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EL ASCENSO DE BRUENOR

Año del Despertar de los Durmientes (1484 CV)

Valle del Viento Helado

E

l sol se elevaba lentamente en el cielo occidental. Los primeros rayos del nuevo día empezaban a alumbrar el Valle del Viento Helado acariciando las cimas nevadas de los picos de la Cumbre de Kelvin. Regis se detuvo en la puerta de su cabaña, admirando aquellos perfiles cristalinos.

—Marca la Cumbre de Bruenor con una luz de esperanza —manifestó Catti-brie cuando se acercó a él.

El halfling asintió, con la esperanza de que su observación fuera profética. La pareja abandonó solemnemente la cabaña cerca del lago. Fortalecidos por los conjuros de protección de Catti-brie, armados con las pociones que había destilado Regis e iluminado su camino por un tiempo mucho mejor que el que habían tenido en Diez Ciudades los últimos dos días, el dúo emprendió sin demora su viaje hacia el oeste.

Sin embargo, no hablaron mucho, porque cada uno albergaba sus propios miedos acerca de la más importante de las noches: el equinoccio de primavera de 1484. Para Catti-brie, su cumpleaños era la promesa: el posible disfrute de las esperanzas que Mielikki le había ofrecido en el bosque de Iruladoon. Además, ella era sacerdotisa de Mielikki, Elegida de la diosa, y por eso seguía adelante con las máximas expectativas, pero con los ojos bien abiertos.

Conocía las posibilidades, absolutamente todas, y por todo lo que había visto, sumado a su comprensión de la oferta de Mielikki de una oportunidad y sólo eso, los numerosos desenlaces potenciales le parecían mucho más terribles que prometedores.

Pero ella tenía que seguir adelante.

Para Regis, esta era la intersección, la gran encrucijada de su segunda vida. Aquí pagaría la deuda a Mielikki y aquí encontraría de nuevo, o así lo esperaba, a los mejores amigos con los que jamás había caminado.

Pero sabía que ahora había otros, y caminos alternativos que transitar. Los Ponis Sonrientes viajaban por el Camino del Comercio, y Donnola conducía a la Morada Topolino, hacia el lejano este, y todas las organizaciones lo recibirían con los brazos abiertos. No había olvidado a sus amigos de antaño, pero Regis había luchado en todos los frentes, o al menos las circunstancias le habían dado la oportunidad de hacerlo.

La caída de la noche encontró a la pareja en la base de la Cumbre de Kelvin. Allí descansaron y buscaron los senderos familiares de una vida que habían vivido mucho tiempo atrás. Catti-brie había subido a la montaña el verano anterior, para asegurarse de que la Cumbre de Bruenor seguía siendo accesible, pero sólo había estado allí una vez, muy poco tiempo y nunca en la cima.

No había sido capaz de llegar hasta allí y reservaba el ascenso final para esta noche.

Buscó la mano de Regis y le dio un ligero apretón.

—Vamos, pues —dijo ella.

—A ver si se cumplen nuestras expectativas —respondió Regis—. Y si no…

Catti-brie le apretó la mano con fuerza y lo miró, y su lastimera expresión dejó sin habla al halfling. Ahora que Regis había conocido el amor, comprendió mucho mejor lo que Catti-brie había compartido con Drizzt. Pese a lo asustado que estaba, supo que aquella mujer que tenía ante sí tenía mucho más que perder. Regis también apretó la mano de ella y empezó a subir por la falda de la montaña, hasta aquel lugar especial llamado Cumbre de Bruenor, el pico más bajo que se veía hacia el norte, una desnuda roca que parecía elevarse en la oscuridad del cielo nocturno, anidada entre las propias estrellas.

La tranquilidad invadió a Bruenor cuando tuvo a la vista el resplandor de la antorcha y avanzó hacia ella con toda la rapidez posible, esperando ver a Catti-brie, y tal vez a Drizzt y a Regis a su lado. ¿Quién más, después de todo, podría encontrarse en la ladera de la Cumbre de Kelvin en una noche cerrada y a esas alturas de la temporada?

