Capítulo 16

La Edad de Oro

El Congreso de Turín supo a poco a los sindonólogos. Apenas unos meses después los americanos celebraron un congreso nacional y los italianos otro. La tridimensionalidad descubierta por científicos de la NASA; los pólenes descubiertos por un prestigioso criminólogo suizo, las monedas en los ojos y todo el otro aparato científico-técnico del grupo STURP, suministraron a las cofradías sindonológicas gran prestigio y solvencia. En un ambiente de euforia, se reclamaba insistentemente la prueba definitiva, la que probaría sin lugar a dudas que la sábana data del tiempo de Cristo, la prueba del radiocarbono. Esta certeza, unida a las pruebas de su itinerario histórico, acabaría por silenciar a los escépticos que todavía sostenían que la sábana era una reliquia falsa fabricada, Dios sabe cómo, en el siglo XIV.

El ambiente se había ido caldeando. La prensa, no sólo la sensacionalista, publicaba con cierta frecuencia reportajes sobre la Sábana Santa y los nuevos descubrimientos de sus seguidores. En la Semana Santa de 1981, Madalyn Murray O’Hair, «la archiconocida líder atea de América, declaró que la sábana era un fraude» (Stevenson, p. 15). Pero esas voces contrarias constituían una exigua minoría en comparación con las que alzaban las cofradías sindonológicas empeñadas en su labor de apostolado a través de la Sábana Santa. Los libros sobre la sábana se vendían bien. Uno de ellos, el de Kenneth E. Stevenson, portavoz y editor del grupo STURP, se convirtió en bestseller en varios países. Su autor, antiguo ingeniero y viajante de una distribuidora de maquinaria, se convirtió, de la noche a la mañana, en cotizadísimo conferenciante. De hecho, gran parte de la divulgación sindonológica producida en los últimos quince años se basa en el libro de Stevenson, a veces copiándolo descaradamente. Entre estos copistas figura más de un neosindonólogo español.

La Iglesia, tan renuente al principio, comenzó a tomarse en serio la reliquia. No fue casual que en 1983 el papa Juan Pablo II aprovechara una innecesaria escala técnica en Lisboa, camino de uno de sus viajes por América, para entrevistarse brevemente con el dueño de la sábana, el anciano ex rey Umberto II de Saboya quien, después de la breve alocución, tomó la decisión de legar la Santa Sábana al papa.

Si la Sábana Santa era, como parecía, el Quinto Evangelio, sus misioneros tenían la obligación de derramarse por toda la tierra llevando la buena nueva a los más remotos confines del mundo. Los predicadores del evangelio de la ciencia usaron, en concordancia con los nuevos tiempos, forma de libros y artículos de divulgación y sobre todo conferencias y charlas radiofónicas.

En la década comprendida entre 1977 y 1988, la Sábana Santa ha superado con creces en la atención del público a todos los otros temas que tradicionalmente competían con ella: ovnis, mundos sumergidos, secretos de las pirámides, vampiros, etc. A pesar de la abundante bibliografía sindonológica existente, cada año aparecen nuevos títulos. Tanta abundancia no significa necesariamente originalidad. Se trata, en su mayoría, de refritos de títulos anteriores que podríamos denominar clásicos, e incluso refritos de refritos. Entre los sindonólogos los hay de dos clases: los investigadores que aportan nuevos datos en una ciencia en constante evolución (como ellos mismos aseguran) y los que podríamos denominar propagandistas, los que recogen estas noticias y las divulgan en forma de conferencias.

España, debido a su atraso científico, no ha dado grandes investigadores de la Sábana Santa, pero puede enorgullecerse, en cambio, de haber producido una excelente nómina de divulgadores y articulistas, de glosadores y escoliastas, de charlistas y conferenciantes. Especialmente a partir de los años setenta.