EL SONRIENTE HÉROE HALFLING
Año del Halfling Sonriente (1481 CV)
Elturgard
L
a carreta avanzaba a trompicones por el Camino del Comercio, a más de cien kilómetros al noroeste del pueblo de Triel y a una distancia cinco veces mayor de Aguas Profundas.
Regis iba sentado en la parte de atrás, arrebujado en una pesada manta de invierno, ya que el otoño estaba próximo a finalizar. Iba balanceando las piernas, que colgaban de la plataforma trasera, mientras echaba un vistazo desde debajo de la manta, dejando a la vista unas fabulosas botas negras que se habían salvado, por el momento y de manera milagrosa, del polvo del camino.
—¡Se ve humo hacia el oeste! —exclamó, como ya esperaban, uno de los jinetes que cabalgaban a los flancos de la caravana mercante, a lo que el halfling hizo un gesto de asentimiento tras confirmarse su situación.
Regis ya había recorrido ese camino con anterioridad, aunque ya habían pasado muchas décadas desde aquello. Según sus cálculos, estaban cerca de un río conocido como Aguas Sinuosas y del famoso Puente del Jabalí.
El sol empezaba a ponerse y, echando la vista atrás, más allá del Bosque de los Wyrms y la arboleda Extensa, Regis se fijó en lo apropiado que era el nombre de los picos del Ocaso, que se veían en la distancia. El halfling asintió nuevamente con la cabeza, calibrando el viaje que había comenzado en una oscura noche a finales de verano, en Delthuntle.
Al otro lado de las lejanas montañas, al pie de las colinas que se hallaban más al este, estaba la orilla occidental del Mar de las Estrellas Fugaces, aquella gran extensión de agua que había visto cada día de su segunda vida, hasta que emprendió el viaje. Había navegado desde Delthuntle hasta Procampur, situada en el reino de Impiltur, en la costa norte, y desde allí había viajado a la ciudad de Suzail, sede de poder del gran reino de Cormyr. A Regis se le escapó un suspiro mientras pensaba en aquel gran lugar, tan bullicioso. Se acordó de sus magníficos mercados y de los emocionantes desfiles de los ejércitos de Dragones Púrpura. Suzail albergaba más de un millón de almas; ciertamente, se podía decir que era una de las ciudades más grandiosas de todo Faerun.
¡Y los palacios! Regis no pudo evitar sonreír. Con un gesto de asentimiento, palpó la faltriquera que le colgaba del cinturón, donde guardaba el chaleco de ladrón, y pensó en todas aquellas mansiones doradas. Había visto muchas de ellas por dentro, aunque normalmente al amparo de la noche y sin usar antorcha siquiera.
Asintió, más confiado, prometiéndose que volvería algún día a ese lugar. De hecho, Regis no se habría marchado de Suzail con tanta prisa si no fuera porque un lord de la ciudad también resultó ser un mago muy dotado. Si lo hubiera sabido antes de hacer una visita a su casa aquella noche…
Regis, que iba disfrazado bajo la apariencia del gnomo Nanfoodle, un amigo de otra época, de otra vida (su maravilloso gorro le podía dar el aspecto incluso de otra raza), abandonó la ciudad a finales de verano del Año del Halfling Sonriente, con pasaje en una caravana que se dirigía hacia Proskur, a unos ciento cincuenta kilómetros por la ruta del oeste. Después irían a Irieabor, situada en la frontera oeste del reino de Cormyr, más o menos a la misma distancia.
Fue en ese lugar donde Nanfoodle desapareció sin dejar rastro, para dar paso al enano Cordio Muffinhead. Con ese aspecto había viajado por todo el reino de Elturgard, recorriendo el Camino del Comercio en dirección a Triel, lugar donde había sido menester otro cambio de identidad.
Así, con un golpecito en la boina de color azul moteado, había nacido Araña Pericolo Topolino, sobrino nieto del Pericolo Topolino de Aglarond.
¡Menudo año!, reflexionó Regis. Y menudo viaje, repleto de imágenes, sonidos, aromas y comidas que serían la envidia de cualquier viajero. Había vivido las vidas de un huérfano de la calle, de un gnomo fabricante de pociones, de un aventurero enano y ahora la de un halfling aficionado al arte que hacía sus pinitos como tratante, pagando cantidades excesivas por obras de arte para después recuperar su dinero en la oscuridad de la noche.
Había viajado unos mil quinientos kilómetros en línea recta, aunque esa distancia probablemente se duplicara en su viaje por el oeste, sinuoso, pero tremendamente agradable.
Bueno, era placentero cuando no miraba hacia el este, como hacía en ese mismo instante, y la imagen de la hermosa Donnola Topolino invadía sus pensamientos con tanta claridad. Cuando cerraba los ojos, podía verla aún mejor, casi podía sentir su piel, cómo sus suaves dedos le acariciaban, el calor de su aliento mientras le susurraba al oído. Podía oler su dulce aroma, saborearla…
—¡Piltrafa! —oyó que le gritaban, lo cual hizo que sus recuerdos se esfumaran abruptamente y que Regis estuviera a punto de caerse de la carreta mientras se giraba para mirar al sucio conductor que le gritaba.
—¡Tráeme agua, rápido! —le ordenó aquel hombre, llamado Kermillon—. ¡Si no, te arrastraré por el fango y sorberé el agua de tus oídos!
—Sí, y puede que te saque también un poco de cerebro, ¿verdad? —dijo el copiloto, Yoger, un tipo corpulento que iba un poco mejor vestido y más aseado, pero no por eso era menos sinvergüenza que el otro.
