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EL TEJIDO

Año del Intemporal (1479 CV)

Luruar

E

l águila aprovechaba las corrientes ascendentes del frente que se aproximaba, deslizándose fácilmente hacia el oeste, y ahora con la región conocida como los Riscos a la vista. Catti-brie sabía que más allá de aquellas colinas onduladas estaban Luskan y la Costa de la Espada, además del paso montañoso que la conduciría a su hogar: el Valle del Viento Helado.

Dado lo limitado de su magia, esperaba pasar por Luskan en unas pocas jornadas, para llegar al valle, a Diez Ciudades, diez días después.

Estaba pensando en su hogar más reciente, en Niraj y Kavita, y esperaba que estuvieran bien. ¿Se habrían enterado de su muerte? ¿Habría acudido lady Avelyere al campamento desai para interrogarlos o, peor aún, para castigarlos?

Ese pensamiento inquietó a Catti-brie y le arrebató la quietud de aquel momento de inmensa soledad. Pensó que quizá debería haberse quedado en Netheril para proteger a sus padres, luchar y probablemente morir junto a ellos si Avelyere aparecía.

Seguramente habría muerto, pensó, asintiendo con la cabeza. Al hacer ese ligero movimiento, Catti-brie notó una extraña punzada, una sensación de presión en las articulaciones similar a la que sentía cuando cambiaba de forma. También notó que su visión cambiaba de repente, como si pasara de sus ojos de águila a los de humana, o algo intermedio y extraño. Durante un breve instante, el cielo que la rodeaba se oscureció, después pareció que algo lo iluminaba, y en ese momento entre la luz diurna y la nocturna, salpicada de estrellas, vio o imaginó una enorme urdimbre de hebras gigantes que envolvía al mundo entero.

No sabía qué pensar; era incapaz de desentrañar el significado de aquella extraña imagen o de la presión que notaba en las articulaciones y la transformación de su visión. El mundo parecía estar mucho más lejos y, por un instante, la mujer se preguntó si alguna corriente la habría impulsado hacia arriba.

Pero no, Catti-brie se dio cuenta de que era una ilusión motivada por el cambio en la visión, ya que había vuelto a sus ojos humanos.

¡Su cambio de forma estaba fallando!

Se concentró en su magia arcana, recordó el conjuro de levitación que había memorizado, pero no era capaz de concentrarse. El conjuro no tenía sentido para ella ni las palabras le llegaban con claridad. ¡Algo no iba bien! Le costaba mucho volar y notaba cómo las alas le crujían en pleno proceso de transformación.

En circunstancias normales, Catti-brie habría ascendido aún más alto antes de la transformación, para así tener más tiempo de caída y, por tanto, más tiempo para activar la levitación. Pero las palabras sencillamente no le venían a la mente.

Seguro que lady Avelyere la había encontrado y la estaba atacando con magia, disipando sus hechizos y confundiéndola.

Descendía cada vez más de prisa, en picado e incluso con las alas pegadas a los flancos, ya que sabía que debía llegar al suelo lo antes posible. Se fijó en un bosquecillo de pinos y planeó hacia allí sin modificar el ángulo de descenso.

Notó cómo se disipaba la magia y trató de ascender con todas sus fuerzas, para evitar el choque contra el suelo. Aunque funcionó, un instante después ya no tenía alas, sino brazos. Todavía estaba a unos quince metros del suelo y, ya en forma humana, comenzó a caer hacia un lugar en el que ningún ser humano debería estar. Se esforzó por recitar el conjuro de levitación, pero era incapaz de recordar el orden de las palabras con un mínimo sentido, aparte de que ya no tenía tiempo.

Chocó contra un grueso pino, rompiendo ramas y extremidades, y rebotó desde la copa hasta la rama más baja, donde pudo por fin sujetarse un instante antes de caer a plomo los últimos tres metros. Aterrizó de espaldas y quedó inconsciente.

—¡La ciudad está sumida en el caos! —informó Rhyalle, que entró apresuradamente en la habitación junto con Eerika.

Lady Avelyere les dirigió una breve mirada antes de volverse de nuevo hacia la ventana, sin responder. Veía el tumulto que se había organizado en las calles al pie del Aquelarre y a los mensajeros corriendo de un lado a otro, sin duda entregando mensajes de un lord a otro.

Algo debía de haber ocurrido. Algo impactante y dramático, y no sólo en el interior del Aquelarre, que era donde habían sentido con mayor intensidad el cambio.

—¿Qué significa, señora? —se atrevió a preguntar Eerika.

—No sabemos lo que es, ¿cómo crees que iba a poder responderte a esa pregunta? —la riñó Rhyalle.

—¿Has hecho lo que te pedí? —preguntó Avelyere, girándose para mirar a Eerika. La joven asintió—. Entonces, adelante.

Eerika se volvió a mirar a Rhyalle en busca de apoyo. No habían empezado juntas la carrera hasta los aposentos de Avelyere, pero se habían encontrado en el amplio vestíbulo del edificio principal. Rhyalle volvía de la calle y Eerika de la vieja biblioteca.

—Señora, las palabras no son fáciles de…

—Inténtalo —le ordenó lady Avelyere—. Es un hechizo menor.

Eerika respiró hondo, alzó la mano con la palma hacia arriba y comenzó a recitar quedamente un conjuro. Instantes más tarde, se le formó en la mano un estallido de luz que brilló con intensidad unos pocos segundos antes de hacerse más débil. La mujer bajó la mano, pero el orbe de luz siguió flotando en el aire, frente a ella.

—Por los dioses —susurró lady Avelyere, volviéndose hacia la ventana, sin embargo, para alzar la vista al cielo en vez de dirigirla hacia las calles.

