El mundo avanza sin tener en cuenta ni el alcance ni la influencia de mi experiencia personal. Volver al Valle del Viento Helado confirma que el lugar sigue estando ahí, con nuevas personas que han reemplazado a los que se han ido, por inmigración y por emigración, por nacimiento y por muerte. Algunos son descendientes de los que vivieron allí antes, pero en ese lugar transitorio de los que huyen de los límites de las reuniones mundanas, son muchos más los que han llegado hasta allí desde otras tierras.

De igual modo, se han levantado nuevos edificios, mientras que otros han caído. Nuevas barcas reemplazan a las que se han rendido a los tres grandes lagos de la zona.

Hay una razón, una lógica y una asombrosa armonía respecto del lugar. En el Valle del Viento Helado todo tiene su significado. La población de las Diez Ciudades crece y aumenta, pero en su mayoría permanece estable y proporcionada a lo que la región puede soportar.

Este es un concepto importante en la valoración de uno mismo, porque son muchísimas las personas que parecen no tener conciencia de las implicaciones de esta verdad fundamentalísima: el mundo sigue girando fuera de su experiencia personal. Bueno, tal vez no expresan conscientemente dicha duda, pero yo me he encontrado con más de uno que ha sostenido que esta existencia es un sueño —su sueño— y, por lo tanto, los demás somos meros componentes de su creación. Además, he encontrado a muchos que actúan de esa manera, tanto da que lo hayan pensado con tanto detalle como que no.

Por supuesto que hablo de la empatía o, en los casos mencionados, de falta de ella. Vivimos en una lucha constante, el yo y la comunidad, donde nuestros corazones tienen que decidir dónde termina una línea y empieza otra. Para algunos, esta es una cuestión de religión, los incuestionables mandamientos del dios o de los dioses en los que se tenga fe, pero para la mayoría, a mi modo de ver, es una comprobación de la verdad básica de que la comunidad, la sociedad, es un componente necesario para la conservación del yo, tanto material como espiritualmente.

He reflexionado sobre esto muchas veces y he proclamado mi fe en la comunidad. Además, es precisamente esa fe la que me permitió levantarme cuando me abatió la tristeza, cuando conduje a mis recuperados compañeros fuera de Neverwinter para servir el bien superior de un valioso lugar llamado Puerto Llast. Para mí, esta no es una elección difícil; servir a la comunidad es servir al individuo. Incluso Artemis Entreri, la más cínica de las criaturas, apenas pudo ocultar su satisfacción cuando vencimos a los demonios marinos y los obligamos a sumergirse bajo las olas por el bien de las buenas gentes de Puerto Llast.

Sin embargo, cuando pienso en mis propias raíces y las diferentes culturas por las que pasé se me plantea una pregunta más complicada: ¿cuál es el papel de la comunidad y cuál el del individuo? ¿Y qué hay de las comunidades pequeñas dentro de una mayor? ¿Qué papel representan y cuáles son sus responsabilidades?

Sin duda la defensa común es la cima de la totalidad, pero la auténtica idea de comunidad requiere profundizar más. ¿Qué comunidad granjera sobreviviría si no se enseñase a los niños el cuidado de los campos y del ganado? ¿Qué patria enana perviviría a lo largo de los siglos si no se enseñase a los alevines el trabajo de la piedra y de los metales?

Y en eso hay muchas tareas que sobrepasan la capacidad de un solo hombre, de una sola mujer, o de una sola familia, y que son decisivas para la prosperidad y la seguridad de cualquier pueblo o ciudad. Un solo hombre no podría haber construido la muralla que rodea Luskan, ni los muelles de Puerta de Baldur, ni las grandes arquerías y amplios bulevares de Aguas Profundas, ni las inmensas catedrales de Luna Plateada. Y así, estos grupos más reducidos dentro de sociedades más amplias tienen que contribuir, por el bien de todos, tanto si son vecinos de su particular parroquia o grupo como si no.

Pero ¿qué pasa entonces con la concentración de poder que podría acompañar a las mejoras y la reglamentación jerárquica que puede darse en una comunidad determinada? En las sociedades del tipo de un clan enano, esta se establece mediante estirpes y herederos legítimos, pero en una gran ciudad de herencia mixta y diferentes culturas, la distribución del poder está menos definida. He sido testigo de cómo algunos señores estaban dispuestos a dejar morir de hambre a sus campesinos mientras los alimentos se pudrían en sus propias despensas, sobrepasando lo almacenado con mucho las necesidades de consumo de una casa. He visto, como sucede con el Carnaval del Prisionero en Luskan, magistrados que utilizan la ley como un arma para conseguir sus propios fines. E incluso en Aguas Profundas, cuyos señores están considerados los más caritativos del mundo, desde los lujosos palacios se ven las pocilgas y las chozas, y los niños huérfanos tiritan de frío en las calles.

Una vez más, y para mi sorpresa, pongo a las Diez Ciudades como ejemplo, porque en este lugar, donde la demografía permanece bastante invariable, aunque los individuos cambian constantemente, hay una continuidad lógica y razonada. Aquí las diez comunidades están separadas y eligen entre ellas a sus respectivos líderes a través de varios medios, y esos líderes tienen voz en el consejo público.

La ironía del Valle del Viento Helado es que estas comunidades, llenas de gente solitaria (a menudo se cuentan entre sus ciudadanos muchos que han escapado de la ley o de alguna banda, y usan las Diez Ciudades como último refugio), llenas de los que, supuestamente, no podían vivir en las sociedades civilizadas, están realmente entre los lugares más cooperativos que he conocido jamás. Las barcas de pesca individuales del Maer Dualdon rivalizan encarnizadamente por los mejores caladeros, pero cuando llega el invierno, nadie pasa hambre en Diez Ciudades mientras otros se regocijan en la abundancia. Nadie en Diez Ciudades se muere de frío en las calles vacías cuando hay sitio al lado de una chimenea, y siempre lo hay. Puede que sea la naturaleza adversa de estas tierras, donde todos comprenden que sólo si están unidos pueden estar a salvo de los yetis, de los goblins y de los gigantes.

Y ahí está el sentido de la comunidad: en las necesidades comunes y el bien común, en la fuerza de la unión, en la ternura de una mano solidaria, en la capacidad para trabajar como un solo hombre para alcanzar grandes logros para todos, en la amplitud de los horizontes más allá de la propia perspectiva y de la propia familia, en el enriquecimiento de la vida misma.

Pero hay muchos que no estarían de acuerdo conmigo, que considerarían que las responsabilidades para con la comunidad, tanto el diezmo de comida, de dinero o de tiempo, resultan demasiado engorrosas o infringen sus libertades personales… que muy a menudo son deseos personales y ambiciones camufladas con palabras encantadoras.

Con respecto a ellos sólo puedo insistir en que la pérdida final supera con mucho la ganancia percibida. ¿Qué valor tiene vuestro oro si vuestros amigos no os ayudarán a levantaros cuando caigáis?

¿Durante cuánto tiempo os recordaremos cuando hayáis muerto?

Porque al final, esa es la única medida. Al final, cuando se apagan los últimos destellos de la vida, todo lo que queda es el recuerdo. La riqueza, en la medida final, no se mide en monedas de oro, sino en el número de personas a las que has llegado, en las lágrimas de los que lamentarán tu desaparición y en los afectuosos recuerdos de los que continúan celebrando tu vida.

DRIZZT DO’URDEN