26

LA ELEGANTE ARAÑA

Año de la Comadreja Atareada (1483 CV)

Luskan

L

a pequeña figura cubierta con una capa de viaje de color gris iba encogida bajo la lluvia mientras conducía con dificultad a su poni bayo hacia las puertas de la Ciudad de las Velas, que se veían a lo lejos. Araña no había mirado atrás en muchos kilómetros, desde que se había separado de los Ponis Sonrientes. Doregardo conduciría a la banda de vuelta a sus rutas habituales hacia el sur. Se recordaba constantemente que el camino que veía ante sí era el que debía seguir ahora, resistiendo el impulso de volver atrás y cabalgar a toda velocidad para alcanzar a sus compañeros jinetes.

Había dejado tantas cosas atrás en aquellos años de juventud de su segunda vida… amigos, incluyendo a una muy especial en Delthuntle, compañeros a lo largo del Camino del Comercio… Se juró a sí mismo que volvería a verlos a todos.

Sin embargo, el camino que le debía preocupar era el que tenía delante, no el que había dejado atrás.

—¡Identifícate y manifiesta tus intenciones! —dijo un guardia desde una de las achaparradas torres que flanqueaban la puerta sur de la ciudad, que permanecía cerrada.

El halfling se retiró la capucha de la cara y miró hacia arriba, dejando al descubierto su gorro azul, que llevaba ligeramente inclinado hacia la izquierda y aplanado en la parte frontal con un botón dorado con forma de poni galopando. El empapado pelo castaño y rizado le caía hasta los hombros, y se había dejado crecer un fino bigote y una perilla que apenas era una línea de vello que iba desde el labio inferior hasta la mitad de la barbilla, muy parecida a la que llevaba su mentor, Pericolo Topolino.

—Araña Topolino —respondió sin dudarlo, sin siquiera sentir el impulso de llamarse a sí mismo Regis, un nombre que había abandonado hacía mucho—, el que cabalgaba con Doregardo y los Ponis Sonrientes.

El guardia pareció reaccionar ante aquello durante un instante, se volvió hacia atrás y habló entre susurros con alguien a quien Regis no pudo ver.

—Nunca he oído hablar de ellos —dijo, volviéndose hacia Araña.

El justiciero halfling se encogió de hombros, sin llegar a creérselo del todo, aunque tampoco le importaba demasiado.

—¿Y qué asuntos te traen por aquí? —quiso saber el guardia.

—Estoy de paso —dijo—. Voy al norte. Tengo familia en el Bosque Solitario, en Diez Ciudades. Las últimas caravanas de la estación partirán pronto, según creo.

Conocía lo bastante bien la planificación, gracias a su vida anterior, para saber que estaba diciendo la verdad, ya que el octavo mes de 1483, Eliasis, acababa de empezar y el paso a través de la Columna del Mundo a menudo debía cerrarse por culpa de las nevadas antes de que finalizara el noveno mes. Quizá debería haber llegado a Luskan unos veinte días antes, pero le había resultado bastante difícil dejar a los Ponis Sonrientes. Había dejado atrás dos vidas completas que había llegado a apreciar y ahora se acercaba a una tercera existencia que esperaba que estuviera tan llena de amor y amistad como las otras.

—¿Y dispones de oro suficiente como para que te lleve una caravana? —preguntó el guardia, con una suspicacia que a Araña no le gustó ni un pelo.

—Ya que de todos modos deseo viajar hacia el norte, espero que los mercaderes tengan oro suficiente para permitirse mi compañía —respondió.

El guardia lo miró, escéptico.

—Te ruego que abras la puerta —dijo Araña—. Estoy calado hasta los huesos por culpa de esta lluvia y me encantaría poder encontrar una buena comida al calor de una chimenea antes de retirarme.

El guardia dudó, mirándolo desde arriba. El halfling se enderezó y retiró un poco la capa, moviendo el brazo izquierdo para que quedara por detrás de la cadera, dejando a la vista el florete en toda su gloria enjoyada. El inteligente Araña se aseguró de hacer girar ligeramente al poni hacia la derecha para que el guardia pudiera verlo mejor.

Por fin, el hombre miró hacia atrás y dijo algo que Araña fue incapaz de oír, tras lo cual las puertas se abrieron entre grandes chirridos.

Araña Pericolo Topolino se sentó muy recto sobre la silla mientras conducía a su poni a través de las puertas, con la capa retirada del hombro izquierdo, dejando el brazo izquierdo colgando con soltura mientras llevaba las riendas sólo con la derecha. Intentó proyectar un aura de confianza, ya que, después de todo, el aire de suficiencia era lo que más disuadía a los posibles ladrones y asesinos.

