La temperatura de la comunidad sindonológica se iba caldeando. En 1977 se organizó en Estados Unidos un equipo de investigación denominado Proyecto de Investigación sobre la Sindone de Turín (Shroud of Turin Research Project, o simplemente STURP). Los sindonólogos insisten en que el grupo STURP era independiente, pero Picknett y Prince señalan que treinta y nueve de sus cuarenta principales componentes eran fervorosos cristianos y el único agnóstico, Walter McCrone, fue expulsado cuando se empeñó en afirmar que la sábana era falsa (Picknett, p. 250).
En aquel año memorable se celebraron dos simposios, el primero, en marzo, en Alburquerque, Estados Unidos; el segundo, seis meses después, en Londres. El simposio de Alburquerque es especialmente digno de recuerdo porque dos jóvenes oficiales de la aviación norteamericana, John Jackson y Eric Jumper, presentaron en él una ponencia sobre la tridimensionalidad de la Sábana Santa que daría mucho que hablar.
La historia del descubrimiento de la tridimensionalidad de la sábana pertenece hoy al acervo hagiográfico que divulgan los misioneros de la sindonología en sus conferencias dominicales. Acaeció que un buen día un joven y apuesto físico del Laboratorio de Armas del Ejército del Aire norteamericano, John Jackson, visitó a un amigo llamado Bill Mottern, que trabajaba en los Sandia Scientific Laboratories de Alburquerque, Nuevo México. Mottern estaba trabajando con un extraordinario aparato, el analizador de imagen VP-8, que había sido desarrollado en aquellos laboratorios por encargo de la Agencia Espacial (NASA). A este complejo instrumento científico, «orgullo, dicho sea de paso, de los norteamericanos» (Benítez, p. 137), se le suministra una imagen plana, en dos dimensiones, y es capaz de devolverla traducida a tres dimensiones. Para ello analiza, con ayuda de un potente ordenador, las distintas densidades ópticas de la multitud de puntos que conforman la imagen y adjudica una altura determinada a cada punto.
Al escuchar las explicaciones de su amigo, John Jackson recordó que, por una de esas casualidades de la vida, llevaba en el bolsillo unas diapositivas de la Sábana Santa y tuvo una brillante idea: ¿por qué no suministrar al analizador de la NASA las imágenes de la reliquia?
Dicho y hecho. Suministraron las imágenes al aparato, y cuál no sería la sorpresa de los dos científicos cuando el aparato presentó ante sus ojos atónitos ¡una figura en relieve! La impresión debió de ser mayor que la del fotógrafo Secondo Pia cuando la imagen se positivó en la fotografía.
Así que la sábana también contenía información tridimensional. El grado de intensidad de la imagen impresa está en proporción inversa a la distancia que separó cada parte del cadáver del lienzo que lo cubría. Dicho de otro modo: «cuanto más pegado se encontraba el lino al cadáver de Jesús de Nazaret, menos registró la huella» (Benítez, p. 136).
¡La Sábana Santa confirmada por la era espacial!
Los sindonólogos echaron las campanas al vuelo y anunciaron la feliz noticia urbi et orbi: dos emprendedores jóvenes americanos habían superado a Secondo Pia. Si el memorable fotógrafo turinés había obtenido la fotografía de Cristo, ellos habían conseguido su escultura.
Las fotografías de la imagen del hombre de la sábana en tres dimensiones, es decir, como una escultura, son hoy una ilustración obligada de todo artículo o libro sindonológico, junto con una profusión de datos técnicos que parece más destinada a aturdir al lector que a iluminarlo. El analizador de imagen suministra información a «la gigantesca computadora IBM 360/65, específicamente proyectada para las investigaciones planetarias de la NASA» (Siliato, p. 40). El laboratorio estaba equipado con «las mejores computadoras de Estados Unidos. Nada más y nada menos» (Benítez, p. 137), y era un «centro de investigaciones y de experimentaciones avanzadísimas, protegidas por los más severos controles de seguridad» (Siliato, p. 25). Los resultados del análisis de sangre de la sábana «han sido publicados y tienen valor de prueba científica en un tribunal de Estados Unidos» (Siliato, p. 71).