Aquella mañana temprano, había reinado la confusión entre las hermanas, ya que los conjuros que habían preparado se habían convertido en un revoltijo inservible. Por si eso no fuera lo bastante extraño, ahora Eerika, una joven usuaria de la magia, que no tenía práctica alguna en las antiguas costumbres, acababa de realizar un conjuro de creación de luz procedente de un encantamiento que se creía desaparecido desde hacía más de un siglo.

—¿Qué significa, señora? —preguntó Eerika.

—Somos una magocracia —respondió tranquilamente—. Significa que primero reinará la confusión, después caminaremos hacia la transición y por último hallaremos un poder renovado.

Las dos jóvenes se miraron llenas de preocupación.

—Agilidad mental —les dijo lady Avelyere, volviéndose para dedicarles una mirada reconfortante—. El imperio de Netheril es el más poderoso porque somos más sabios e inteligentes. Ya hemos experimentado en otras ocasiones curiosidades cósmicas como esta. —Hizo un gesto de asentimiento y les señaló la puerta—. Id a descansar y, cuando lo hayáis hecho, preparad nuevamente los conjuros. Ya veremos qué pasa mañana.

Las dos mujeres hicieron una reverencia antes de marcharse, y la Señora se volvió nuevamente hacia la ventana. Estaba sucediendo algo que escapaba a su comprensión, algo que iba más allá de cualquier cosa que hubiera experimentado. Podía sentirlo, y eso era algo que le daba al mismo tiempo miedo y esperanzas. El mundo cambiaba constantemente… su querido Parise le había confiado sus preocupaciones con respecto a «La Oscuridad de Cherlrigo» e incluso había sugerido que el tejido de la magia podría volverse inestable. Sí, algo estaba cambiando, ¿y acaso no había descubierto ella misma el renacer de una de las favoritas de Mielikki en forma mortal?

Además ese día era muy confuso, y lady Avelyere no estaba segura de lo que podría significar más adelante.

Aun así, independientemente de lo que resultase de aquel traspié mágico (y es que esa era la única palabra que se le ocurría para describir los acontecimientos que habían tenido lugar ese día), estaba decidida a sacar provecho de ello.

Eso era lo que hacían siempre los más listos.

Catti-brie recuperó la consciencia entre espasmos de dolor. Estaba tendida en el suelo, rodeada de sangre y con una pierna doblada en un ángulo extraño; seguramente estaba rota, al igual que uno de sus brazos, que palpitaba sin cesar. El sol estaba ya muy bajo sobre el horizonte, por lo que dedujo que llevaba allí tirada muchas horas. Se dio cuenta de que tenía suerte de seguir con vida.

La levitación le había fallado… ¿por qué no había sido capaz de recordar las palabras y la cadencia del conjuro? ¿Y por qué el poder de cambiar de forma que extraía de sus cicatrices se había desvanecido tan pronto?

Todas aquellas preguntas le hicieron recordar sus temores acerca de si lady Avelyere la habría encontrado y habría provocado su caída. Se incorporó sobre un hombro y miró a su alrededor, desesperada, a pesar de que girar la cabeza acrecentaba su malestar.

Haciendo uso de toda la disciplina que pudo reunir, gracias al entrenamiento recibido a lo largo de dos vidas, Catti-brie se obligó a dejar a un lado sus miedos y concentrarse. Pensó en otros encantamientos que tenía preparados, pero ninguno le parecía útil dadas sus circunstancias actuales y, lo que era peor, ninguno le venía a la mente con claridad. Si Avelyere llegaba antes que ella, ¿sería capaz siquiera de farfullar el más sencillo de los trucos para defenderse?

Recurrió a su mayor salvaguarda, su conjuro favorito, y se concentró en el clima. Sí, crearía una tormenta y si aparecía cualquier enemigo, lo mataría con potentes rayos.

Estaba convencida de haberlo activado, pero necesitaba tiempo para que las nubes se juntaran y la tormenta llegase a cuajar.

Además, mientras empezaba a perder la consciencia se dio cuenta de que lo principal era contener la hemorragia.

Se puso a rezar, pidiéndole a la diosa conjuros de sanación y, para su gran alivio, aquellas palabras de súplica fluyeron a través de ella, al contrario que los conjuros de la magia arcana. Vio cómo la bruma azulada se concentraba sobre el maltrecho brazo derecho, fluyendo desde el interior de la manga de su túnica.

El conjuro hizo efecto y Catti-brie notó que la invadía una sensación de suave calidez, tan delicada como la seda, y muy reconfortante. Esa sensación le recorrió el cuerpo como una gran ola que llegó a romper con un estallido de energía en su brazo derecho, justo sobre la cicatriz mágica de la diosa que la había favorecido con semejante poder.

Mientras la neblina se disipaba, retiró con mano temblorosa la manga de su brazo derecho. Echó un vistazo a la cicatriz, que representaba la cabeza del unicornio de Mielikki, y pestañeó varias veces, preguntándose si sería un efecto óptico o si estaría mareada por la pérdida de sangre. Aunque la cicatriz permanecía visible, parecía más clara que nunca, como si fuera un tatuaje en vez de una marca de nacimiento. Tanto el cuerno del unicornio como el resto de la cabeza estaban rodeados por un reborde de color dorado.

Otra oleada de dolor la hizo volver en sí, así que retomó el cántico, pidiéndole más a la diosa. La neblina volvió a surgir del unicornio y pensó que sus poderes divinos no sólo estaban intactos, sino que eran aún más potentes.

Lanzó un tercer conjuro de sanación menor y, a continuación, mientras se le aclaraban las ideas, lanzó otro para heridas más graves, concentrando toda su energía en la pierna. El efecto fue inmediato, se sintió mucho mejor envuelta en la calidez de la luz azulada, como si las olas del mar apartaran suavemente las algas. Se incorporó un poco más e incluso flexionó la rodilla al tiempo que la pierna se le iba enderezando.

