Antes de dirigirse a Jerusalén para participar en la Pascua, Jesús y sus discípulos pasaron por la aldea de Betfagé para recoger el burro que debería montar al entrar en la capital a fin de que se cumpliera la profecía que con machacona insistencia establecía que el Mesías debía llegar «cabalgando sobre un burro, sobre un burro hijo de burra» (Za. 9, 9).
En 1883 se construyó una iglesia en torno a la piedra donde se subió Jesús para cabalgar el burro, la llamada stelé, un bloque cuadrado adornado con pinturas y protegido por una valla de madera. Por cierto, en Verona, en época medieval, se veneraban las reliquias del burro que cabalgó Jesús el domingo de Ramos. No hay que confundirlas con otras reliquias de asno veneradas en Beauvais, que correspondían al burro en que la Sagrada Familia huyó a Egipto.
La Jerusalén judía que conoció Jesús fue muy alterada un siglo después de su muerte. Después de la sublevación nacionalista de 132-135, los romanos liquidaron el reino de Judea como entidad política y lo convirtieron en la provincia de Siria Palestina. El emperador Adriano transformó Jerusalén en una ciudad helenística a la que llamó Aelia Capitolina. Urbanísticamente era similar a las que poblaban los países de la ribera mediterránea controlados por Roma: un trazado rectangular, un templo mayor consagrado a Júpiter, un foro o plaza central, y las usuales instalaciones públicas para higiene y esparcimiento de la ciudadanía, baños, letrinas, hipódromo…
La famosa piscina de Siloé se transformó en ninfeo y la de Bethesda, cuyas aguas tenían propiedades curativas, se consagró al dios Esculapio.
Esta era la ciudad helenística que hoy pacientemente rescatan los arqueólogos. Pero cuando el cristianismo se convirtió en religión oficial del imperio, los obispos condenaron a la piqueta los templos paganos que profanaban la Ciudad Santa y los sustituyeron por iglesias cristianas conmemorativas de los episodios de la Pasión. La arqueología moderna ha demostrado que ni uno solo de estos Santos Lugares es el original que pretende ser, pero ello no es obstáculo para que el sencillo peregrino, fiado más en su fe que en la ciencia, los visite emocionadamente y corrobore en ellos cada tilde del relato evangélico. Porque, como en seguida veremos, en Jerusalén se conservan, perfectamente identificados, todos los Santos Lugares, algunos incluso por duplicado y triplicado, y además, convenientemente agrupados para mayor comodidad del peregrino.
El Cenáculo o Sala de la Última Cena es una sala de 8 por 14 m que data del siglo XI. Desde el mismo Cenáculo arranca una escalera que, cruzando un pintoresco jardín, conduce al huerto de Getsemaní. Emociona imaginar a los discípulos que en la sobrecena descienden por estas escaleras en devoto tropel, sin perder ojo a los traidores peldaños, mientras rodean al Maestro y lo escuchan decir: «Mi paz os dejo, mi paz os doy…».
En el huerto de Getsemaní sólo quedan ocho olivos, pero son tan antiguos que algunos guías aseguran que ya existían cuando Jesús frecuentó el lugar. Están tan decrépitos que ha habido que sostenerles algunas ramas con tirantes o bardales de piedra. Ya casi no dan aceituna, pero, no obstante, uno de los recuerdos más vendidos en los bazares y tenderetes de Jerusalén son rosarios confeccionados con huesos de aceitunas de Getsemaní. Aunque en la Biblia no se menciona que allí hubiera un huerto. Marcos y Mateo dicen que Jesús fue al lugar llamado Getsemaní, sin especificar qué era, y Juan habla de un kepos o campo cultivado como lugar donde arrestan al Maestro. Sólo a partir del siglo XII se empieza a hablar del huerto de Getsemaní. Por cierto que Getsemaní es la transcripción griega del hebreo Gat-she.ma.nim o almazara. Lo que había allí era un molino de aceite.
