiendo al modelo en posición vertical (a no ser que el modelo fuera un vaciado sobre molde, cabellera o peluca incluidas).
Hay otros errores menos llamativos que se podrían explicar por diferencias de ajuste del objetivo fotográfico: el muslo derecho más grueso que el izquierdo en la figura frontal y sin embargo más delgado en la dorsal, y las piernas más largas por delante que por detrás (lo que determina que la figura frontal sea algo más alta).
Finalmente, la Sábana Santa no ha podido ser un sudario porque la figura proyectada en ella no presenta prácticamente distorsión alguna, lo que prueba que se encontraba a cierta distancia del lienzo y que este estaba plano, quizá montado en un bastidor. De haber servido como mortaja presentaría una imagen grotesca y ancha resultante de aplanar una tela que se ha impreso envolviendo un volumen. Además, si el cadáver estaba tendido boca arriba sobre una superficie, el propio peso del cuerpo aplanaría las zonas corporales que descansaran sobre dicha superficie, especialmente los glúteos, y esta circunstancia no dejaría de reflejarse en el lienzo.
Algunos defensores de la autenticidad de la sábana han intentado soslayar estos problemas imaginando que el cuerpo levitó milagrosamente en el momento de producir la radiación; o que estaba dentro de un sarcófago y el sudario se sostenía como un palio sobre su borde superior. Son soluciones demasiado rebuscadas para un problema simple.
También es digno de consideración el hecho de que a la Sábana Santa se le haya añadido una franja lateral de ocho centímetros cuyo único fin es el de centrar la figura. Es muy sospechoso que la pieza adicional provenga de la misma pieza de tela de la sábana. Si entre la presunta Resurrección de Cristo y la exhibición de la sábana transcurrió bastante tiempo, la franja adicional debería proceder de una pieza distinta.
Esto es lo que cualquier observador no necesariamente perito puede advertir examinando el lienzo a simple vista. Pero un examen más concienzudo expuesto en un reciente libro (Picknett y Prince) enumera, además, otras pruebas del origen fotográfico de la figura de la Sábana Santa: el rostro anormalmente delgado, hasta el punto de que los ojos quedan al borde de su contorno y las orejas desaparecen, sería debido al efecto de la lente; la aparición de un casi imperceptible círculo luminoso en la parte media de la nariz delataría una zona no expuesta debida a la lente.
Queda la cuestión de cómo se realizó la protofotografía. La fotografía moderna se desarrolló a lo largo del siglo XIX. ¿Pudo existir en el siglo XIV la tecnología necesaria para falsificar esta reliquia?
Para hacer una fotografía necesitamos una cámara y una película. El principio de la cámara oscura era sobradamente conocido desde la antigüedad: en una habitación oscura se practica un agujero por el que penetre la luz y las imágenes exteriores se proyectan, invertidas, en la pared opuesta al agujero. El efecto mejora y las imágenes se tornan más nítidas si aplicamos una lente a ese agujero. En el año 322 a. J. C., Aristóteles comentó la posibilidad de fijar las imágenes del sol y de la luna vistas a través de un agujero. Una descripción detallada de la cámara oscura se contiene también en un manuscrito árabe de Alhazen (965-1038).
El principio es relativamente simple. Lo difícil es hacer que esas imágenes obtenidas en la cámara oscura queden plasmadas en un objeto. Para ello se necesita emulsionarlo con alguna sustancia química que sea sensible a la luz, es decir, que se oscurezca proporcionalmente a la cantidad de luz que recibe de las imágenes proyectadas. Sólo entonces producimos una fotografía. Con este fin, desde el siglo XVIII, comenzaron a usarse sales de plata, y a principios del XIX se consiguió fijar las imágenes sobre un papel impregnado de elementos químicos sensibles a la luz (no sólo nitratos de plata, sino sales de hierro, de cobre y de mercurio, betún de Judea y otros diversos elementos). Es conocido desde antiguo que el nitrato de plata se oscurece cuando se expone a la luz. Las sales de plata eran un producto corriente en la alquimia desde, al menos, el siglo XII. Incluso quizá fueron conocidas por Yabir ibn Hayyan (Geber) en el siglo VIII. Los alquimistas también conocían la manera de producir cloruro de plata a partir del nitrito de plata y cloruro sódico.
