Capítulo 41

El Grial de la Mesa (Tabla) Redonda

El más famoso Grial es, sin duda, el que aparece en el ciclo novelesco del rey Arturo y sus caballeros, que, según una tardía leyenda medieval, se reunían en torno a una Mesa Redonda (con galicismo, Tabla Redonda) en un lugar de Gran Bretaña conocido por Camelot. Las hazañas del rey Arturo y sus paladines nutrieron una caudalosa mitología y han inspirado cantares de gesta, romances, óperas, novelas e incluso dibujos animados y más de una docena de guiones cinematográficos, el último de ellos del mago Spielberg.

El caso es que la leyenda no remonta más allá del siglo IX, cuando un tal Nennio, historiador muy dado a fantasear, mencionó a cierto caudillo celta, Arturo, que luchó contra los invasores sajones en el siglo VI. En realidad no está confirmado que este Arturo existiera, pero las figuras históricas también se falsifican como las reliquias y a veces por el mismo motivo: el fortalecimiento de la fe.

En la Inglaterra del siglo XII coexistían dos culturas: la de los normandos, que habían conquistado la isla en 1066, y la de los sometidos anglosajones. Los normandos dominantes hablaban francés y se deleitaban cantando las hazañas de Carlomagno y sus famosos pares. Los sajones autóctonos se inventaron su propio Carlomagno indígena agigantando la remota y confusa figura de aquel rey Arturo y fueron tejiendo en torno a su figura todo un ciclo nacional, que sería conocido como materia de Bretaña. Si los juglares recitaban las hazañas de Carlomagno y sus pares ante las sólidas chimeneas de los castillos normandos, en las cabañas sajonas, rebujados al calor del establo, los sajones recitaban las hazañas todavía más portentosas de Arturo y sus caballeros de la Mesa Redonda.

Sobre el fondo de la mítica sociedad artúrica fue creciendo, hasta cubrirla toda con su prodigiosa sombra, el mito del Santo Grial, que muy pronto surtió de argumentos incluso a los autores más cultos. Fueron ellos precisamente los que cristianizaron el material e inventaron una historia para justificar la presencia del cáliz de la Última Cena en la islas británicas. Nada más fácil.

La variante artúrica de la leyenda del Grial exige que san Felipe enviara a Inglaterra a trece de sus discípulos con la misión de evangelizar a los nativos. Uno de estos misioneros, José de Arimatea, llevaba consigo su más preciado tesoro, el cáliz de la Pasión, es decir, el Grial. José se estableció en Glastonbury o Avalón, construyó una iglesia y depositó en ella para el servicio de la misa su sagrada reliquia. Cuando José falleció, su cuñado Bron lo sucedió en la jefatura de la comunidad. A este Bron le llamaban el Rico Pescador porque, con ayuda del Grial, había reproducido el milagro de alimentar a una muchedumbre con sólo unos pececillos.

Según otras versiones, tras los luctuosos sucesos de Jerusalén, que condujeron a la bárbara ejecución de Jesús después de un juicio sumarísimo, sin las mínimas garantías legales, el Grial quedó depositado en un castillo situado en la cima del monte Muntsalvach o monte de la Salvación. Un buen día, el guardián del Grial o Rey Pescador recibió una herida en el muslo.

La herida era, al parecer, incurable, y además de los sufrimientos del resignado rey, provocaba la esterilidad del reino, pues la tierra no volvería a producir cosecha hasta que la herida cicatrizara. La Lanza que había herido al Rey Pescador era la Santa Lanza que Longinos utilizó para abrir el costado de Cristo. En el templo o castillo del Grial se custodiaban, además del Santo Cáliz, la referida Santa Lanza y una bandeja igualmente sagrada.

Uno de los temas recurrentes en las historias de los caballeros de la Mesa Redonda es la búsqueda del Grial. El milagroso cáliz se había presentado ante la asamblea de caballeros del rey Arturo cubierto por un velo, de modo que ningún caballero pudo contemplarlo directamente. Cuando la aparición se desvaneció, los testigos quedaron tan edificados por la mística experiencia que prometieron consagrarse a la búsqueda del precioso talismán. El rey Arturo se entristeció. Preveía la disolución de la hermandad de la Mesa Redonda si todos sus componentes se dispersaban en busca del Grial.

El tema del Grial sufrió una intensa reelaboración en manos de los poetas, principalmente en el Perceval de Chrétien de Troyes (hacia 1215); y de Wolfram von Eschenbach y los autores de la Queste del Saint Graal, a lo largo del siglo XIII. Enriquecido en su significado esencial, acabó simbolizando la unión mística con Dios.

