Capítulo 31

El pañolón de Oviedo

En el marco incomparable de la Cámara Santa de la catedral de Oviedo se conserva y venera, junto a la famosa Cruz de la Victoria, una pieza de tejido de lino rectangular (83 por 53 cm) que la tradición venera como el pañolón que cubrió el rostro de Cristo muerto. En él no se distingue figura alguna sino simplemente una serie de manchas parduscas en distintos tonos. Dado que no se trata del clásico paño de la Verónica ni de un mandylion, juzgamos prudente postular una clasificación separada dejando la última palabra a la pañolonología, disciplina complementaria de la sindonología, pero absolutamente independiente de ella.

Asegura la leyenda que cuando los musulmanes invadieron España, en 711, los godos que se refugiaron en las montañas del norte llevaron consigo las reliquias de Toledo metidas en un cofre llamado Arca Santa. Acaeció que, con el trajín de la mudanza, el arca se extravió y no fue vuelta a encontrar hasta casi un siglo después en el Monsacro, no lejos de Oviedo. Alfonso II el Casto, reinante a la sazón, edificó para guardar esta y otras reliquias la Cámara Santa en la catedral de Oviedo, hoy felizmente restaurada después de que los revolucionarios la dinamitaran en 1934. En 1075 el rey Alfonso VI y unos cuantos personajes de su corte contemplaron el pañolón y certificaron su autenticidad. Entre los presentes figuraba Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid Campeador. Por lo tanto, los sindonólogos españoles, o, más propiamente hablando, los pañolonólogos, tienen el legítimo orgullo de contar entre los protopañolonólogos que los precedieron al mayor héroe de nuestra historia.

En el Congreso de Sindonología de Cagliari (1990) el inefable padre Loring, S. J., en representación de un grupo de sindonólogos españoles, defendió, con su acostumbrada vehemencia, una ponencia sobre el pañolón que, según asevera en el vídeo que vende por correo, fue «más aplaudida que cualquier otra». Cuando anunció que «los españoles tenemos en España el sudario de Cristo; la gente, los ojos como platos, ¿que ustedes tienen en España el pañolón del que habla san Juan? Sí, señor, lo tenemos en Oviedo» (visiónese vídeo 1993). Los sindonólogos españoles defendían en su informe que «las manchas de sangre del llamado pañolón de Oviedo coinciden matemáticamente con las manchas de sangre de la Sábana Santa» (Loring, vídeo, 1993). Según el padre Loring, S. J., el pañolón cubrió el rostro de Cristo en el traslado del Gólgota a la tumba, y una vez allí se lo quitaron, ya impreso, para poner la propiamente llamada Sábana Santa, que también quedaría impresa. Por si fuera poco, los ponentes iban provistos de los resultados del análisis polinológico del infatigable Max Frei, el cual confirmaba, como de costumbre, el itinerario histórico de la reliquia propuesto por los historiadores. En efecto, el infatigable suizo aseguraba haber encontrado trece tipos de pólenes que confirmaban, sin lugar a dudas, que el pañolón había viajado desde Jerusalén hasta Oviedo pasando por el norte de África.

Finalmente, en 1994, el director del Centro de Sindonología de Turín, doctor Pierluigi Baima Bollone, sometió una muestra del pañolón a un análisis de radiocarbono, esta vez directamente controlado por la cofradía para evitar los problemas del examen de marras sobre la Sábana Santa. Para estupor de los cofrades, los resultados fueron, ciertamente, insatisfactorios, ya que databan la tela unos siglos después de la muerte de Cristo, en la segunda mitad del primer milenio (es decir, haciéndolo aproximadamente contemporáneo de la primera mención histórica de la reliquia; lo que nos recuerda el caso de la Sábana Santa). Naturalmente, la cofradía sindonológica invalidó los resultados alegando que las muestras usadas estaban «altamente contaminadas», así que «habrá que hacer nuevas tomas más asépticas» (Guijarro, p. 63). Seguro que las segundas pruebas serán favorables y, si no, las terceras. Esto nos trae a la memoria aquel viejo dicho castellano: «El que a sí mismo se capa, buenos cojones se deja». Con perdón, por la manera de señalar.

Un observador imparcial quizá se deje engañar por la vista, dado que, como sabemos, es el más ilusorio de los sentidos, y piense que no existe ni la más remota semejanza entre el pañolón de Oviedo y el rostro del hombre retratado en Turín, pero los sindonólogos, con esa fe que los mantiene en la brecha contra viento y marea después del desencanto del radiocarbono, se han esforzado por hacer coincidir las manchas de una y otra reliquia, y tras un importante esfuerzo de imaginación han logrado casi encajarlas después de doblar el pañolón para reducir a la mitad la superficie practicable. Aun así, las dimensiones de las manchas del pañolón exceden a las de la sábana de Turín.

Hay una aparente discrepancia de dos centímetros entre la nariz del sudario y la de la sábana, de manera que si hacemos coincidir el entrecejo, sólo concordarán los elementos de la parte superior del rostro; y si sobreponemos la punta de la nariz, concordarán todos los elementos de la mitad inferior, con exclusión de los de la parte superior del rostro. (Galicia, p. 71).

