TODO TIENE UN PRECIO
Año del Esplendor Fulgurante (1469 CV)
El enclave de las Sombras
A
l borde de la muralla occidental de la netheriliana capital flotante del enclave de las Sombras había un recinto que desentonaba dentro de aquella urbe de firmes torres negras y ominosas murallas del mismo modo que la propia ciudad, emplazada encima de una montaña flotante invertida, parecía desentonar en un mundo que obedecía las leyes básicas de la naturaleza.
El recinto era conocido como el Aquelarre, y a Catti-brie le pareció una fortaleza de lo más interesante. Allí, lady Avelyere y sus fieles seguidoras, todas mujeres y todas netherilianas salvo Catti-brie, se ejercitaban y estudiaban, participando en concursos de lanzamiento de relámpagos del mismo modo que los arqueros compiten con sus arcos y flechas. Allí, en salas protegidas y rigurosamente supervisadas, las hechiceras de diversos niveles de destreza se atrevían a probar nuevos conjuros o combinaciones de ellos para conseguir efectos nuevos y más potentes.
En el sótano había una sala de invocaciones de estudiado diseño y meticulosa construcción rodeada de potentes runas para impedir que ningún demonio o diablo consiguiera salir de allí aun cuando consiguiese superar en poderes al mago invocador.
El Aquelarre existía como testimonio del aprendizaje mágico y, aunque completamente funcional, no estaba exento de belleza, ya que había sido concebido por una mujer que tenía una visión cultivada de la comodidad y el refinamiento. El exterior no estaba dominado por una gran torre central como era costumbre en esta adusta ciudad, y como era común en las mansiones de los magos de los reinos, especialmente de los hombres, cosa que daba lugar, por supuesto, a no pocas bromas libidinosas entre las hechiceras del Aquelarre. En lugar de eso había varias cúpulas recubiertas de diversos metales preciosos. No había gárgolas de mirada malintencionada en las esquinas del tejado, sino que los desagües de los canalones tenían forma de torneadas sirenas y ninfas, y estatuas de alegres muchachitos dominaban el recinto.
El interior de la fortaleza resultaba igualmente atractivo a la vista, decorado con profusión de telas, esteras y tapices de alegres y vibrantes colores. La ampulosa escalera daba alas a la imaginación y los grandes ventanales, muchos de ellos con coloridos vitrales, dejaban entrar luz en abundancia para el estudio en la mayoría de las estancias. El lugar era aireado y limpio, y las estudiantes más jóvenes ayudaban a los sirvientes bedine a menudo por medios mágicos. En realidad, los primeros conjuros que aprendió Catti-brie en sus diez primeros días en el Aquelarre consistían en conjurar a un sirviente invisible, en crear agua, viento y luz mágica: cuatro recursos especialmente útiles para iluminar telarañas, hacerlas desaparecer de un soplo y limpiar a continuación.
Cosa extraña, a Catti-brie, esta fortaleza en particular y el enclave de las Sombras en general le traían recuerdos tanto de Luna Plateada como de Menzoberranzan, ya que tenían la grandiosa y arrolladora belleza de la primera y la improvisación decorativa y mágica unida a un decidido aire de otro mundo que caracterizaban a la segunda. Sin duda, el Aquelarre destacaba entre las demás estructuras de la atestada ciudad del enclave de las Sombras, y parecía totalmente fuera de lugar entre las construcciones sombrías y angulosas que dominaban el resto de la urbe.
Los primeros días que pasó en la fortaleza de lady Avelyere no le desagradaron, ya que su tiempo se repartía en una fácil combinación de tareas y estudios, que Catti-brie encaraba con gran avidez. Su objetivo era fortalecerse en el Arte, y ese lugar le daba exactamente esa oportunidad. El aprendizaje bajo la tutela de sus padres había sido aceptable, aunque limitado, pero eso… eso era una gran academia con instructores que dominaban las diversas escuelas de la magia, desde el lanzamiento de fuego y la evocación de explosivos hasta la adivinación y la invocación de criaturas de los planos netherilianos.