Al lado del huerto está la basílica de las Naciones con sus doce cúpulas. Delante del altar principal, acotada con una artística verja en forma de trenzada corona de espinas, sobresale la roca del subsuelo sobre la que oró Jesús y dijo: «Padre, si es posible, aleja de mí este cáliz». En la gruta de la Captura de Cristo hay tres altares adosados a las paredes rocosas y una inscripción que dice «y el sudor caía como gotas de sangre».
Junto a la Iglesia ortodoxa rusa de María Magdalena está el Pilar de Judas, también conocido como Osculum (Beso), que marca el lugar donde el discípulo traidor entregó al Maestro. En su pecado llevó la penitencia porque no lejos del lugar está el monasterio de San Onofre, en el lugar llamado Aceldama o Campo de la Sangre, donde, según algunos. Judas se ahorcó de un árbol después de devolver las treinta monedas, pero en los Hechos de los Apóstoles (1, 18-19) se da una versión más idealizada: «con el dinero adquirió un campo y cayendo de cabeza, se reventó por la mitad, y todas sus entrañas se derramaron». Con las vueltas que da la vida, las monedas de Judas también se han convertido en reliquias, no sé si venerables. En cualquier caso, en la catedral de Valencia debe de haber tres y otras tantas, inevitablemente, en la de Génova.
Basílica de Getsemaní, en Jerusalén. En primer término la roca sobre la que rezó Cristo la última noche.
Monte de los Olivos, Jerusalén. Huella dejada por el pie de Cristo al iniciar la ascensión.
En el siglo III, uno de los pioneros del turismo pío, el peregrino de Burdeos, aseguró haber orado ante la piedra donde Judas traicionó a Jesús, y en el lugar exacto del monte de los Olivos desde el que Cristo inició su ascensión a los cielos. No parece que se trate de las piedras actualmente designadas al efecto. En un testimonio algo posterior al del bórdeles, hacia 530, es decir, se aseguraba que en la piedra de marras se percibían claramente los hoyuelos marcados por las rodillas de Jesús. En la piedra actual, por mucho que uno la examine, no hay rastro alguno de rodillas, sino solamente una hendidura lejanamente semejante a la huella de un pie. No lejos de allí, sin salir del monte de los Olivos, junto al huerto de Getsemaní, hay un templete octogonal, que protege vestigios de una basílica bizantina. En su interior hay un alcorque abierto en el suelo, a través del cual se manifiesta, sobre la roca original, otra impresión del pie de Jesús tal como quedó marcada en la piedra viva al tomar impulso para iniciar la Ascensión. Los escépticos podrían objetar nuevamente que no se percibe más que un hoyo alargado, pero en este caso existe una probada tradición popular que legitima la huella y disipa la duda. Nos referimos al entrañable y antiguo villancico que reza:
En el portal de Belén
hay una piedra redonda
donde puso Dios el pie
para subir a la gloria.
Naturalmente han tenido que sustituir el topónimo Jerusalén por el de Belén, por tratarse de un villancico. No obstante, dado que Jesús sólo regresó a la derecha del Padre una vez cumplida su misión redentora, y esto aconteció en Jerusalén, es evidente que no hace al caso que la letra de la cancioncilla diga Belén.
A pocos metros está la mezquita del monte, un Santo Lugar musulmán candidato a ser el punto de arranque de la Ascensión (recordemos que Jesús, además de Segunda Persona de la Trinidad para los cristianos, es un profeta venerado por los musulmanes).
No lejos de la iglesia de las Negaciones de Pedro o Gallicantu está la prisión de Jesús, una cueva tallada en la roca y hoy protegida de la devoción de los peregrinos por una verja. En uno de sus aposentos se venera el lugar de la Flagelación.
