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OTRA VEZ EN CASA

Año de la Comadreja Atareada (1483 CV)

Valle del Viento Helado

-L

a barba te queda bien —le dijo Catti-brie a Regis cuando se sentaron en su pequeña casa junto al lago.

Regis no pudo evitar esbozar una sonrisa radiante enmarcada por el bigote y la pequeña perilla perfectamente recortados. Casi le parecía imposible estar otra vez frente a ella, frente a su querida amiga Catti-brie, su compañera de su vida anterior y durante los días de su «muerte».

—Pero sigo pareciendo el mismo, ¿no? —preguntó.

—Diferente estilo, pero sin duda eres Regis, sí —se burló de él Catti-brie, tirándole de los largos rizos.

—Yo te reconocí en cuanto oí tu voz —contestó el halfling—. Y verte ahora me hace volver a las laderas de la Cumbre de Kelvin, cuando ambos éramos mucho más jóvenes.

Mientras hablaba se dio cuenta de lo contento que estaba de que tuvieran el mismo aspecto que en su anterior encarnación. Qué extraño le habría resultado ver a Catti-brie en el cuerpo de otra mujer. Pero no, era ella, con su melena cobriza, larga y espesa, y esos inconfundibles ojos azules.

Ella pasó por delante de él para añadir otro tronco al fuego.

—Está llegando el invierno —comentó.

—El traje —dijo Regis de repente, y Catti-brie se volvió a mirarlo con curiosidad—. El vestido que llevas puesto —le explicó—. ¿No es el mismo que llevabas en Iruladoon? ¿Cómo es posible…?

—Es similar —admitió Catti-brie dando una vuelta para lucir las distintas capas del vestido blanco—. Se lo encargué a una modista en el enclave de las Sombras tomando como modelo el que tenía en el bosque.

—¿El enclave de las Sombras? —preguntó Regis—. ¿El corazón del imperio de Netheril?

Catti-brie asintió.

—Parece que los dos tenemos cosas que contarnos —dijo Regis con una carcajada.

Catti-brie le respondió con una sonrisa y dio una vuelta, sosteniendo la falda alejada del cuerpo sobre una cadera.

—Cuando estábamos en Iruladoon, la que me vestía era la diosa, ¿verdad?

—Es razonable —reconoció Regis—, y muy bien vestida.

—Siempre hermosos trajes —replicó Catti-brie, y Regis vio que se ruborizaba un poco—. A ti tampoco te ha ido nada mal, por lo que se ve. Las piedras preciosas de tu florete, el diseño de tu ballesta de mano, el sombrero que luces… supongo que cada cosa tiene su historia.

—El invierno se nos viene encima. Tendré tiempo de contarte muchas historias y de oír las tuyas, por supuesto. Y sí, mi vida fue… apasionante.

«Y volverá a serlo», pensó, aunque no lo dijo.

—Pero tu daga —dijo Catti-brie con la voz entrecortada. Al fin y al cabo había sido testigo de su magia oscura.

—Es un objeto, un instrumento y nada más —la tranquilizó Regis.

Catti-brie lo miró con desconfianza, como con cautela.

—No es Khazid’hea —la tranquilizó el halfling—. No es sensitiva. Es un instrumento.

—Horripilante, por lo que parece.

—Y mi hermoso florete agujerea corazones, y tus conjuros queman la carne de los enemigos.

La mujer sonrió y pareció quedar satisfecha. Regis podía comprender sus dudas, porque tampoco él había desechado del todo sus inquietudes respecto de la daga. Cada vez que usaba las serpientes asfixiadoras y veía a aquel espectro cruel, no muerto, le venía a la memoria lo sucio de sus acciones, necesarias o no.

Pensó en el liche Alma de Ébano y se preguntó si debería contarle a Catti-brie que tal vez lo estuviese persiguiendo un poderoso enemigo, pero rápidamente desechó la idea. Hacía años ya de su partida de Delthuntle, y aunque era posible que Alma de Ébano siguiera buscándolo, parecía poco probable que pudiera encontrarlo. El rastro se había enfriado hacía tiempo, o eso esperaba.

