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LA RED DE ENCANTAMIENTOS

Año del Intemporal (1479 CV)

Netheril

L

as estrellas titilaban en el despejado cielo del desierto y un rayo de luz de luna proyectaba un tenue resplandor sobre el jardín privado de la mujer, lo suficiente para que los suaves pétalos humedecidos de sus flores relucieran como los astros allá en lo alto.

Catti-brie estaba de buen humor. ¿Cómo no estarlo cuando se sentía tan próxima a Mielikki?

Sus días de danza en Iruladoon, de comunión con la diosa, le habían enseñado mucho acerca del funcionamiento de las esferas celestes y del ciclo eterno de la vida y la muerte. Y sobre las bondades de la vida, en general. Había entendido que ella formaba parte de aquellas estrellas que veía en el cielo, lo mismo que las flores que tenía ante sí.

Estaba en paz.

Y, sin embargo, no lo estaba. Porque ese lugar, ese momento, le recordaban por qué había vuelto a Faerun y la tarea que tenía que cumplir dentro de no muchos años. Este día, el equinoccio de primavera de 1479, era el decimosexto aniversario de su nacimiento, o «renacimiento», como lo llamaba ella en su fuero interno. Había pasado algunas horas con Niraj y Kavita en el campamento desai y no tenía que volver al Aquelarre hasta la mañana siguiente.

—Cinco años más —le susurró a una flor que tenía delante. Levantó los pétalos grandes y sedosos de la planta y los acarició levemente—. Sólo cinco.

Mentalmente evocó una imagen de Drizzt y sus labios se distendieron en una sonrisa. Había estado lejos de él durante algo más de dieciséis años, según sus cálculos, pero más de un siglo en la vida de él. ¿Habrían desaparecido sus sentimientos? ¿Guardaría siquiera un recuerdo significativo de ella?

¿Lo encontraría felizmente casado, tal vez con una elfa, y criando a sus propios hijos?

La mujer se encogió de hombros. La posibilidad no la entusiasmaba, pero la aceptaba como lo que era, una posibilidad, algo que quedaba fuera de su control. Pensó en verlo otra vez, en su sonrisa, en sus caricias. ¡Cómo echaba de menos sus caricias! Muchas cosas podían parecerle triviales a Catti-brie ahora que había estado en los brazos de una diosa, ahora que había mirado el multiverso con una comprensión tan profunda. Pero las caricias de Drizzt no eran insignificantes, el vínculo que los unía parecía tan grande como el de las esferas celestes y tan eterno como el ciclo de la vida y la muerte, independientemente de los aspectos prácticos que pudieran interferir.

Si Drizzt tenía otra esposa, que así fuera. Catti-brie sabía que todavía la amaba, que siempre la amaría del mismo modo que ella lo amaría siempre.

No por eso dejaría de entregarse a la inminente batalla que Mielikki le había descrito en sus días de conversación con la diosa en el bosque encantado. ¡Si lady Lloth o sus secuaces venían a por Drizzt, tendrían que derrotar antes a Catti-brie para llegar a él!

Se imaginó la Cumbre de Kelvin en el Valle del Viento Helado, bajo un cielo tan resplandeciente como ese, el viento permanente revolviéndole el pelo, la brisa helada haciéndole cosquillas en la piel.

—Cinco años más —volvió a susurrar.

—¿Cinco años más para qué? —dijo una voz nítida a sus espaldas.

Catti-brie se quedó helada, se le borró la sonrisa y abrió mucho los ojos. Era una voz que conocía. ¡La conocía de sobra!

—¿Para qué? —preguntó otra vez lady Avelyere—. Y mírame cuando te hablo, niña.

Catti-brie respiró hondo.

—Tu magia no es comparable a la mía, niña —dijo lady Avelyere, como si le leyera los pensamientos—. Y no conseguirás cambiar de forma lo bastante rápido para escapar de mí.

Catti-brie se volvió lentamente. Avelyere estaba a la entrada de su jardín secreto, vestida con un ampuloso traje de viaje de color púrpura y blanco, y en aquel momento a Catti-brie le pareció más alta y más imponente.