A primera vista, y gracias a la información que había reunido durante los últimos meses que se había pasado cabalgando por el sur, la ciudad había cambiado mucho para peor en los cien años que llevaba sin ir. Todavía gobernaban los cinco Grandes Capitanes con sus respectivos «barcos», que estaban todos compuestos de piratas y asesinos, entre otros indeseables. Era una ciudad de vagabundos despreciables, en la que era habitual ver cadáveres tirados en la cuneta.

A la izquierda se veían los mástiles de la multitud de barcos atracados en el puerto. La mayoría partiría pronto hacia el sur, por lo que sus tripulaciones estarían dispuestas a asumir más riesgos en Luskan, creyendo que dejarían el puerto antes de que los magistrados pudieran atraparlos.

Teniendo en cuenta todo esto, Araña recorrió las calles que estaban a la derecha, en la parte este, en el tramo más alejado del mar y siempre con la muralla a la vista mientras avanzaba hacia la puerta norte. Gran parte de Luskan estaba en ruinas y, cuando tuvo a la vista el puente Río Arriba, que cruzaba el río Mirar en dirección a la puerta norte de la ciudad, vio que los puentes también estaban en mal estado. Tanto era así, que se preguntó si realmente habría caravanas que abandonaran Luskan en dirección norte a través del río.

Se fijó en un recinto a orillas del río, justo al sur del puente Río Arriba, y suspiró aliviado al saber que la Casa de Caballos de Baliver parecía estar todavía en activo. Condujo al poni hasta un lugar donde había un par de hombres jóvenes y una mujer cargando heno en la parte de atrás de una carreta.

—¡Buen día! —saludó, desmontando, y se alegró al ver que los tres sonreían. Le resultó insólito comprobar que algo tan nimio como una sonrisa podía alegrar aquella ciudad tan ruinosa.

—Igualmente, buen señor —dijo la mujer, una hermosa muchacha que aún no había cumplido los veinte—. ¿Deseas alojamiento para el animal o alquilar uno? ¿O quizá ambas cosas?

—Alojamiento —respondió Regis, tendiéndole las riendas a uno de los hombres que avanzaban hacia él—. Se llama Panza, o Panza Redonda para los amigos. Tratadlo bien, os lo ruego. Es un poni bueno y leal. —Cogió las alforjas que Panza llevaba sobre la grupa y se las echó al hombro. A continuación metió la mano en la bolsa—. ¿Tres platas por noche? —preguntó, haciendo una oferta.

—Será suficiente.

—Pues aquí tenéis suficiente para diez días, aunque dudo que esté tanto tiempo en la ciudad, y algo extra para que tratéis especialmente bien a mi poni, que siempre tiene hambre. —Le dio al hombre cuatro monedas de oro—. Cuando venga a buscarlo te daré algo más —añadió, al tiempo que el alegre joven se llevaba a Panza.

—Necesito encontrar una posada, y una caravana que se dirija al Valle del Viento Helado —añadió Regis, volviéndose hacia la mujer. Miró en dirección norte, hacia los edificios de la orilla norte y señaló—. ¿Todavía sigue abierto el Dragón Rojo?

Estaba claro que no tenían ni idea de lo que les hablaba.

—Puede que se refiera a Jax un Ojo —comentó el otro joven.

—Hay una taberna en la orilla norte —le explicó la mujer—. Por lo que he oído, es bastante acogedora.

—Haría mejor en dormir en nuestro granero —dijo el hombre.

—Decidíos, ¿es buena o mala? —quiso saber Regis.

—Es acogedora —respondió la mujer—, y es el mejor lugar donde obtener noticias de las caravanas hacia el norte, eso seguro, pero… —Dirigió la vista hacia su vacilante compañero.

—Veo que llevas una espada —dijo él—. ¿Sabes usarla?

—¿Me veré obligado a ello?

El joven se encogió de hombros.

—Es el lugar más seguro que encontrará para pasar la noche —le dijo la mujer a su compañero, volviéndose a continuación hacia Araña—. Es habitual ver drow por allí —le explicó—, pero el lugar es propiedad del barco Kurth, y nadie en la ciudad estará dispuesto a enfadarlos. Jax un Ojo es la cama más segura que encontraréis en Luskan.

—Eso no es decir mucho —dijo el hombre.

—No esperaba gran cosa —le aseguró Regis. Dirigió la vista hacia el puente—. Espero que no se derrumbe bajo mis pies.

—Lo están reparando —respondió el hombre—. Llevan haciéndolo desde que nací. Es bastante seguro si miráis bien por dónde pisáis, pero si os encontráis con una cuadrilla de reparaciones, os pedirán peaje.

