Hasta ahora hemos hablado de las Sábanas Santas de Jerusalén, de Constantinopla, de Besanzón y de Turín. El reducido espacio de que disponemos no nos permite tratar por extenso las otras Sábanas Santas veneradas en Europa, así que nos limitaremos a mencionar, de pasada, las más conocidas. En Francia hay una media docena larga de ellas, casi todas derivadas de la que poseyó Carlomagno (presuntamente recibida de Jerusalén). Naturalmente la que mejores títulos esgrimía era la de Aquisgrán, por estar donde estaba. La de Cadouin (Dordoña), que se decía traída de Tierra Santa por el obispo de Tuy durante la primera Cruzada, era una pieza de lino de casi tres metros de larga por uno y pico de ancha. Una comisión interdisciplinaria la examinó en 1933 y, como la reliquia estaba en el mayor desamparo y no tenía cofradía sindonológica alguna que la respaldara, fue declarada falsa y retirada del culto.
La sábana de Cahors tenía tres dobleces, dos de ellos traspasados con manchas de sangre, y era de un lino de Egipto que el arqueólogo Champollion no vaciló en fechar en la época de Cristo, La tradición sostenía que Carlomagno la regaló a una familia de Cahors (se conoce que Carlomagno tuvo varias sábanas, o si tuvo solamente una, sus copias se hacían pasar por la original, la misma vieja historia que vimos con la Sábana Santa de Jerusalén y con el mandylion de Edesa). Después de muchos siglos de veneración y fama, que incluso el papa Calixto II la visitó en 1119, y de tener oficio propio aprobado por la Santa Sede, la Revolución dio al traste con la reliquia.
La Sábana Santa de la abadía de San Cornelio, en Compiègne, donada por el rey Carlos el Calvo en 877, también pretendía ser la misma que poseyó Carlomagno en Aquisgrán. Era un lienzo de tela blanca muy fina, algodón o lino, de dos metros y medio de largo por uno y pico de ancho. También fue víctima de la Revolución. «Hemos oído decir que esta preciosa reliquia cayó en manos de mujeres ignorantes que la utilizaron en menesteres profanos hasta reducirla a un guiñapo inservible», se lamenta el abate Bourgeois.
Otra Sábana Santa hubo en Halberstadt, de la que no tenemos más noticia.
Si Francia se enorgullece por haber sido santuario de media docena de Sábanas Santas, a cual más certificada; Italia, hogar de la Santa Sede y cátedra de San Pedro, no le va a la zaga con sus veintiséis Sábanas Santas censadas (aunque algunas de ellas admiten ser simples copias de la turinesa).
Entre las más veneradas sábanas italianas estaban la de Bitonto (Apulia) y la del monasterio de Santa Teresa y San José en Monti ai Ponti Rossi (Nápoles), si bien esta última es réplica de la de Turín.
También en el convento lisboeta de la Madre de Deus hay una reproducción de la sábana de Turín tan perfecta que se podía confundir con el original
En España, tierra de místicos y de santos, firme bastión del cristianismo, se han catalogado dieciocho Sábanas Santas. Nuestra patria se enorgullece de custodiar una Sábana Santa en el monasterio de Silos (Burgos). Se trata de un lienzo de lino de casi cinco metros de longitud por un metro escaso de anchura que contiene las dos efigies, frontal y dorsal, del cadáver de Cristo con manchas de sangre, huellas de cuerdas, clavos, flagelación y demás aditamentos martiriales en los que nada tiene que envidiar a la sábana de Turín. Fue donada al monasterio a mediados del siglo XVII junto con «algunas piedras de las gradas por donde subió el Señor a casa de Pilato a oír la sentencia» (Alarcón, p. 259).
¿Es esta la verdadera, la genuina sábana que amortajó a Cristo nuestro Señor? Sobre esta posibilidad existen más certezas que dudas. No parece que se trate de una pintura manufacta puesto que «ni se resquebraja, ni se dobla, ni se arruga, a pesar de ser el lienzo tan fino como la seda» (Alarcón, p. 258). Por otra parte, la apoya el magisterio de la Iglesia: a principios de siglo el arzobispo de Burgos decidió que «convenía dejarla con la autenticidad y veneración que el vulgo le atribuye y venera» (Alarcón, p. 259). Y, finalmente, si acudimos al supremo test de los milagros, parece que la propia providencia la certifica más que a la de Turín:
A dicha sábana le falta un trozo cuadrado de unos seis o siete centímetros y el vulgo dice haberlo cortado la reina doña Margarita de Austria y que al tiempo de cortarlo brotó sangre en el lugar donde arrancó la tela. (Alarcón, p. 260).