La historia que narra Chrétien de Troyes es de sobra conocida. Perceval (o Parsifal), un joven e inexperto galés que es la inocencia personificada porque se ha criado apartado de todo contacto con el mundo, es nombrado caballero por el rey Arturo y marcha en busca de aventuras. Poco después de encontrar a un hombre tullido que está pescando en un río, llega a un valle maravilloso en cuyo centro se alza un castillo. El joven, recibido en la fortaleza con todos los honores, descubre con sorpresa que el señor del lugar no es otro que el Rey Pescador, aquel tullido que encontró horas antes. Llegada la hora de la cena, un misterioso cortejo desfila por el salón.

Las antorchas daban luz a la sala con tal resplandor que no podría hallarse en todo el mundo una estancia iluminada de modo semejante. Mientras estaban charlando distendidamente, apareció un paje sosteniendo una Lanza blanca y resplandeciente por la mitad del astil […] Una gota de sangre perlaba la punta de la Lanza y se deslizaba hasta la mano del portador […] aparecieron entonces, otros dos pajes, robustos y bien parecidos, cada uno de los cuales portaba un candelabro de oro con incrustaciones: en cada candelabro brillaban no menos de diez cirios. Luego apareció un Grial que llevaba entre sus manos una bella y gentil doncella, ricamente ataviada. La seguían dos criados. Cuando hubo entrado portando el Grial, se extendió por la sala tan gran claridad que la luz de los cirios palideció, como ocurre con la luna y las estrellas cuando sale el sol. Detrás de la doncella iba otra que portaba una bandeja de plata. El Grial que iba delante era del oro más puro, adornado con una variedad de ricas piedras preciosas como no se encontrarán otras en la tierra o en el mar: ninguna gema podía compararse con el Grial.

El extraño cortejo desfiló tres veces ante los asombrados ojos de Perceval, pero el muchacho reprimió su curiosidad recordando que su tutor le había aconsejado que se abstuviera de formular preguntas indiscretas. Es evidente que no había perdido el pelo de la dehesa. Si hubiera preguntado quién sirve al Grial se habría desvelado el misterio, el Rey Pescador habría sanado y su reino habría recuperado la prosperidad.

El joven Perceval se acostó aquella noche con esta duda y cuando despertó, a la mañana siguiente, encontró el castillo deshabitado. Después de esto, tanto Perceval como otros caballeros de la corte del rey Arturo emprendieron, en diversos autores, la búsqueda del Grial.

Las aventuras de Lanzarote, de Gawain, Bors, Perceval y Galahad en su búsqueda del Grial dieron tema para muchos romances. El éxito final estaba reservado, por gracia divina, a sólo tres caballeros: a Galahad, porque preservó su pureza; a Perceval, porque se mantuvo inocente, y a Bors, porque nunca dejó de ser humilde. En realidad Galahad viene a confundirse con la figura de Lanzarote y la sustituye a partir del siglo XIII. Los otros caballeros fracasaron a causa de sus pecados: Lanzarote se unió finalmente al pelotón de los perdedores porque cometió adulterio con la reina y sólo alcanzó a ver el Grial en sueños. Sir Gawain, un caballero que comenzó su andadura como favorito, siguió finalmente un camino equivocado al ignorar el aspecto místico de la empresa.

Wolfram von Eschenbach ideó una historia aún más elaborada que la de Chrétien de Troyes para su poema sobre el Grial. Recurriendo al viejo expediente del manuscrito antiguo encontrado (que entonces no estaba tan manido como lo ha estado del Quijote acá), confesó que había sacado su historia del Grial en los escritos del maestro Kyot, quien, a su vez, había hallado en Toledo un manuscrito arábigo obra de Flegetanis, que narraba los hechos. Toledo era, en la Europa medieval, el lugar misterioso donde los magos practicaban las ciencias ocultas. En torno al Grial existía una misteriosa orden (que algunos han querido ver reflejo de la templaria) que guardaba la prodigiosa reliquia en los confines del nordeste de España, en un lugar llamado Muntsalvach o Montsalvat, es decir monte de Salvación.

Hasta aquí lo objetivamente comprobable. A continuación no nos resistiremos a exponer la historia del interés de los ocultistas nazis por el Grial, que muchos autores tratan con absoluta seriedad y abundancia de pruebas, pero que otros no sabemos si prestarle algún crédito o tomarla por pura historia ficción. Es posible que la virtud resida, una vez más, en el término medio.