Durante muchos años, a nadie se le ha ocurrido verificar el experimento de Jackson y Mottern y los sindonólogos han podido divulgarlo profusamente como prueba irrefutable de la formación milagrosa de la imagen de la sábana e incluso de la intención divina de hacer llegar ese mensaje precisamente en nuestros pecadores días para sacudir las conciencias de los descarriados y persuadirlos a tomar a la senda de Jesús.
El problema, en su vertiente experimental, es que la explicación que ofrecen los sindonólogos no se ajusta exactamente a la verdad. Para empezar, nada ocurrió por casualidad. En realidad John Jackson era un entusiasta sindonólogo y un ferviente católico que se había licenciado en Teología. Para obtener la imagen tridimensional del hombre de la sábana y pasar a la historia de la sindonología, Jackson y su socio tuvieron que realizar multitud de complicados ajustes y cálculos, añadir datos que no se encontraban en la sábana y suprimir otros (las características perturbadoras y no informativas denominadas, en la jerga técnica, «ruidos», es decir cualquier tipo de distorsiones que alejan la figura de la sábana de los resultados requeridos).
Jackson y Jumper partieron del hecho asumido de que la reliquia había envuelto una figura humana y utilizaron a un colaborador de una estatura similar a la del hombre de la sábana al que acostaron y cubrieron con una tela sobre la que habían impreso la imagen de Turín. Después tomaron algunas fotografías del modelo cubierto con la sábana y otras sin ella. Comparando las dos series calcularon las distancias relativas del tejido a la piel en cada parte del cuerpo. Sobre esta base hicieron los ajustes necesarios combinando imagen de la sábana con modelo humano. En resumidas cuentas, obligaron a la máquina a producir los resultados apetecidos.
El rostro del hombre de la Sábana Santa en tres dimensiones.
En el caso de la interpretación de una fotografía de la superficie de Marte, el técnico que procesa la información no tiene una idea preconcebida del resultado y, por lo tanto, puede actuar con relativa imparcialidad, pero cuando se trata de un devoto sindonólogo que está buscando la imagen tridimensional de Jesucristo y prevé la sensación que va a causar con su descubrimiento, ¿puede esto inclinarlo a ayudar a la máquina algo más de lo que la escrupulosa imparcialidad científica requeriría?
Tal como sospechó Guirao:
Ni a Paul Joseph Vignon ni a Pierre Barbet se les pudo rebatir abiertamente en su tiempo, puesto que los posibles detractores carecían de la talla científica requerida, ni mucho menos, tememos, se podrá rebatir a esos capitanes de la Fuerza Aérea norteamericana que recurren a métodos mucho más técnicos que sus antecesores en la defensa de la Sábana. ¿Quién puede utilizar el analizador de imagen VP-8 propiedad del gobierno de Estados Unidos, para estudiar la sábana y poder apreciar si se ha incurrido en algún defecto u omisión, con tal de llevarse el gato al agua? Hemos señalado la licenciatura en estudios religiosos del capitán Jackson porque nos conmueve su imparcialidad, como sucedió con Vignon, amigo del papa Pío XI, y Pierre Barbet, convencido católico […] La retórica de Vignon y su impresión al vapor fue útil en su tiempo; hoy ya no lo es. La de los americanos es irrebatible, pero ¿lo será dentro del algunos años, cuando otros analizadores de imagen sean empleados para desvirtuar la autenticidad del sudario? (P. Guirao, pp. 114-116).
Estas palabras escritas en 1989 se han probado proféticas. Como Guirao sospechaba, hoy las ciencias adelantan que es una barbaridad y la tecnología del famoso analizador de imagen americano se ha divulgado lo suficiente como para permitir a observadores independientes repetir el experimento de Jackson y Jumper… con resultados bien distintos.
El mismo experimento en otro laboratorio produjo un rostro plano «con la nariz y las cejas al mismo nivel» (Picknett, p. 208). Es decir: la supuesta información en tres dimensiones era un camelo. Para que se produjera había que manipular el ordenador suministrándole datos previamente procesados y obligándolo a dibujar la figura requerida. Sin estos datos precisos, el ordenador produce una imagen bien distinta: en la figura de la Sábana Santa el bigote y las cejas brillan más que la nariz; por consiguiente, en un análisis correcto de tres dimensiones, estas pilosidades deben aparecer más altas si no se manipula la escala del analizador hasta ajustaría a la figura que se espera de ella. Además, se deduce claramente que la cabeza de la figura es una imagen independiente de la del resto del cuerpo.