Un movimiento en el exterior les llamó la atención y vieron a unos hombres que pasaban al lado de la casa, detrás iban los cuatro matones de Rethnor, encadenados. Ninguno había muerto, y Catti-brie los había sanado a todos. Incluso al que Regis había herido en la espalda había vuelto a andar.

—¿Colgarán a los ladrones? —preguntó el halfling.

—Supongo que los pondrán a trabajar —respondió Catti-brie—. Siempre se necesitan manos aquí arriba, como supongo que recordarás.

Regis asintió. En Luskan, en el pasado, estos ladrones habrían sido llevados al Carnaval del Prisionero, donde los habrían torturado públicamente y, lo más probable, los habrían ejecutado atrozmente. En el mejor de los casos, habrían pasado años en un calabozo y les habrían cortado las manos. Pero aquí arriba, en Diez Ciudades, los delitos graves solían castigarse con trabajos forzados.

La idea hizo sonreír a Regis. En muchos sentidos, esa región fronteriza lindante con los territorios salvajes parecía mucho más civilizada que las ciudades grandes de Faerun. Ahí, las dificultades del hambre apremiante propiciaban una relación más limpia entre la gente, donde el dinero importaba menos que la ayuda, el oro menos que la comida, y una mano dispuesta a colaborar más que el látigo de un magistrado.

Era un placer estar de vuelta en casa.

Bruenor se apoyó en la carreta, mirando ansiosamente las montañas que se veían al norte de donde él estaba y las nubes bajas que ocultaban sus cumbres. Era la última caravana del año con destino al Valle del Viento Helado y estaba detenida en el camino, en las inmediaciones de Luskan. El enano se había incorporado como guardia, pero el jefe no le había ofrecido dinero.

—Ni siquiera estamos seguros de poder llegar —le había explicado.

Mirando las nubes grises que rodeaban las cimas, esas palabras volvieron a resonar en la cabeza de Bruenor. Él sabía lo que significaban esas nubes. Sintió la mordacidad del viento. Elient, el noveno mes, había dado paso a Marpehoth, y aunque el décimo se llamaba «Caída de la hoja» en gran parte de los reinos, en el Valle del Viento Helado las hojas de los escasos árboles seguramente habían caído y estaban muertas desde hacía mucho tiempo, y muy pronto estarían cubiertas, si no lo estaban ya, por las primeras nieves del invierno.

—¡Un jinete! —oyó.

Eso lo volvió a traer al presente. Salió del vagón y miró carretera del norte arriba, por la que se aproximaba el explorador al que el jefe de la caravana había mandado adelantarse.

El hombre se dirigió a la primera carreta y habló en voz baja con un reducido grupo allí reunido. Uno se quitó el sombrero y dio un golpe airado contra la carreta. Bruenor supo entonces que ya no tenía ninguna oportunidad.

El jefe se subió a la carreta y llamó a todos para que se acercaran. Bruenor acudió a la llamada, pero ya sabía lo que les esperaba, porque si alguien entendía cómo eran las cosas en el Valle del Viento Helado, era él; entendía la estación y reconocía esas nubes.

Esa última caravana había tenido una pequeña oportunidad, pero se había esfumado.

—¡A descargar! —ordenó el jefe.

Entre gruñidos y protestas, los trabajadores se pusieron a la tarea, reordenando la mercancía para devolverla a Luskan, separando las carretas de cada asociado del Gran Capitán y demás tareas. Entre el barullo, Bruenor consiguió abrirse camino hasta el jefe, que seguía conversando con el explorador retornado.

—¿No hay ninguna posibilidad de pasar? —preguntó el enano.

—La nieve ya llega hasta la cintura de un ogro, y sigue nevando —dijo el explorador.

—El paso está cerrado —confirmó el jefe.

—Necesito llegar a Diez Ciudades —dijo Bruenor.