Incluso en lo que se refiere a solemnidad y aparato en las ostensiones no cede un ápice la reliquia burgalesa a la italiana. Es pena que los sindonólogos españoles se empecinen en loar la foránea en detrimento del producto nacional. Máxime cuando ambas sábanas no tienen por qué ser incompatibles y, acudiendo a la teoría de los dobleces que tan buen resultado dio con el mandylion de Edesa y las Verónicas, se podría fácilmente probar que las dos Sábanas Santas son auténticas. Ello atraería la atención de los estudios sindonológicos hacia nuestra sábana nacional, con los copiosos beneficios espirituales y turísticos que de ello pudieran dimanar.
Otra Sábana Santa existió, por lo menos hasta el siglo XIX, en el lugar de Campillo, no lejos de Calatayud, y sólo se ostensionaba u ostentaba en Viernes Santo y el 14 de setiembre.
La Sábana Santa de Laguna de Cameros (Logroño) y la de Valladolid tienen la peculiaridad de presentar paralelamente (y no sucesivamente) las imágenes frontal y dorsal del cuerpo del crucificado. Ello facilita enormemente la ostensión y es atención que las cervicales del devoto agradecen.
Algo similar ocurre con la sábana de la iglesia de Nuestra Señora del Rosario de Escamilla, provincia de Guadalajara. Está compuesta de dos piezas de lino independientes que contienen las improntas frontal y dorsal de Jesús. Parece que la Iglesia la dio por original, como se desprende del documento fechado en 1640 que la acompaña:
Sean descomvlgados por bvlas de Sv Santidad Vrbano octabo todas las personas de cvalquier calidad que sean que sacaren de este relicario cvalquier reliqvias por svs bvlas apostólicas.
Su veneración está recompensada con mil años de indulgencias.
La excomunión a los que detrajeran reliquias de la sábana de Escamilla daría pie al recuento de algunos de los innumerables retales de la Sábana Santa que reciben culto en diversos conventos, iglesias y capillas de la cristiandad si no fuera porque andamos escasos de espacio. No obstante, por vía de ejemplo, mencionaremos los más conocidos. Como siempre parece que es Francia la que mayor cantidad de trozos de Sábana Santa atesora (los hay en Carcasona, Clermont, Corbeil-Essonnes, Reims, Troyes y Vézelise). No obstante, por localidades se llevaría la palma Roma, que tiene cinco (en Santa María la Mayor, en Santa María en Trastevere, en San Marcos, en San Francesco a Ripa y en San Juan de Letrán). Existe, además, otro en el convento de Santa Julia (Brescia). Los portugueses tienen los suyos en Alcobaça, en Ariz, en Belver, en Vidigueira y en el convento lisboeta de Carmo. En España los tenemos en la Capilla Real de Granada, en el monasterio de San Prudencio en Clavijo (Logroño), en la iglesia mayor de Tortosa (Tarragona) y en Gandía (Valencia).
Otras Sábanas Santas españolas hoy perdidas se veneraban en La Cuesta (Soria) y en Navarrete (Logroño). Una copia de la turinesa que no ha desaparecido pero se ha retirado de ostensión es la que atesora la catedral de Logroño. Hasta los tiempos de la Segunda República (tan adversos a las reliquias), los fieles pasaban por debajo de esta sábana, con gran devoción, en la ritual ostensión del Domingo de Resurrección. Es de lamentar que los actuales responsables de la reliquia, clérigos píos y bienintencionados, eso nadie lo duda, pero quizá poco versados en sindonología, se resistan a restaurar el secular ritual alegando que eso parece cosas de viejas. El ex rey de Italia Humberto II de Saboya, propietario de la sábana de Turín, solicitó, y obtuvo en 1973, durante una visita a Logroño, una ostensión privada de la reliquia. Testigos presenciales aseveran que el ex rey derramó piadosas lágrimas al contemplarla.
Otra copia del textil turinés es la que se venera en la iglesia parroquial del pueblecito madrileño de Torres de la Alameda. Su ostensión se celebra cada Viernes Santo y allá acuden los devotos a besarla con unción, porque es milagrosa. La reliquia probó su autenticidad al sobrevivir no sólo al saqueo del templo por las tropas napoleónicas sino a los repetidos incendios del estercolero, donde manos piadosas la ocultaron durante la guerra civil.
Hemos dejado para el final la más milagrosa de las copias, la del convento de Laura, en Valladolid, irrefutable testimonio de estrecha colaboración entre el Altísimo y la Casa de Alba:
Encontrándose don Fadrique Álvarez de Toledo (duque de Alba) en Saboya luchando contra los herejes, al enterarse de que en Chambéry estaba la Sábana Santa, quiso hacer una copia de la misma. Y estando el pintor bosquejando la silueta, avisaron de que se acercaba el enemigo. Como no daba tiempo para acabar el lienzo y con el fin de conseguir al menos una reliquia, pusieron el sudario doblado sobre la Sábana Santa y, al levantarlo, descubrieron que la imagen había sido perfectamente pintada por unos celestiales pintores. (Galicia, p. 32).