Sobreviviría a la caída y lo más probable es que pudiera caminar al día siguiente, una vez se hubieran renovado sus poderes divinos para realizar más sanaciones en su maltrecho cuerpo.

Inhaló profundamente y contuvo la respiración mientras retiraba la manga izquierda.

La estrella de siete puntas aún seguía ahí y, al igual que la cabeza de unicornio, parecía más nítida, como un tatuaje, excepto por los rebordes, que no eran dorados, sino rojo sangre, como una telaraña de venas furiosas que hacían palpitar la marca de Mystra.

¿Qué significaba aquello?

Catti-brie intentó recordar un conjuro arcano de su repertorio, pero, por desgracia, al igual que el de levitación, había perdido aquellos conjuros que había memorizado, no eran más que un revoltijo de palabras sin sentido. Siguiendo una corazonada, pensó en uno concreto, su bola de fuego preferida. Cerró los ojos y pensó en la primera vez que había lanzado el conjuro, en otro cuerpo y en otro tiempo, y se esforzó por desenmarañar el revoltijo de palabras de aquel encantamiento.

Esta vez lo consiguió, y se escuchó entonando el cántico, en parte antiguo y en parte nuevo, y una bola incandescente del tamaño de un garbanzo apareció en su mano. La arrojó, poniendo toda su voluntad en lanzarla a un lugar alejado de ella y de los árboles, donde explotó correctamente generando una onda expansiva. Los zarcillos de energía mágica de su brazo izquierdo brillaban alrededor del símbolo de la estrella de siete puntas.

Catti-brie se la quedó mirando mientras meneaba la cabeza.

¿Qué podía significar?

Mientras seguía mirando en aquella dirección y las llamas se desvanecían, algo más llamó su atención y suscitó más preguntas. Vio las primeras estrellas del anochecer.

¿Dónde estaba la tormenta que había conjurado?

Miró a su alrededor y vio que el cielo estaba totalmente despejado. Su conjuro había fallado estrepitosamente.

¿Qué podía estar pasando?

—¿Qué significa? —le preguntó lady Avelyere a lordg Parise Ulfbinder al día siguiente.

Ella y sus subalternos habían conseguido realizar algunos conjuros mágicos, pero a duras penas y no en todos los casos.

—Inestabilidad —respondió Parise, que parecía bastante alterado—. Esta mañana hablé con lord Draygo Quick. Podría ser lo que nos estábamos temiendo.

—Explícate.

El señor netheriliano meneó la cabeza.

—Algo está ocurriendo en el mundo. ¡En ambos mundos! Pero aún no soy capaz de darle una explicación. Los Doce Príncipes han acudido a los sacerdotes en busca de su sabiduría.

—¿Las viejas costumbres? ¿Los viejos dioses?

—¿Dónde está tu antigua alumna? —preguntó Parise—. ¿Has conseguido localizarla?

—¿Ruqiah? —Lady Avelyere hizo un gesto de impotencia.

—Dijiste que no creías que hubiera muerto en el incendio.

—No, el cuerpo que encontramos calcinado entre los escombros seguro que no era el suyo.

—Entonces, ¿dónde está?

—Bastante lejos —respondió la adivina—. He escrutado toda la superficie de Netheril mágicamente…

—En el oeste —la interrumpió Parise—. Búscala allí. En la Costa de la Espada, Luskan, el Valle del Viento Helado…

Lady Avelyere lo miró, llena de curiosidad.

—¿Qué es lo que sabes?

—Después de que vinieras a contarme aquella historia tan interesante, obviamente hice mis propias pesquisas —respondió—. Describiste una montaña solitaria.

—Podría estar en cualquier lugar.

—Ese lugar podría ser el Valle del Viento Helado.

Lady Avelyere se encogió de hombros, ya que aquel nombre no tenía ningún significado para ella.

—Es una extensión de tundra desolada que se halla al otro lado de las montañas de la Columna del Mundo, al norte de la ciudad de Luskan —explicó Parise—. Allí vive muy poca gente, y apenas llegan viajeros, pero hace tiempo fue el hogar de Drizzt Do’Urden, Bruenor Battlehammer y su hija adoptiva, Catti-brie.

—Igual que Mithril Hall…

—Además, las ciudades del Valle del Viento Helado están construidas al pie de una única montaña que se alza en la tundra.

Lady Avelyere se pasó la lengua por los labios mientras digería aquella nueva información. Podría ser.

—Quiero que busques entre el enclave de las Sombras y el Valle del Viento Helado —ordenó Parise—. Seguramente encuentres a la muchacha.

—¿Y después?

—Vigílala. No la traigas de vuelta al enclave de las Sombras. Vamos a averiguar lo que podamos desde lejos, por seguridad.

—Todavía faltan cinco años para el encuentro programado —le recordó lady Avelyere.

—Es un período de tiempo muy corto en el calendario cósmico. Sin embargo, es tiempo más que suficiente para que la inteligente lady Avelyere y su Aquelarre encuentren a la oveja descarriada, ¿no es cierto?

La mujer asintió.

—Hemos puesto a disposición de todos los practicantes de magia las bibliotecas del enclave —añadió Parise justo cuando lady Avelyere se disponía a marcharse—. Al parecer, debemos volver a adaptar nuestra magia.

—¿A las viejas costumbres?

El señor se encogió de hombros.

—¿Quién sabe?

—Ruqiah podría saberlo —bromeó la mujer, al tiempo que meneaba la cabeza, sonriendo con resignación e impotencia.

Parise respondió con una expresión parecida.