Los dos hombres se limitaron a mirarlo encogiéndose de hombros.

—Tal vez podrías encontrar un mago en Luskan que te transportara allí —dijo el explorador—. Ninguna montura que no sea voladora puede llevarte.

El enano hizo bien en ocultar su frustración. Después de todo, esos dos no tenían la culpa, y el jefe había sido ya bastante generoso permitiendo que Bruenor se uniera a ellos cuando ya tenían completa la guardia de la caravana.

Pero ¿qué podía hacer Bruenor? No tenía dinero y un mago no resultaría barato.

—No tengo adónde ir —dijo en voz baja.

—La mayoría de nosotros nos alojaremos en el Jax un Ojo —dijo el explorador—. ¿A quién pertenece tu capitán?

—¿Mi qué?

—¿De qué barco eres?

—No es de Luskan —explicó el jefe.

El explorador hizo un gesto de asentimiento.

—Bueno, si tienes dinero, te aconsejaría el Jax un Ojo. Es la única posada de Luskan segura para quien no sea de aquí. Y podrías encontrar lugar en un barco. El barco Kurth es el más fuerte de todos, pero también el más exigente, y puede que no te dejaran marchar con facilidad en primavera.

Bruenor hizo un gesto de impaciencia con la mano, imponiendo silencio al hombre. No tenía la menor intención de enrolarse con uno de los Grandes Capitanes de Luskan y, la verdad, después de lo que había visto de la ciudad tras pasar rápidamente por ella, no tenía la menor intención de volver a ese lugar. En lugar de eso, miró hacia el este, a las escasas cabañas y granjas, algunas habitadas, pero muchas en ruinas.

—Alguna podría darte alojamiento —dijo el jefe, siguiendo la dirección de su mirada y leyéndole los pensamientos.

El enano casi no lo oyó, enfrascado como estaba en sus cavilaciones. Sabía que el paso estaría cerrado lo que quedaba de año y principios de 1484. El invierno empezaba pronto en la Columna del Mundo y cuando cerraba su garra, no había fuerza capaz de atravesarlo.

El enano pensó en abandonar su itinerario. Mirabar no estaba lejos, y probablemente podría llegar allí antes de que las nieves fueran demasiado profundas al sur de las montañas. Pensó en la posibilidad de darse a conocer a los jefes de la ciudad y que tal vez ellos le dieran asistencia mágica para llegar al Valle del Viento Helado.

Negó con la cabeza. No estaba dispuesto a darse a conocer. Sabía cuál era su posición, como Compañero del Salón y no como rey, y no estaba dispuesto a poner en riesgo la misión a la que se había comprometido al abandonar Iruladoon atrayendo tanta atención sobre su persona.

Pero faltaban menos de seis meses para el equinoccio de primavera y los pasos estaban cerrados. Viajar por el Valle del Viento Helado en el primer mes de Martillo era siempre imposible, lo mismo que en la primera parte de Alturiak, incluso a veces ya bien entrado Ches. Ninguna caravana se pondría en camino al menos hasta fines del cuarto mes, mucho después de la fecha que Bruenor tenía fijada.

La nieve adelgazaría en Alturiak, pensó Bruenor. Era una época traicionera para andar por el valle, sin duda, con pozos de barro capaces de engullir a un gigante de las colinas y aguas medio o totalmente congeladas; nunca se sabía hasta que uno no intentaba la travesía. Y aunque el camino pareciera despejado en una mañana soleada, a menudo se desataban casi sin advertencia tormentas tardías capaces de acumular más de un metro de nieve.

El enano hizo un gesto de derrota y escupió en el suelo. A continuación, se alejó pisando fuerte hacia las granjas a ver si podía encontrar alojamiento para pasar el invierno.

Regis entró dando un empujón a la puerta con una brazada de leña menuda que dejó caer junto a la chimenea antes de correr a cerrar la puerta para que no entrara la nieve empujada por el viento. El invierno había llegado con su furia habitual y el mero hecho de ir hasta la leñera y volver lo había dejado exhausto.