Araña de los Ponis Sonrientes se limitó a sonreír, asintiendo con la cabeza. Detrás de aquella sonrisa estaba realmente apenado, pensando en lo que había sido la orgullosa Luskan de antaño. Y es que él, Regis, había estado allí en 1377, cuando el capitán Deudermont había intentado arrebatarle el control de la ciudad a la Hermandad Arcana y a los Grandes Capitanes. Si Deudermont hubiera tenido éxito, Luskan podría ser ahora una versión más reducida de la poderosa Aguas Profundas, una joya brillante en una zona costera llena de prósperos puertos. Por desgracia, el capitán había fracasado y acabó muerto.

Así fue como comenzó el declive de Luskan.

El halfling le lanzó una moneda de plata a la mujer, le agradeció la información descubriéndose brevemente la cabeza y se dirigió hacia el puente.

Caminó con cuidado hasta alcanzar el puente Río Arriba, ya que había piedras amontonadas a su alrededor, y en algunos puntos podía ver las sucias aguas del río Mirar. Se dio cuenta de que estaban más que sucias, ya que eran negras como la noche y su pestilente olor lo asaltó de repente. Estaba tan concentrado en elegir por dónde pisaba que no se dio cuenta hasta que había avanzado un tercio de la distancia de que había más gente en el puente. Eran tres hombres astrosos que se encontraban sentados junto a un montón de piedras y tablones de madera. Vestían los colores de una tripulación que le era desconocida.

Cuando se acercó, los integrantes del grupo se levantaron, cogiendo cada uno una pala o un pico, y una cuarta persona apareció desde detrás del montón.

Regis luchó contra sus instintos, recordándose no aminorar el paso ni mostrarse preocupado.

—Vaya, ¿qué tenemos aquí? —dijo el más cercano.

—Un visitante en vuestra hermosa ciudad que se dirige a Jack un Ojo en busca de una habitación —dijo Araña con amabilidad.

—Querrás decir Jax —lo corrigió el hombre.

—Jacks, pues —asintió el halfling.

Un segundo hombre se unió al primero, sosteniendo la pala como si fuera un hacha de batalla, en diagonal y apoyada contra el pecho.

—Y bien, ¿tienes suficiente dinero? —preguntó el primero.

—Si no lo tuviera, no estaría buscando habitación.

—¿Suficiente para pagar la habitación y el peaje? —preguntó uno desde atrás, y fue entonces que se dio cuenta, al oír su voz, de que era una mujer.

—No veo ningún cartel que indique peaje, ni los guardias de la puerta sur lo mencionaron —dijo en tono despreocupado.

—Yo no necesito carteles y tampoco veo guardias —dijo el hombre, levantando su piqueta por encima del hombro y acercándose a Regis lo suficiente para poder golpearlo con ella en la cabeza.

—Sí, pequeño, abre tu bolsa y te diremos si tienes suficiente para cruzar —dijo el bestia de la pala.

—Mmm… —murmuró Regis, como si estuviera barajando distintas opciones.

Había algunas monedas en su bolsa, y muchas más en el compartimento secreto que llevaba debajo y que aquellos tipos jamás encontrarían. Probablemente le costaría unas pocas platas cruzar el puente.

Unas pocas platas y bastante dignidad.

—No —dijo—. Creo que no voy a pagar el peaje.

—Respuesta incorrecta —dijo la mujer.

—Apartaos, si sois tan amables —dijo Regis, alzando el brazo izquierdo y retirándose la capa por encima del hombro para dejar al descubierto su increíble florete.

—¡Ven aquí, piltrafa! —dijo el primero, disponiéndose a golpearlo con la piqueta.

Sin embargo, Regis fue más rápido, con la mano derecha fue a desenvainar el florete que llevaba del otro lado en un único movimiento fluido, a continuación se llevó la mano izquierda a un pliegue concreto de su capa, donde llevaba preparada su tercera arma, justo en la parte delantera de la cadera derecha. La funda estaba orientada hacia la mitad de su cuerpo para que fuera más fácil desenfundar rápidamente.

Extrajo a la vez el florete y la ballesta de mano, que se desplegó por el camino mientras la punta del florete se posaba sobre la garganta del hombre que blandía la piqueta, justo por debajo de la barbilla. Al mismo tiempo, apuntó a la cara del hombre de la pala con la ballesta.

—Os lo he pedido amablemente la primera vez, ahora insisto —dijo Regis—. Haceos a un lado.

Los dos hombres se miraron. Regis hizo avanzar ligeramente el florete, haciéndole sangrar.

—¿Te das cuenta a qué barco estás amenazando? —protestó la mujer.

—Me doy cuenta de que un Gran Capitán se podría encontrar con que su tripulación ha disminuido en tres hombres y una mujer —respondió Regis—. A menos, claro está, que alguno de vosotros sobreviva a la caída y a la zambullida en esas aguas poco apetecibles de ahí abajo.