—Me has mentido —dijo en voz baja, pero cada palabra resonaba en la mente de Catti-brie como si le hubiera gritado al oído.

—No, señora… —tartamudeó.

—Te acogí, te abrí mi casa y tú me mentiste —insistió lady Avelyere.

—No…

—¡Sí!

Catti-brie tragó saliva.

—Me dijiste que no sabías de dónde provenían tus poderes de sanación y de cambiar de forma —prosiguió Avelyere—. No sabías que fueran de inspiración divina ni que fueran diferentes en algún sentido, pero ¿me has estado engañando todo el tiempo, adorando a este… dios?

—Diosa —consiguió decir Catti-brie.

—¡Les perdoné la vida a tus padres! —gritó lady Avelyere—. Si hubiera dicho una sola palabra sobre sus actividades mágicas, el enclave de las Sombras los habría capturado y torturado en la plaza de la ciudad. ¿Y este es el pago que recibo? ¿Tus mentiras?

Se fue acercando mientras hablaba hasta quedar mirando a Catti-brie desde su altura.

—Esto no tiene nada que ver con ellos —respondió Catti-brie con voz vacilante mientras se ponía de pie, pero manteniendo la cabeza baja.

La idea de que Avelyere descargara su ira sobre Niraj y Kavita la horrorizaba. ¿Cómo iba a poder perdonarse después de ocasionar la ruina de esas maravillosas personas?

Pero en su mente fue surgiendo un elemento tranquilizador, algo que le aseguraba que lady Avelyere no haría tal cosa, que Niraj y Kavita no estaban a merced de la maga y no se verían en peligro.

Catti-brie alzó la vista hacia la mujer. Lady Avelyere estiró la mano y suavemente acarició la espesa cabellera de la joven.

—Oh, querida niña —dijo, con voz tan suave como el pétalo de aquella flor—. ¿No entiendes que he llegado a quererte como si fueras mi propia hija?

—Sí, señora —se oyó responder Catti-brie.

—Es sólo que me siento herida, realmente herida, porque no me confiaras tu secreto.

—No pensé que lo entenderías.

—Hay que tener fe, niña —dijo la mujer en un susurro—. Soy tu mentora, no tu enemiga. —Atrajo a Catti-brie hacia sí y miró en derredor—. Explícame qué es este lugar. ¿Es tu altar a esa… diosa?

—Mielikki —susurró Catti-brie.

—Ah, sí, cuéntame más. ¡Seguramente ella te ha bendecido! He visto la marca.

Sin pensarlo, Catti-brie se llevó la mano al antebrazo contrario, a la cicatriz mágica en forma de unicornio que llevaba allí.

—Sí, tu cicatriz mágica, y los poderes que te concede —dijo lady Avelyere, aunque Catti-brie se dio cuenta de que ni siquiera había bajado la vista ni seguido su movimientos involuntario.

—Cuéntamelo todo. Háblame de Mielikki —dijo lady Avelyere con voz acariciante—, y de ese elfo oscuro y de la montaña bajo las estrellas.

De haber estado en sus cabales en ese momento, Catti-brie se hubiera dado cuenta de que lady Avelyere había reunido mucha más información de la que podía proporcionarle la vista del jardín, porque ella no había hablado en voz alta de Drizzt, sólo había pensado en él y había evocado su imagen.

—Dime, Ruqiah —insistió lady Avelyere.

Catti-brie —la corrigió la discípula de Mielikki.

Lord Parise Ulfbinder estaba sentado en su amplio butacón con las manos entrelazadas delante de los labios fruncidos. Ni siquiera pestañeaba mientras lady Avelyere exponía las increíbles afirmaciones de la joven Ruqiah de los desai.

—Es una Elegida de Mielikki —dijo Parise buen rato después de que la adivina acabara su largo relato.

Lady Avelyere se limitó a encogerse de hombros.

—Eso parece.

—¿Y tú la crees?