Se volvió otra vez hacia la chimenea, dejando su capote a un lado, y a punto estuvo de dar un salto al ver a la alta figura de pie en la entrada de la cocina.

—He puesto a cocer un buen caldo —le explicó Catti-brie—. Para que te calientes los huesos.

—¿Cuándo has vuelto? ¿Cómo has vuelto? —fue la respuesta de Regis. La mujer se había marchado hacía apenas unos días, antes de la tormenta. Iba a Bryn Shander.

—La diosa me protege —dijo Catti-brie guiñándole un ojo.

—Bien, entonces de ahora en adelante sales tú a por leña —respondió Regis.

—Puedo hacer un conjuro para protegerte del frío —le prometió Catti-brie.

—Demasiado tarde.

La sonrisa de Catti-brie era tan amplia como la de Regis, pero no fue capaz de mantenerla mucho tiempo.

—¿Qué noticias hay? —preguntó el halfling, porque ella había salido a explorar.

—Ninguna —respondió—. A Drizzt no lo han visto y no se habla de él con afecto.

—Ese incidente del demonio —comentó Regis, porque Catti-brie le había contado la historia de la batalla en la puerta oeste de Bryn Shander.

Al parecer, Drizzt y algunos compañeros habían pasado por la ciudad de camino hacia el este y nadie los había vuelto a ver. Poco después, un gran demonio había llegado a Bryn Shander, buscando a Drizzt, y había atacado la ciudad. Sólo el heroico comportamiento de otro drow, un tal Tiago, y su banda de guerreros y magos y unas cuantas criaturas mitad drow y mitad araña, habían salvado a la ciudad. La historia no estaba clara, porque los incidentes habían ocurrido muchos años antes, cuando Regis era apenas un bebé en el cobertizo de Eiverbreen. Diez Ciudades era un lugar por el que pasaba mucha gente, y donde eran más los que morían que los que nacían, de modo que eran muy pocos los que recordaban siquiera el incidente en la puerta de Bryn Shander, a pesar de la placa que conmemoraba el lugar donde el gran demonio había sido destruido.

Catti-brie y Regis suponían que Bregan D’aerthe había seguido al monstruo hasta Bryn Shander y, siguiendo esa línea de pensamiento, Regis se preguntaba si habría hecho bien en no darse a conocer a Jarlaxle allá en Luskan. Tal vez él, junto con Catti-brie y Bruenor —si el enano llegaba a presentarse alguna vez—, podrían volver a buscar a Jarlaxle con la esperanza de averiguar el paradero de Drizzt.

—Bueno. Entonces, ¿qué hacemos? ¿Habrá sido todo para nada?

Mientras hacía la pregunta, Regis ya estaba formulando su respuesta. Si no era posible encontrar a Drizzt, entonces iba a pedirle a Catti-brie que lo acompañara de vuelta a Aglarond, al encuentro de Donnola Pericolo, donde ella podría ayudar a la Morada Topolino a enfrentarse al liche, en caso de que quedara liche al que combatir.

Y no, se dijo resueltamente, no había sido por nada. Ni mucho menos. Él, Araña Topolino, se labraría una segunda vida fuera lo que fuese lo que el destino le pusiera delante. Una vida basada en lo aprendido en la primera.

—Ten fe —le dijo Catti-brie—. Mielikki nos dijo dónde encontrarnos, y ese día está muy próximo.

—Bruenor no ha llegado, pero el invierno ya está aquí —le recordó Regis—. Puede que tu padre haya muerto otra vez, que haya vuelto a la patria enana para recibir su recompensa.

La mujer asintió. No había nada en su actitud ni en su expresión que fuera una negación a lo que él había dicho.

—Hacemos todo lo que podemos, con la esperanza de que eso ayude a Mielikki y a nuestro amigo —respondió.

—Suponiendo que Drizzt siga vivo —dijo Regis entre dientes, pero también asintió.