Al día siguiente, Catti-brie se sentía mucho mejor, incluso antes de volver a imbuirse de la magia curativa de Mielikki. Sus conjuros arcanos seguían siendo un revoltijo y se dio cuenta de que apenas podía comprender las delicadas entonaciones de los encantamientos que aparecían esbozadas en su libro de conjuros. Tenía la sensación de que todo lo mágico se había desplazado varios grados, como si los engranajes se hubieran movido en direcciones distintas. No lograba comprenderlo.

—Pues que así sea —dijo, y salió de entre las ramas de pino que le habían servido de refugio.

Alzó la vista hacia el sol naciente y después miró a su alrededor, observando los Riscos, que se divisaban a lo lejos, y el norte, donde estaban los altos picos de la Columna del Mundo, aunque no podía verlos desde aquella posición.

Pensó en su posición actual, el día y la estación. Tenía tiempo de sobra para llegar al Valle del Viento Helado (años incluso), así que un cambio de rumbo podría convenirle.

—¿Aguas Profundas? —susurró.

Los señores de aquella ciudad entre ciudades debían de estar investigando aquellos extraños sucesos, pero ¿cómo podría una astrosa muchacha de otra parte del mundo obtener información de aquellos tipos tan arrogantes? Ya no era la princesa Catti-brie de Mithril Hall, sino la pequeña Ruqiah de los desai, una desconocida nada importante.

Pensó en el Alcázar de la Candela, la famosa biblioteca situada al sur de Aguas Profundas, en la costa. Si alguien en los reinos podía averiguar lo que estaba sucediendo, eran los sabios de aquel lugar tan ilustrado. Aun así, nuevamente se planteó cómo podría ella acceder a aquel lugar.

Alzó los brazos, agitándolos, y las mangas se deslizaron hacia abajo. ¿Bastarían sus cicatrices mágicas para que la admitieran?

Sin embargo, ya no parecían cicatrices. Cualquier avezado tatuador de la Costa de la Espada podía haber creado las marcas que Catti-brie tenía en la cara interior de los antebrazos.

La mujer exhaló profundamente y a continuación invocó el poder de las cicatrices, pensando en cambiar de forma y seguir su camino, fuera el que fuese. Cerró los ojos y se concentró en las marcas, poniendo toda su voluntad en convertirse nuevamente en una gran águila.

No sucedió nada.

Abrió los ojos y se miró los brazos. No se había empezado a formar neblina, ni había rastro alguno de magia.

No podía cambiar de forma. No podía convertirse en águila, ni en ratón, ni en lobo. Darse cuenta de ello la afectó profundamente. Todavía estaba a cientos de kilómetros del Valle del Viento Helado y, de repente, el camino le parecía mucho más peligroso e incierto.

Se obligó a calmarse e inspeccionó racionalmente todas sus opciones. Aun sin el cambio de forma y sin la creación de tormentas y rayos, era una discípula de Mielikki con poderes divinos. También era una maga entrenada en Luna Plateada y en el enclave de las Sombras. No era una criatura perdida en el camino. Era Catti-brie, y ya había recorrido aquella senda, en otra vida. Podía luchar y podía realizar conjuros divinos y arcanos. Miró a su alrededor y trepó a uno de los pinos para tener mejor perspectiva. La pierna herida le dolía por el esfuerzo y al flexionarla, a pesar de la magia que había usado sobre ella.

Pensó en el día anterior, cuando había sobrevolado la zona. Recordó que al oeste había un camino e hizo un gesto de asentimiento, ya que lo conocía. Hacía tiempo se lo conocía por el nombre de la Carretera Larga.

Así que sonrió mientras pensaba adónde la conduciría aquel camino y lo que averiguaría cuando llegara a ese destino concreto.

Encontró un palo de la longitud adecuada para usarlo como bastón y partió con expresión decidida. Era Catti-brie. Había vuelto por voluntad de Mielikki para cumplir con un gran propósito y no flaquearía.

Le llevó toda la tarde recorrer aquel camino (o lo que quedaba de él, ya que ahora era una senda estrecha y poco transitada) y después se dirigió al norte. Le dolía la pierna, pero no se detuvo ni aminoró el paso.

Estaba comenzando a anochecer, así que Catti-brie se puso a buscar un lugar adecuado para levantar su campamento. Se salió del camino, deteniéndose en un pequeño promontorio. Justo cuando estaba empezando a preparar la hoguera, con piedras alrededor para evitar que las llamas se pudieran ver desde lejos, el cielo se iluminó de repente con una gran llamarada de tonos anaranjados hacia el norte.

Catti-brie se acercó apresuradamente al borde del promontorio que miraba en esa dirección y escudriñó la lejanía.

Un rayo partió en dos el cielo nocturno, seguido de una bola de fuego y, posteriormente, de un estallido de chispas multicolores y destellos tan magníficos que no pudo evitar una risita de aprobación.

A lo lejos se oyó el sonido de las explosiones instantes más tarde, junto con lo que parecía una serie de vítores.

Otra bola de fuego apareció, esta vez más cerca del suelo, con lo que iluminó las tierras que había debajo, incluida una gran mansión construida sobre una colina.

¡Longsaddle! Y no parecía estar lejos. Se olvidó de montar el campamento y se puso en camino con fuerzas renovadas.

La noche era cada vez más oscura, había tramos de la Carretera Larga que parecían poco más que los surcos dejados por una carreta, pero en el norte seguía habiendo explosiones que le servían de guía y poco después entró en el pueblo de Longsaddle, hogar de los Harpell, un lugar que había visitado en numerosas ocasiones en su vida anterior.

Al parecer, todo el pueblo había salido a la calle. Había cientos de personas vitoreando y bailando ante el espectáculo que estaba teniendo lugar en lo alto de la colina, en los terrenos pertenecientes a la Mansión de Hiedra, que era donde vivía la familia Harpell. Los magos estaban utilizando sus habilidades para crear en el cielo un gran espectáculo de fuego, rayos y todo tipo de efectos mágicos con resultados verdaderamente magníficos.