Otro encogimiento de hombros, pero esta vez asintió con la cabeza.

—¿Una niña bedine Elegida de Mielikki, una diosa que no es bedine? —preguntó Parise con escepticismo.

—Pero ella afirma que no es una niña bedine —dijo lady Avelyere—. Dice que su nombre no es Ruqiah sino Catti-brie.

Esta vez fue Parise Ulfbinder el que se encogió de hombros porque el nombre no le decía nada.

—Una mujer de otra época, de antes de la Plaga de los Conjuros.

—Eso es mucho afirmar. ¿No es más probable que simplemente esté tratando de proteger a sus padres proscritos?

—Eso pensé yo —respondió lady Avelyere—. Pero sus afirmaciones…

—Afirmaciones desesperadas de una joven desesperada…

—Fue adoptada por un enano en su vida anterior —lo interrumpió lady Avelyere—. Un rey enano.

El final de lo que iba a decir se quedó atascado en la garganta de Parise.

—¿Un rey enano? —preguntó, en cambio.

—El rey Bruenor Battlehammer de Mithril Hall —explicó lady Avelyere—. Me lo contó bajo mi encantamiento, bajo un conjuro de hipnosis, bajo el poder de una sugestión mágica.

—Terminó la historia inventada —sostuvo Parise.

—Hay menciones a un rey con ese nombre en la biblioteca del enclave de las Sombras.

—O sea que la chica visitó la biblioteca.

—Y también de su hija adoptiva, Catti-brie

—Entonces está claro: ¡la chica fue a la biblioteca! —gritó lord Parise Ulfbinder.

—… a la que se llevó en medio de la noche el espectro del unicornio de Mielikki —le comunicó Avelyere.

Parise se dejó caer en su butacón y preguntó mansamente:

—¿Qué quieres decir?

—A esta hija humana del rey Bruenor la volvió loca la Plaga de los Conjuros, murió de noche y fue arrebatada de su cama por un unicornio celestial. Eso cuenta la leyenda. —Hizo una pausa y en su cara se dibujó una sonrisa irónica—. Se la llevó de la cama de su esposo, un elfo oscuro llamado Drizzt Do’Urden.

Lord Parise Ulfbinder pasaba por ser uno de los hombres más serios y dignos del enclave de las Sombras, pero el respingo y el chillido que dio se parecieron más al grito de un niño sobresaltado. Dio un salto haciendo caer su asiento hacia atrás.

—Un nombre que has mencionado antes, ¿no? —dijo lady Avelyere, ensanchando aún más su sonrisa.

—Esto es de locos —dijo Parise, rodeando atropelladamente su escritorio para sentarse delante de la mujer—. ¿Estás segura de haberle mencionado a ella ese nombre? ¡Podría ser que sin darte cuenta la impulsaras a inventar esta descabellada historia!

—No creo haber dicho ese nombre jamás, ni haberlo oído fuera de esta habitación.

—Pero esta criatura domina la magia. Tal vez haya sorteado tu insidioso encantamiento, haya superado tus custodias y haya leído tus pensamientos.

—Menuda labor de búsqueda habría hecho. Yo no suelo pensar en el elfo oscuro. Ni siquiera me acordé del nombre hasta que Ruqiah, es decir, Catti-brie, me lo mencionó, e incluso entonces a duras penas lo reconocí. No fue hasta que mencionó la raza del susodicho Drizzt que recordé nuestra lejana conversación sobre el prisionero drow de lord Draygo.

—Su prisionero perdido.

—Entonces podemos dar con él, porque esta niña está decidida a encontrarlo en algún momento después del Año del Despertar de los Durmientes. De hecho, en esta conspiración tiene otros acompañantes con los que tiene pensado reunirse la noche del equinoccio de primavera de ese mismo año.

—¿Conspiradores bedine?

Lady Avelyere negó con la cabeza.

—1484 —musitó lord Parise—. Faltan casi exactamente cinco años. —Se atusó la perilla—. Realmente interesante.

—¿Qué hago?