Regis trepó por la carreta y poco a poco se abrió paso por la barra lateral derecha hasta situarse detrás del asiento del conductor. Yoger le pasó un pellejo de agua, que este llenó rápidamente en el barril para después volver a pasárselo.
—¡Será mejor que prestes más atención y te muevas más rápido! —le advirtió Kermillon.
Yoger bebió a grandes sorbos sin dejar de mirar fijamente al halfling.
—Creo que conocéis a mi tocayo, ¿no? —dijo Regis.
—No lo creo —dijo Yoger.
—Lo llaman Abuelo Pericolo.
—Creía que era tu tío.
—Todo el mundo lo llama Abuelo —dijo, con expresión astuta, aunque no pudo evitar lanzar un bufido mientras meneaba la cabeza, ya que a ese campesino ignorante le había pasado desapercibida la referencia a Pericolo como jefe de un gremio de asesinos, por obvia que fuera.
—Vuelve a donde estabas sentado y cierra el pico —le dijo Kermillon—. Pagaste por un viaje a Vado de la Daga y puede que llegues allí, pero si supones una molestia, te tiro al barro y te dejo ahí.
Regis obedeció sin rechistar. Justo cuando se iba a dar la vuelta, se detuvo un instante para observar el humo de las hogueras que ascendía por encima de las copas de los árboles a poca distancia. Hizo un gesto con la cabeza al recordar el Puente del Jabalí y los campamentos permanentes de mercaderes a ambos lados.
—Es un buen sitio —dijo, casi sin pensar, y no se dio cuenta de que había hablado en voz alta hasta que vio las miradas de curiosidad de los dos hombres.
El halfling simplemente se quitó el gorro a modo de saludo y volvió a la parte trasera de la carreta.
Había tiendas de campaña blancas desperdigadas a ambos lados del camino mucho antes de la entrada al puente, que era prácticamente una ciudad de tiendas y mercados al aire libre. Las diez carretas de la caravana al Vado de las Dagas se detuvieron en un claro a la derecha del camino, en el que habían montado corrales y se veía el humo que producían los fuegos de los herreros. Era un lugar bastante adecuado para reponer suministros, herrar a los caballos e, incluso, si era necesario, comprar caballos nuevos, aunque esos servicios no eran precisamente baratos, debido a que a lo largo de cientos de kilómetros desde cada uno de los extremos del puente los caminos estaban desiertos.
Regis se alegró de alejarse de sus bestiales conductores y poder deambular por el bullicioso mercado. Iba vestido de seda fina de los pies a la cabeza, con tonos violeta y azul, a juego con unos guantes de montar de piel de cordero teñidos, mientras hacía ostentación de su gorro y su florete enjoyado. Vestido de esta guisa, representaba a la perfección el papel de aristócrata halfling. Después de todo, Donnola le había enseñado bien, y también tenía a sus espaldas décadas en los palacios de los pachás de Calimport. Muchos de los mercaderes situados a los lados del Puente del Jabalí provenían del reino de Amn y Regis conocía de sobra las tradiciones y las costumbres de aquella tierra.
Tenía la mezcla perfecta de experiencia y aparente inocencia mientras deambulaba por entre las tiendas y saludaba a unos y a otros descubriéndose la cabeza y dedicándoles grandes sonrisas. Iba de puesto en puesto, fingiendo mirar con aprobación numerosos abalorios y baratijas de lo más comunes, hasta que se detuvo frente a una de las mesas, con la vista fija en un trozo cuadrado de hueso blanqueado.
—¿Te gusta el marfil? —dijo el rechoncho mercader, que vestía una túnica blanca y las coloridas vestiduras propias de los desiertos meridionales—. ¡Es muy poco frecuente! ¡Muy especial! ¡Proviene de las grandes bestias de Chult!
Regis hizo ademán de tocar el bloque con la mano, pero antes se detuvo y miró al mercader, como pidiéndole permiso. El hombre asintió, ansioso.
El halfling hizo girar el bloque entre las manos y su tacto lo transportó a otra época y otro lugar.
—Es marfil procedente de la selva —proclamó el mercader.
Pero Regis no era tonto.
—Hueso de trucha —lo corrigió—, de los lagos del norte.
El mercader iba a rebatirlo, pero Regis le lanzó una mirada de las que no admiten discusión. El halfling conocía muy bien aquel material y al sostenerlo sus pensamientos lo llevaron de vuelta a las orillas del Maer Dualdon, en el Valle del Viento Helado.
—¿Cuánto? —preguntó, ya que necesitaba aquella pieza.
Paseó la vista por el mostrador y las tiendas cercanas. Tenía algunos objetos entre su chaleco de ladrón, como pequeños cuchillos y limas diminutas, que le bastarían para la mayor parte de los cortes, pero decidió que necesitaba un verdadero cuchillo de tallar.
—Marfil —insistió el mercader—. Cinco piezas de oro.
—Hueso de trucha cabeza de jarrete —lo corrigió Regis—. Y te daré dos.
—¡Dos y veinte monedas de plata!
—Dos y cinco —dijo Regis—, y sólo te ofrezco esa cantidad por pura impaciencia, ya que dentro de poco recorreré la Costa de la Espada en dirección norte, donde podré encontrar material de sobra.
—¿Entonces eres tallador?
Regis hizo un gesto de asentimiento.
—Lo era.
—¿Lo eras? ¿De niño? —dijo el hombre entre risas, seguido por Regis, que se recordó a sí mismo que tenía la apariencia de un halfling joven, que apenas había llegado a la edad adulta.
—Si haces algo bonito lo venderé por ti, ¿de acuerdo? —preguntó el mercader, cogiendo las monedas y alcanzándole el bloque—. Me encontrarás aquí… y venderé tus mercancías. ¡Sesenta cuarenta!
—Setenta treinta.