No era objeto de maltrato. Daba la impresión de que la paliza que había recibido cuando la capturaron había sido una anomalía, una advertencia inicial y nada más, y ahora el resto de las mujeres del Aquelarre le brindaba una buena acogida, en particular Rhyalle, que le asignó una habitación muy próxima a la suya.
Sí, este lugar respondía a sus expectativas y sin duda la ayudaría a conseguir su objetivo final. Catti-brie se dedicaba a sus estudios con gran determinación y con un grado de comprensión y de experiencia previa muy superior al que podían haber previsto sus mentores.
Era una alumna que destacaba, y las hechiceras del Aquelarre no dejaban de estimularla.
Y con todo, seguía destacando.
Sin embargo, al poco tiempo, Catti-brie descubrió sorprendida que este acuerdo no le proporcionaba una satisfacción real. Había algunas inquietudes que no dejaban de atormentarla. No podía hablar con Mielikki, no podía honrar a la diosa que le había proporcionado la oportunidad de esta segunda vida. El enclave de las Sombras era una ciudad dedicada a la magia dentro de un imperio que otrora había intentado desplazar a una diosa reclamando para sus propios hechiceros la supremacía sobre la magia. Al principio de su estancia en el Aquelarre, le habían preguntado reiteradamente sobre su dominio de los poderes curativos, sobre su origen y sobre sus aparentes capacidades druídicas.
Ella se había limitado a encogerse de hombros y a fingir incredulidad, insistiendo prudentemente en que ni siquiera sabía que los dos tipos de magia, la arcana y la divina, fueran de origen diferente. En apariencia, eso había dejado satisfechos a sus captores, pero no hasta el punto de permitirle sentirse lo bastante cómoda como para intentar un contacto con Mielikki en casa de lady Avelyere.
Pensaba constantemente en Niraj y Kavita, y rogaba que estuvieran bien. Lady Avelyere había dado a entender que conocía el secreto de Kavita y Niraj, cosa que Catti-brie interpretaba como una amenaza velada.
Fue así que una noche Catti-brie salió sigilosamente de su habitación y se dirigió descalza a la parte posterior de la muralla del Aquelarre. Allí tendió la vista sobre la muralla de la ciudad, no muy lejana, y vio que no estaba protegida. Cerró los ojos y empezó a formular un conjuro.
—Si te conviertes en pájaro e intentas salir volando, lanzaré un rayo que te sacará del cielo. —Catti-brie oyó la voz de lady Avelyere a sus espaldas y se quedó helada al tiempo que se le erizaba el pelo de la nuca.
Tragó saliva, tratando de decidir su siguiente movimiento. Por reflejo, echó una mirada al cielo y se preguntó cuánto le llevaría crear una perturbación suficiente para que un relámpago acudiera a su llamada. Sin embargo, era un pensamiento ridículo, porque, aun suponiendo que lo consiguiera, la poderosa lady Avelyere la destruiría sin dificultad.
—No hagas que me arrepienta de haberte acogido, pequeña Ruqiah de los desai —prosiguió lady Avelyere, acercándose más.
—N-no, señora, por supuesto que no —se oyó tartamudear la niña.
—No tienes autorización para marcharte —insistió la adivina—. Te perdoné la vida con la condición de que aceptaras mi escuela, y ahora que estás aquí hay normas que cumplir, querida pequeña Ruqiah, sin excepción.
—No iba a marcharme —replicó Catti-brie.
—Oh, ya lo creo que sí. No me tomes por tonta, te aviso. Oí tus pensamientos tan claramente como te vi salir de tu habitación.
¿Entonces Avelyere sabía no sólo de Ruqiah sino también de Catti-brie? ¿Conocía su devoción por Mielikki? ¿Se había descubierto todo lo que Catti-brie había tratado de ocultar cuando la capturaron?
—Entonces sabrás que tenía pensado volver —dijo Catti-brie con la voz más firme ahora que había recuperado su determinación, su valor y sus fundamentos. Si Avelyere conocía todos sus pensamientos secretos no estaría enfrentándose a ella sobre la muralla del Aquelarre en este momento, con todo lo que se jugaba.
