Mediado el siglo III, no lejos de Belén, en medio de un bosquecillo, había una gruta consagrada al culto de Adonis. A los cristianos les pareció muy a propósito para portal de Belén. Pudo y convino, luego hubo. Desahuciaron a Adonis y adjudicaron la gruta a portal de Belén, lo que no tardó en generar una literatura justificativa. «En la gruta donde el Niño Jesús emitió sus primeros vagidos, se lloraba al amante de Venus», se queja san Jerónimo. En el siglo VI, los peregrinos se postraban ante un pesebre, ante los restos de los Santos Inocentes y ante la mesa en la que se sentó la Virgen en el sobreparto, cuando recibió a los tres Reyes Magos.
Hoy, en la supuesta gruta de la Natividad, se sigue venerando un Santo Pesebre. Sobre esta gruta edificó una iglesia Constantino, pero dos siglos después estaba tan deteriorada que Justiniano la demolió para edificarla de nuevo y, aunque se salvó de la destrucción cuando la invasión de Cosroes II (porque en su portada principal estaban representados los tres Magos con atuendo persa), tampoco resistió el paso del tiempo y hubo de ser reedificada por tercera vez en tiempos de los cruzados. A ellos se debe la iglesia de cinco naves, con aspecto exterior de fortaleza, que hoy vemos.
Se accede al edificio a través de una puerta diminuta (diseñada para evitar que los turcos, dueños de Palestina hasta 1919, entraran a caballo en el templo). Interiormente el recinto aparece parcelado en diversos sectores que pertenecen a las Iglesias ortodoxa, católica y armenia. Cada una de ellas ha construido su propio campanario, mantiene sus párrocos, coadjutores y celadores y hace lo posible por superar a las otras en lujo, artificio y piedad. También en limpieza y atildamiento, lo que resulta en un templo limpio como los chorros del oro, con la plata rechinante y las flores de los jarrones frescas del día.
Unas empinadas y angostas escaleras de piedra conducen a la cripta donde se venera el Santo Pesebre. También este reducido recinto ha sido objeto de disputa: el altar donde está la estrella de plata que supuestamente señala el lugar exacto de la Natividad, pertenece a los ortodoxos; la estrella de plata propiamente dicha es propiedad de los franciscanos, y la imagen de la Virgen que hay sobre el altar es patrimonio de los cristianos sirios.
Si usted es católico y después de postrarse y orar ante el Divino Pesebre siente un irreprimible impulso de confesar sus culpas y reconciliarse con Dios, evite dirigir su solicitud de consuelo sacramental a los clérigos de la sotana negra, que estos son los ortodoxos o a los de morado y crema, que son los armenios. Debe buscar a un religioso de hábito pardo, nuestros franciscanos de toda la vida.
No lejos de la basílica de la Natividad se encuentran cuatro grutas que, con el tiempo, también se han transformado en Santos Lugares. En la Gruta de la Leche, a cargo de los franciscanos, las gotitas de leche escapadas del pecho de la Virgen cuando amamantaba al Niño Jesús se convirtieron en otras tantas piedrecitas blancas. En la del Sueño de José, un ángel aconsejó al paciente varón que huyera a Egipto porque Herodes buscaba al Niño para matarlo; la tercera gruta, consecuencia de la segunda, es la de los Santos Inocentes, donde Heredes degolló a todos los niños menores de dos años que había en la comarca (el pusilánime lector no ignora que se trata de una piadosa, aunque truculenta, fábula: nunca hubo tal degollación de inocentes, aunque la cueva esté ahí para testimoniarlo). La cuarta y última gruta es la Fuente de la Virgen, donde María aplacó su sed al salir hacia Egipto.
Volviendo a la leche de la Virgen, los paños impregnados en el preciosísimo líquido o las rocas sobre las que se había derramado (como en el santuario alemán de Ganing) constituyeron una de las reliquias más apreciadas, especialmente en la Edad Media.
Aparte de las grutas, está el campo donde los pastores estaban apacentando sus rebaños (en pleno mes de diciembre, según el calendario cristiano) cuando vieron la Estrella. En realidad se designan en plural, campos, porque son dos: uno a cargo de la Iglesia católica y otro propiedad de la Iglesia ortodoxa.
Belén es una ciudad de intenso turismo pío, hoteles, pensiones, restaurantes, hamburgueserías, tiendas de souvenirs, rosarios, fotografías del papa, estampas, imágenes, postales, estampitas del Niño Jesús tocadas en el Sagrado Pesebre, etc. Por Navidad se instalan cabinas especiales para que los turistas puedan felicitar a sus amigos con fondo de repiques de las campanas de Belén.