—Sesenta y uno
—¡Setenta y uno! —dijo Regis con ojos brillantes, divirtiéndose tanto o más que el mercader.
Sabía que, al fin y al cabo, lo importante era la discusión, el regateo tenía más valor para los mercaderes que las monedas extra que pudieran ganar o lo que se pudieran ahorrar.
—¡Ajá! —dijo el mercader—. Entonces sesenta y cinco, pero debes prometerme discreción para que mis otros vendedores no me tallen una cara nueva, ¿de acuerdo?
—Araña Pericolo Topolino —se presentó el joven halfling con una reverencia.
—Adi Abba Adidas —dijo el mercader con una reverencia llena de florituras.
Se estrecharon la mano y el mercader le dio una fuerte palmada en el hombro.
—¡Haremos muy buenos negocios, sí señor! —afirmó.
Araña se desplazó entre las tiendas, siempre fingiendo un amable interés por todo. Caminaba dándose aires de importancia, confiado, con una mano enguantada permanentemente descansando sobre la brillante empuñadura de su magnífico florete y la otra siempre lista para descubrirse la cabeza.
Siguiendo las instrucciones de Adi, encontró, al otro lado del camino, un puesto en el que vendían muchas hierbas interesantes. Después de todo, no tenía intención de abandonar su aprendizaje de alquimia, especialmente porque llevaba a buen recaudo en su faltriquera mágica un pequeño alambique y diversos elementos de alquimia. Para su deleite, el mercader de hierbas también tenía varios rollos de pergamino a la venta, con recetas de diversas pócimas desconocidas para Regis, incluida una para pociones curativas.
Como era de esperar, eso aligeró considerablemente su bolsa, pero Regis se fue con paso ligero y una sonrisa sincera en el rostro. Desde luego, el día estaba transcurriendo fantásticamente bien, más teniendo en cuenta que se había librado temporalmente de los molestos Kermillon y Yoger.
Ese pensamiento resultó ser casi profético, ya que Regis, al doblar la esquina de una fila de tiendas, divisó a los conductores hablando con un par de tipos desaliñados: un enano tuerto y un hombre de gran estatura vestido con ropajes que en otro tiempo debían haber sido de calidad, aunque habían pasado demasiado tiempo en los caminos. El hombre alto tenía el cabello largo y negro, y llevaba un fino bigote, además de pendientes en ambas orejas. Regis pensó que pegaría más en un barco pirata, navegando por la Costa de la Espada, que en el Puente del Jabalí.
El halfling no sabía muy bien qué pensar sobre aquella conversación, si es que había algo que pensar, así que se agachó y salió de allí. Sintió algo de desazón cuando vio a Kermillon tenderle una pequeña bolsa de monedas al hombre alto, al tiempo que Yoger extendía la mano con la palma hacia abajo, a la altura de su cintura, como si describiera a alguien de la estatura del halfling.
—Probablemente no sea nada —se dijo, cruzando de nuevo el camino en dirección a las tiendas más elegantes.
Poco después, saturado de los sonidos, los aromas y las riñas en las subastas, ya se había olvidado por completo y había recobrado el buen humor, tan apropiado para su personaje y su atuendo. No hizo ninguna otra compra, aunque se interesó por numerosos objetos de distintos puestos, al tiempo que también recibía ofertas por su maravillosa boina (aunque no supieran lo verdaderamente extraordinaria que era, pensó Regis) y, más aún, por su florete.
—¡Cinco mil piezas de oro! —ofreció una mujer, señalando el arma sin siquiera haberla tenido en sus manos.
—Buena señora —respondió Regis—, ¡podría no ser más que un palo sin equilibrar adornado con unas cuantas piedras imperfectas!
La mujer le dedicó una sonrisa sabia mientras sacudía la cabeza.
—Sé reconocer una buena piedra —dijo, extendiendo la mano.
Regis dudó un momento, pero después se encogió de hombros y desenvainó la espada, tendiéndosela graciosamente.
La mujer la cogió, empuñándola y realizando una serie de ágiles movimientos. El halfling se fijó en que sabía cómo manejarla, y ese pensamiento lo dejó un poco trastocado al darse cuenta de lo vulnerable que era. Sin embargo, aquel era un mercado decente, se dijo, así que no creía que fueran a ensartarlo.
La mujer le tendió nuevamente la espada, haciendo un gesto de asentimiento.
—Pensaba que mi oferta había sido generosa —dijo—, pero parece ser que no.
—Estás en lo cierto —dijo Regis, devolviendo el florete a su posición, colgando del cinto junto a su cadera izquierda, después de realizar un par de expertos movimientos.
—Tan sólo los adornos valen eso —dijo la mujer—. Son gemas perfectas.
—Tienes buen ojo.
—Me hace ganar mucho dinero. ¿Diez mil, pues?
Regis sonrió, se descubrió la cabeza e hizo un gesto negativo pero cortés.
—¡Quince mil! —dijo—. Ya sé tu secreto, la hoja lleva un potente encantamiento.
—Así es —coincidió Regis.
No estaba seguro de si el florete tenía alguna esencia mágica, ya que apenas lo había usado fuera de los entrenamientos. No había notado nada extraño en la hoja, como era el caso de la extraña y poderosa daga que llevaba, pero sí era cierto que parecía más ligero de lo normal y golpeaba con una potencia tremenda, llegando a atravesar fácilmente casi cualquier tipo de armadura con su finísima punta.
—Posee un valor sentimental —contestó, besándole graciosamente la mano antes de marcharse.
Apenas había avanzado doce pasos cuando otro comerciante atrajo su atención.