—No se te permite salir en absoluto —respondió lady Avelyere.
Catti-brie se volvió para mirarla de frente.
—Quiero ver a mi ma’ —dijo.
—Tu madre está bien, y no tienes por qué preocuparte.
No había mucha severidad en el tono de Avelyere, pero Catti-brie tenía recursos suficientes como para fingir que sí la había, por eso empezó a sollozar y a gemir.
—¡Quiero a mi ma’! —Y lo repitió varias veces.
Lady Avelyere se le acercó y, ante la sorpresa de la muchacha, la atrajo hacia sí y la abrazó. Un momento después, la adivina se agachó para mirar a Catti-brie a los ojos mientras le acariciaba con ternura el pelo castaño cobrizo.
—Conozco el secreto de Niraj y Kavita —dijo en voz baja—. Están al margen de la ley, y los Doce Príncipes del enclave de las Sombras no tendrán piedad de ellos si alguna vez llegan a conocer la verdad.
Catti-brie redobló los sollozos y se refugió en el abrazo de Avelyere mientras seguía susurrando que quería a su mamá.
Después de un buen rato, lady Avelyere apartó a la niña.
—Pensabas convertirte en pájaro y volar hasta los desai —afirmó.
—Sólo un poquito —le aseguró Catti-brie entre sollozos—. Pensaba volver antes del amanecer.
—¿Por qué habría de creerte? Quieres escapar.
—¡No, señora, jamás! —insistió Catti-brie con toda la diplomacia de que era capaz… El hecho de estar diciendo la verdad le facilitaba las cosas.
—Entonces abandona este lugar por la mañana, para siempre —dijo lady Avelyere de repente, dándose la vuelta—. ¡Aléjate de mí y no regreses nunca!
—¡No, señora, por favor! ¡No! —rogó Catti-brie—. ¡Entonces no saldré para nada, quiero ver a mi ma’, pero no dejaré este lugar! ¡Jamás dejaré este lugar! ¡Aprendo tanto aquí! ¡Rhyalle es ahora mi hermana! —El tono de su voz parecía al borde del pánico, representaba el papel de una niña pequeña y la sonrisa con que lady Avelyere respondió a sus palabras era una muestra de compasión y no de desconfianza.
—Me vuelvo a la cama —dijo poco después—. Espero que me despiertes por la mañana. —Giró sobre sus talones y se dispuso a hacer lo que había dicho.
Catti-brie captó el permiso implícito para irse, pero en el preciso momento en que se disponía a iniciar otra vez la formulación del conjuro se dio cuenta de que a la niña, Ruqiah, seguramente se le habría escapado esa sutileza.
—¿Entonces puedo irme, señora? —preguntó, llena de esperanza y rebosante de gratitud.
—Niña, te veré por la mañana —fue la respuesta, pero entonces lady Avelyere se paró en seco y se volvió a mirarla otra vez con fiereza—. Y si no, que sepas que tus padres sufrirán las consecuencias.
Dicho esto se fue.
Catti-brie se quedó en la muralla largo rato, tratando de encontrarle sentido a aquel encuentro. Avelyere la dejaba marcharse, pero ¿para qué? ¿Pensaba que ella sería una discípula más empeñosa por haberle permitido esta trasgresión, o tal vez sería que esta consumada mujer netheriliana no era a fin de cuentas una bestia sin corazón?
Catti-brie se inclinó por lo último, a pesar de que un destello de terror llenó su mente cuando se le ocurrió pensar que quizá Avelyere la estaba provocando.
Se transformó en pájaro y salió volando y poco después descubrió que sus temores eran infundados, que Niraj y Kavita estaban a salvo en sus tiendas, aunque no «bien» como Avelyere le había dicho. No, estaban desolados, llorando la muerte de su amada hija.
¡Qué repentinamente cambió todo aquello cuando Ruqiah apareció ante ellos! Todo desapareció con el intercambio de sonrisas, con la calidez de los abrazos y con las frases tranquilizadoras de Ruqiah, que les aseguró que todo iba bien, que seguiría bien.
