Capítulo 33

La tablilla del INRI

Entre las reliquias de la Pasión presuntamente halladas por santa Elena figuraba el título de la cruz de Cristo, es decir la tablilla donde se inscribió la sentencia por la que lo condenaban a muerte. Un fragmento del título de la cruz, con su inscripción perfectamente legible, se conserva en Roma, en la iglesia de la Santa Cruz de Jerusalén. Según la tradición, lo llevó santa Elena junto al Lignum Crucis y uno de los clavos que perforaron los miembros de Jesús.

Los sindonólogos, ignorando esta circunstancia o dando tácitamente por falsa esta venerada reliquia, proclaman ahora que han encontrado sobre su Sábana Santa trazas de la tablilla con una forma y redacción distintas. Es lo que el padre Solé, S. J., denomina, alborozado, «hallazgo inesperado, ¡la cuasifirma!» (p. 302).

Los primeros indicios del gran hallazgo salieron a la luz en 1978, cuando el químico-farmacéutico Piero Ugolotti presentó en el Segundo Congreso Internacional de Sindonología una ponencia sobre trazas de elementos químicos en la sábana. El sagaz científico las deducía de la simple observación de las fotografías de 1931 y de las de 1969. Al parecer estos elementos químicos se agrupaban en lo que podrían ser unos vestigios que podrían interpretarse como indicios de lo que a lo mejor cabía la posibilidad de que fueran letras. La concluyente investigación captó el interés del profesor Marastoni, experto en literaturas antiguas y profesor en la Universidad Católica de Milán:

No sin sorpresa —declaró el profesor—, dado el silencio total de la literatura sindónica […], constaté la existencia de restos de algunas inscripciones, escritas en lenguas y alfabetos diversos. (Solé, p. 303).

El profesor, con ayuda de filtros y otros medios técnicos y ópticos, logró distinguir sobre la ceja derecha de la figura de la Sábana Santa tres letras del alfabeto hebreo: tau, wau (¿o iod?) y shade final, seguidas de lo que podría interpretarse como un signo de puntuación plena (soph pasuh). Esto indicaría que las letras precedentes formaban la parte final de una palabra, quizá final también de una frase (Solé, p. 302).

El tema siguió creciendo con esa habilidad multiplicadora a la que nos tiene acostumbrados la sindonología. No pasó mucho tiempo antes de que el ilustre sindonólogo creyera distinguir trazas de otra inscripción en el centro de la frente del hombre de la sábana. Esta vez estaba en latín y era «de lectura muy incierta» (aunque no tan incierta como para que a la vuelta de unos años, este u otros sindonólogos nos la ofrezcan perfectamente leída y descifrada. Ya estamos habituados a los sorprendentes progresos de la ciencia sindonológica). Lo que, por ahora, aparece son «dos fragmentos de palabra» uno encima de otro. Quizá sea la misma palabra duplicada que se podría reconstruir a partir de los rasgos de una y otra grafía. En la de abajo parece que pone IB; en la de arriba, con un poco de imaginación, se lee IBER, «con la R final, sobre todo inciertísima» (Solé, p. 303).

El profesor Marastoni no cree que los letreros se trazaran directamente sobre la frente del condenado. Más bien pudiera tratarse de trazos reteñidos a través de una mitra o capucha de infamia de papiro o tela que llevase inscrita sobre la frente la inscripción políglota que constituía el título de la condena. […] el contacto con la frente sudada ha provocado el traspaso sobre ella de algunas de las letras. (Solé, p. 303).

El lector estará familiarizado con las estampas de la Inquisición medieval, cuando a los condenados se les encasquetaba una coroza con la que eran paseados por las calles camino del patíbulo, donde serían quemados en nombre del dulce Jesús. Presume el sindonólogo Marastoni que los romanos pudieron observar una costumbre semejante. Profundizando en su suposición, el sindonólogo se atreve a interpretar esa inscripción IB IBER como residuo del nombre de TIBERIUS CAES; es decir, el emperador Tiberio.

Pero hay más letras. Sobre el lado izquierdo de la cara, de abajo arriba, se distingue la palabra INNECE (in necem, es decir, «a muerte»). Bajo el mentón se repite la misma inscripción y en el lado derecho del rostro. Esta inscripción figuraría en los lados inferior y laterales de una especie de marco de madera que encuadraría el rostro del condenado, una «horca cuyas dos extremidades superiores, las puntas de la U para entendernos, fueron fijadas al travesaño del patíbulo» (Solé, p. 305). Vamos, como se ve, de sorpresa en sorpresa. Tampoco había traza de un artilugio semejante entre las noticias de la crucifixión romana.

Pero guarde el lector una reserva de su capacidad de asombro porque todavía no hemos terminado. Quedan más inscripciones en el rostro de la sábana. Hay otra, muy hermosa, descendiente, en el lado izquierdo de la cara que nos permite distinguir las letras S N AZARE (¿NEAZARENUS quizá?). «Es como si dijéramos ¡la firma! de ese carné de identidad de Jesucristo», exclama alborozado el padre Solé, S. J., (Solé, p. 305). Se trata nada menos que de «la prueba histórica que hasta ahora se echaba de menos, de la S, identidad entre el hombre de la Sábana Santa y Jesús de Nazaret» (Solé, p. 305).

Consumidos por la impaciencia avanzamos una página más en el libro del padre Solé, S. J., y, sin saber cómo, ya la palabra fundamental (IESUS) se ha añadido a la inscripción propuesta por los ilustres sindonólogos, con lo que el conjunto queda como sigue:

TIBERIUS CAESAR IESUS NAZARENUS IN NECEM, es decir:

TIBERIO CÉSAR JESÚS NAZARENO CONDENADO A MUERTE.

Es absolutamente genial. Después de esto, mucho tendrán que esforzarse los neosindonólogos del futuro para inventar algo capaz de estimular la capacidad de asombro de sus seguidores.