—Por aquí —llamó el mercader, y cuando Regis alzó la vista, dio un paso atrás por puro instinto al encontrarse con el enano tuerto parado delante de una tienda de campaña de gran tamaño.
Al halfling se le erizaron todos los pelos de la nuca al recordar en qué situación lo había visto antes y darse cuenta de que ahora —¿por coincidencia?— lo llamaba. Pensó en huir o en responderle cortésmente desde lejos y mezclarse con la multitud en el mercado.
—Eso es lo que haría el viejo Regis —susurró para sí mientras se acercaba al enano.
—Seguro que un pequeñajo tan fino como tú no estará pensando en dormir en una carreta. ¿A que no?
—No lo había pensado, buen hombre —respondió Regis—, aunque llevo unos cuantos días durmiendo en la carreta. Por lo menos desde que salí de Suzail. Y en una embarcación al descubierto durante otros diez días antes de eso.
—Pues tus ropas parecen aguantar bien.
—Algunas prendas son nuevas —contestó Regis.
—Bueno, entonces acuéstalas en una cama esta noche —dijo el enano—. Tengo muchas disponibles y esos conductores deben de estar bastante apretujados, ¡digo yo! Te daré alojamiento por unos cuantos cobres.
Por supuesto, Regis sabía que era una trampa, y sus instintos volvieron a decirle que se alejara de allí. Aun así, volvió a recordarse que ya no era aquel halfling que huía sigilosamente de los problemas o, como en este caso, de una más que probable pelea. Pensó en sus numerosas lecciones con Donnola y en los años que había pasado entrenándose para una situación como aquella.
Sin embargo, pensó que no les serviría de nada a Drizzt y Catti-brie si lo mataban, lo cual lo hizo dudar.
Así que el testarudo Araña Pericolo Topolino decidió que no dejaría que lo mataran.
—¿Por unos cuantos cobres, dices? ¿De cuántas monedas de cobre estaríamos hablando exactamente, señor…?
—Tinderkeg —respondió el grasiento enano—. A vuestro servicio, señor…
—Topolino. Araña Pericolo Topolino.
—Vaya, qué de íes y oes ¡Ja, ja!
—¿Cuántas?
—¿Cómo?
—¿Cuántas monedas de cobre por una cama, señor Tinderkeg?
—Ah, sí. Eso.
El enano tuerto hizo una pausa y, durante unos instantes, parecía estar algo perdido, como si estuviera calculando la respuesta por primera vez; otra pista para Regis de que su encuentro con aquel enano en particular, en ese preciso momento, no era ninguna coincidencia.
—No muchas —balbució Tinderkeg—, lo que el buen señor Perico… Perica… eh, lo que tengas a bien darme.
Regis metió la mano en su bolsa y sacó unas cuantas monedas de plata y cobre, alcanzándoselas. Miró hacia el oeste, donde el sol estaba a punto de ponerse. Ya oscurecía en el mercado y los mercaderes estaban empezando a cerrar los puestos.
—Muéstrame, pues, dónde está mi cama —le indicó al enano—. Ha sido un largo y sucio camino.
—Sucio, ¿eh? Bueno, por unos cuantos cobres más puedo prepararte un baño —dijo el enano—. ¡Y con agua de la parte este del puente!
Ese último comentario le pasó desapercibido a Regis, ya que aún no había echado un vistazo al río Aguas Sinuosas, pero recordaba las historias que había escuchado acerca de aquel lugar poco después de la Era de los Trastornos. Según contaban algunos de los bardos que habían actuado en Mithril Hall, el agua que corría antes de llegar al Puente del Jabalí era cristalina, pero corriente abajo, más allá del puente, era repugnante. Regis no recordaba toda la historia, pero cualquiera que fuese la magia que había enfangado el río más allá del puente había motivado una injuria bastante común por aquellos parajes: «¡Vete a beber a la parte oeste del puente!».
A punto estuvo el halfling de rechazar la oferta del enano, pero cambió rápidamente de parecer al ver la oportunidad de cambiar las tornas con sus futuros asaltantes. Ningún enano, al menos ninguno tan apestoso como este, se ofrecería voluntario para prepararle un baño a alguien, y mucho menos por tan poco dinero teniendo en cuenta el trabajo que eso implicaba.
Pero ¿qué mejor manera de pillar a una víctima desarmada e indefensa que en una bañera llena de agua?
—Sí, un baño me vendría bien —dijo Regis, dándole unas pocas monedas más—. Echad unas cuantas piedras calientes en el agua, buen amigo, para ayudarme a mejorar mis doloridos huesos después de tanto viaje. Creo que echaré un último vistazo rápido a las mercancías que hay por aquí y me retiraré en breve.
Tras decir esto, volvió a introducirse en el mercado, resistiéndose con mucha dificultad al impulso de adoptar una nueva identidad con su gorro.
—¿O sea que ofrecéis una historia por cerveza? —cantó Regis, fingiendo chapotear en la bañera, que estaba junto a él—. ¡Pues aquí tenéis, una jarra por una leyenda! Y si nos brindáis una épica narración… ¡Qué demonios! ¡Hidromiel será la compensación!
Ya no recordaba más de la letra, así que comenzó a tararear pronunciando de vez en cuando alguna sílaba que sonara como si cantara un enano. Y así siguió chapoteando, para que cualquiera al otro lado de la cortina pensara que estaba dentro de la bañera.
Como era de esperar, alguien apartó violentamente la cortina y de repente un hombre alto de bigotes finos y largo cabello negro se precipitó al interior, empuñando un sable en alto y listo para atacar.
Regis alzó la ballesta de mano y le disparó en el pecho.
—Pareces un pirata malo —dijo, mientras el hombre se derrumbaba.
Tras él, llegó Tinderkeg, que avanzó de un salto lanzando un poderoso golpe de maza.