A la mañana siguiente, Catti-brie estaba enfrascada en sus estudios cuando lady Avelyere se llegó a ella y la llevó a un lado.
—Tienes expectativas que cumplir —le explicó a la niña—. Objetivos que alcanzar, y no voy a aceptar excusas cuando me falles. Puedes ir a visitar a tus padres cada diez días, pero a condición de que no me decepciones.
Catti-brie no pudo evitar una sonrisa, y realmente se volvió a sorprender de lo mucho que quería jugar sus juegos infantiles con Niraj y cuánto deseaba que Kavita le cepillara el pelo y le contara historias de los bedine, de sus ancestros que ni siquiera eran realmente sus ancestros. En cierto modo, esa verdad de sus antepasados parecía carecer de importancia.
Le prometió a lady Avelyere que sería la mejor discípula que había tenido jamás, y era sincera, por todas las razones por las que había vuelto a Faerun y también por su auténtica gratitud ante este gesto extraordinario.
Estaba dispuesta a responder a todas las expectativas que le plantearan y a superarlas incluso.
Año del Círculo Tenebroso (1478 CV)
El enclave de las Sombras
El primer destello de fuego salió de la mano de la joven, en medio de sus enemigos orcos, y allí estalló en una bola de fuego, inmolando al grupo.
Entornando los ojos azules para protegerlos del resplandor, la hechicera rebuscó mentalmente en ese fuego e hizo surgir un duendecillo de fuego, un aliado vivo hecho del feroz elemento. La hechicera sólo se fijó en él un momento, doblegando las llamas, creando el duendecillo, y luego se volvió hacia un lado. Pero el duendecillo sabía qué hacer y saltó y se deslizó atravesando el tejado, dejando una estela de volutas de humo y pavesas antes de saltar al pecho del orco más próximo.
La maga se volvió hacia la izquierda e hizo un movimiento abarcador con los brazos hacia abajo y de izquierda a derecha, como si hubiera lanzado un líquido inflamable. Entonces surgió una línea de fuego a lo largo del borde del tejado, sellando ese flanco con una pared de ardientes llamas.
Siguió hacia la izquierda, agachándose y girando para levantarse rápidamente y hacer frente a un puñado de orcos que se acercaba. Con los pulgares juntos y los dedos bien desplegados, formuló su cuarto conjuro y un abanico de llamas sobrevoló a sus enemigos. La maga se agachó, como para evitar cualquier arremetida y lanzó una patada a la rodilla del orco más cercano, por si acaso y también porque le encantaba la sensación del golpe físico.
Un aplauso pausado se oyó detrás de ella. Venía de la puerta de esta construcción plana que había dentro del Aquelarre.
Catti-brie se puso de pie, se alisó la ropa, respiró hondo y lentamente se volvió hacia lady Avelyere.
—Interesante demostración —dijo la adivina—. ¿Crees que eres una maga de batalla?
Catti-brie vaciló un poco.
—Yo… bueno, me gusta estar preparada.
—Para la batalla.
—Sí.
—¿Tienes claro que vives en una ciudad, rodeada por tus hermanas del Aquelarre y por las fuerzas de Netheril? ¿Con una guardia incomparable y los grandes Doce Príncipes?
Catti-brie bajó la vista. Algo de esto se esperaba dada la expresión más bien adusta de lady Avelyere. Un repentino estallido a un lado la sobresaltó cuando las mordaces llamas prendieron en uno de los maniquíes de orco, cobraron algo de vida en una bolsa de aire y tal vez al encontrar un poco de savia de la base de madera.
—Pasarás más tiempo en reuniones sociales que en el campo de batalla —puntualizó lady Avelyere acercándose a ella—. Descubrirás que tus misiones al servicio del Aquelarre tienen más que ver con reunir información y con la coacción, como te he repetido muchas veces.
—Sí, señora —dijo—. También practico esos conjuros…
Cuando terminó, lady Avelyere le cogió la barbilla y la obligó a mirarla a los ojos.