La Sábana Santa del convento de Laura, sin negar su descendencia de la turinesa, presenta algunas características que los sindonólogos proclaman imposibles de imitar por un pintor. En primer lugar el rostro está en negativo, algo imposible de conseguir por un artista antes de la invención de la fotografía (dicen los sindonólogos). En segundo lugar, la imagen es muy superficial y no se aprecia direccionalidad en los brochazos ni capilaridad en la pintura; en tercer lugar, la imagen es absolutamente estable a pesar de su respetable ancianidad; en cuarto lugar, el cadáver representado muestra rozaduras rojizas en los tobillos y brazos, correspondientes a otras tantas ligaduras, lo que coincide con las visiones del Calvario que tuvieron las venerables Ana Catalina Emmerick y María Valtorta en el siglo XIX. Y, finalmente, un testimonio de 1752 asegura que la sábana fue arrojada a una hoguera por unos impíos «y se levantó milagrosamente en el aire preservándose de las llamas» (Galicia, 1993, p. 33). Sin ánimo de polemizar, ese conjunto de características nos muestran que estamos ante una sábana tan milagrosa o más que la de Turín. Más hete aquí que los sindonólogos, tan crédulos con lo propio y tan hipercríticos con lo ajeno, no admiten la formación de esta imagen por un prodigio e insisten en que algún hábil pintor debió de ejecutarla. Le niegan toda posibilidad de intervención celestial.
¿Y las vendas? ¿Y aquellas keirai que mencionaba san Juan, recuerdan? Vendas de Cristo existen, más o menos largas, más o menos manchadas de sangre y otras sustancias corporales, en muchos santuarios de la cristiandad, entre ellos el Sant Drap de San Feliu de Guíxols (Gerona). Estas vendas han atestiguado su autenticidad, superando a plena satisfacción la prueba del fuego, no sólo en 1515, cuando se dudó de ellas por vez primera, sino en nuestros no menos descreídos días
en la dramática ocasión de la Semana Trágica de 1909, la reliquia sufrió una tercera prueba de fuego de la que salió intacta después de permanecer durante cuatro días de incendio entre las pavesas del templo a pesar de haber quedado el relicario enrojecido por el calor y rotos sus cristales. (Alarcón, p. 268).
Quizá no esté de más dedicar unas líneas a las reliquias textiles de la Virgen, que también las hay. Como en el caso de las de Cristo, durante los primeros siglos no hay noticia alguna de ellas, pero después surge una antigua tradición que asegura que en el siglo IV el patriarca de Jerusalén, Marcelo, envió los lienzos fúnebres de la Virgen a Constantinopla, donde la emperatriz santa Pulqueria edificó, para albergarlas dignamente, la iglesia de Santa María de Blanquerna (436). Otros autores han asegurado que lo que Marcelo puso a salvo en Constantinopla fueron los lienzos fúnebres de Jesús. En el fondo lo que late es el problema de si María Santísima murió y resucitó antes de su Asunción o si fue asunta al cielo sin morir. Son recias teologías que están fuera del objeto de este libro. Particularmente coincidimos con el padre Solé, S. J., en que «pasó sin morir, directamente, de la vida terrena y pasajera a la vida eterna y gloriosa» (Solé, p. 456).
Es punto este en el que quizá convendría solventar una cuestión teológico-semántica que a menudo desorienta a la grey cristiana. ¿En que consiste una ascensión y en qué se diferencia de una asunción? En los dos casos se trata de un fenómeno sobrenatural en virtud del cual un cuerpo santo o divino sube al cielo con toda su estructura física terrenal, es decir, en cuerpo y alma. La diferencia estriba en que en el caso de la ascensión lo hace, por así decirlo, autopropulsado, mientras que en el de la asunción la subida se efectúa gracias a una tracción ejercida desde el cielo. Esta sería lo que, en términos ufológicos, llaman ahora una abducción. Jesucristo, en su calidad de Segunda Persona de la Trinidad Divina, subió por ascensión; mientras que la Virgen fue subida, por asunción. Es también el caso del profeta Elías, asunto en un carro de fuego (¿un ovni quizá?), y el de Mahoma y su caballo que fueron objeto de asunción desde, precisamente, la mezquita de la Roca, en Jerusalén, como testimonia a la posteridad la marca indeleble que dejó el casco del équido. En los casos conocidos del fenómeno, los de Hermes, Dioniso, Asclepio, los hijos de Leda, Perseo, los Dioscuros y Belerofonte, no queda claro si lo producido fueron ascensiones o asunciones.