No obstante, como con buena voluntad todo se arregla, decidieron que el pañolón de Oviedo presentaba una imagen por contacto mientras que la de la sábana es ortogonal, por proyección, y esto explicaba la descorazonadora diferencia de los dos centímetros en la nariz. Hay otros pequeños detalles que convendría retocar también. Por ejemplo, el rostro de la Sábana Santa es, según una de las máximas autoridades universales en la materia, el profesor Judica Cordiglia, «el prototipo del hombre perfecto, estando fuera y por encima de cualquier tipo étnico» (así lo cita específicamente Marvizón, p. 35). Por el contrario, el hombre del pañolón ha sido definido por un «reputado antropólogo» como poseedor de «unos rasgos típicamente judíos, con nariz prominente y pómulos salientes» (Guijarro, p. 64). Sería muy de agradecer que sindonólogos y pañolonólogos se pusieran de acuerdo en este esencial aspecto, dado que discrepancias tan abultadas no dejan de desorientar a la grey cristiana y siembran la cizaña de la zozobra y la perplejidad en las filas sindonológicas.

Confortados con la identificación entre Sábana Santa y pañolón, los sindonólogos españoles echaron las campanas al vuelo:

Si el mandylion ha ocultado su Faz al petulante y profano siglo XX, ha sido para hablarle en su propio lenguaje, pues gracias a la sofisticada tecnología actual, científicos españoles han podido comprobar que existe una correspondencia perfecta entre las marcas de sangre del Pañolón de Oviedo y las plasmadas en la Sábana Santa de Turín, lo que constituye, en nuestra siempre modesta opinión, una prueba incontroversible [sic], ¡por fin!, de la autenticidad de ambos lienzos. (Galicia, p. 75).

Pasemos por alto los adjetivos «petulante y profano» con que el señor Galicia moteja al pobre siglo XX, que no puede defenderse. Es fácil adivinar que los pretendidos «científicos españoles» que han examinado la reliquia, algunos de ellos incluso profesores de universidad, eran sindonólogos predispuestos a confirmar la Sábana Santa a través del pañolón y a inscribir sus nombres entre los grandes héroes de la comunidad sindonológica internacional a la que España tradicionalmente aporta muchos divulgadores y conferenciantes, clase de tropa, gente de refrito, pero ningún pionero, ningún estratega de primera línea.

Por otra parte, ni siquiera toda la comunidad sindonológica nacional concede crédito a la reliquia ovetense. Uno de los más prestigiosos sindonólogos, el padre Solé, S. J., lo rechaza con un argumento contundente: el pañolón existe en Oviedo desde el siglo IX, cuando el original estaba «todavía en Constantinopla, en el tesoro del emperador, en el siglo XIII» (Solé, p. 453).

También es de lamentar que otros sindonólogos pretendan que la ratificación del pañolón de Oviedo demuestre que los otros rostros de Cristo que se adoran en España sean falsos: «el estudio del sudario de Oviedo descartará aquella piadosa leyenda» (la de la Verónica) (Galicia, p. 66), a la que, además, acusa de «contribuir a desorientar y oscurecer la verdadera historia del pañolón (y por ende, de la Sábana Santa)» (Galicia, p. 66). Nuevamente nos vemos obligados a hacer un llamamiento a la concordia. ¿Tan difícil es imaginar que todos sean verdaderos? ¿Por qué para ensalzar una reliquia hay que denigrar a las otras? ¿Tan difícil es ponerse de acuerdo para crear una comisión mixta formada por sindonólogos, veronicólogos, mandilionólogos y pañolonólogos que acuerde una teoría compatibilizadora de sus respectivas reliquias y probatoria de la legitimidad de todas ellas? El documento, sugerimos, podría tener un protocolo final que obligara a todas las partes a respetar los términos del acuerdo, independientemente del camino que emprendan futuras investigaciones. Esta concordia redundaría en beneficio del procomún y dispensaría copiosos beneficios espirituales no sólo para los iconólogos en sus distintas acepciones, sino para la grey cristiana en general, los sufridos creyentes de a pie que tantas veces se sienten desconcertados y hasta escandalizados cuando asisten a las descalificaciones con que cada facción ningunea las reliquias de las otras.

Antes de abandonar la Cámara Santa de Oviedo quizá podríamos echar un vistazo a las otras reliquias que atesora. Entre ellas figura la nidria de Cana, testigo de la conversión de agua en vino que fue el milagro con el que Cristo debutó cuando la famosa boda (otra hidria con los mismos títulos se venera en la presunta Cana, como se verá cuando le toque). También existe un estimable Lignum Crucis y, lo más interesante de todo, una sandalia de san Pedro, de peculiar diseño, en forma de ocho, con un pequeño ensanchamiento en la parte más estrecha, destinado a recibir las correas. El interesante objeto se remonta por lo menos al siglo XI, cuando Alfonso VI abrió el cofre de las reliquias. En distintos inventarios medievales figura como Sóndale dextrum Beati Retri Apostoli y Soleam calciamenti Sancti Petri. Se contiene en artístico estuche de plata. La suela es de piel de asno. Durante la visita a Oviedo del papa Juan Pablo II, en agosto de 1989, el alcalde de la ciudad le hizo ofrenda de una reproducción de las sandalias del pescador, si bien adaptada al pie del pontífice, que calza un 43 (la reliquia petrina sólo alcanza un 37, horma ancha). Existe constancia histórica de que el papa Wojtyla se probó las sandalias en Covadonga, aquella misma noche, en la intimidad de su celda.