—Querida Ruqiah, ¿qué es esta fascinación tuya por el fuego?
Catti-brie se pasó la lengua por los labios considerando seriamente la pregunta, porque ella misma se lo había preguntado muchas veces. De todas las escuelas de magia arcana que esta formación ponía a su alcance, tenía que admitir que con la que más cómoda se encontraba y en la que se sentía más capaz era con la de evocar y configurar conjuros de fuerza explosiva y mortífera. Y de esos muchos hechizos, los que realmente le gustaban eran los que tenían que ver con el elemento fuego… al menos para sus estudios arcanos. Después de todo ya sabía cómo invocar un relámpago y había sido capaz de hacerlo con una fuerza letal desde sus comienzos. En realidad, habían pasado diez años desde que había matado a los dos agentes netherilianos con uno de estos proyectiles provenientes de los cielos.
Tal vez fuera eso, pensó. Aunque jamás se lo diría a Avelyere, por supuesto, en lo más hondo Catti-brie sentía que tal vez había algo más. Trataba de ocultar a lady Avelyere y a las demás del Aquelarre sus conjuros de inspiración divina, que le daban una formidable protección contra los elementos. Sólo ejercitaba sus poderes en las ocasiones en las que iba a visitar a Niraj y a Kavita, e incluso entonces, sólo en lugares cerrados, cuando creaba jardines para honrar a Mielikki. En esta situación ventajosa, el fuego le resultaba especialmente atractivo. No necesitaba preocuparse por una repercusión inesperada de una bola de fuego cuando estaba bajo la custodia de Mielikki.
Además, descubrió que realmente disfrutaba de la erupción de una bola de fuego, del destello de calor y de luz que recibía, del poder explosivo y limpiador. Sonrió, aunque no era una respuesta apropiada para lady Avelyere, porque estaba pensando en Bruenor, su padre adoptivo. En sus verdaderos años de formación, Catti-brie había sido educada como guerrera, una mujer de acción que no evitaba una batalla, sino que más bien se lanzaba a ella. El poder de una bola de fuego la fascinaba, porque no tenía nada de sutileza ni de calma. Más por crianza que por naturaleza, Catti-brie tenía mucho de enana.
El suspiro de lady Avelyere la volvió a la situación actual y se dio cuenta de que la mujer meneaba la cabeza expresando evidente decepción.
—Esperaba más refinamiento de ti, mi joven protegida —dijo—. Sigues siendo la estudiante más joven de la historia de mi gremio, y tenía grandes esperanzas puestas en ti. Pero resulta que pierdes el tiempo en explosiones y dando patadas en la rodilla de los maniquíes. ¡A lo mejor tendría que mandarte para que te formaras con la guardia de la ciudad!
Esa observación, que evidentemente pretendía ser un insulto, le gustó a Catti-brie. ¡Cómo le habría gustado sostener otra vez una espada en la mano, o disparar una flecha con Taulmaril, su arco mágico de la otra vida!
El rostro de lady Avelyere se suavizó y se adelantó un paso alargando una mano para acariciar la espesa mata de pelo cobrizo de Catti-brie, que se había vuelto más rojizo al entrar en la adolescencia. El contacto con la gran mujer no hizo recular en absoluto a Catti-brie. Al final había llegado a confiar en Avelyere.
—¿Sabes qué? Mi poder es mi conocimiento —explicó lady Avelyere—, y con la ayuda de ese conocimiento, con coacción, consigo lo que quiero sin llamaradas ni relámpagos. Esto es lo que mejor funciona aquí en el enclave de las Sombras, en el mundo en que vives ahora.
La forma en que Avelyere le explicó las cosas, el tono de su voz en particular, hizo que Catti-brie se diera cuenta de que eso tenía que ver con algo más que su predilección por los conjuros explosivos. Lady Avelyere —y el título que se le había concedido era merecido sin duda— estaba más decepcionada por la falta de decoro y por el desprecio a la etiqueta propia de los círculos sociales del que hacía gala Catti-brie. Los dignatarios visitaban a menudo el Aquelarre y Ruqiah nunca les había causado gran impresión. Cuando más, los divertía y les arrancaba unas cuantas risitas despectivas, pero nunca los impresionaba. No era el tipo de vida que Ruqiah, que Catti-brie, esperaba o que, incluso en su existencia anterior, había buscado.