Se dio cuenta de que esta última parte pareció bastante efectiva, ya que la mujer se había quedado pálida como la muerte.

—No lo pediré otra vez —les aseguró.

Se hicieron a un lado y Regis cruzó el puente con una sonrisa de oreja a oreja.

Poco después, el halfling, sintiéndose reforzado por su valentía, entró con aire confiado en la taberna conocida como Jax un Ojo. Se sorprendió al ver cómo estaba escrito, ya que estaba convencido de que el nombre del lugar se debía a dos cartas concretas de la baraja estándar, pero acabó desterrándolo de su mente, pensando que muy pocos allí sabían escribir y muchos menos comprenderían la diferencia entre Jacks y Jax[1].

Apenas hubo pasado por la puerta pudo sentir que muchas miradas se fijaban en él, así que se echó la capa hacia atrás y se sacudió las gotas de agua del gorro. Sabía que tenía un porte heroico, bastante elegante, algo que no trataba de ocultar en absoluto. Se recordaba constantemente que la audacia lo ayudaría a superar cualquier situación, igual que en el puente. No podía ni quería permitirse parecer en absoluto vulnerable.

Llevaba tres armas colgadas al cinto, que había elegido azul para que hiciera juego con su gorro. El florete colgaba sobre su cadera izquierda, la ballesta de mano en la parte frontal de la derecha y la daga iba en una funda nueva en el lateral derecho. Vestía un chaleco de cuero negro y una camisa blanca, desabotonada lo justo como para que se pudiera ver que llevaba una camiseta interior de tela suave entretejida con hilos de mithril. Los calzones eran de un marrón claro y las botas, de caña alta y a la moda, de un cuero pulido tan negro como el del chaleco y de igual calidad. De hecho, habían sido fabricados por el mismo artesano del cuero, considerado como el mejor (y así cobraba) de todo Puerta de Baldur.

Mientras se quitaba los guantes de montar (que también eran de cuero, pero teñido de azul a juego con el cinto y el gorro) echó un vistazo a la habitación, saludando cortésmente con la cabeza a los que parecían más interesados. Se colgó los guantes del cinturón y fue hacia la barra para pedir algo de vino y alojamiento.

—¿Cuánto tiempo te hospedarás aquí, señor…? —preguntó la camarera, una joven atractiva de ojos grises y espeso cabello castaño, de un tono algo más claro que el del halfling.

—Señor Topolino —respondió, y se descubrió ligeramente la cabeza—. Araña Topolino de Aglarond. Quisiera ocupar una habitación hasta que encuentre una caravana adecuada que me lleve al norte.

—¿Mirabar?, ¿Auckney?

—Al Valle del Viento Helado —dijo Regis—. Me dirijo a Diez Ciudades.

Le sirvió la copa de vino en la barra.

—¿Y qué asuntos podrían llevarte a un lugar tan olvidado como ese?

—Eso es privado —respondió, pensando en lo raro que era que alguien que viviera en Luskan pudiera calificar cualquier otro lugar de «olvidado».

—Pues vale —contestó ella—, tan sólo era por charlar.

—Mil perdones —dijo Regis, dedicándole una sonrisa—. No estoy habituado a las charlas amistosas. Me temo que en el camino del norte apenas se presenta la ocasión y a menudo debo hablar con las armas en vez de desplegar mi encanto personal.

—Es posible que debas trabajar más tu encanto —dijo un hombre que se encontraba junto a él, en un tono bastante desenfadado, por lo que pudo detectar, así que se echó a reír y le dijo a la camarera que invitase al hombre a un trago de su parte.

—No necesitarás tu espada aquí —le explicó la camarera.

—¿Eres la dueña?

—¿Yo? —dijo la mujer, echándose a reír, y el resto de los que la rodeaban la imitaron—. No, no. Tan sólo soy la que sirve las bebidas y las cobra.

—Y una hermosa vista para disfrute de las tripulaciones —dijo el hombre sentado junto a Regis, alzando el vaso en un brindis.

Otros se unieron al brindis y la camarera hizo una reverencia, sonriendo levemente, para después moverse hasta el otro extremo de la barra a atender a algún otro cliente.

—Aun así, pequeño amigo, ten cuidado, se mira pero no se toca —lo advirtió el hombre—. Serena ya está comprometida, con Un Ojo en persona, y no es alguien a quien quieras hacer enfadar, no importa lo bien que puedas manejar esas bonitas armas que llevas.

—Entonces, ¿un Ojo es un hombre? —preguntó Regis—. Pensaba que era una carta de la baraja.

—No es un hombre —dijo el otro con aire misterioso, lo que provocó risas entre los que estaban más cerca.