Sus esperanzas quedaron frustradas cuando divisó al grupo, y aminoró la marcha al tiempo que avanzaba con más sigilo, desconfiando de la escena y de este dudoso trío reunido en el claro que tenía ante sí.

—Entonces, es un explorador, y no precisamente torpe —oyó que decía una voz enana, concretamente de mujer. Fijó la vista en la hablante. No la reconoció y no parecía ser una Battlehammer.

«Sobre todo a la vista de la compañía que tiene», pensó Bruenor cuando el segundo del grupo, una huesuda, retorcida, espantosa criatura, tal vez humana, quizá algo más perverso, respondió:

—Pero ¿adónde iríamos?

—A los enanos Battlehammer —dijo un tercero, un robusto humano vestido de manera sencilla.

—Iremos hasta allí y ya veremos —dijo la enana.

Pensando que estos tres no eran enemigos de los Battlehammer, Bruenor empezó a andar, pero se quedó quieto de inmediato cuando el hombre pequeño y feo —un tiflin, en realidad, comprobó luego Bruenor— agregó:

—Entreri dijo que teníamos que partir directamente y antes de la puesta de sol. Hacia el sur y el este y saliendo del valle.

¿Entreri? El nombre chirrió en los oídos de Bruenor. Hacía décadas que no lo había vuelto a oír. Movió la cabeza, convencido de que no había oído bien al tiflin, pero el humano respondió:

—Entonces Entreri está equivocado. Drizzt no dejaría a un amigo en ese estado, ni yo tampoco.

—Es cierto —agregó la enana.

Bruenor retrocedió silenciosamente un par de pasos, presa de una gran confusión. «¿Drizzt?», susurró. «¿Entreri?»

Volvió a mirar la antorcha, sin saber qué hacer. ¿Debería acercarse al trío y enterarse de lo que pudiera?

Pero Catti-brie estaba cerca del Valle del Viento Helado; él se había enterado cuando había estado en Bremen en el Cabeza de Jarrete. Ella estaría allí, en la Cumbre de Bruenor, esperando por él.

Abandonó el lugar a hurtadillas, enfilando los senderos que tan bien conocía, porque era muy poco lo que había cambiado el lugar al que durante tanto tiempo había considerado su hogar. Fuera de la vista de los extraños, echó a correr, trepando incansablemente, el corazón acelerado, debido más a la expectativa que al esfuerzo.

Llegó a una mancha de nieve que ocupaba el sendero, brillante a la luz de la luna. Hincó una rodilla en tierra para examinar la huella de unas botas ligeras y de la garra de un gran felino. Bruenor las conocía bien.

Pero su alegría no duró mucho cuando notó humedad al lado de una pequeña mancha de nieve. Hundió los dedos en ella y los acercó a los ojos y a la nariz.

Sangre.

Mucha sangre bordeando el sendero.

Bruenor se puso de pie tan de repente que resbaló en la nieve y cayó de bruces sobre el fango. Se puso de pie como un rayo, limpiándose los ojos mientras corría, y casi no había tenido tiempo de empezar cuando se detuvo en seco al escuchar a lo lejos el prolongado y profundo rugido de un felino, el bramido de una pantera, la llamada de Guenhwyvar.

Un rugido lastimero, pensó, como un lamento que delataba una gran pérdida.

Regis apretó con fuerza el antebrazo de Catti-brie cuando contemplaron el panorama: Drizzt, caminando con dificultad, apoyado en Guenhwyvar y que, de no ser por la pantera, seguro que ya se habría caído al suelo.

El drow, claramente aturdido y golpeado, la sangre brotando de su cabeza, una pierna que apenas se apoyaba en el suelo mientras se arrastraba hacia el pico de la Cumbre de Bruenor, hacía su penoso camino en silencio.

—¡Vamos, vamos! —apuró Regis a Catti-brie, y cuando la miró, el rostro de la mujer era una máscara de horror.

Entonces el halfling la empujó, y gritó todavía más alto:

—¡Vamos!

Catti-brie arrancó de pronto y empezó a cantar, la misma melodía que Regis había oído durante los días que habían pasado en el bosque de Iruladoon, invocando a su diosa, cantando la canción de Mielikki.