Pensó en sus primeros encuentros con lady Alustriel, de Luna Plateada. De hecho, lady Avelyere en cierto modo le recordaba a ella. Catti-brie se había sentido tan incómoda, tan disminuida, junto a aquella mujer, cuyas virtudes sociales parecían surgir de una manera tan natural, tan brillante.
Catti-brie pensó en Bruenor y volvió a sentirse reconfortada. Bruenor era capaz de alzar un jarro de cerveza con cualquiera, pero si lo colocabas en un salón de delicadas copas de vino, alternando con los caballeros de Aguas Profundas, por ejemplo, bueno, la situación no resultaba tranquila ni elegante.
Cómica tal vez sí, pero nunca elegante.
—¿Te resulta divertida mi decepción? —preguntó lady Avelyere.
—No, señora, no —se apresuró a responder Catti-brie, y no mentía—. Es sólo que… tú eres tan hermosa, tan elegante. Flotas en los salones de baile con la misma facilidad que las sombras de los bailarines y todos se vuelven a mirarte. Todas las mujeres tienen celos de ti y todos los hombres desean poseerte.
En seguida se dio cuenta de que sus alabanzas habían disipado cualquier asomo de enfado y, aunque se estaba valiendo de las hermosas palabras como una defensa para no revelar sus recuerdos, era sincera.
—Pero yo no soy ningún cisne —continuó—. De ahí que tal vez mi elección dentro de la magia sea más adecuada para mí. Tu aspecto y tu gracia favorecen tu destreza con los conjuros que describes, ya que pocos se resistirían a tus encantos aunque no mediase la magia que empleas. Sin embargo, me temo que los míos… —Hizo una pausa y alzó las manos como dando a entender que su aspecto hablaba por sí mismo—. Mis propias gracias y encantos dificultarían semejante dedicación a las escuelas de la coacción.
Lady Avelyere, con los brazos en jarras, miró a Catti-brie de pies a cabeza.
—Veamos, eres un poco desgarbada y tienes tan pocas formas como un chico, pero apenas despuntas como mujer. —Estiró la mano y plegó un poco la camisa de la niña—. De veras creo que la llenarás debidamente cuando te conviertas realmente en una. Y no eres fea, aunque un poco… ¿cómo te diría? Un poco rubicunda. Sin embargo, casi no tienes nada de la animalidad tan común entre los de tu pueblo. En muchas tierras ni siquiera te tomarían por una bedine.
Catti-brie sólo pudo responder con una sonrisa a esas observaciones tan prejuiciosas, porque, desde su punto de vista, Kavita era una de las mujeres más hermosas que había visto jamás, en sus dos vidas, con su piel tersa de color canela, su pelo negro, largo, brillante como las plumas del cuervo, y esos ojos oscuros capaces de llegar al alma del otro e incluso de burlarse de ella con su increíble profundidad.
—Gracias, gentil señora —dijo, e hizo una elegante reverencia.
—Anda, vete a practicar tu repertorio más sutil —le indicó lady Avelyere—. Ninguna de tus hermanas ha tenido necesidad de lanzar una bola de fuego en muchos años. Me atrevería a decir que tu impresionante y explosiva demostración deja bien clara tu capacidad en este terreno, en el improbable caso de que llegues a necesitar demostrarla.
—Sí, señora —respondió Catti-brie, y empezaba ya una inclinación de cabeza cuando se contuvo y repitió la reverencia de antes.
A continuación se alejó presurosa, satisfecha de haber acabado aquella confrontación.
De todos modos, tenía la sensación de que esta no sería la última conversación incómoda que tendría con lady Avelyere, y la perspectiva de la prueba por la que tendría que pasar de allí a pocos años, cuando llegara el momento de abandonar el enclave de las Sombras y el Aquelarre, le daba escalofríos.