El halfling lo dejó correr. Se trasladó a una mesa junto al calor de la chimenea y pidió algo de comida. Lo complació bastante la calidad, al igual que cuando se retiró a su habitación en el segundo piso. Encontró el tablón de anuncios al pie de la escalera y sólo había una caravana anunciada, que se dirigía hacia Puerto Llast, en el sur, en vez de al Valle del Viento Helado.

—Habrá otra antes de que cambie la estación —le dijo Serena cuando se dio cuenta de su decepción al mirar el tablón.

Él le sonrió, se descubrió ligeramente y le dedicó una graciosa reverencia, tras lo cual subió las escaleras, consciente de que más de un cliente habitual estaría hablando sobre él en la sala común de abajo.

Puso una trampa en la puerta utilizando una cuña encajada en la doblez superior de la jamba para sujetar un vial de ácido que él mismo había preparado. Si alguien entraba sin ser invitado se encontraría con una dolorosa sorpresa.

A continuación movió su diminuta cama hasta el rincón de la habitación más a resguardo de la puerta, que se abría hacia adentro, y dejó la ballesta al alcance de la mano. Volvió a cubrir de veneno la saeta, que ya estaba cargada, y dejó otra cerca, contemplando su trabajo con aprobación. Había puesto sus muchos talentos al servicio de los Ponis Sonrientes. Era el mejor allanador de moradas para reunir información en lugares como Puerta de Baldur, y también hacía un buen trabajo como alquimista, proporcionándoles pociones de sanación, velocidad y heroísmo, además de aquel veneno que había aprendido a elaborar. No era tan eficaz como el veneno adormecedor drow al que había sustituido, ya que no tenía acceso a los hongos que crecían exclusivamente en la Antípoda Oscura, pero había encontrado algunos con los que sustituirlos que crecían en los bosques que rodeaban los Riscos. Era un veneno que no dejaba inconsciente a alguien de constitución grande, pero que sí entorpecía sus movimientos y, como beneficio adicional, el astuto Araña había añadido un jugo de pimienta especialmente picante que hacía que la herida punzante de los pequeños dardos ardiera como si la hubieran penetrado con un atizador al rojo vivo.

Era una distracción bastante buena y, por tanto, una ventaja, que había aprendido de las batallas contra todos a los que había alcanzado con esa arma tan ingeniosa.

Antes de echarse a dormir, el halfling inspeccionó la habitación, observando de cerca cada grieta en la pared a través del prisma de aumento de su anillo en busca de puertas secretas o saeteras.

A pesar de su minuciosa inspección y de las precauciones que había tomado, no durmió mucho aquella noche, ya que esperaba una emboscada y, además, estuvo intentando reconciliar dos identidades muy distintas: la de Araña y la de Regis. En el sur y en el este había sido Araña Parrafin y después de su huida de Delthuntle, Araña Pericolo Topolino. Se había labrado una gran reputación.

Sin embargo, con Diez Ciudades cada vez más cerca, ¿debería seguir siendo Araña? ¿O volvería a ser Regis? Se echó a reír al pensar que le había puesto a su poni el nombre con el que Bruenor solía llamarlo.

—Un poco de ambos sin ser ninguno de los dos en realidad —decidió, e intentó dormir.

Sin embargo, como era de suponer, dejar al lado sus reflexiones lo llevó a recordar lo vulnerable de su posición y la probabilidad que había de que lo emboscaran, un pensamiento inquietante que lo hizo sumirse en una agitada duermevela.

La emboscada no llegó y el halfling, a la mañana siguiente, bajó la escalera y se encontró a Serena sonriente y un buen desayuno preparado para los huéspedes de la posada.

Menuda tropa resultaron ser los huéspedes: todos unos granujas, desgastados por pasar tanto tiempo en los caminos, o en el mar, más probablemente; marginados en busca de trabajo dondequiera que lo hubiera. Regis se sentó en el extremo más alejado de la sala, junto a la chimenea, y lo más cerca posible de una de las pocas ventanas que había por si se veía obligado a escapar por ella. Permaneció con la espalda apoyada en la pared, con la cabeza erguida mientras picoteaba la comida y paseando la mirada de un lado al otro.

Le dio por pensar que cualquiera de los otros doce allí presentes podría matarlo por unas pocas monedas de plata.

Darse cuenta de ello hizo que volviera a recordar la emocionante época del Capitán Deudermont, cuando el buen hombre había intentado arrebatarles el control de la Ciudad de las Velas a los piratas y a la Torre de Huéspedes del Arcano. Había fallado estrepitosamente y la pérdida no sólo fue suya, sino también de toda Luskan, cosa que se hacía bastante evidente ante el panorama de decadencia presente tanto en los edificios como en los ciudadanos.

—Ay… —se oyó suspirar a sí mismo.