Regis dejó caer la ballesta de mano, sacó el florete y al mismo tiempo dio un salto hacia atrás. Casi de inmediato avanzó y lanzó una estocada esquivando el golpe y alcanzando al enano en el brazo. Sin embargo, la punta no se clavó del todo, ya que llevaba una pesada armadura, pero el enano emitió un grito ahogado y se echó hacia atrás.
El halfling sacó la daga, aunque no estaba seguro de si le sería de mucha ayuda en semejante situación. Estaba claro que no iba a intentar bloquear ningún ataque de aquella enorme maza, ni mucho menos intentar atraparlo.
Tinderkeg volvió a atacar con furia, haciendo retroceder al halfling con otro golpe errático. El enano volvió a fallar por poco, pero le dio a la bañera destrozando el lateral, con lo que el agua comenzó a derramarse rápidamente.
Tinderkeg liberó la maza con gran esfuerzo, haciendo astillas más tablones, y volvió a lanzar un golpe, primero de frente, después hacia atrás y por último de lado a lado frente al halfling.
Regis vio que el hombre de gran estatura se levantaba justo detrás del enano, así que supo que tenía que actuar con rapidez. Empuñó la daga de tres filos del revés y rápidamente se movió a la izquierda de Tinderkeg. De hecho, sus movimientos fueron más que rápidos. El cristal prismático que llevaba en el anillo se iluminó cuando su portador empezó a moverse y sintió la magia de inmediato, junto con la transmisión de un pensamiento: «paso de distorsión». A Regis le dio la sensación de que el tiempo o la distancia, o quizá ambos, habían sido distorsionados en su favor en ese mismo momento, ya que el enano se giró demasiado despacio como para seguir sus movimientos cuando pasó a toda velocidad por detrás de su hombro izquierdo.
El halfling no estaba muy seguro de lo que estaba ocurriendo, pero desde luego no iba a dejar pasar semejante oportunidad, así que lanzó una puñalada hacia atrás que dio de lleno en la espalda del enano. La daga se introdujo por una de las junturas de la armadura y se clavó profundamente en la carne. A continuación, Regis se giró, al mismo tiempo que Tinderkeg, que no hacía más que tambalearse mientras se echaba la mano a la espalda, roto de dolor.
Tantas horas de pie en la jamba de una puerta, leyendo libros de alquimia mientras practicaba con el florete, hicieron que el halfling realizara el siguiente movimiento casi sin pensarlo. Adelantó el brazo derecho con rapidez, apuntando con precisión con el florete.
—¡Ah, me has cegao! —chilló Tinderkeg, retrocediendo de un salto y dejando caer la maza para llevarse ambas manos a su único ojo.
Casi al instante dejó caer los brazos mientras de su cavidad ocular manaba sangre y sustancias viscosas. Meneó la cabeza de forma extraña, como si acabara de comprender en ese instante lo insuficiente que había sido aquella frase.
—Me has matao —se corrigió, tras lo cual cayó al suelo muerto, boca abajo.
Regis no lo vio, ya que se había centrado rápidamente en el segundo asesino y, por lo que estaba viendo, no era ningún novato en el manejo de la espada. Se fijó en la manchita de sangre en el pecho del hombre, justo por debajo del cuello de la camisa. El halfling le había acertado de lleno con la ballesta de mano, pero, tal y como se temía, el veneno drow había perdido gran parte de su eficacia desde que había dejado Delthuntle hacía ya meses. Regis se dio cuenta, horrorizado, de que sus movimientos no eran en absoluto torpes mientras movía frenéticamente el florete para desviar la lluvia de golpes de sable.
Apenas podía seguirle el ritmo. Aunque tenía los pies bien alineados, el anterior de frente y el posterior en perpendicular, apenas era rival para los movimientos del hombre y mucho menos para su alcance.
Volvió a llamar mentalmente al anillo, en busca de un poco de magia, pero pudo notar que aún no estaba listo para ninguna otra maniobra.
Rechazó una estocada del sable, desviándolo a la derecha, y realizó un movimiento envolvente con el florete con la intención de lanzarle una cuchillada a la mano a su oponente. Pero este ya estaba preparado, con lo que ejecutó un desenganche casi al mismo tiempo que la hoja de Regis golpeaba contra el reverso de su arma. A continuación, le lanzó una potente estocada dirigida al rostro.
Regis sofocó un grito y alzó el brazo izquierdo en diagonal, atrapando el sable entre la hoja principal y el gavilán.
¿El gavilán?
Regis no comprendió, al tocar la daga, que sólo se viera uno de los gavilanes de jade con forma de serpiente. Al darle la vuelta al sable, vio la segunda y pensó, por un instante, que se le había enrollado mágicamente en la muñeca para que el agarre fuera más firme.
Volvió a gritar, esta vez mucho más fuerte y atemorizado, cuando se dio cuenta de que se había soltado del todo. ¡La tenía viva en la mano!
El hombre alto le dio un empujón que lo lanzó hacia atrás y, por pura desesperación, Regis lanzó una cuchillada con la daga al tiempo que le lanzaba la pequeña serpiente. El halfling se cayó de culo mientras la serpiente salía volando y, tanto él como su oponente gritaron cuando aterrizó en la camisa de este último. Sin apenas reducir el ritmo, la serpiente se deslizó con rapidez hacia arriba, evitando las manos del hombre que intentaban atraparla, hasta llegar al cuello.
Así fue como aquella cosa minúscula, que no era más larga que el antebrazo de Regis, se enroscó alrededor de la garganta del hombre y, cuando el rufián intentó agarrarla, de repente fue como si tirasen de él hacia atrás, arqueando su cuerpo como si alguien estuviera estrangulándolo con un garrote.