—¿Qué ocurre? —le preguntó Catti-brie a una pareja de jóvenes que se encontraban al pie de la colina.

—Nadie lo sabe —contestó el hombre—. ¡Pero nuestros magos Harpell parecen bastante alegres y con ganas de fiesta esta noche!

Catti-brie rodeó a los que se hallaban allí reunidos y siguió el camino que conducía a las puertas de la mansión en lo alto de la colina. Parecía un trozo de valla aislado de no más de diez pasos de largo, pero ella sabía que no era así. A los lados surgía una valla invisible que rodeaba toda la colina.

Llegó a las puertas y llamó, pero nadie pareció oírla ni hubo reacción alguna. Podía ver a los magos en lo alto de la colina, subidos al tejado y lanzando vítores y conjuros uno detrás de otro.

Catti-brie volvió a llamar y, al ver que no funcionaba, se puso a susurrar su propio hechizo. La bola de fuego, del tamaño de un guisante, se elevó en el cielo y estalló en una bola de mayor tamaño.

La gente que estaba más abajo gritó y retrocedió sorprendida (y asustada, sin duda). De más arriba llegaron gritos y advertencias, y los magos salieron en desbandada. Poco después, se enfrentó a ella la guardia del pueblo desde abajo y un grupo de Harpells al otro lado de las puertas.

—¿Quién te crees que eres para hacer magia sin autorización en Longsaddle? —preguntó un anciano mago, nervudo y vestido con una túnica arrugada.

A modo de respuesta, Catti-brie alzó los brazos y los agitó para que las mangas cayeran, dejando al descubierto las marcas.

—Una amiga —dijo—, aunque hace muchos años que no paso por aquí.

El anciano mago se acercó y la miró de arriba abajo.

—No te conozco.

—No —coincidió, meneando la cabeza—, pero yo a ti sí, como parte de la familia Harpell al menos, y algunos me tuvieron por amiga hace tiempo. Cuando te cuente mi historia, lo comprenderás.

—¡Pues ya puedes empezar! —exigió.

Catti-brie miró por encima del hombro en dirección a la guardia del pueblo y después volvió a mirar al mago con expresión dubitativa.

—¡Bueno, pues ven conmigo! —exigió un hombre que estaba tras ella pero, al acercarse, el mago alzó la mano.

—Conocía a Harkle —se atrevió a admitir Catti-brie, esperando que reconocieran aquel nombre del pasado—. También conocí a Bidderdoo.

—¿Los Bidderdoos? —dijo sin aliento el hombre que tenía detrás, retrocediendo mientras negaba con la cabeza.

Catti-brie lo miró, curiosa, sin comprender a qué se refería o por qué había utilizado el nombre en plural. Sacudió la cabeza y volvió a mirar al mago, que ya estaba abriendo las puertas con manos torpes. Él y los otros le hicieron señas para que pasara y la acompañaron colina arriba.

—Mi nombre es Penélope —se presentó una mujer de mediana edad, que acababa de entrar en la agradable habitación donde los otros habían dejado a Catti-brie, indicándole que se pusiera cómoda.

Fue a levantarse de donde estaba sentada, pero la mujer de mayor edad le indicó con un gesto que no lo hiciera y a continuación se colocó frente a ella.

—Ca… Ru… —iba a responder Catti-brie, pero se detuvo, riéndose de sí misma, ya que lo que debería haber sido un simple saludo no lo era.

Utilizar su verdadero nombre daría lugar a muchas preguntas, que abarcaban mucho más que su llegada a la Mansión de Hiedra, y utilizar su nombre desai podría facilitarle las cosas a lady Avelyere a la hora de localizarla.

—Soy Delly —respondió con una cordial sonrisa, tomando prestado un nombre de su pasado más remoto—. Delly Curtie.

—Bienvenida, Ca-ru-delly —respondió Penélope Harpell, esbozando una sonrisa cómplice.

—Delly Curtie —respondió Catti-brie, inexpresiva.

—¿Y qué trae a Delly Curtie a Longsaddle?, me pregunto.

—Vuestra demostración de magia de esta noche, principalmente. La vi cuando estaba en el camino, y ya que yo también tengo práctica en el Arte…

—Entonces ya conocías Longsaddle, sin duda, y no hacían falta fuego ni rayos para atraerte hasta aquí.

Catti-brie miró a la mujer con intensidad y esta le devolvió la mirada. Iba a inventarse alguna explicación, pero se dio cuenta de que sólo se hundiría en mentiras cada vez más grandes ante la atenta mirada de Penélope. Se vio obligada a recordar que los Harpell eran buena gente, aunque bastante excéntricos. Siempre habían sido aliados de los Compañeros del Salón y de Mithril Hall. De hecho, habían acudido prestos a ayudar a Bruenor cuando los drow habían invadido los túneles de los enanos.

—Me dirigía hacia la costa —dijo Catti-brie—, pero ciertos acontecimientos recientes me retrasaron y, debo admitir, me dejaron perpleja.

—Continúa.

—Cambios —respondió Catti-brie— en la magia.

Se encogió de hombros y puso las cartas sobre la mesa, volviendo a retirarse las mangas de la túnica para dejar al descubierto las dos cicatrices mágicas, que ahora tenían la apariencia de tatuajes de distintos colores.

Penélope entornó la mirada mientras observaba los antebrazos marcados de la mujer y se inclinó hacia adelante para acercarse, llegando incluso a sostener el brazo de Catti-brie para darle la vuelta y poder ver mejor la estrella de siete puntas que tenía en el izquierdo.

—¿Qué artista te hizo esto? —preguntó.

—Ninguno.

Volvió a mirarla a los ojos.