Los evangelios aseveran que Jesús se bautizó en Betania, al otro lado del Jordán. La cita es imprecisa, especialmente debido a que nadie sabe dónde estaba Betania. En el mapa de Madaba, del siglo VI, la pusieron al sureste de Jericó. Por allí, en un lugar arbolado muy a propósito, hacen un alto los autobuses climatizados que traen y llevan turistas de Jerusalén al Mar Muerto y dan suelta al personal para que se refresque en los chiringuitos y puestos de bebidas y se acerque a mojar manos, rosarios, cruces y variados objetos personales en las mismas verdosas aguas donde se supone que Jesús se introdujo para que san Juan lo bautizara. Hay otro lugar del bautismo más al norte, el llamado Yardenit o lugar bautismal, cerca del kibbutz Kinneret, donde las instalaciones, además de las tiendas de recuerdos y chiringuitos de comida rápida, incluyen una suave playa fluvial para que los peregrinos puedan introducirse en el río sin embarrarse demasiado y hacerse fotos en el lugar donde bautizaron a Jesús.
En Jericó se venera un sicómoro que dicen descendiente del evangélico al que trepó Zaqueo para poder contemplar a Cristo en medio de la muchedumbre de adeptos («¡Zaqueo! Bájate de ahí, que hoy he de llegar a tu casa…», le dijo Jesús, con aquella amable campechanía suya. «Hoy ha llegado la salud a esta casa»). No lejos de la ciudad está el monte de las Tentaciones, donde se supone que el Diablo tentó a Jesús recién salido de los cuarenta días de retiro en el desierto. En 1890 los ortodoxos ganaron por la mano a los católicos y ocuparon el borde mismo del acantilado con un monasterio que llaman de los Cuarenta Días (en árabe Deir al-Quruntal).
En 1916 dos arqueólogos alemanes encontraron las ruinas de la sinagoga de Cafarnaúm donde predicó Jesús (Me. 1, 21). El edificio se ha fechado en el siglo II de nuestra era. Altas columnas, escaleras de mármol, exquisitos frisos esculpidos… ¿Cómo pudo disponer de una sinagoga tan monumental y rica un poblado cuya economía siempre osciló entre lo pobre y lo paupérrimo? Se ha sugerido que quizá fue una donación del emperador Juliano el Apóstata, el defensor del paganismo contra el cristianismo, que querría demostrar que las maldiciones de Jesús no se cumplían.
También se muestran en Cafarnaúm las ruinas de casa de Pedro donde el Señor curó de fiebres a la suegra del que había de negarlo tres veces. A mediados del siglo V, la casa de san Pedro fue convertida en una domus-ecclesia de planta octogonal que veneraban los peregrinos. Finalmente está el monte de las Bienaventuranzas, desde el que Cristo promulgó la nueva ley. Es una suave colina, sobre la cual han construido una coquetuela ermita.
En la zona de Tiberíades existen, además, otros santuarios que se incluyen en el mismo pack turístico: el de la Tempestad Calmada, el de la Multiplicación de los Panes y el del Otorgamiento del Primado a Pedro después de la Resurrección. Este último es tan pequeño que posiblemente tenga menos ladrillos que letras su nombre, pero alberga decorosamente una imponente roca (llamada Roca Sagrada) con vestigios de entalladuras cimenticias sobre la que suponen que Jesucristo comunicó a Pedro que era piedra y sobre esa piedra edificaría su Iglesia.
En Siquem, región de Samaria, está el convento ortodoxo del Pozo de la Samaritana o pozo de Jacob, donde Jesús se encontró con la compasiva mujer (Jn. 4, 1-42). El pozo, de unos 35 m de profundidad, es anterior a los tiempos de Jesús, aunque presenta añadidos romanos, bizantinos y mamelucos. Alrededor del brocal de piedra, al que no falta detalle: soga, garrucha, caldero de cinc, se levantó en 1910 una cripta que aparece profusamente adornada de iconos y lámparas votivas. El peregrino que busca un regalo adecuado para sus seres queridos puede adquirir en la tienda de souvenirs del convento una botella de plástico que el fraile guardián le permitirá llenar de agua del pozo santo, previo donativo a voluntad.
El pozo del encuentro de Cristo con la samaritana.
En Betania se venera el santuario de Lázaro, con una iglesia levantada en 1953 sobre ruinas bizantinas del siglo V. La tumba de Lázaro es la atracción turística del lugar. Se bajan dos tramos de pinas y difíciles escaleras y se accede a un par de angostas cámaras talladas parcialmente en la roca. No le debió de ser nada fácil al difunto abandonar aquel lugar con la dificultad añadida de las vendas y las cintas de la mortaja.