A Regis lo invadió una sensación gélida, un frío intenso y mortífero.
Fue entonces cuando vio un rostro que lo miraba con malicia por encima del hombro de su oponente, un rostro demacrado, cadavérico, como si fuera un fantasma o un liche… ¡Alma de Ébano! Al halfling se le pusieron los ojos como platos e inmediatamente apretó las botas contra el suelo y retrocedió a toda velocidad. No podía respirar, como tampoco podía hacerlo el hombre, que dejó caer el arma y agarró la serpiente con ambas manos, luchando con todas sus fuerzas y con los ojos a punto de salírsele de las órbitas.
El rostro malicioso parecía reír, ya que de la boca le salían bocanadas de aire gélido.
Fue entonces cuando, envuelto en un remolino de humo grisáceo, el espectro desapareció.
El hombre se desplomó, muerto, y la serpiente se quedó colgando inerte de su cuello.
—Cálmate —susurró entrecortadamente Regis—. Recomponte.
Se incorporó hasta ponerse de rodillas y después le echó un vistazo a la daga. El otro gavilán seguía en su sitio y en el hueco que había dejado el que faltaba, al otro lado de la empuñadura, vio cómo había comenzado a brotar una cabeza de serpiente.
Llegó a la conclusión de que crecería de nuevo, del mismo modo que la magia del anillo prismático se recargaba. Era la magia de la daga la que había asesinado al pirata malo, no Alma de Ébano, aunque Regis imaginó, mientras se daba cuenta de su verdadero valor y poder, que debía de ser la daga del liche.
Se acercó a sus dos enemigos para asegurarse de que estaban muertos y de paso los libró de su dinero, piedras preciosas y joyas. Pinchó varias veces a la serpiente con la daga, incluso le dio la vuelta, pero estaba completamente inerte.
Volvió a echarle un vistazo al arma y le dio la impresión de que el segundo filo había crecido un poco más.
—Es un objeto mágico, no una maldición —se dijo.
Recordó las palabras de Dedos Ligeros, que afirmaba que la daga tenía otros poderes y, lo que era más importante, que no tenía sensibilidad ni ego, como era el caso de muchas otras armas encantadas. Pensó en el malicioso espectro y se alegró de ello.
El halfling respiró hondo y se tranquilizó. Se había imaginado siendo un héroe, había decidido que, a esas alturas, ya lo sería, que sería un valioso miembro de los Compañeros del Salón y no un estorbo al que hubiera que proteger. Hizo un gesto de asentimiento, echó una mirada a sus armas y después a su obra.
Aquello era lo que significaba ser un héroe. No evitaría las peleas y estaba más que dispuesto a ganarlas.
Volvió a asentir, recordándose que aquella pelea aún no había acabado.
El halfling de elegantes ropajes rodeó confiado las carretas y se introdujo en el área iluminada por la hoguera. Sonrió al ver las caras estupefactas de los dos hombres. Estaban estupefactos: habían pagado para que lo mataran y, sin embargo, ¡allí estaba!
Pasó caminando junto al fornido Yoger y, sacando la ballesta de mano de debajo de su capa de viaje, le disparó a la cara para, a continuación, dejarla caer. Se le quedó colgando entre las piernas, ya que se la había atado al cinturón. Después, con un giro rápido de muñeca, Regis le lanzó una pequeña serpiente al hombre, que no hacía más que gemir. Rebotó contra su estómago y mágicamente se quedó ahí prendida. A continuación, se deslizó rápidamente hacia arriba antes de que el muy idiota pudiera reaccionar.
Yoger gritó, después comenzó a asfixiarse, pero Regis no echó la vista atrás en ningún momento. Sencillamente, siguió caminando en dirección a Kermillon, sin desenvainar todavía ni el florete ni la daga. El hombre cogió un pequeño tronco del fuego y se puso a gritar, advirtiendo al halfling para que retrocediera.
Sin embargo, Regis siguió avanzando.
Oyó cómo Yoger se desplomaba a sus espaldas mientras se debatía y pataleaba. También escuchó voces procedentes de las carretas cercanas gritando, confusas, pero él no desvió la atención de Kermillon, que agitaba amenazador el tronco.
En el momento en que lo tuvo a su alcance y en que el hombre iba a asestar un golpe, Regis activó el anillo y lo sobrepasó con un paso de distorsión. Esta vez, el halfling ya sabía cómo funcionaba, así que saltó y se giró mientras avanzaba, dándose la vuelta. Aterrizó justo detrás de Kermillon, flanqueándolo y empuñando el florete. Le lanzó un tajo justo por debajo de la oreja, pero sin apenas rasgar la piel.
—Tira el tronco, si eres tan amable —dijo y, al ver que Kermillon dudaba, hundió la punta del florete un poco más.
—¡Por favor, señor Araña! —dijo casi sin aliento, apartándose de la punta del florete.
—Arrodíllate —le ordenó Regis, y el hombre cayó de rodillas.
En ese momento, el halfling dirigió la vista más allá, hacia Yoger, que seguía luchando por su vida, pero sin éxito. Más gente entró en el área iluminada por el fuego justo cuando Yoger expiró, moviendo las piernas espasmódicamente.
—¡Oye! ¿Qué pasa aquí? —preguntó otro conductor, dirigiéndose a Regis y Kermillon. Hubo otros que fueron corriendo hacia Yoger.
—¿Qué está ocurriendo, pequeño? —preguntó otro hombre.
—Díselo —le dijo Regis a Kermillon.
El hombre permaneció en silencio.
—Cuéntaselo o te atravesaré el cráneo con la espada y daré cuenta de mis acciones mientras me limpio tus sesos en tu camisa.