—¿Son cicatrices mágicas?

—Lo eran, al menos.

Penélope se enderezó y miró a su alrededor. Fue hacia la puerta para cerrarla, después volvió y se quedó de pie frente a Catti-brie. Se levantó la túnica y se giró hacia un lado, mostrándole una marca en la cadera izquierda, una mancha azul y parda bastante descolorida.

—¡Ojalá la mía hubiera adoptado un aspecto más atractivo, como las tuyas! —dijo—. ¿No hiciste nada para retocarlas?

—Sucedió sin más hace nada, cuando estaba sola en el camino.

—¿Y qué hacías sola por los caminos?

—Dirigirme hacia la costa, como te he dicho.

—Estas tierras son peligrosas para viajar solo, aunque seas una maga.

—Iba volando —admitió Catti-brie—. Gracias al poder de las cicatrices, volaba como un pájaro. Sin embargo, de repente me caí.

Penélope emitió un grito ahogado.

—¿Qué sucede? —preguntó la mujer más joven.

—¿Me dirás cuál es tu verdadero nombre, Delly Curtie?

—No me creerías, así que no, aún no. Quizá con el tiempo, cuando lleguemos a confiar la una en la otra.

Penélope caminó alrededor de su silla.

—Me han dicho que mencionaste a los Bidderdoos.

—Bidderdoo —la corrigió Catti-brie.

—A un Bidderdoo, entonces. ¿A cuál?

Catti-brie soltó una risita, algo confusa.

—Bidderdoo —respondió—. Bidderdoo Harpell.

—No existe ningún Bidderdoo Harpell.

—Existió. ¿Qué son los Bidderdoos?

—Bidderdoo lleva muerto un siglo —respondió Penélope—. Su legado pervive en el bosque que rodea Longsaddle.

Catti-brie reflexionó unos instantes.

—Licántropos —susurró.

—Sí, los llamamos los Bidderdoos. La gente del pueblo les tiene bastante miedo, pero, en realidad, protegen al pueblo y no nos hacen daño. Me sorprende que no te los encontraras en el camino, llegando de manera tan sospechosa en plena noche. Aunque quizá estaban disfrutando de nuestra celebración.

—Fue bastante increíble —coincidió Catti-brie.

—Una demostración extraordinaria para estos tiempos tan emocionantes —admitió Penélope—. Han estado sucediendo cosas extrañas en la Mansión de Hiedra.

Catti-brie rio ante lo insuficiente que resultaba aquella descripción.

—La reputación de los Harpell te precede, buena señora.

Penélope permaneció callada un instante, como si se estuviera pensando la respuesta, pero después no pudo evitar sonreír.

—Sí, espero que así sea. Una reputación ganada a pulso. —Volvió a sentarse en la silla con una expresión cada vez más seria.

—¿Cómo es posible que conocieras a Bidderdoo Harpell? Y mencionaste a otro más a la entrada.

—Harkle.

—¿Cómo es posible?

—Me crie en Mithril Hall.

—¿Te criaste entre los enanos Battlehammer? ¿Y aprendiste magia?

—Estoy bastante bien entrenada —dijo Catti-brie—. ¡Aunque tampoco es que sea una archimaga!

—Vi tu bola de fuego —respondió Penélope—. ¿Te decantas más por la evocación?

—Me gusta hacer estallar cosas —dijo Catti-brie con una sonrisa irónica.

—¡Hablas como una Harpell!

—Me gusta hacer estallar cosas cuando no estoy cerca de ellas —aclaró Catti-brie, y Penélope no pudo evitar reírse y darse una palmada en la rodilla.

—Quizá no como una auténtica Harpell, entonces —dijo—. Dime, ¿tienes más conjuros en tu repertorio?

Catti-brie se quedó pensativa un instante e hizo un gesto de asentimiento.

—Un abanico llameante —dijo, juntando los pulgares y agitando los dedos.

Penélope miró a su alrededor, a continuación le hizo señas a Catti-brie para que la siguiera a un punto despejado de la habitación donde poder realizar un conjuro de manos ardientes sin arriesgarse a prender fuego a la casa.

—Un momento —dijo la mujer de mayor edad antes de abandonar la habitación, volviendo poco después con dos personas más: un hombre de la misma edad que Penélope y otro mucho más mayor.

—Mi esposo, Dowell, y Kipper Harpell, el anciano del clan.

Ambos saludaron cordialmente con un gesto de cabeza y Dowell desenrolló un pergamino, que sostuvo frente a Kipper al tiempo que le dedicaba un gesto de asentimiento a Penélope.

La mujer señaló al espacio vacío que se hallaba frente a Catti-brie y le dijo:

—Por favor, adelante con el conjuro.

Catti-brie alzó las manos y comenzó a conjurar.

—Más alto, querida niña, por favor —pidió Kipper.

Catti-brie carraspeó y volvió a comenzar. Tras unos instantes, un abanico llameante surgió de sus dedos. Era un hechizo sólido, aunque no de los más potentes. Se volvió para mirar a los tres testigos, que sonreían de oreja a oreja mientras Kipper movía la cabeza en un gesto de asentimiento.

—¡Miradle el brazo! —dijo Penélope, fijándose en la neblina azulada que se había formado alrededor del antebrazo de Catti-brie.

Se acercó presurosa y tiró de ella, llevándola con los otros y retirándole la manga para mostrarles la marca de la estrella de siete puntas.

—¿Qué? —preguntó Catti-brie.

—Mystra —dijo Kipper con veneración, inclinando la cabeza.

—Entonces es cierto —añadió Dowell, con una gran sonrisa.

—¿Qué? —volvió a preguntar Catti-brie.

—Tu forma de conjurar —empezó a explicar Penélope, pero Kipper la hizo callar.