Subiría a la Cumbre de Kelvin con ella la noche del equinoccio. Se temía, sin embargo, que sólo acudirían ellos, y eso lo llevó a plantearse si tal vez lady Lloth ya se habría apoderado de Drizzt. ¿Se convertiría entonces su misión en un rescate? ¿Se suponía que ellos dos solos tendrían que ir a los legendarios Pozos Demoníacos para liberar a su viejo amigo capturado?

Regis tragó saliva pensando que, después de todo, un liche no le parecía un enemigo tan formidable.

—Ten fe —dijo otra vez Catti-brie, y fue a buscar la olla del caldo.

Regis asintió, pero pudo ver el miedo reflejado en la bonita cara de su amiga. Por lo que habían averiguado cada uno por su lado, no había el menor vestigio de Drizzt, y Catti-brie llevaba más de un año reuniendo información en el Valle del Viento Helado. El drow no había estado en estas tierras desde hacía casi dos décadas, si había que dar crédito a lo que se contaba sobre la batalla de la puerta oeste de Bryn Shander.

Y lo cierto era que Drizzt había abandonado Diez Ciudades en aquel año tan remoto, con rumbo al este, no al oeste, con rumbo a la tundra salvaje.

Lo más seguro es que estuviera muerto, Regis lo sabía, y se dio cuenta de que también lo sabía Catti-brie.

¿Y Bruenor?

—¿Fuiste a ver a Stokely de regreso de Bryn Shander? —preguntó el halfling de repente.

Catti-brie se volvió asintiendo y a continuación negó moviendo lentamente la cabeza, con expresión sombría.

Regis comprendió las implicaciones. Si Bruenor hubiera vuelto al Valle del Viento Helado, seguramente habría ido allí, al lugar que durante mucho tiempo había considerado su casa, para estar con otros miembros del Clan Battlehammer.

Eso significaba que Bruenor no estaba en el Valle del Viento Helado… no vivo, al menos.

—No hubo ninguna promesa —dijo Catti-brie de pronto.

—¿Qué quieres decir?

—Mielikki desvió el prisma de la realidad un poco para brindar una oportunidad, pero su designio fue más bien una esperanza, no una profecía.

Regis tragó saliva.

—Veintiún años es mucho tiempo —admitió—. Yo escapé de la muerte por los pelos en varias ocasiones y durante mucho tiempo mi camino fue dudoso.

Catti-brie asintió.

—Tal vez nuestros amigos no tuvieran tanta suerte —dijo el halfling.

Catti-brie alzó las manos y se encogió de hombros. Regis observó que sus profundos ojos azules estaban empañados por las lágrimas.

Se acercó rápidamente y envolvió a Catti-brie en un estrecho abrazo, buscando el necesario apoyo que tanto necesitaba al tiempo que ofrecía el suyo.

Año del Despertar de los Durmientes (1484 CV)

En las afueras de Luskan

—Entonces lo más seguro es que mueras, y yo te echaré de menos —dijo la granjera al enano que había vivido en su granero y trabajado para ella y su marido durante el invierno—. ¡Y justo cuando empezaba a tomarte cariño, don Bonnego Battleaxe, te vas corriendo y na’ menos que al Valle del Viento Helado! ¡Hay que ser botarate!

Bruenor a duras penas pudo contener una sonrisa mientras la mujer hablaba. Esa familia había sido muy buena con él. Le habían puesto una cama en el altillo del granero a cambio de que les echara una mano con la granja en los meses de invierno.

—El invierno s’está retirando temprano, según dicen los exploradores —respondió—. Ya os dije qu’estaría aquí poco tiempo.

—El valle te va a matar en esta época del año.

Bruenor no tenía argumentos para rebatir aquello. Sabía que encontraría nieve y barro muy profundos por todo el norte de la tundra de la Columna del Mundo. Sabía que por todas partes habría lobos y yetis y goblin a la caza de los alimentos que tanto habían escaseado durante el invierno. El Valle del Viento Helado despertaba en el tercer mes de cada año y ese era el mes de mayor mortandad.