Casi todos los huéspedes, salvo dos, se marcharon poco después del desayuno, pero llegaron otros, especialmente después de que Serena ocupara su lugar detrás de la barra.

Regis se limitó a recostarse y observar. La información era su aliado más importante, ya que lo mantendría vivo.

La noche siguiente fue igual de cuidadoso, al día siguiente permaneció igual de atento, y en la tercera noche en la posada lo mismo.

A la mañana siguiente, poco después del desayuno, Jax un Ojo estaba lleno de clientes habituales que iban de aquí para allá. Regis se atrevió a dirigirse a la barra, donde Serena lo saludó efusivamente.

—¡Ah, señor Araña, veo que has encontrado el valor para salir de tu rincón! —dijo—. Ya te dije que no debes temer aquí dentro y tampoco necesitarás las armas.

—Tuve que aprender por las malas a permanecer alerta —dijo.

—Sí —replicó ella, mostrándose de acuerdo—, y te será de mucha ayuda en la mayoría de los rincones de Luskan, y seguro que también en Diez Ciudades, cuando llegues allí.

Se descubrió ligeramente la cabeza, sorprendido e impresionado al ver que ella se había molestado en recordar aquel nimio detalle acerca de su itinerario.

—Un día ajetreado —dijo él.

—Avisos —contestó, señalando el tablón con la cabeza—, la mayoría para tripulaciones. Hay muchos barcos que se harán a la mar en los próximos diez días.

—¿Hay alguno que vaya hacia el norte?

Serena se echó a reír.

—Puede que uno o dos planee parar en Auckney, pero ninguno va al Valle, por si te lo estás preguntando.

—Tan sólo bromeaba —contestó Regis—. Ya he estado allí antes, y sé bien que los témpanos de hielo que van por ahí flotando asustan a cualquiera que se atreva a navegar por esas aguas.

—¿Has estado allí? —preguntó Serena, vacilante—. Ya has dicho que eres de Aglarond.

—Sí.

—Estás hecho todo un viajero, por lo que veo. ¿Has pasado la adolescencia siquiera?

El halfling se echó a reír mientras alzaba la copa de vino.

—Te aseguro que soy mayor de lo que parezco.

—Aun así, alguien como tú habría llamado la atención si hubiera pasado por Luskan, pero no había oído hablar de don Araña Topolino hasta hace cuatro días, ni yo ni nadie.

—¿Así que has estado investigándome?

Serena se encogió de hombros.

—Luskan está llena de ojos y oídos. Tu entrada fue poco común. Si esperabas pasar desapercibido, debes saber que no lo conseguiste.

Regis se encogió de hombros y bebió otro trago. Se bajó de un saltito del asiento que ocupaba y fue hacia el tablón, esperando pacientemente a que los tipos más altos que lo estaban mirando se echaran a un lado para a continuación ocupar su lugar. Había varios avisos esa mañana, la mayor parte pidiendo tripulación y sólo uno de una caravana que, por desgracia, iba a Mirabar.

—Ya saldrá —lo consoló Serena cuando volvió a la barra.

Poco después, Regis estaba de vuelta en su rincón, disfrutando del almuerzo mientras la sala común se llenaba de clientes habituales. Parecían estar de buen humor y, de hecho, la mayoría de los grupos que se hallaban presentes aquel día en Jax un Ojo estaban compartiendo bebidas de despedida antes de hacerse nuevamente a la mar. Regis disfrutaba del espectáculo y de la gran cantidad de brindis. Se dio cuenta de que cada día estaba más a gusto en ese lugar. De hecho, se pasaba casi todo el tiempo mirando por la ventana y varias veces contuvo el aliento al ver elfos oscuros yendo de aquí para allá. Hubo un momento en que un par de ellos entraron en la posada ¡y los demás clientes los trataron con deferencia!

Se fijaron en el halfling elegantemente vestido y lo observaron un rato, haciéndole desear haberse vestido con ropas menos llamativas y caras ese día. De hecho, uno de los drow se dirigió a donde estaba Serena y se pusieron a hablar en voz baja mientras lo miraba a él, sin disimular en absoluto el hecho de que le preguntaba a la camarera por don Araña Topolino.

—Estupendo —masculló el halfling, que se planteaba unirse a la conversación abiertamente.

Sin embargo, desechó esa idea casi de inmediato, cuando un hombre alto y pelirrojo entró en la habitación flanqueado por varios matones que parecían bastante competentes. Estaba claro, por la manera en que la multitud se apartaba a su paso atropelladamente, que era alguien importante.

El pelirrojo fue hacia la barra y Serena se apresuró a servirle, tras lo cual los elfos oscuros le dedicaron un brindis, vaciaron sus copas y rápidamente partieron.

Regis observaba atentamente, intentando averiguar cuál era la relación oculta entre ellos. Cuando el pelirrojo se dirigió hacia el tablón de anuncios junto a la escalera, el halfling se atrevió a volver a la barra.