—Extrajiste tu poder de la magia antigua —dijo—. ¿Fuiste entrenada para hacerlo?

Catti-brie no sabía qué responder, ya que había sido entrenada de ese modo en otra vida, no en esta.

—¿Qué significa? —preguntó, evitando responder a la pregunta.

—El Tejido, muchacha —preguntó Kipper—, ¿puedes sentirlo?

Catti-brie se retrotrajo al momento en el que la magia de sus cicatrices había fallado, recordando aquel destello en el cielo, como si fuera un eclipse o una telaraña.

Como el Tejido Mágico.

Miró a Penélope boquiabierta.

—Vuestra celebración —consiguió susurrar, juntando al fin todas las piezas—. ¿Acaso el efecto de la Plaga de los Conjuros se ha desvanecido?

La mujer la abrazó de repente, inesperadamente.

—Eso esperamos —susurró—. Eso esperamos.

Meses después, Catti-brie miraba por la ventana de su habitación en la Mansión de Hiedra, dirigiendo la vista hacia el este, hacia Netheril. Los poderes que extraía de sus cicatrices mágicas, el cambio de forma y la invocación de tormentas, al igual que los de otros magos marcados de la mansión, no habían regresado y, por lo que parecía, la Plaga de los Conjuros había desaparecido. Ya era hora.

Sin embargo, ¿qué significado podía tener aquello para Niraj y Kavita? ¿O para Avelyere y el Aquelarre?

Los Harpell parecían estar encantados con la noticia, a pesar de que habían tenido que volver a practicar. La biblioteca de la Mansión de Hiedra era anterior a la Plaga de los Conjuros, así que estaban bien equipados para aquel extraño cambio en la magia. Además, tras reflexionar un poco, Catti-brie se dio cuenta de que ella estaba mejor preparada que la mayoría. Después de todo, la habían entrenado según las costumbres antiguas y, salvo los drow o los elfos, ¿podían los demás magos decir lo mismo?

Se percató de que unos pocos sí, ya que los Harpell no habían abandonado del todo la manera antigua de hacer las cosas.

Se podían distinguir más diferencias entre ella y el resto de los magos que la rodeaban y Catti-brie lo atribuía a los días tan especiales que pasó en Iruladoon. Sus cicatrices reaccionaban cada vez que utilizaba magia, pero no ocurría lo mismo con las de Penélope o las de los demás. En el caso de Catti-brie, parecía poco más que un efecto estético, ya que su magia no era especialmente poderosa. De hecho, estaba segura de que en caso de luchar contra Penélope, esta la barrería de la faz de la tierra en un segundo.

Aun así, Catti-brie tenía mucho que enseñarles a los Harpell, y ellos la invitaron a quedarse y aprender de sus maestros. Era más fácil para ella que para cualquiera convertir los conjuros a la forma antigua, y Kipper y los demás realmente le agradecían sus esfuerzos, compartiendo con ella sus mejores conjuros a cambio.

Aquella era la cuarta vez, desde que Catti-brie había abandonado el camino del guerrero por el de la magia, que encontraba una nueva escuela. Primero había aprendido con la gran lady Alustriel de Luna Plateada, después con Niraj y Kavita, luego en el Aquelarre y ahora estaba en la Mansión de Hiedra. Ningún estudiante de las artes arcanas podía pedir más. ¡Era muy afortunada!

—No, la quinta vez —dijo en voz alta, corrigiéndose al acordarse de su mejor maestra, aquella de la que recibió sus habilidades divinas.

Bajó la vista hacia su antebrazo derecho, a la cabeza del unicornio, y volvió a oír la canción mágica de Mielikki.

La joven asintió con expresión decidida mientras pensaba en su próximo reencuentro con su amado Drizzt y en el propósito de su regreso. Se preguntó qué le esperaría. ¿Acaso la reina demoníaca iría a la caza de Drizzt para a continuación luchar con el avatar de Mielikki? ¿Qué podría hacer ella frente a un poder tan esencial? ¿Sería sólo un enfrentamiento por poderes, una lucha entre seguidores? Seguramente, pero en una batalla como esa, Catti-brie apostaría sin dudarlo por los Compañeros del Salón.

Se dio cuenta de que estaba sonriendo de oreja a oreja. ¡Volver a recorrer los caminos con Drizzt! ¡Con Bruenor y Regis! ¡Ah, cómo deseaba que lograsen llegar a la Cumbre de Kelvin en el equinoccio de primavera de 1484! En ese mismo momento tan estimulante, estuvo segura de que encontraría a Drizzt y se sintió con fuerzas y valor renovados. De hecho, el corazón le latía a mil por hora.

Por supuesto, era consciente de que Drizzt podría haber muerto hacía tiempo, o Bruenor o Regis podrían haber perecido durante el viaje. Sabía que su propio camino era de todo menos seguro, ya que todavía le quedaban por recorrer muchos kilómetros llenos de peligros, sus poderes se habían visto mermados y era posible que una peligrosa hechicera y sus discípulos estuvieran siguiendo su rastro muy de cerca.

Sin embargo, en ese momento estaba segura de que se encontraría con su amado, y de que presentaría batalla a su lado. La expresión de su rostro pasó de la alegría a una adusta determinación, tras lo cual la joven volvió a concentrarse en sus estudios.

El verano dio paso al otoño, llegó el invierno y el Año del Intemporal se convirtió en el Año de la Deriva en las Profundidades. Bruenor salió de Mithril Hall con una caravana con destino a Mirabar, y Regis cruzó el Mar de las Estrellas Fugaces aunque, por supuesto, Catti-brie no podía saberlo.