—¡Deja que se vaya! —gritó Parise sin dudar—. Y vigílala, no la pierdas de vista. Puede que presenciemos una batalla de dioses de Toril. ¡Eso sería algo digno de ver!

Lady Avelyere no respondió abiertamente, pero su expresión fue harto elocuente y, sobre todo, dejaba claro su alivio.

—Vaya, señora mía —dijo Parise provocativo—, realmente te has encariñado con la chica.

Lady Avelyere se puso en guardia y consideró sus palabras. Su primer impulso fue negar de plano la acusación, pero rápidamente desechó la idea y profundizó con honestidad en sus sentimientos.

—Es muy hábil y representaba una verdadera promesa —respondió—. Tenía curiosidad y esperanza puestas en ella desde sus primeros días.

—Es algo más que curiosidad profesional —dijo su amigo, que la conocía bien.

Lady Avelyere asintió.

—La consideras tu protegida.

—Consideraba —respondió la mujer rápidamente, corrigiendo el tiempo verbal—. Ahora comprendo que es imposible. Su lealtad no es para conmigo, y no lo ha sido nunca.

—Pero no te ha enfadado.

—Cierto —dijo lady Avelyere—. Así que me conformo con hacer lo que dices y no castigarla por su duplicidad y por su secreta devoción a esta diosa foránea.

Parise Ulfbinder lucía una sonrisa irónica que provocó un suspiro de exasperación de la mujer. Veía a través de ella, por supuesto. Se daba cuenta de que se sentía herida al pensar que esta niña a la que había acogido y criado como a su propia hija pudiera tener una lealtad que estaba por encima de ella y del Aquelarre. ¡Pensar que Ruqiah se alejaría después de todo lo que había hecho por ella! ¡Y pensar que Ruqiah recibiría tanta formación detrayendo preciosos recursos del Aquelarre dedicados a alguien que sabía que se iba a marchar!

O sea que realmente había algo de enfado en lady Avelyere, una sensación de haber sido perjudicada por esta niña. Pero por encima de eso, tenía que admitirlo, había amargura y decepción. ¡Ruqiah había sido su proyecto y, sí, su protegida! Lady Avelyere sentía gran afecto por todas las hermanas del Aquelarre, pero a ninguna quería tanto como a la curiosa niña bedine a la que había capturado hacía años con una red mágica.

No le iba a resultar fácil dejarla ir.

Catti-brie se frotó los ojos para sacarse el sueño de encima y se volvió hacia la ventana, sorprendida al ver que el sol entraba a raudales. Al fin y al cabo, era una ventana que daba al oeste y por lo general la luz no le llegaba hasta tarde.

Hizo a un lado la cortina y miró el sol que se ponía en el cielo occidental.

Retrocedió un paso y se volvió a mirar la cama desordenada.

¿Cómo podían ser esas horas? ¿Cómo podía haber dormido todo el día?

Pensó en la noche anterior y trató de recordar cuándo se había ido a la cama.

Pero no pudo.

Trató de recordar qué día era y cuándo se suponía que tenía que volver a ver a sus padres en el campamento desai. Tenía una vaga idea de haber hablado con ellos recientemente, pero eso no tenía sentido.

Se vistió rápidamente, se cepilló el pelo y se puso en marcha, dispuesta a disculparse por haber desatendido sus deberes del día.

Apenas había andado unos pasos por el pasillo se tropezó con Rhyalle, que la saludó con una gran sonrisa y un suave contacto.

—¡Vaya, estás levantada! —dijo antes de que Catti-brie pudiera empezar a disculparse—. Hemos estado muy preocupadas por ti.

—Pero si estaba en mi habitación —respondió Catti-brie vacilante.

Se volvió a medias señalando el lugar de donde había salido.

—Diez días —respondió Rhyalle—. Temíamos que no despertaras nunca, aunque lady Avelyere nos tranquilizó diciendo que era una afección pasajera.

—¿Avelyere? ¿Afección? —tartamudeó Catti-brie.