Se empezaron a congregar conductores, pasajeros y mercaderes, formando una muralla humana alrededor de la pequeña hoguera y los combatientes.
—Será mejor que hables —exigió uno de ellos.
—Sí, ¡y más vale que nos guste tu explicación! —añadió otro.
Regis volvió a pincharlo y Kermillon dejó escapar un leve grito.
—Di la verdad y trataré que sean indulgentes contigo —dijo Regis.
—No sé… —comenzó a decir Kermillon.
—¡Hay dos muertos más de camino hacia aquí! —dijo un recién llegado, un halfling vestido con ropas de viaje, aunque parecía ir también preparado para una batalla. Entró en el área iluminada seguido por tres halfling más vestidos de similar guisa—. Hemos encontrado a Stuffings muerto en el interior de su tienda —prosiguió el halfling—. También al hombre alto. Parece como si hubieran intentado aprovecharse de un huésped esta noche y ¿acertaría al suponer que tenemos a ese huésped justo delante de nosotros?
—¿Stuffings? —preguntó Regis.
—Stuffantle Tinderkeg —respondió el halfling—, aunque todos lo conocían como Stuffings.
—Sí, me atrajo a su guarida con la promesa de una cama y un buen baño, y fueron estos dos los que le pagaron. —Pinchó un poco más a fondo y Kermillon chilló y se inclinó hacia un lado—. Vamos, cuéntaselo.
—Hazlo si quieres seguir con vida —dijo el otro halfling, desenvainando una brillante espada corta.
—Sí, sí —balbució Kermillon—. ¡Pero no queríamos matarlo! Sólo robarle y este… —Se apartó rápidamente cuando Regis retiró el florete y se dio la vuelta, señalándolo con el dedo—. ¡Este siempre presumiendo de sus grandes riquezas! Pero ya os digo que no es más que una rata. ¡Una rata insufrible!
Regis rio y lanzó un tajo con el florete, cortándole al hombre el dedo con el que señalaba antes de volver a colgárselo del cinto. Kermillon se hizo un ovillo en el suelo mientras gemía de dolor.
—Bueno, este tipo está muerto —dijo un hombre tras examinar a Yoger.
—Tres asesinos menos de los que preocuparse —dijo Regis, tras lo cual miró a Kermillon y añadió—, seguramente cuatro dentro de poco.
Llegaron más conductores y se llevaron a Kermillon a rastras.
Ese tipo de escenas eran frecuentes en los mercados alrededor del Puente del Jabalí, así que el interés que suscitaba todo aquello pronto decayó y los mirones empezaron a dispersarse, algunos incluso iban discutiendo acerca de quién heredaría la carreta de Kermillon y sus bienes, mientras que otros, que eran mercaderes, iban hablando de la excelente tienda que ahora quedaría libre tras la muerte del enano tuerto.
Los cuatro halfling, sin embargo, fueron a donde estaba Regis. El líder le hizo una graciosa reverencia.
—Te desenvuelves bastante bien, don Topolino —dijo.
—Conocéis mi nombre —respondió Regis.
Miró al halfling fijamente a los ojos mientras recogía discretamente la ballesta de mano y la guardaba en su faltriquera mágica.
—Sí, incluso antes de conocerte, aunque no sabíamos que eras tú —respondió el otro.
Regis lo miró con curiosidad.
—El Abuelo Pericolo —dijo uno de los tres que estaban detrás—. He estado muchas veces en Delthuntle y lo conozco bien.
—Pero ¿dónde están mis modales? —dijo el líder—. Sé cuál es tu nombre, pero no te he dado el mío. Soy Doregardo de los Ponis Sonrientes. —Hizo una profunda reverencia.
—¿Ponis Sonrientes? —preguntó Regis, esforzándose por no estallar en carcajadas.
—Le dieron ese nombre en honor a nuestras monturas y al año —respondió el que afirmaba conocer al Abuelo.
Tras pensarlo un momento, Regis se dio cuenta de que se refería a 1481, el Año del Halfling Sonriente.
—Y yo soy Showithal Terdidy —prosiguió el halfling.
—Cabalgó con los Rompepiernas —le explicó Doregardo, a lo que Regis se encogió de hombros, ya que no entendía a qué se refería.
—Vaya, veo que no has estado en las Tierras de la Piedra de Sangre —dijo Showithal.
—Estuve una vez en Impiltur, pero sólo durante una estación —contestó Regis.
—Si vuelves en alguna ocasión, viaja a Damara y verás que tienes amigos entre los famosos Rompepiernas.
—¡Rompepiernas! —jalearon los otros tres, alzando los puños enguantados.
—Proclamamos nuestra lealtad a esa banda, ya que nos hermana una misma causa —dijo Doregardo.
—¿Qué causa?
Doregardo se acercó y le posó la mano a Regis en el hombro.
—Por supuesto, eres conocedor del dilema de nuestra gente, a la que siempre toman por ladrones o, peor, por niños. Pero eso no sucede con los Rompepiernas, que cabalgan por las llanuras de Damara y la vecina Vaasa. Cuando cabalgan juntos, los salteadores de caminos se esconden en oscuros agujeros y los habitantes de los pueblos se enteran y salen a animarlos.
—Doregardo habló bien de ti a los mercaderes, que han llegado a conocer bien a los Ponis Sonrientes y a confiar en ellos en los pocos meses que llevamos juntos —añadió Showithal—. Por eso, nadie dudó de tu versión de los hechos.
—Porque sois como los Rompepiernas —dedujo Regis.
—Recorremos el Camino del Comercio desde Memnon hasta Aguas Profundas y después regresamos en dirección este a lo largo de Elturgard —explicó Doregardo.
