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SOCIEDAD CULTIVADA

Año del Tercer Círculo (1472 CV)

Delthuntle

-H

izo bien en llegar hasta donde llegó —dijo Pericolo Topolino a dos de sus capitanes, un halfling prestidigitador al que acertadamente llamaban Dedos Ligeros, y la asesora de más confianza del Abuelo: su propia nieta, Donnola Topolino.

—Lo tuve en el punto de mira cuando le faltaba la mitad para llegar al tejado del edificio —protestó Dedos Ligeros—. Podría haberlo derribado de la pared con facilidad.

—No es más que un niño —replicó Donnola—. ¿Y no reparaste en él hasta que llegó a la mitad del edificio?

Dedos Ligeros recorrió con sus yemas uno de los extremos delicadamente curvos de su bigote negro, echó una mirada de soslayo a la joven y bonita aristócrata, y dedicó al comentario una interjección desdeñosa.

—¿Se ha despertado ya? —preguntó Topolino, divertido.

La verdad es que a menudo le resultaban divertidas las constantes pullas entre estos dos. Al fin y al cabo era pura diversión y los dos eran muy buenos amigos cuando no competían por su atención.

Corrían rumores de que Dedos Ligeros —la mayor parte del tiempo Topolino ni siquiera recordaba su verdadero nombre— estaba instruyendo secretamente a Donnola en ciertas técnicas de sugestión mágica, sólo para que su recopilación de información resultase más lucrativa para la Morada Topolino.

—Le diste de lleno —replicó Donnola—. Y tal vez con una cantidad excesiva de veneno para alguien tan pequeño.

A modo de respuesta, Pericolo dio un toque al arma que llevaba en una funda sobre un costado, sacándola en un abrir y cerrar de ojos. Al salir de la funda hábilmente diseñada, las alas de la ballesta de mano se desplegaron, mostrando el arma amartillada y lista para disparar un dardo de punta envenenada.

—Una buena cosecha —dijo Pericolo con una risotada.

—Sigues disparando bien, viejo —dijo Dedos Ligeros, que tenía la misma edad del Abuelo y había crecido a su lado en las calles de Delthuntle. Sólo él se atrevía a desafiar así a Pericolo Topolino.

—Lo bastante rápido para acertarle a un brujo antes de que lance su primer conjuro, sin duda —respondió el Abuelo. Accionó con la mano una palanca escondida en la cara interna del mango forrado de nácar de la ballesta, soltando el cerrojo, y de inmediato las alas se cerraron. Le hizo describir al arma un elegante giro con el dedo metido en el seguro antes de devolverla a su funda.

—Buen veneno —repitió, porque él mismo lo había destilado, por supuesto—. Es probable que este Araña duerma otro día más y seguramente se despertará con un fuerte dolor de cabeza.

—Le está bien al ladronzuelo —dijo Dedos Ligeros—. Un dolor de cabeza merecido por su desvergüenza. ¿Cómo se atreve a allanar la morada de Pericolo Topolino? ¡Y un halfling, además! Brandobaris debe de estar sacudiendo la cabeza ante esto, ¿no os parece?

—Un ladronzuelo valioso —lo corrigió Pericolo—. Y teniendo en cuenta el trato al que he forzado a su padre, supongo que Brandobaris sacudiría la cabeza con gesto de desaprobación si el valiente no hubiera tratado de obtener alguna recompensa extra.

—¿Valiente o tonto? No tenía posibilidad de triunfar.

—No es más que un crío —volvió a recordarles Donnola.

Hizo un movimiento envolvente con la mano y una perfecta perla rosada surgió de la nada. Con un sutil movimiento se la pasó al mago.

—Otra digna de un encantamiento —explicó—. Otra proveniente de las ostras de las profundidades que nuestro pequeño trasto recoge con tanta facilidad como habilidad.

Dedos Ligeros cogió la perla al vuelo y la miró con arrobo.

—Hay que reconocerlo, para algo sirve, supongo —admitió.

—Y piensa en las profundidades y las distancias a las que podría bucear cuando hayas aplicado sobre él tus encantamientos —dijo Pericolo—. Espero que no hayamos hecho más que empezar a examinar su valor. —Se volvió hacia Donnola, que respondió con una mirada llena de picardía, como si hubiera captado el significado oculto de las palabras del Abuelo—. ¿Lo has examinado?

—Desde el pelo de la cabeza hasta el de los pies —contestó—. Incluidos los dientes —añadió antes de que pudiera hacerlo Pericolo—. Y utilicé con él tu varita, dos veces, para detectar cualquier artilugio o encantamiento. No hay nada de magia en él.

—Tal como suponía.

—Entonces, ¿cómo puede bucear tanto tiempo y a tales profundidades? —preguntó Dedos Ligeros.

—Le viene de su madre —dijo Pericolo—. Su familia tiene algo de los genasi, varias generaciones atrás, al menos eso se dice. Aparentemente, Jolee Parrafin también era una buceadora extraordinaria, aunque nunca alcanzó notoriedad suficiente fuera de su pequeño grupo como para que nadie explotara debidamente su talento o la compensara como es debido.