La fotografía primitiva empleó con frecuencia sustancias que se volvían insolubles por efectos de la luz: mezclas de productos químicos (bicromatos de potasio o de amoniaco) con otros orgánicos (albúmina, clara de huevo), gelatina (cocción de piel y huesos), goma arábiga, etcétera.
En el siglo XIV existían ya los productos químicos necesarios para fabricar una emulsión fotográfica (sales de plata, cinabrio (sulfato de mercurio), sales de hierro…). Precisamente por esta variedad de posibilidades es difícil, si no imposible, averiguar de cuál de ellos se sirvió el protofotógrafo autor de la Sábana Santa. No obstante, el investigador inglés Keit Prince ha demostrado, con razonable aproximación, el camino seguido por nuestro anónimo artista. Keit Prince impregnó un lienzo de lino similar al de la Sábana Santa con una emulsión compuesta de clara de huevo y solución de sal de cromo. Después lo montó sobre un bastidor a fin de mantenerlo tenso. Cuando el lienzo estuvo seco, lo colocó en el fondo de una cámara oscura y lo expuso durante unas horas a la imagen de un busto de escayola por el habitual procedimiento fotográfico. A continuación extrajo el lienzo de su bastidor y lo lavó con agua fría para eliminar las partes de la emulsión no afectadas por la luz (es decir, las que no contenían imagen alguna). Hecho esto, expuso el lienzo al calor. La clara de huevo contenida en la mezcla coloidal de la imagen impresa chamuscó ligeramente la tela. Después de un nuevo lavado con agua caliente (que eliminó el resto de la emulsión) quedaron solamente unas chamuscaduras muy similares a las que observamos en la Sábana Santa. Es revelador que en la Sábana Santa, a pesar de los siglos transcurridos desde su fabricación, aún se detectaran restos de albúmina cuando fue analizada en los años setenta.
En cuanto a la desorbitada magnitud del negativo fotográfico que contiene la Sábana Santa, hemos de señalar que en los comienzos conocidos de la fotografía existieron negativos así de grandes y aún mayores. El fotógrafo estadounidense George Lawrence realizó en Chicago, a principios de siglo, placas de hasta cuatro metros cuadrados con una cámara fotográfica gigantesca (Strap, 78). La de nuestro protofotógrafo fue probablemente fija, utilizando para ello una habitación, dado que no se trataba de retratar exteriores.
Los fotógrafos que han estudiado la sábana han sugerido su condición fotográfica. Juan Llimona, presidente del Círculo Artístico de San Lucas, que agrupaba a pintores católicos catalanes, escribió en 1903:
Las espaldas, las nalgas, los muslos, las pantorrillas, todo es fotográfico, es decir, es el natural, clavado, estampado, con una realidad no debida a mano de artista, sino eminentemente fotográfica […] la imagen de que se trata tiene la corrección fotográfica, y como entonces no existía la fotografía […] resulta que la estampación se hizo por el Mismo que nos ha revelado el secreto de la fotografía. (Hernández, p. 307).
Es decir, de Dios. Dios fotógrafo. De la humilde colegiata de Lirey, la reliquia pasó a ser propiedad de la Casa de Saboya, que la depositó en la iglesia de Chambéry. En 1532, un incendio, al parecer fortuito, causó daños en el lienzo. Las partes afectadas de la figura fueron los hombros y el codo del brazo demasiado largo. Las clarisas de Chambéry repararon la reliquia añadiéndole piezas en las zonas quemadas. Las monjitas hicieron el trabajo de rodillas, con gran devoción, y escribieron una emotiva memoria de su intervención.
En 1578, la Sábana Santa fue trasladada a la catedral de Turín. En 1694 se construyó la capilla-santuario donde se venera la reliquia en nuestros días.