—Nadie sube hasta allí —lo reconvino la mujer—. ¡No va a salir ninguna caravana hasta dentro’ un mes por lo menos! Sin embargo ahí estás tú, ¡tan aburrío de mí y de mi familia que prefieres salir corriendo hacia una muerte segura que seguir mirándonos a la cara!

Bruenor se rio con ganas al oír eso, y atravesó el granero para dar a su anfitriona un gran abrazo. No se había dado cuenta hasta ese momento de que ella llevaba algo al hombro. Se separó y miró con curiosidad.

—De parte de mi marío —explicó y descargó dos objetos que llevaba al hombro depositándolos a los pies de Bruenor—. Al menos te dará una oportunida’.

Bruenor observó los curiosos regalos: un par de discos planos, al parecer, hechos de madera curvada hasta formar una circunferencia y con una red de tiras de cuero inserta dentro del círculo.

—Zapatos de nieve —le explicó la mujer—. Te los atas y te ayudan a andar…

Bruenor la interrumpió con otro gran abrazo. No eran necesarias más explicaciones, porque las dos primeras palabras habían revelado con perfecta elocuencia el propósito del invento. De hecho, Bruenor había visto calzado como ese en su primera existencia en el Valle del Viento Helado.

—Os habéis portao bien con este viejo enano —susurró, manteniendo abrazada a la mujer.

—¿Viejo? ¡Pero si tengo un hijo de tu misma edad, alcornoque!

Bruenor se rio mientras intensificaba el achuchón.

Se puso en marcha esa misma mañana después de un reconfortante desayuno en la mesa de la casa principal, y los granjeros le llenaron el zurrón de pan y huevos y una buena provisión de carne ahumada.

Iba muy animado cuando empezó aquel viaje casi en las postrimerías del segundo mes del Año del Despertar de los Durmientes, pero era muy consciente de los peligros a los que se enfrentaba y le resultaba difícil no pensar en esa aventura como en una misión suicida. Si una tormenta de nieve tardía no lo sepultaba o el barro no se lo tragaba antes, seguramente tendría que usar su hacha mucho antes de llegar a ver el humo de Diez Ciudades.

Pero tenía que intentarlo.

Su juramento, su palabra, su lealtad —todo lo que había hecho de él Bruenor Battlehammer, todo lo que lo había convertido en uno de los Compañeros del Salón, todo lo que había hecho que fuera dos veces rey de Mithril Hall— lo obligaban a intentarlo.

—Cinco días —le dijo Regis a Catti-brie al entrar en la pequeña casa junto al lago y cerrar rápidamente la puerta para evitar que entraran la fuerte lluvia mezclada con aguanieve que azotaba todo el valle.

Era el catorce de Ches, el tercer mes, faltaban cinco días para el equinoccio de primavera, el día más sagrado de Mielikki.

Catti-brie asintió.

—Mi cumpleaños —dijo—, o recumpleaños, como yo lo llamo.

Eso consiguió arrancarle una sonrisa a Regis, pero no le duró mucho.

—¿Ninguna noticia? —preguntó Catti-brie.

—Nada en Bosque Solitario, ni entre los enanos de Silverstream, bajo la montaña.

A lo largo de los diez últimos días, Regis y Catti-brie se habían turnado para hacer incursiones desde la pequeña cabaña del lago y desde Bosque Solitario a fin de recoger rumores sobre recién llegados que se aventuraban a llegar a las ciudades, pero no habían encontrado nada más que el callado viento invernal.

Esa misma mañana, al otro lado del lago Agua Roja en la ciudad de Bremen, se abrió de golpe la puerta del Pescador de Truchas y un enano medio congelado, cubierto de barro y de mirada desorbitada, se dejó caer en la sala común de la posada.

El posadero Darby Snide fue el primero en socorrer a la pobre alma ayudándole a incorporarse.

—Pero ¿de dónde sales tú? —preguntó Darby al sorprendente visitante.