En resumen, como ya sospechó Guirao, con notable anticipación, «el experimento de Jackson y Jumper fue un retoque fotográfico por medio de sus aparatos, para que aflorase a la luz la imagen que ellos querían ver» (Guirao, p. 118).
Como es natural, el mundo sindonológico ignora estos experimentos adversos y John Jackson continúa figurando en la galería de héroes de la sindonología. A la que últimamente parece que también se quiere incorporar su esposa, autora de una nueva revolucionaria teoría. Sostiene la señora Jackson que la Sábana Santa había servido previamente como mantel en la Última Cena. Esta circunstancia duplica, de una tacada, el valor de la reliquia: no sólo testimonio vivo de la Resurrección sino de la institución de la Eucaristía. Nadie duda que por este camino se puede abrir una interesante línea de investigación sindonológica que, a no dudar, comenzará a dar sus sazonados frutos en los congresos y simposios por venir. La investigación del menú de la Santa Cena y del tipo de vino que sirvió para la primera consagración —¿era blanco o tinto?, ¿a qué añada pertenecía?, ¿contenía aditivos?— plantea nuevos problemas. Una vez resueltos, es improbable que modifiquen la esencia del sacramento, dada su índole espiritual, pero qué duda cabe de que podrían orientar a la Conferencia Episcopal sobre el tipo de vino de misa homologable en las directrices parroquiales.
El descubrimiento de los presuntos secretos tridimensionales de la Sábana Santa fue muy oportuno. Hacía tiempo que en la internacional sindonológica se alzaban numerosas voces reclamando que la reliquia fuera estudiada exhaustivamente por un equipo multidisciplinar suficientemente financiado como para poder aplicar las técnicas más modernas sin reparar en gastos. Avalados por el prestigio del descubrimiento de la imagen tridimensional, ocho miembros del equipo STURP solicitaron a la Iglesia, en setiembre de 1977, que les permitiera estudiar directamente de la sábana.
Sucedieron unos meses de tensa espera. ¿Accedería el papa a la suplicada ostensión científica de la reliquia? ¿Permitiría el Vaticano que los técnicos escudriñaran directamente la misteriosa reliquia? ¿Negaría el permiso con delicada firmeza? ¿Lo otorgaría con pastoral complacencia?
¡Sí! Finalmente, cediendo con paternal benevolencia a tan fervorosas súplicas (aparte de que el padre Rinaldi, S. D. B., era pertinaz en su fe), el Vaticano concedió su placet al proyecto. Encontrar una fecha adecuada no fue problema. En 1978 se iba a ostensionar la reliquia en conmemoración del cuarto centenario de su llegada a Turín. El evento se fijó en la temporada de verano, ya algo pasados el ferragosto y la canícula, a fin de estimular la afluencia masiva de peregrinos y turistas píos. El examen científico se fijó al término de la temporada ostensionaria. Aplazaremos para dentro de unas páginas la crónica de este acontecimiento.
La Sábana Santa fue ostendida, u ostentada, desde el 27 de agosto hasta el 8 de octubre. El éxito de público excedió las más halagüeñas expectativas: ¡tres millones trescientas mil personas! Ante una cifra semejante no sólo han de ser tenidos en cuenta los copiosos frutos espirituales de la ostensión; también los materiales son dignos de encomio, pues la reliquia demostró, una vez más, sus extraordinarias condiciones como legítima fuente de riqueza para el obispado, para la ciudad, para la región y para el país.
Coincidiendo con los últimos días de la ostensión, Turín acogió el Segundo Congreso Internacional de Sindonología, al que asistieron más de trescientos cincuenta ponentes, que, por espacio de dos días, expusieron sus investigaciones «como remate de la magna ostensión, con una riquísima aportación científica» (Solé, p. 117).
El congreso estuvo presidido por el rector de la universidad turinesa, Giorgio Cavallo, un reconocido y prestigioso hombre de orden. Todas las ponencias presentadas defendieron la autenticidad de la reliquia. Ni una sola voz discrepante. Especialmente aplaudidos fueron los ya imprescindibles Jackson y Jumper cuando disertaron sobre lo que la ciencia espacial detecta en el lienzo.