—Es el gran capitán Kurth —le susurró Serena, sirviéndole un trago—. Creo que has encontrado tu caravana, amiguito.

Regis se lo quedó mirando. Tenía un cartel en la mano, pero aún no lo había puesto en el tablón, ya que estaba leyendo los que se habían puesto recientemente. Todavía estaba concentrado en ellos cuando la multitud presente en la habitación enmudeció nuevamente y a continuación estalló en vítores. Regis miró a su alrededor, confuso, buscando la fuente de aquel alboroto.

A continuación a punto estuvo de caerse de la silla al darse cuenta de que había entrado el dueño del establecimiento y de que era un drow, y Regis sabía que no le faltaba un ojo, aunque llevara un parche.

—Jax —susurró—. ¿Jarlaxle?

Regis, lleno de preocupación, se percató de que el drow se volvió hacia él bruscamente nada más pronunciar el nombre, así que se agazapó sobre su bebida mientras se reprendía en silencio por olvidar que los drow tenían el oído muy fino, especialmente Jarlaxle.

Regis contuvo el aliento y ni se atrevió a levantar la mirada mientras oía el sonido mágicamente amplificado de las botas sobre el suelo de madera, acercándose.

—¿Te conozco, buen señor? —preguntó Jarlaxle, sentándose junto a él mientras hacía señas a Serena para que les sirviera unas bebidas.

—No, buen señor —contestó Regis, sin atreverse a mirar a los ojos a aquel peligrosísimo mercenario.

—Araña Topolino de Aglarond —dijo Serena al servirles las bebidas—. Llegó hace unos días. Está de paso con la esperanza de encontrar sitio en una caravana hacia el Valle del Viento Helado.

—¿El Valle del Viento Helado? —preguntó Jarlaxle con lo que a Regis le pareció fingida sorpresa.

Regis se atrevió a alzar la vista hacia el drow, que estaba sonriendo. Jarlaxle siempre sonreía.

—Tengo familia allí —explicó dócilmente el halfling.

Jarlaxle no respondió de inmediato, pero sí lo miró durante un buen rato, aparentemente sorprendido. Regis intentó no tragar saliva de forma muy notoria. ¿Acaso era posible que lo hubiera reconocido? No, imposible, hacía más de un siglo que no veía a Jarlaxle, según el cómputo drow.

Aun así, esa mirada penetrante y cómplice…

—Le he dicho que podría ser su día de suerte, ya que se comenta que el Gran Capitán Beniago va a anunciar una caravana hacia el valle hoy mismo —dijo Serena.

Jarlaxle aún seguía mirando a Regis de arriba abajo.

—Estás muy bien pertrechado para alguien que busca servir como simple guardia en una caravana —dijo tranquilamente cuando Serena se hubo marchado.

—No quiero viajar solo al Valle del Viento Helado —dijo Regis—. Por los yetis, los goblins y todo eso.

—Llevas un gorro muy bonito.

Regis, que sospechaba que Jarlaxle ya se habría percatado de sus propiedades mágicas, tragó saliva.

—Mi familia estaba bien situada —respondió—. Quizá hayáis oído hablar del Abuelo Pericolo Topolino de Aglarond.

—¿Abuelo? —respondió Jarlaxle, haciendo especial énfasis en el título—. No, no he oído hablar de él… aún.

Regis se reprochó por no callarse a tiempo. No podía verse envuelto en una conversación enigmática con alguien como Jarlaxle. ¡Un maestro espía como él acabaría sabiendo más acerca del halfling que el propio Regis dentro de poco!

—¿Has disfrutado de tu estancia en mi establecimiento? —preguntó educadamente.

—Sí, la señorita Serena es una excelente anfitriona —respondió Regis.

—Bien, pues te deseo buen viaje, señor —dijo Jarlaxle, descubriéndose levemente con aquel sombrero de ala ancha increíblemente grande—. Espero que encuentres un camino que merezca la pena recorrer, hasta llegar a un hogar que merezca la pena contemplar, lleno de amigos con los que merezca la pena brindar.

—Igualmente —contestó Regis, que respiró aliviado cuando Jarlaxle fue a reunirse con otros clientes para abandonar el establecimiento poco después.

Instantes más tarde, el gran capitán Beniago Kurth puso su aviso y se marchó, con lo que Regis acudió rápidamente al tablón y sintió un gran alivio al ver que realmente era una petición de conductores y guardias para una caravana mercante que partía diez días después hacia la ciudad de Bryn Shander en el Valle del Viento Helado.

Tal y como Beniago esperaba, Jarlaxle lo estaba aguardando calle abajo, a poca distancia del Jax un Ojo.