—Sí, por supuesto… Ah, tal vez no recuerdes mucho de tus sueños enfebrecidos. Fue la cicatriz mágica, eso cree lady Avelyere. —Cogió el brazo de la chica y le subió la manga, dejando ver la cicatriz que se parecía a las siete estrellas de Mystra—. Otros con esas marcas han sufrido afecciones similares recientemente por lo que nos han dicho. Pero se pasará, en realidad ya se ha pasado. ¡Tienes muy buen aspecto!

Catti-brie no sabía por dónde empezar con tan confusa información. Una cosa le vino a la cabeza, sin embargo. Lo último que recordaba era a sus padres, en su tienda. ¿Había sido allí donde había enfermado? Y si era así, ¿cómo podía haber regresado a su cama en el Aquelarre?

Estuvo a punto de volverse por donde había venido, pero cambió de idea y pasó al lado de Rhyalle.

—Debo hablar con lady Avelyere —explicó.

Sin embargo, Rhyalle le sujetó el brazo con más fuerza y la retuvo, colocándose a continuación delante para bloquearle el camino.

—Tienes que quedarte en tu habitación —dijo—. Lady Avelyere vendrá pronto a verte.

—No, yo…

—¡Sí! —la corrigió Rhyalle con energía—. Yo venía precisamente para ver cómo estabas. Lady Avelyere dejó instrucciones muy claras. Vamos, vuelve a tu habitación.

Catti-brie dudó.

Rhyalle la empujó más decidida.

—No cabe discusión —insistió—. Debes esperar a la señora en tu habitación. No debes salir de allí hasta que ella te dé permiso.

Siguió empujándola y Catti-brie cedió.

Poco después, estaba sentada en el borde la cama, sola en su cuarto mientras su mente giraba como un torbellino y sus recuerdos iban y venían.

—¿Diez días? —preguntó en voz alta, y no podía entenderlo.

Hasta la memoria le jugaba malas pasadas. Primero había pensado que sus últimos recuerdos eran los del campamento desai, pero ahora se preguntó si se trataría de recuerdos más antiguos. Porque ahora le parecía que sus recuerdos más recientes tenían que ver consigo misma haciendo sus tareas en el Aquelarre y pensando en su siguiente visita al campamento de su familia. Sin embargo, incluso eso le parecía extrañamente lejano, o al menos como si se hubiera alejado notablemente.

No le encontraba sentido a nada de eso. Algo estaba mal, muy mal. Se levantó las mangas y observó sus cicatrices, incluso se pasó los dedos por ellas. No le pareció notar nada extraño.

Lady Avelyere pasó a verla un poco más tarde y se apresuró a abrazarla. Le repitió lo que ya le había dicho Rhyalle, haciendo pausas frecuentes para besarla dulcemente en la mejilla y para acariciarle el pelo.

—Yo no… —empezó a decir Catti-brie, e hizo una pausa mientras negaba con la cabeza—. Nada de los últimos días… de los últimos… —Volvió a negar con la cabeza—. Nada tiene sentido.

—Lo sé, querida —replicó lady Avelyere—. Sueños delirantes. Estuviste bastante enferma, aunque no conozco con certeza cuál fue tu afección. Tengo la sensación de que tiene que ver con las cicatrices mágicas que tienes. Hemos sabido de otros…

—Sí, eso me han dicho —interrumpió Catti-brie.

—En todos esos casos, la afección pasó rápidamente y no hubo signos de recaídas —añadió lady Avelyere—. Espero que contigo pase lo mismo. —Volvió a besar a Catti-brie en la frente—. Ahora te ordeno que descanses.

La joven no se resistió cuando lady Avelyere hizo que se recostara en la cama.

—Me esperan en casa de mis padres —dijo.

—Oh, no, no, no, niña —respondió la maga—. No vas a abandonar el Aquelarre en muchos días. No, no. Tengo que asegurarme de que tu afección ha pasado realmente. Tuviste suerte de que te diera estando aquí, entre amigas con grandes medios para facilitar tu curación. De haber estado fuera de aquí, lo más probable es que hubieras muerto.

