EPÍLOGO

Año del Despertar de los Durmientes (1484 CV)

El enclave de las Sombras

-B

rillante —exclamó lord Parise Ulfbinder mirando el cuenco de escrutinio y observando a través de la magia de adivinación de lady Avelyere la escena que se estaba desarrollando en la cima de la solitaria montaña en el Valle del Viento Helado—. Si teníamos alguna duda con respecto a la inspiración divina de nuestra querida Ruqiah, ha quedado totalmente despejada.

Catti-brie —lo corrigió lady Avelyere, al tiempo que hacía un anhelante gesto de confirmación, porque ya no podía haber más dudas.

Los dos hombres habían pasado la mayor parte del día estudiando la montaña y, para gran sorpresa de ambos, habían encontrado a Drizzt Do’Urden mucho antes, siendo testigos de su enfrentamiento con la curiosa elfa, del cual había salido tan mal herido.

—Hay muchas piezas en movimiento en este tablero —dijo Parise, moviendo la cabeza—. Pero, al final, todas encajan perfectamente, ¿no es así? ¡Después de todo, tiene su importancia tener a una diosa de tu lado!

Lady Avelyere se volvió para mirar al hombre, que parecía casi alegre, con una actitud casi frívola, con respecto a esta cuestión. Pese a todos los problemas de la época, a los cambios sobrevenidos tras el final de la Plaga de los Conjuros, a la segregación de Abeir de Toril, e incluso al cumplimiento de las profecías de «La Oscuridad de Cherlrigo», lord Parise Ulfbinder había permanecido de buen humor y con muy buen ánimo de un tiempo a esta parte.

—¿Tanto has llegado a aburrirte de la vida que te deleitas con el caos, con cualquier caos, incluso con el que amenaza las bases de nuestra existencia? —se atrevió a preguntar ella.

Parise estuvo dándole vueltas a su inesperada pregunta por un instante, luego soltó una sonora carcajada.

—Estamos siendo testigos del juego de los dioses —respondió.

—Diosas, por lo que parece —lo corrigió ella, y el hombre volvió a reírse.

—Esto trasciende los límites del simple consuelo y de la mera seguridad humana —explicó Parise, y cogió las manos de su querida amiga, se las llevó a los labios y las besó—. Esto tiene que ver con la eternidad. Con todo lo que Ruqiah, esa mujer llamada Catti-brie, te dijo. ¿De veras no estás interesada en ver cómo se desarrolla su historia?

Lady Avelyere volvió a observar el cuenco de escrutinio y sopesó largamente la pregunta. Vio cómo se reunían los compañeros, los abrazos y las palmadas cuando estaban sentados al lado del drow herido, las miradas dirigidas al cielo de la hermosa noche.

—¿Crees que comenzará ahora la guerra? —preguntó la mujer, con una actitud algo ausente.

—Lo que creo es que tal vez este drow, Drizzt, ya la ha declarado —respondió Parise—. Su pelea con la elfa…

—¿Crees que ella es la campeona de la Reina Araña?

Parise movió la cabeza y se limitó a encogerse de hombros.

—Tal vez un camino hacia lady Lloth. Seguramente, tomando en cuenta todo lo que sabemos, ella y los otros a los que Drizzt dejó en las sendas de la parte baja de la montaña representen definitivamente una vía mucho más oscura. Tal vez la batalla entre las diosas fue su prueba.

—Podría esperarse más de una batalla semejante —respondió secamente lady Avelyere.

—¿Una carnicería? —respondió con sarcasmo Parise—. ¿Explosiones de magia sísmica? —Entonces volvió a soltar una carcajada—. ¿Acaso no tendría más sentido una batalla por el alma, tranquila e interna?

—Habías considerado la posibilidad de ser testigo de la lucha entre dioses. No pareces estar decepcionado.

—Por todo lo que sé de la Reina Araña, sospecho que esto no ha terminado todavía —dijo el sonriente lord—. Tal vez Drizzt gane la pacífica batalla interior, pero ¿adónde nos llevaría eso, dada la sed de venganza de una reina demoníaca?

—Por eso Mielikki lo ha blindado con la carne de los amigos de antaño.

—¿Lo ha blindado? ¿No será que lo ha hecho más vulnerable?

Con ese intrigante pensamiento en mente, ambos centraron su atención en el cuenco de escrutinio y unos instantes después, Parise señaló otra forma, alargada y corpulenta, que subía por el sendero de la montaña hacia la roca pelada donde estaban descansando los demás.

Lady Avelyere asintió. Entornó los ojos como si se anticipara a una pelea inminente.