Drizzt pareció oírla, e incluso observó a la mujer que se le acercaba, aunque a Regis le pareció que su apaleado amigo ya no podía distinguirla.

O tal vez Drizzt se había percatado de la presencia de la mujer, se corrigió el halfling, y apresuró el paso para alcanzarlo, porque en el momento del reconocimiento, pareció que todas las fuerzas habían abandonado al drow y este simplemente se derrumbó sobre el suelo.

Catti-brie se dio cuenta y gritó:

—¡No! —Y era tal la desesperación de su grito que Regis maldijo a los dioses.

Todo esto… ¿y habían llegado demasiado tarde, por apenas unos minutos?

En el sendero, Bruenor Battlehammer oyó ese desesperado y agónico grito, acompañado por el lastimero rugido de Guenhwyvar. Trató de apurar la marcha, pero trastabilló y cayó otra vez de bruces, con lo cual sus recientes heridas todavía le causaron más dolor.

Sin embargo, dejó eso de lado, musitando:

—¡Mi niña! ¡Mi niña!

Y poniéndose de pie con dificultad, echó a correr.

—¡No! —sollozó Catti-brie, abrazando fuertemente a Drizzt—. ¡No me abandones! ¡No te atrevas!

—¡Sánalo! —le imploró Regis, dando tumbos.

Pero ella movió la cabeza negativamente, porque no podía, y así lo entendió. Las heridas eran demasiado graves y él ya se estaba yendo lejos, muy lejos. Ella no tenía tiempo ni fuerzas.

—¡Inténtalo, Catti! —vociferó Regis.

¿Cómo podían decirse adiós si todavía no se habían dicho hola?

Guenhwyvar lanzó un rugido, largo y ahogado, una canción lúgubre, y cuando Regis se acercó y observó la tremenda herida de la cabeza de Drizzt y la flacidez de sus miembros, compartió el desaliento del felino. Hizo un alto, algunos pasos atrás, con miedo de acercarse más, con miedo de tener que aceptar la realidad que tenía ante los ojos.

Catti-brie lo miró e hizo un gesto de derrota con la cabeza.

Entonces un zarcillo de neblinosa magia salió en volutas de las mangas de la mujer, envolviéndolos a ella y a Drizzt, como si se tratara del abrazo de la propia Mielikki. Catti-brie lo observó con curiosidad, luego se encogió de hombros mirando a Regis, porque esa aparición no había sido requerida.

—¿Qué…? —empezó a preguntar Regis, que fue interrumpido por un grito.

—¡Drizzt! —exclamó una voz desde detrás de Regis que lo hizo girar al tiempo que Catti-brie levantaba la vista, porque sin duda ambos reconocieron aquella voz.

—¡Eh, tú, condenao elfo! —gritó Bruenor desde el último tramo del sendero.

Dio un traspié y se detuvo de repente, los ojos abiertos como platos a la vista de la escena que tenía ante sí, la boca abierta como si lo que iba a decir se le hubiera atragantado por la impresión que le causó la escena.

—¿Bruenor? —llegó la respuesta en forma de pregunta desde el otro lado, y Regis giró en todas las direcciones con el corazón desbocado al oír aquella voz.

La voz de Drizzt.

Bruenor se reunió con el halfling mientras apuraba el paso y ambos irrumpieron en el grupo que formaban Drizzt, Catti-brie y Guenhwyvar sobre la desnuda roca de la Cumbre de Bruenor, donde las estrellas se acercaron y volvieron a tocar a los Compañeros del Salón.

—¡Lo has salvado! —le dijo un lloroso Regis a Catti-brie.

Ella sólo pudo mover la cabeza con un gesto de confusión. No había lanzado un conjuro ni nada, únicamente se había limitado a servir de conductor en aquel momento.

Ese instante en el que Mielikki había devuelto a su lado al solitario drow.

El victorioso drow, que había vuelto desde la oscuridad.

Y aquí, en estos amigos apiñados en torno a él, estaba su recompensa.