—Se preocuparán…

—Ya encontraré la manera de comunicarles que estás bien y que los visitarás en cuanto puedas —prometió lady Avelyere, y después de darle a su protegida un último achuchón abandonó silenciosamente la habitación, dejando a Catti-brie a solas con el torbellino de sus pensamientos.

Se mordió los labios y siguió mirando hacia la ventana. Sólo deseaba salir de allí e ir a uno de sus jardines secretos para poder comunicarse con Mielikki y obtener algunas respuestas. Además de la confusión por su aparente falta de memoria y de los días transcurridos, algo parecía ir mal; en un nivel subconsciente había contradicciones que le producían desazón.

Catti-brie repasó mentalmente una y otra vez las conversaciones con Rhyalle y con lady Avelyere, tratando de encontrar alguna clave. Una cosa destacaba en todo aquello: ¿por qué era probable que hubiera muerto de haberle dado el ataque fuera del Aquelarre? ¿Acaso no le habían dicho tanto Rhyalle como Avelyere que otros habían sufrido afecciones similares y que en esos casos lo habían superado sin complicaciones graves?

Catti-brie hizo un gesto de perplejidad. ¿Acaso Avelyere le había mentido?

Se concentró, decidida a recordar más o al menos a poner en cierto contexto y orden algunos de los recuerdos fugaces que afloraban a su mente.

Volvió a mirar hacia la puerta, luego hacia una pequeña planta decorativa colocada en el rincón de la habitación.

Otra vez su mirada volvió a la puerta y se mordió el labio. ¿Se atrevería?

La prudencia le aconsejó no hacerlo. La proyección de Ruqiah le aconsejó no hacerlo.

Sin embargo, la sabiduría de Catti-brie la acuciaba, le decía que había algo que no iba bien.

Fue hasta la planta y la arrastró hasta la pared contraria, donde quedaba oculta desde la puerta que se abría hacia el interior de la habitación y la mantendría escondida de cualquiera que entrara desde ese rincón particular, al menos un momento.

Volvió a mirar a su alrededor. En todos los años que llevaba aquí, jamás había intentado nada tan peligroso.

Pero necesitaba saber.

Empezó a susurrar un conjuro largo y solemne. Desde dentro del Aquelarre, en la ciudad flotante del enclave de las Sombras, invocó a Mielikki.

Pidió que la guiara, pidió su intervención divina para aclarar su confusión mental. La cicatriz mágica con forma de unicornio empezó a brillar, una luz azulada sobrevoló su antebrazo como la niebla que envuelve un torrente de montaña en una fría mañana de otoño.

No encontró una respuesta de inmediato, pero se le ocurrió un conjuro más simple.

Hizo un conjuro para desactivar la magia, primero como un conjuro divino, después otra vez según la escuela arcana de magia. Lo hizo sobre sí misma varias veces y cada vez con más seguridad cuando empezó a reconocer que era cierto, que la niebla mental que la envolvía era de inspiración mágica.

Aquella niebla sinuosa empezó a despejarse, sólo un poco, pero esa pieza del rompecabezas, un recuerdo de lady Avelyere en el desierto, en su jardín secreto, fue todo lo que Catti-brie necesitó para recomponer el resto de la nefasta historia.

¡Avelyere lo sabía!

¡Ella lo sabía!

¡Lo sabía todo!

La respiración de Catti-brie se volvió entrecortada mientras trataba de recordar su última conversación con la mujer a la luz de este nuevo descubrimiento. ¡Le había contado a Avelyere su vida anterior!

¿Qué significaba eso para sus planes? ¿Qué significaba para Drizzt y para los demás?

Sin embargo, no podía concentrarse en eso, pues había otras cuestiones más acuciantes. Las palabras que Avelyere había dicho al marcharse no dejaban de dar vueltas en su cabeza.

Por fin logró deshacer la madeja y miró hacia la puerta con la boca abierta mientras resonaba en sus pensamientos la última promesa de la maga. Su corazón latía desbocado al volver sobre aquellas palabras.