—Un halfling interesante, ¿verdad? —preguntó Beniago, el lugarteniente de Bregan D’aerthe, disfrazado mágicamente de humano y al servicio de la banda de mercenarios drow bajo la apariencia del gran capitán del barco más poderoso de Luskan.

—Solicitará un empleo en tu caravana —respondió Jarlaxle—. Dale un pasaje y asegúrate de que no lo molesten mientras permanezca en Luskan.

Beniago fue incapaz de ocultar su sorpresa.

—¿Lo conoces?

Jarlaxle se encogió de hombros.

—Quizá me recuerde a alguien. No consigo situarlo y, en cualquier caso, no podría estar seguro por culpa del gorro que lleva.

—¿Un gorro de disfraz?

Jarlaxle asintió.

—La ballesta de mano que cuelga de su cinto vale muchos miles de monedas de oro, y está pertrechado con gran cantidad de objetos mágicos, incluido ese extraordinario gorro.

—Además del florete —coincidió Beniago, que parecía impresionado.

Jarlaxle asintió, pero no pudo evitar volver la vista hacia la taberna, sumido en honda reflexión.

—¿Qué es lo que sabes? —insistió Beniago.

—Poca cosa —admitió Jarlaxle—, y nunca me ha gustado saber poco.

—Podría hacer averiguaciones… —comenzó a decir Beniago, pero Jarlaxle sacudió la cabeza, cortando de raíz ese tipo de pensamientos.

—No se lo debe molestar —ordenó Jarlaxle.

—¿Y vigilar?

El líder de Bregan D’aerthe asintió.

—Sí, cuando vuelva.

—Su intención, o eso le dijo a Serena, es permanecer todo el invierno en el norte.

Jarlaxle reflexionó un instante sobre eso. Por alguna razón que no lograba averiguar, como si se tratase de algo que había olvidado hacía tiempo, le pareció apropiado que el halfling estuviera en el Valle del Viento Helado.

—Averiguaré dónde se instala.

Beniago asintió y le aseguró a su señor que conocería cada uno de sus movimientos.

Un cálido día de otoño, casi dos meses más tarde, Regis se tendió a orillas del lago Maer Dualdon tras quitarse las botas y dejarlas junto a él sobre el musgo, con un sedal atado al dedo gordo del pie. Tras él, a resguardo de los pinos, estaba la acogedora casita que había comprado a las afueras de la pequeña población conocida como Bosque Solitario.

Aquel lugar había cambiado muy poco en el último siglo, cosa de la que Regis se alegraba. Había vivido en aquel pueblo muchos años de su anterior existencia, en una casa que apenas quedaba a cien pasos de allí. A pesar de lamentar haber dejado algunos caminos atrás, se sentía como si hubiera vuelto a casa.

Se tumbó de espaldas y observó las nubes algodonosas que flotaban desganadas en el intenso cielo azul del Valle del Viento Helado en pleno otoño.

Pensó en Donnola y en cuánto deseaba que estuviera allí con él, pescando y tallando hueso de trucha, viviendo en paz y disfrutando del lento paso de las estaciones.

—Se quedó en el Valle del Viento Helado —informó Beniago a Jarlaxle en las cavernas subterráneas que había bajo la ciudad de Luskan, un lugar lleno de fantasmas conocido como Illusk, que Bregan D’aerthe había convertido en su cuartel general—. Posiblemente el pequeño sea un forajido, quizá traicionó a los Ponis Sonrientes de Doregardo. Me he enterado de que estuvo cabalgando junto a ellos los dos últimos años.

—¿Han venido tan al norte para preguntar por él?

—No. Si Doregardo lo busca, nosotros no hemos tenido noticias.

—Sin embargo, ¿cómo se explica que alguien como él, tan lleno de riquezas y magia, aparentemente tan hábil, haya elegido retirarse al Valle del Viento Helado?

—¿Quizá para cerrar un trato? —dedujo Beniago—. A lo mejor hay algún interesado al sur que desea comerciar con Diez Ciudades.

Jarlaxle se encogió de hombros. Araña había mencionado a un Abuelo, que solía ser un título reservado a los líderes de los gremios de asesinos. ¿Quizá aquel pequeño era un discípulo avezado? Sin embargo, no veía cómo podía encajar eso con los Ponis Sonrientes, una banda de justicieros que no podía simpatizar con un gremio de criminales.

—¿Le echo un ojo? —preguntó Beniago, interpretando correctamente la expresión en el rostro de Jarlaxle.

—Medio ojo —le ordenó este—. Y haz averiguaciones en Aglarond acerca de un tal Abuelo Pericolo Topolino.

A Beniago se le pusieron los ojos como platos al oír mencionar el título.

—Sé discreto —aclaró Jarlaxle.

Beniago asintió.