Las referencias hispánicas de Von Eschenbach sugirieron a Wilhelm von Humboldt un inspirado elogio de la fuerte atracción mística que Montserrat ejerce sobre el viajero. Desde entonces, el santuario catalán se convirtió en uno de los lugares misteriosos soñados por los románticos alemanes, Goethe incluido y, por supuesto, el compositor Richard Wagner, que divulgó el mito del Grial en su ópera Parsifal. La admiración que los jerarcas nazis profesaban a la obra de este contundente músico produjo en la Alemania hitleriana, según diversos autores, el brote de una remozada mitología del Grial, considerado ahora como el libro sagrado depositario de la tradición germánica y talismán de la pureza de la sangre (aria, naturalmente). Dada la complejidad del símbolo, les pareció cosa fácil y hacedera despojarlo de su tardío carácter cristiano y volverlo a un hipotético origen pagano, pero a la postre no supieron prescindir de su rica tradición cristiana y prefirieron aceptarla, aunque previamente acataron la descabellada teoría de que Cristo no había sido judío, sino ario, descendiente de Jacob (los odiados hebreos, por el contrario, descendían de Esaú, según los nazis. Lo extraño del caso es que Esaú y Jacob eran hermanos).

Lo que no queda tan claro es que los ocultistas de la orden Thule identificaran Montserrat con el santuario del Grial. De hecho, en los años treinta, enviaron a un investigador, el joven y dinámico Otto Rahn, para que investigara en los lugares cátaros del Languedoc francés, especialmente en el castillo de Montsegur y en las cuevas fortificadas de Savarthès, donde se refugiaron los últimos cátaros. Estaban convencidos de que la nueva era comenzaba en 1944, al cumplirse los setecientos años de la caída de Montsegur en manos de los cruzados (1244). Otto Rahn conoció en Savarthès a Antonin Gadal, el papa cátaro (¿o un chiflado?), y durante meses exploraron juntos las spiugas, o cuevas. Según otros, los nazis identificaban el lugar del Grial con Montserrat. No sé si será casual que Himmler hiciera una excursión a la abadía catalana durante su visita a Barcelona el 23 de octubre de 1940. El abad Antoni Maria Marcet delegó en uno de sus colaboradores el honor de guiar al jerarca nazi en su visita. Por cierto que la escolta del ministro —constituida por alevines de las SS, atléticos, guapos, altos, cabello rubio a cepillo y ojos azules— hizo sospechar al fraile si el ilustre visitante sería homosexual. Preocupado por las esencias raciales (no en balde había sido criador de pollos antes de meterse en la cosa nazi), Himmler encontró rasgos específicamente catalanes en la Moreneta de Montserrat. Cuando llegaron a la biblioteca del monasterio, el jerarca nazi se interesó por los documentos del Grial y quedó muy decepcionado cuando el bibliotecario lo informó de que allí no había nada referente al asunto.

Himmler ambicionaba el Grial. En el castillo de Wewelsburg le tenía preparada una capilla-santuario cuyo diseño se inspiraba en las leyendas del rey Arturo. El sagrado recipiente reposaría sobre un severo cubo de mármol presidiendo una gran mesa redonda con doce sillones. Todo negro, el color de las SS.

Volviendo a la candidatura de Montserrat como santuario del Grial, conviene mencionar la existencia de un curioso libro, Montserrat, ganga del Grial, de Ramon Ramonet Riu, que interpreta la mitología del Grial en clave catalana. Según Ramonet, Lohengrin es Ramón Berenguer III; el mago Merlín es el conde Arnau; el Rey Pescador es el conde de Barcelona Wilfredo el Velloso, y el nombre de Parsifal o Perceval deriva en realidad del catalán Par-si-val, «el que se vale por sí» o, más modernamente expresado, el que se autoayuda, en alusión a los primeros eremitas que poblaron Montserrat. Las tropas de Carlomagno habrían llevado a Francia las tradiciones griálicas aprendidas de los ermitaños de Montserrat.

Es posible que las dos candidaturas, a un lado y otro de los Pirineos, Montsegur y Montserrat, sean igualmente buenas. Últimamente han surgido nuevos candidatos a santuario del Grial en San Juan de la Peña (ignorando que su Grial se supone en Valencia) y en el monte Saint-Michel de Francia. Incluso, más difícil todavía, lo han localizado en un lugar tan sagrado que ni siquiera figura en los mapas: Shambala, el centro del mundo, en algún lugar de Asia.

En lo que sí se ponen de acuerdo los diferentes autores es en que la montaña maravillosa que albergaba el Grial era de acceso difícil. La crítica moderna cree descubrir el origen de este castillo del Grial en aquel Takt-i-Taqdis, o Trono de los Arcos, construido por Cosroes II, el castillo-santuario donde depositó las reliquias robadas en Jerusalén en 614.

Cabe dentro de lo posible que la minuciosa descripción que el poeta Albrecht hace, a principios del siglo XIII, del castillo del Grial, en todo coincidente con el testimonio arqueológico que aportan las ruinas del Trono de los Arcos, proceda de alguna crónica bizantina perdida que describiera aquel santuario. Si aceptáramos esta posibilidad, no dejaría de ser revelador que el castillo del Grial fuera el remoto santuario de la religión mazdeísta, precursora de las herejías dualistas medievales.