Relacionado con el juicio sumarísimo de Jesús está la Scala Santa, o escalera del palacio de Poncio Pilato en Jerusalén por la que supuestamente ascendió y descendió Jesús el día de su crucifixión. Son veintiocho peldaños de mármol de traza renacentista que se veneran en Roma, en la basílica de San Juan de Letrán. Durante siglos, los devotos la subieron de rodillas y al llegar arriba encontraban, protegida por una reja, la antigua capilla privada de los papas (cuando residían allí, antes de mudarse al Vaticano). Ya se ha dicho que en esta capilla se venera una de las imágenes aspirantes al título de mandylion de Edesa (Wilson, p. 69).
La escalera original no es la que se ve ahora, pues la han cubierto de placas para protegerla de la erosión de los devotos. Al atardecer del 19 de setiembre de 1870, Pío IX la subió de rodillas en un desesperado intento por provocar un milagro que detuviera a las tropas italianas que asediaban el Estado Vaticano. Como el milagro no se produjo, al día siguiente ordenó a sus soldados disparar, pero ni siquiera esta dolorosa determinación pudo salvar el Estado de la Iglesia.
La Santa Scala no es la mayor reliquia palestina trasladada a Europa. Ese título corresponde a la Casa de la Virgen que en 1291, cuando sucumbió el último bastión de los cruzados en Tierra Santa, fue aerotransportada por los ángeles hasta los alrededores de Fiume y, como aquel lugar se probara inadecuado, la volvieron a llevar por los aires hasta su definitivo emplazamiento en Loreto, donde hoy se venera. La aviación española ha escogido por patrona, con gran acierto, a la Virgen de Loreto.
Otro Santo Lugar que ha merecido especial devoción de los peregrinos ha sido el litostrothos (hebreo Gábata) o pavimento enlosado de la fortaleza Antonia, cuartel de la guarnición romana en Jerusalén. El sacro pavimento es venerado en el convento de Nuestra Señora de Sión y el convento de los padres franciscanos, ambos construidos sobre el solar de la fortaleza Antonia. Las enormes losas de piedra (de hasta dos metros por metro y medio de superficie y cincuenta centímetros de grosor) cubrían los dos mil quinientos metros cuadrados de patio de armas de la fortaleza. Están estriadas, para evitar resbalones de caballos o costaladas de tropa en zafarrancho (las sandalias claveteadas de los legionarios eran muy traidoras). En algunas están esculpidos los tableros de juego con los que la tropa distraía sus ocios. Los guías aseguran que uno de ellos, al que llaman tablero del juego del rey, sirvió para burlarse de Jesús. No hay cuidado de que tales afirmaciones contengan un átomo de verdad porque la crítica moderna, apoyada en la arqueología, ha demostrado que estas losas no son las que pisó Jesús. Es pena, porque se trata casi del único Santo Lugar al aire libre. Quizá el lector ha reparado en que prácticamente todos los Santos Lugares están en cuevas: Anunciación, Nacimiento, Carpintería de San José, amamantamiento de Jesús, siesta de San José cuando se le apareció el ángel, degollación de los Santos Inocentes, oración de Getsemaní, etc. Esa engañosa impresión de que Jesús pertenecía a una comunidad troglodítica que se lleva el turista pío se refuerza luego si visita en Roma los subterráneos y las catacumbas donde testimoniaban su fe los paleocristianos. Nada más lejos de la realidad para una religión que precisamente se basa, como estamos comprobando, en la Luz de la Verdad.
La Vía Dolorosa es, según la tradición, el itinerario de la Primera Procesión; el camino que anduvo Jesús con la cruz a cuestas hasta el lugar de las ejecuciones. Es una calle abarrotada de tenderetes píos y de Santos Lugares, capillas y placas del Vía Crucis de diversas épocas, trazas y estilos. Sus tres iglesias (la de la Condena, la del Ecce Homo y la de la Flagelación) son obligada visita para los peregrinos.
La moderna crítica establece que el itinerario de Jesús camino del Calvario tuvo que ser distinto (dado que el famoso monte no pudo estar donde santa Elena o el obispo san Macario lo señalaron).