—¿Los genasi? —dijo Dedos Ligeros con un respingo; se quedó pensando unos momentos y luego rompió a reír—. Planodeudos descendientes de humano y djinn. ¿Y ahora juegan a la bestia de ocho extremidades con un halfling? ¡Ja, eso sí que es grandioso!

—Y rentable —dijo Donnola, y la inteligente carterista repitió el movimiento envolvente con los dedos y sacó, aparentemente también de la nada, otra perla rosada perfecta, del tipo de las que la gente de Pericolo sabía cómo obtener de las ostras de las profundidades marinas.

Rosada y perfecta y, dado que eran tan pocos los que podían acceder a ellas, bastante rara. Y más rara aún, porque tan sólo el grupo de Pericolo comprendía el verdadero valor de estas particulares ostras. ¡Ellos recolectaban las perlas mientras que otros sólo pensaban en comerse a las criaturas!

—Avísame cuando despierte —le dijo el Abuelo a Donnola—. Es evidente que a nuestro pequeño huésped le vendrá bien alguna que otra lección.

Miró a continuación a Dedos Ligeros.

—Tienes un par de hermosas perlas que preparar, creo —dijo, y el mago pareció más que dispuesto a complacerlo.

Con una inclinación de cabeza y tomando un pequeño impulso, salió corriendo para hacer su trabajo.

—Este nuevo recluta resultará un proyecto difícil —le advirtió Pericolo a Donnola cuando se quedaron solos—. Obstinado y mal encarado, me temo. Lo encontré cuando se estaba mofando de un grupo de niños bastante mayores que él, buscando camorra y sin posibilidades de ganar. Desgraciadamente, su madre murió al dar a luz.

—Y su padre es un borracho —apuntó Donnola—. Puede que sea por eso por lo que es tan violento.

—Claro, mi querida nieta, y eso es lo primero que tenemos que sonsacarle.

Donnola se puso un poco en guardia y le echó a Pericolo una larga mirada.

—Entonces piensas que no es sólo un buceador de profundidades —declaró con rotundidad.

—Está lleno de talentos —admitió Pericolo—. Se ha ganado el nombre de Araña, pero igualmente bien le iría el apodo de Delfín. Y en cuanto a los chicos a los que retó… bueno, digamos sólo que el cabecilla de aquellos matones todavía no anda del todo bien. Y aunque ha pasado de niño a hombre, su voz, últimamente, ha recuperado el tono infantil…

Regis abrió los ojos de golpe y empezó a palmearse frenéticamente los brazos y el torso, tratando con desesperación de sofocar las mordaces llamas. Se detuvo de forma repentina, aunque sin darse cuenta siquiera de que no había ni llamas, ni quemaduras, y entonces se cogió la cabeza con las dos manos y cerró fuertemente los ojos mientras emitía unos gemidos que eran casi gritos.

—Sí, no se diferencia mucho de la resaca después de una noche de borrachera —oyó. Lentamente abrió los ojos, bizqueando para protegerse del dolor. Echó una mirada a un lado de la cama y vio a un halfling mayor, prolijamente acicalado y arrellanado en una cómoda butaca. Regis lo conocía, por supuesto, y no lo sorprendió su presencia.

—Se te pasará en seguida. —Pericolo cogió un cuenco de agua que había en una mesilla de noche junto a su butaca y se lo alcanzó a Regis.

Regis se lo quedó mirando, sin apoyar la cabeza y sin coger el agua. Lo que sí hizo fue mirarse los brazos descubiertos con expresión intrigada.

—No te recrimines con demasiada dureza —le dijo Pericolo—. A mi amigo el mago le ha llevado años perfeccionar esa intensa ilusión, y también la de los perros. Si la explosión es capaz de engañar a un asesino experimentado, ¿qué no hará con un niño? Y con la ventaja añadida de los vientos mágicos con que impregnó la puerta, ¿cómo ibas a adivinar que los perros eran una ilusión?

Poco a poco, Regis fue apartando las manos de su palpitante cabeza y aceptó el cuenco que le ofrecía el Abuelo. El Abuelo de los Asesinos, se recordó, perfectamente consciente de las implicaciones de ese título teniendo en cuenta su vida anterior en esa cuna del crimen que era Calimport. Miró con desconfianza el líquido cristalino, pero se dio cuenta de que si Pericolo Topolino hubiera deseado verlo muerto, ya lo estaría.

Vació la taza de un trago.

—Me sorprendió bastante, aunque no dudes que positivamente, que fueras tan osado como para tratar de robarme —dijo Pericolo—. Eso me ahorró el trabajo de tener que buscarte, porque eres difícil de encontrar. Aunque admito que estoy un poco confuso respecto de por qué la repentina buena suerte de tu familia, gracias a mí, te impulsó a cometer semejante traición.

—¿Buena suerte?

—Vivías en una chabola de madera podrida. Tu padre rebuscaba restos de comida en los callejones detrás de las tabernas. Ahora tienes las comodidades de una conocida posada a la que puedes considerar tu hogar y toda la comida que puedas desear.