Pasaron los meses, llegó el Año del Halfling Sonriente, y las estaciones volvieron a sucederse mientras Bruenor atravesaba Mirabar y se dirigía a Puerta de Baldur, y Regis cabalgaba junto a los Ponis Sonrientes por la Ruta del Comercio, no muy lejos de Longsaddle. Aun así, Catti-brie seguía concentrada en sus libros, ya que aumentando sus poderes les sería de mayor utilidad tanto a la diosa como a Drizzt.

Esperaba poder quedarse allí uno o dos años más, o incluso algo más de tiempo si era capaz de dominar un conjuro de teletransporte que pudiera llevarla directamente al Valle del Viento Helado.

Al menos ese era su plan hasta que una nublada mañana de 1483 Penélope la hizo acudir a sus aposentos, donde la esperaba junto con su esposo y el viejo Kipper, todos sentados alrededor del escritorio de la hechicera.

—Hemos llegado a considerarte una amiga, parte de la familia incluso —le dijo Penélope tan pronto hubo tomado asiento—. Muchos dicen entre susurros que deberíamos ordenarte Harpell.

Catti-brie se planteó preguntar si eso significaba que debía convertirse en una estatua, en una mujer lobo, o inmolarse con una bola de fuego errante, entre otras catástrofes, pero, dada la atmósfera sombría que reinaba en la habitación, tuvo el buen tino de guardarse sus bromas.

—Te hemos abierto nuestro hogar y nuestra biblioteca —añadió Kipper.

—Habéis sido todos increíblemente generosos —dijo Catti-brie.

—¿Crees que es el momento de contarnos la verdad acerca de Delly Curtie? —preguntó Penélope, sin andarse con rodeos.

Catti-brie se puso de pie y miró largamente a su amiga y mentora, vacilante, no porque desconfiara de sus anfitriones o porque no sintiera aprecio por ellos. ¡Todo lo contrario!

—Dudas.

—¿Acaso importa esa parte concreta de la verdad? —preguntó Catti-brie.

—Importa —dijo Dowell, que de repente se había puesto muy serio.

—Kipper ha detectado magia no deseada dirigida a la Mansión de Hiedra —le explicó Penélope—. Conjuros de detección, adivinación, visión en la distancia. Buscan aquí algo o a alguien.

Catti-brie cerró los ojos y respiró profundamente, tratando de serenarse. A pesar de los años que habían pasado, intuyó que debía de tratarse de lady Avelyere.

—Entonces, ¿nos contarás la verdad? —preguntó Dowell.

—No —contestó, sin dudarlo, Catti-brie.

—¿Por nuestro propio bien? —preguntó Penélope, y la joven asintió.

—Entonces es que un poderoso adversario te está intentando dar caza —dijo Kipper, haciendo un gesto de asentimiento cuando ella lo miró—. En ese caso es bueno que estés aquí. Estás rodeada de amigos muy poderosos.

—No —respondió Catti-brie, nuevamente sin dudarlo—. Quizá sea bueno para mí, pero no para vosotros.

—Somos formidables…

—Eso da igual —dijo Catti-brie.

Dirigió sus pensamientos más allá de los muros de la Mansión de Hiedra. Si Avelyere iba tras ella, ni la maga ni sus secuaces netherilianos atacarían el edificio. Observarían, aprenderían y cuando Catti-brie se marchara por fin tendrían un rastro que seguir.

—No estoy en peligro —les explicó Catti-brie—. Ni vosotros lo estáis al tenerme aquí. Aun así, será mejor que me marche, al menos por ahora. En ningún momento tuve la intención de desviarme tanto de mi camino, aunque no cambiaría por nada los últimos años. La generosidad de los Harpell es aún mayor que sus excentricidades, ¡que ya es decir!

—¡Tienes una gran historia que contar! —replicó Penélope—. La de Harkle, Bidderdoo, Mithril Hall y Delly Curtie… Me gustaría escucharla…

—Es una historia que debo dejar para más adelante —la interrumpió Catti-brie—. Os prometo que regresaré algún día a Longsaddle y os pagaré vuestra generosidad con historias que os harán sonreír. Sé que es poco comparado con los conocimientos que me habéis revelado.

—Fue un acuerdo que beneficiaba a ambas partes —dijo Dowell—. Tus habilidades únicas con la magia antigua nos han sido de tanta ayuda como nosotros a ti.

—Muy generoso por tu parte —dijo Catti-brie—. Entonces, ¿soy libre de marcharme?

—Por supuesto —dijo Penélope—. Sin embargo, preferiríamos que te quedases.

—Volveré —dijo Catti-brie mientras la miraba a los ojos con total sinceridad—. A pesar de todo, ¿podría pediros un último favor? —miró a Kipper, que era el más dotado—. ¿Transporte mágico?

El anciano enarcó una de sus pobladas cejas.

—Y discreción —añadió Catti-brie—. Te revelaré sólo a ti mi destino y no se lo dirás a nadie, ni siquiera a tus colegas Harpell. Debes darme tu palabra.

—Ni siquiera sabemos cómo te llamas —recalcó Penélope.

Catti-brie se volvió hacia ella, encogiéndose de hombros, para a continuación darle un cariñoso abrazo.

Después de pertrecharse para el camino e investigar un poco la geografía de la región que se encontraba al oeste de Longsaddle, Catti-brie eligió un lugar que parecía lo bastante hospitalario y cercano a su objetivo. No le iba a pedir a Kipper que la enviara al Valle del Viento Helado, ya que no quería que él ni nadie supieran cuál era su destino final.

Salió del portal del mago, encontrándose en un paso de montaña con vistas a un pueblecito situado en el extremo más al oeste de la Columna del Mundo, un lugar llamado Auckney, cuyo linaje de lores se remontaba a la época anterior a la Plaga de los Conjuros, un linaje al que pertenecían Meralda y Colson, la niña a la que Wulfgar había adoptado como hija durante un breve período de tiempo, hacía ya muchos años.