El enano lo miró con ojos inexpresivos y empezó a reírse como un loco antes de caer inconsciente.

—¡Mira su hacha! —dijo uno de los ciudadanos de Bremen que había acudido a desayunar a El Pescador de Truchas.

Darby observó el arma, manchada de sangre y con restos de un pelaje que los hombres del Valle conocían muy bien en muchas de las muescas del filo. También el escudo del enano tenía manchas de sangre. Cuando lo echaron en un catre para tratar de ponerlo más cómodo, vieron sangre en el borde de la armadura y se dieron cuenta de que era suya al levantar la cota de malla y ver la marca del zarpazo de un yeti.

Otro parroquiano llegó con agua y Darby empezó a limpiar la herida. Para sorpresa de todos, el enano se incorporó y sacudió la peluda cabeza.

—¡Bah! —gruñó—. ¡Necesito ponerme’n marcha! ¿Puedo pediros algo de comer?

—¿Ponerte en marcha? —repitió incrédulo Darby—. ¡Pero si estás casi muerto, mentecato! ¡Échate ahí! —empujó suavemente al enano por el hombro, obligándolo a acostarse.

—Va a necesitar sanación —apuntó una mujer desde un lado—. ¿Sigue Delly en Bremen?

Los demás se encogieron de hombros y se miraron unos a otros. Nadie respondió.

—No la he visto —dijo uno.

—Id a preguntar por ahí —les ordenó Darby—. Id a ver si alguien ha visto a Delly Curtie. A este le vendría bien un poco de su calor.

El aturdido Bruenor que se encontraba allí tumbado y, sin embargo, estaba muy lejos, oyó el nombre Delly Curtie y quedó prendido en el fondo de su mente, donde quedó revoloteando unos instantes.

El enano abrió los ojos de golpe debatiéndose contra la sujeción de Darby.

—¿Quién has dicho? —preguntó al posadero.

—¡Que te eches! —insistió Darby.

—¿Quién? —Bruenor le repitió de forma instantánea.

—¿Quién qué? —preguntó a su vez Darby, con expresión de perplejidad.

—¡Dijiste Delly Curtie!

—Ya —dijo Darby.

—Una bruja, pero de las buenas —dijo la mujer.

—¡Dime! —insistió Bruenor—. ¿Qué aspecto tiene?

Darby, la mujer y algunos otros de los presentes se miraron extrañados. Darby se volvió hacia Bruenor y empezó a describir a la mujer a la que conocían como Delly Curtie… El nombre de la esposa de Wulfgar en una vida anterior y un nombre que al enano le pareció que podría estar usando Catti-brie como alias. Si él era Bonnego Battleaxe, ella perfectamente podría ser Delly Curtie.

Y mientras Darby iba describiendo a la bruja de pelo cobrizo ataviada con un vestido blanco y un chal negro, la sonrisa de Bruenor se iba haciendo más ancha al tiempo que asentía con la cabeza como señal de reconocimiento.

¡Lo había conseguido! Su hija había sobrevivido todas estas décadas y había logrado volver a Diez Ciudades. Catti-brie estaba viva y estaba bien, eso decían, y pronto podría volver a abrazarla.

—Entonces, ¿la conoces? —preguntó Darby, porque la expresión de Bruenor era harto elocuente.

—¿Y qué día es hoy? —preguntó Bruenor—. ¿Quince de Ches?

—Catorce —lo corrigió la mujer que estaba detrás de Darby.

Bruenor cogió a Darby por el brazo y se lo apretó con fuerza.

—Me das de comer y me dejas descansar un poco, amigo. Te pago cuando pue’a.

—¿La conoces? —preguntó Darby.

Bruenor dijo que sí con la cabeza.

—¿Sois amigos? —preguntó Darby, y el enano volvió a asentir.

—Más de lo que pue’s imaginar —dijo Bruenor con respiración anhelante y una lágrima asomando a sus ojos. Se echó en el catre y se abandonó al abrazo de sueños esperanzados.