Capítulo 37

La Santa Columna

La columna donde ataron a Cristo para flagelarlo es una de la más antiguas reliquias evangélicas, pues ya se menciona entre las reliquias inventadas en el siglo III. La peregrina Egeria la vio en medio de unas ruinas que decían ser las del palacio de Caifás. Era un bloque de piedra en el que se percibían las huellas de las manos y del rostro de Cristo. Poco después, a principios del siglo IV, el anónimo peregrino de Burdeos la adoró en el pórtico de la iglesia de Sión o del Cenáculo. No sabemos si sería la misma columna, trasladada a nuevo emplazamiento, u otra distinta. A finales de siglo debía de seguir en el mismo lugar porque santa Paula también la veneró allí, según san Jerónimo. Aquellos peregrinos eran más respetuosos que los que llegarían después, y se contentaban con rodear la columna con un cordón que luego llevaban al cuello como reliquia. Todavía no se usaba cincel ni martillo en los lugares santos.

En la época de las Cruzadas, la columna de la flagelación, o un fragmento de ella, se veneraba en la iglesia del Santo Sepulcro. Quizá sea la misma que aún se muestra a los peregrinos dentro de la capilla de la Aparición de Cristo a su Madre (propiedad de la Iglesia católica, variedad latina). Es un fragmento de columna de pórfido rojizo de 75 cm de altura y unos 30 de diámetro. Otra columna de la flagelación se venera en la iglesia de Santa Práxedes de Roma. Esta mide 70 cm de altura y es de mármol negro con vetas blancas. Está documentado que la trajo de Jerusalén el legado pontificio Giovanni Colonna en 1233. Al parecer la había sacado de las ruinas del Pretorio. ¿Cuál es la auténtica? Sobre este tema los estilólogos guardan silencio y evitan pronunciarse, pero es evidente que los que apoyan la columna de Jerusalén tendrán la de Roma por falsa, y viceversa. No obstante existe una posibilidad de admitir la legitimidad de las dos columnas a satisfacción de todos si recabamos, en deseable concordia multidisciplinar, la valiosa ayuda de la sindonología. Como recordará el lector, los sindonólogos han establecido que Jesús fue flagelado por dos verdugos, uno alto y otro bajito. ¿Y si en realidad lo fue por un mismo verdugo, pero en dos diferentes y sucesivas columnas, después de cambiar al reo a la segunda por encontrar insatisfactoria la inclinación de su espalda en la primera, debido a un inadecuado emplazamiento de la argolla de amarre? En este caso las dos reliquias podrían aspirar legítimamente al título de columna de la flagelación y serían perfectamente compatibles. Y, de paso, esta explicación de los hechos liberaría a los sindonólogos de su incongruente versión de los azotes porque, la verdad, imaginar a dos verdugos vapuleando a un mismo reo sin sacudirse mutuamente por error algún que otro flagelazo, resulta difícil de admitir. La reducción de la operación a un solo verdugo y la atribución de la diferente inclinación de los azotes a la distinta ubicación de la argolla en dos columnas sucesivas, sobre acrecentar verosimilitud, satisfaría por igual a los estilólogos partidarios de una u otra columna sin desairar a nadie y sin desmentir las teorías de los sindonólogos. Qué duda cabe de que la concordia resultante contribuiría a la edificación de los peregrinos que visitan las dos presuntas reliquias.