El de 1988 fue, sin duda, un año que los sindonófilos no olvidarán fácilmente. En enero, más convencidos que nunca de la autenticidad de su reliquia, y con el padre Rinaldi, S. D. B., despendolado, reclamaban para la sábana la prueba del radiocarbono. Estaban tan seguros de que esta prueba decisiva confirmaría que la reliquia era contemporánea de Cristo que no les importaba manifestar su disposición a acatar deportivamente un posible resultado adverso.
Una fecha que indique el siglo XIV […] induciría a la reflexión al conjunto de quienes, a una con este autor, defienden la autenticidad del sudario. (Wilson, Evidence, p. 136).
El radiocarbono sería la prueba concluyente, la que confirmaría definitivamente la sábana ante la ciencia. Unos meses más tarde, en octubre, los devastadores resultados del análisis (que el lino de la sábana era medieval) hundían a los sindonófilos en la más absoluta miseria y dejaban a los científicos sindonólogos en comprometida situación. Solamente la resignación y paciencia cristianas con las que unos y otros soportaron la universal chacota y cruel mofa de los detractores de la reliquia los ayudaron a sobrellevar el desastre. Que se sepa, no se registró ningún intento de suicidio. Aunque motivos no faltaron.
Quizá algún lector poco familiarizado con los métodos de la moderna arqueología se esté preguntando qué es eso del radiocarbono. Es un tipo de átomo radiactivo que se encuentra en los seres vivos, plantas y animales, en una proporción fija. Cuando el animal o la planta mueren, sus restos van perdiendo gradualmente sustancia radiactiva. Cualquier resto orgánico (semillas, madera, hueso) puede, convenientemente analizado, revelar la fecha aproximada en que murió el animal o la planta. Basta calcular la cantidad de carbono-14 que ha perdido. El material de la Sábana Santa era lino; por lo tanto, sometiéndolo al análisis de radiocarbono, podría saberse con aproximación la fecha en que la pieza fue tejida.
Ante la insistencia de las cofradías sindonológicas, la Santa Sede accedió por fin a someter la sábana a la prueba del radiocarbono. La Academia de Ciencias Pontificia escogió a tres de los siete prestigiosos laboratorios especializados en radiocarbono que ofrecieron sus servicios: los de Oxford, Zurich y Tucson (Arizona). También redactó un pliego de condiciones para que el experimento se realizara con las máximas garantías posibles.
El 21 abril de 1988, representantes de los laboratorios designados se desplazaron a Milán para recoger el material. Un fragmento rectangular no mayor que la palma de la mano recortado del borde de la sábana se subdividió en tres muestras que fueron encerradas en sendos recipientes marcados con una clave. A cada laboratorio se entregó un juego de tres recipientes cifrados, uno de los cuales contenía la muestra de la Sábana Santa y los dos restantes muestras de un lienzo egipcio del siglo I y de otro francés del siglo XII. En realidad esta precaución era inútil, puesto que la sarga de lino tejida en espina de pez de la Sábana Santa ha sido tan reproducida en revistas y libros que cualquier observador medianamente familiarizado podría detectarla fácilmente, a simple vista, por su inconfundible dibujo.
Toda la operación del corte y clasificación de las muestras fue supervisada por el profesor Tite, director del British Museum de Londres. A continuación, los representantes de los laboratorios regresaron a sus destinos con la preciosa carga en la maleta.
¡Qué larga la espera de la comunidad sindonológica! ¡Cuántas noches en vela! ¡Cuántas profundas cavilaciones en el silencio unánime de las yertas madrugadas!
Pasaron seis meses, que se hicieron eternos, antes de aquel fatídico 31 de octubre en que el cardenal Ballestrero anunció oficialmente los resultados del análisis: los tres laboratorios coincidían en que la Sábana Santa había sido fabricada en el siglo XIII o en el XIV.
Según el informe conjunto de los laboratorios, firmado por veintiún investigadores, la Sábana Santa sólo tenía unos 750 años para Oxford; unos 646 para Tucson y unos 675 para Zurich; es decir, una media de 690 años. Esto quiere decir que el lino de la Sábana Santa fue cosechado entre 1260 y 1390. Según esas fechas, cuando la reliquia apareció en la colegiata de Lirey estaba recién fabricada. En cuanto a las otras muestras objeto de análisis, el lienzo egipcio del siglo I y el francés del siglo XII, los laboratorios habían acertado plenamente al atribuirles la antigüedad correcta.
La datación por radiocarbono fue un jarro de agua fría sobre las caldeadas cervices de los sindonólogos. Dolor, estupor… porque su querida ciencia les fallaba por vez primera, después de un siglo triunfal en que parecía dar la razón y demostrar para los incrédulos que Cristo había resucitado y que el cristianismo era la verdadera religión de la humanidad. La ciencia, en su prueba más definitiva, desacreditaba la reliquia.
No sólo fue la tristeza por el fracaso, sino la humillación del ridículo porque a la vista de los resultados todas las lucubraciones anteriores de la sindonología, todos esos estudios detalladísimos desarrollados a lo largo de tantos años de congresos e investigaciones se volvían contra ella. E incluso, puestos en lo peor, servían para cimentar una sospecha terrible: que después de todo la sábana hubiese envuelto el cadáver de un crucificado, pero de un crucificado del siglo XIV, lo que implica que los falsificadores pudieron crucificar a un hombre para fabricar su reliquia.