—¡Ah, niña mía! —exclamó Bruenor, abrazando y besando a Catti-brie, cogiendo su hermosa cara entre sus rudas y sucias manos.

—Entonces, estoy muerto —susurró Drizzt, palmeando el fornido hombro de Bruenor y alargando su brazo para coger el de Regis y acercarlo más.

—¡Ojalá fuera tan sencillo, elfo! —respondió Bruenor.

—Muerto no —aseguró Regis—. ¡Seguro que no estás muerto!

—Hay mucho de qué hablar —explicó Catti-brie—. Muchas historias…

—El bosque. —Drizzt los sorprendió al mencionarlo—. En las orillas del lago Dinneshire… el bosque de Mielikki. Han pasado dieciocho años…

—Y muchas historias —repitió Catti-brie, con voz emocionada y la respiración agitada cuando Drizzt la atrajo hacia sí y la besó profunda y apasionadamente.

—Historias que contar —asintió Regis—. Y más para escribir.

—Eso, eso —agregó Bruenor—, y muchas pa’scribir. Yo volví por ti, elfo, pa’ hacer el camino a tu lado. Pero no dudes de que yo tengo mi propio camino que recorrer, ¡y más vale que tengas preparadas otra vez tus espadas para Mithril Hall!

Este anuncio atrajo algunas miradas curiosas de Catti-brie y de Regis, pero Drizzt ya estaba asintiendo y esbozando una amplia sonrisa.

Entonces, Guenhwyvar se puso de pie rápidamente, se le erizó el pelo y emitió un gruñido sordo al tiempo que fijaba la vista en una figura que se acercaba por el sendero.

El tiempo no tenía importancia para aquella forma fantasmal, que se movía como la niebla con los vientos invernales.

Alma de Ébano se instaló al lado de cuatro antiguas tumbas situadas junto al mercadillo al aire libre que se celebraba en la cabecera oriental de un gran puente.

Esas almas habían estado en contacto con el ladrón, percibió el liche, y gracias a esos espíritus Alma de Ébano había deducido mejor el camino que debía seguir. Las pequeñas pistas habían llevado lejos al liche, a través del Mar de las Estrellas Fugaces, cruzando las Tierras de la Piedra de Sangre y por el camino exterior de Suzail.

Un viaje largo y sinuoso, pero así tenía que ser.

El tiempo no era un problema para el liche.

Encontraría al halfling y recuperaría su codiciada daga.

Encontraría al ladrón, al saqueador de tumbas, y le daría su merecido.

—¡Alto ahí, identifícate! —dijo Bruenor dirigiéndose a la forma espectral y voluminosa que tenían a la vista en el sendero que rodeaba la roca desnuda de la Cumbre de Bruenor.

El enano dio un salto para plantarse delante de Regis y Catti-brie. Detrás de ellos estaba sentado Drizzt, apenas recuperado de la pelea. Tenía las manos apoyadas en las espadas, pero casi no podía levantarlas.

La solitaria forma, fuerte y voluminosa, seguía acercándose rápidamente.

Bruenor golpeó su escudo con el hacha, preparado para la lucha, y Guenhwyvar, colocada a su lado, volvió a emitir un gruñido de aviso.

—Bonito recibimiento —dijo el hombre que se acercaba, y se detuvo a la vista de todos, bañado por la luz de la luna.

Su estatura se aproximaba a los dos metros, vestía la piel plateada de un lobo invernal y la cabeza del animal rebotaba sobre su robusto pecho; sobre un hombro cargaba una maza enorme y no tardó en dedicarles una amplia sonrisa.

Guenhwyvar saltó hacia adelante.

—Hijo mío —susurró Bruenor, y su hacha cayó sobre las rocas con un sonoro ruido. A punto estuvo de caer él también.

—Wulfgar —exclamó Regis con voz entrecortada.

—Pero tú t’habías metío en la laguna —se asombró Bruenor.

Wulfgar negó con la cabeza mientras se agachó para acariciar la espesa piel de Guenhwyvar, que se frotó contra él con tal fuerza que lo obligó a retroceder un paso.

—Tempus esperará, porque ¿qué es la vida de un hombre en los cálculos de un dios? —respondió el bárbaro—. Mis amigos me necesitan, y qué lamentable guerrero sería si ignorase su llamada.

—Los Compañeros del Salón —dijo Drizzt con la voz quebrada en cada sílaba y las lágrimas de alegría y renovada esperanza corriendo por sus negras mejillas.

«¡Que venga lady Lloth!», habrían dicho todos a una, de haber sabido que efectivamente iba a ir.