Catti-brie había estado con Niraj y Kavita justo antes de su encuentro con lady Avelyere en su jardín secreto. La cronología de la explicación que le había dado sobre su aflicción no se sostenía. Si Catti-brie volvía a hablar con sus padres su mentira se haría evidente.

—Oh, no —dijo Catti-brie para sí. Lo más seguro era que Avelyere fuera a ver a Niraj y a Kavita, no para tranquilizarlos, sino para asegurarse de que su hija no volviera a tener ocasión de hablar con ellos.

—Oh, no —repitió, respirando con dificultad mientras se le llenaban los ojos de lágrimas.

Pensó en Drizzt y en el evidente riesgo para su misión. Pensó en su deber.

Pero también pensó en el deber que tenía para con sus padres, Niraj y Kavita, que sólo le habían brindado amor y bondad.

Tenía que marcharse, lo sabía, en ese preciso momento.

—Perdóname, Mielikki —susurró, llorando ahora a lágrima viva.

Porque sabía lo que debía hacer.

—¿Qué está haciendo? —le preguntó lady Avelyere a Rhyalle, que estaba a su lado en el alto balcón, arrebujada en una manta para protegerse de la lluvia. Abajo, a lo lejos, notaron los movimientos de Ruqiah. La joven iba de un lado a otro velozmente, mirando repetidamente por encima del hombro como si temiera que la estuvieran siguiendo.

—¿Está abandonando el enclave de las Sombras? —preguntó Avelyere.

—La muralla está al otro lado —replicó Rhyalle.

Un trueno sacudió la tierra y la lluvia arreció.

Lady Avelyere había bombardeado a Ruqiah con conjuros para confundirla, para bloquear su memoria, para hacerle ver que las cosas estaban en un lugar distinto de donde estaban realmente. A pesar de todo, no salía de su asombro al ver que Ruqiah —Catti-brie— había conseguido orientarse para salir de su habitación y, se temía, incluso sería capaz de salir del recinto del Aquelarre.

—Si abandona el enclave de las Sombras, tráela encadenada —ordenó.

—¿Y si va al campamento de los desai?

—No se lo permitas.

—Es… difícil de contener —admitió Rhyalle.

Lady Avelyere estaba a punto de responder, pero se detuvo e hizo a Rhyalle una seña con la cabeza para que volviera la vista hacia Ruqiah. La joven atravesó corriendo un espacio despejado y entró en un pequeño almacén. Miró atrás una última vez antes de cerrar la puerta tras de sí.

—Curiosa elección —dijo Rhyalle.

—¿Conoces ese edificio?

—Un almacén —respondió Rhyalle—. Sobre todo de aceite, linternas y antorchas. ¿Será posible que Ruqiah esté pensando en recorrer las alcantarillas del enclave…?

Una tremenda descarga de luz la interrumpió haciendo que Rhyalle y lady Avelyere retrocedieran sorprendidas. El trueno que hizo estremecer las piedras siguió de inmediato, casi de forma instantánea, porque el rayo había caído a tan poca distancia del balcón en que se encontraban y con tanta potencia que las sacudió a ambas con fuerza y ambas estuvieron a punto de caer.

Se cogieron la una de la otra para recuperar el equilibrio y se asomaron para mirar el pequeño almacén que había sido alcanzado de forma directa por la descarga.

Explosiones menores sacudían la zona, seguramente al prenderse fuego los barriles de aceite, y surgían llamaradas que se enfrentaban a la lluvia torrencial.

—Ruqiah —dijo Rhyalle casi sin aliento.

Una última y masiva explosión sacudió la plaza, agitó toda la zona del enclave de las Sombras, y una enorme bola de fuego brotó del almacén como un hongo enorme y feroz que se elevó hacia el cielo hasta disiparse en vapor y humo. Debajo quedó el edificio arrasado, una pila de escombros humeantes chisporroteando en medio de la lluvia torrencial.

Y Ruqiah no salió de allí.