Regis miró, uno a uno, a todos los integrantes del grupo.
—¿Vosotros cuatro?
—Somos once —explicó Doregardo—, aunque nos vendría bien uno más. —Echó un vistazo a Yoger, que permanecía muerto junto a la carreta—. Especialmente uno que se maneja de manera tan… eficaz.
Regis dejó escapar una risita ante una oferta tan halagadora.
—Apenas si sé montar en poni —dijo, ya que su primera reacción fue rechazarla educadamente.
—Es muy fácil aprender —dijo Showithal, con un tono que no dejaba lugar a dudas y que hizo que Regis se lo tomara más en serio. La oferta no era casual ni estaba hecha a la ligera.
—Tengo asuntos que atender muy al norte —dijo Regis—. ¿Soléis cabalgar hasta Luskan?
—Aguas Profundas —respondió Doregardo—. Pero podríamos llegar más lejos y ayudarte con esos asuntos de los que hablas.
Regis sacudió la cabeza, intentando decidirse. Tenía dos años y medio antes de su cita.
—Necesito dormir —dijo—, ¿podría pasar la noche en vuestro indudablemente seguro campamento y daros una respuesta por la mañana?
El halfling conocido como Araña se despertó con el aroma de bacón y huevos recién hechos, además de un intenso olor a café. Se incorporó y contó rápidamente cuántos halfling había dando vueltas por el campamento, tras lo cual dedujo que casi toda la banda debía de estar presente.
—¡Bienvenido, don Topolino! —lo saludó Doregardo cuando se dio cuenta de que Regis estaba despierto.
—Araña —lo corrigió—. Mi nombre es Araña. —Siguió mirando a su alrededor, sintiéndose cómodo, como en casa ¡y con ganas de aventura!—. Araña de los Ponis Sonrientes —añadió.
—¡Hurra! —jalearon los halfling, alzando los puños enguantados.
—Supongo que necesitaré un poni —dijo Regis.
—Hay muchos al otro lado del puente —respondió Doregardo.
—Tengo dinero para comprármelo —dijo, a su vez, Regis.
En ese momento llegó Showithal con dos platos a rebosar de comida y haciendo equilibrios con dos tazas de café humeante.
—Un regalo a cambio de alguna historia sobre Delthuntle —dijo, sentándose en un barril cercano al petate de Regis—. ¡Háblame sobre la Morada Topolino!
El hecho de que se hubiera referido a la casa con aquel nombre tan poco conocido le confirmó a Regis que realmente había estado en Delthuntle, tal como afirmaba. Hizo un gesto de asentimiento y cogió el plato y la taza. Entre bocado y bocado, le contó a Showithal historias de buceos a grandes profundidades y perlas rosadas. Pensó en contarle al halfling, que tan interesado se mostraba, que el Abuelo había fallecido, pero cambió de idea. Aún no era el momento.
—¿Conocéis a la mano derecha del Abuelo? —preguntó, y en ese momento Doregardo se reunió con ellos con un plato en la mano.
—¿El mago bigotudo? —preguntó Showithal.
Regis negó con la cabeza.
—Donnola —dijo Showithal, dándose cuenta, y lo dijo con la respiración entrecortada, como lo haría cualquier halfling de sexo masculino al pensar en ella—. ¡La hermosa Donnola! Sí, nadie que la haya visto podría jamás olvidarla.
—¡Por Donnola! —gritó alguien desde el otro extremo del campamento, alzando su jarra, y el resto se unió a él en el brindis.
—Showithal nos ha hablado de ella —le explicó Doregardo.
—Estoy seguro de que sus palabras, por hermosas que fueran, no le hicieron justicia —respondió Regis, completamente en serio.
¡Cómo le dolía el corazón estando tan lejos de Donnola Topolino! Se volvió hacia Showithal.
—Si alguna vez regresáis a Delhuntle, os ruego que la encontréis y le digáis que me habéis visto… a mí, a Araña, que estoy bien y que algún día volveré por ella.
—¿Araña? —dijo Doregardo, meneando la cabeza—. Qué nombre tan curioso.
—Me gané ese nombre —decidió contarles Regis—. Me lo dio el Abuelo Pericolo en persona cuando era pequeño.
—Yo he oído hablar de alguien llamado Araña —dijo otro de los miembros de la banda, a poca distancia de donde estaban.
Los tres se giraron para ver quién hablaba y Regis se temió que hubiera revelado demasiada información.
—¿Eres tú? —preguntó el otro—. ¿El escalador, que fue entrenado en la propia casa de Pericolo?
Regis se lo quedó mirando, sin saber muy bien qué hacer.
—Nos hemos hecho con un compañero muy valioso —les dijo a Showithal y Doregardo.
—Ya nos habíamos dado cuenta —respondió el líder.
—Y que tiene una gran deuda con vosotros, por aceptar mi palabra y hablar en mi favor anoche —dijo Regis.
—No era difícil saber que decías la verdad —dijo Doregardo—. Ya he tenido muchos encontronazos con Stuffings y no siento pena precisamente por su muerte. —Dejó escapar una risita—. ¿Te llegué a dar la enhorabuena por tu fabulosa puntería con él?
Regis recordó la pelea y revivió la escena en la que atravesaba fácilmente el único ojo bueno del enano con la punta del florete. Se encogió de hombros, algo avergonzado.
Poco tiempo después, los Ponis Sonrientes salieron a cabalgar. Regis montaba temporalmente una mula de carga, hasta que le pudieran conseguir una montura apropiada al otro lado de Aguas Sinuosas. Pasaron por debajo del árbol del que habían colgado a Kermillon y se fijaron en que los enterradores estaban cavando cuatro tumbas en el claro que había detrás.