—Y todo el licor que Eiverbreen Parrafin pueda beber —añadió Regis con solemnidad, mirando fijamente al Abuelo.

—Bueno, eso es elección suya, por supuesto.

—Tu generosidad acabará matándolo.

Pericolo se irguió en su asiento, algo muy elocuente para Regis. El Abuelo sabía lo que se escondía detrás de su generosidad y lo había cogido desprevenido que él, apenas un niño, hubiera descubierto esa verdad.

—No soy partidario de decirles a los demás cómo vivir sus vidas —dijo el viejo.

—¿Ah, no? Se dice que el Abuelo Pericolo controla los muelles de Delthuntle.

Otra vez Pericolo lo miró con sorpresa y asintió lentamente… Tal vez, pensó Regis, como señal de reconocimiento.

—Mi padre no era muy diferente del tuyo —dijo el Abuelo, y entonces fue Regis el que lo miró sorprendido, tanto por la revelación como por el tono de conmiseración.

Se ordenó no bajar la guardia, porque era sabido que Pericolo Topolino era un maestro del engaño, si no, no habría llegado al puesto que ocupaba.

Sin embargo, parecía sincero cuando continuó.

—Yo tuve más suerte que tú, pequeño Araña, porque no perdí a mi madre a tan corta edad.

—No llegué a conocerla.

—Lo sé —dijo Pericolo—, lo cual hace que tu ascenso sea tanto más impresionante. Tu trabajo es notable y una verdadera bendición para tu familia.

Habían recorrido un círculo retórico y volvían a estar donde habían empezado.

Regis dejó que su expresión trasuntara que eso no le importaba demasiado.

—Te observé aquel día, hace ya tiempo, cuando desafiaste a los chicos mayores —dijo Pericolo cogiéndolo por sorpresa—. El pegamento en el silbato. ¡Aquella fue una broma muy aguda!

—Siento que han andado espiándome —respondió Regis derrochando sarcasmo.

—¡Y así es, Araña!

Por instinto, Regis tuvo el impulso de corregir al Abuelo sobre su nombre, y a punto estuvo de escapársele el verdadero. Logró contenerse, pero no por miedo. Araña, pensó, y se dio cuenta de que aceptaba de buen grado ese mote.

—¿Qué pasa? —preguntó Pericolo, y Regis negó con la cabeza—. ¿Es que Araña no es tu verdadero nombre? —preguntó el sagaz Abuelo—. No he oído ningún otro. Eiverbreen no dijo…

—Puede que no lo sepa.

Pericolo lo miró intrigado.

—Si él no se molestó en ponerme un nombre, soy libre de elegir uno, ¿no es cierto?

Pericolo se rio con ganas.

—¡Concedido! —dijo—. ¡Elige!

—Araña —contestó Regis con una sonrisa irónica y sin la menor vacilación—. Araña Parrafin.

—Me honras —dijo Pericolo, y poniéndose de pie hizo una inclinación de cabeza—. De hecho, me gusta ese nombre para ti, teniendo en cuenta la facilidad con la que escalaste el muro de mi casa.

Regis lo meditó un poco más, pero se sorprendió afirmando y aceptándolo plenamente.

—Bien entonces. Sea Araña. Avancemos.

Regis volvió a asentir mientras Pericolo se sentaba otra vez, antes de que una expresión intrigada surcara sus facciones angelicales.

—¿Avanzar? —repitió vacilante.

—Por supuesto.

—Quieres decir que me vas a entregar a la guardia de la ciudad, o que se me va a juzgar ante la ley.

—No exactamente —dijo Pericolo con otra risa sincera—. ¿Juicio? ¡Hace tiempo que te juzgué muy apto! Puedes contarme entre tus admiradores.

—Irrumpí en tu casa y puede que no sólo para robar…

—¡Lealtad a tu padre! —explicó Pericolo—. Otro rasgo encomiable, aunque espero que llegues a aceptar que las decisiones de Eiverbreen son responsabilidad de Eiverbreen y no de Pericolo Topolino.

—Lo estás matando —dijo Regis con tono sombrío—. Está sin sentido la mayor parte del día, borracho y ahogándose en su propio vómito.

—No hago más que cumplir mi parte del acuerdo. A cambio de las ostras que tú pescas.

—Entonces no te traeré más ostras.

—¿Volverás entonces a la apestosa chabola?

—Sí —contestó Regis sin la menor vacilación. El camino fácil no le parecía tan atractivo si eso implicaba tanto peligro para Eiverbreen.

—¿Bueno, entonces que me pedirías? —preguntó Pericolo con acento aparentemente sincero—. Me comprometí a compensar a Eiverbreen por las ostras.

—Tráelo aquí —dijo Regis.

—Eso es imposible —respondió Pericolo, y Regis empezó a negar con la cabeza.

»Pero tal vez… —prosiguió el Abuelo haciendo una pausa y llevándose un dedo a los labios—. Podría asignarle una casa más alejada de las tabernas.

—Eso sería un buen punto de partida.

—No puedo prohibirle sus vicios —explicó Pericolo—. Ese no es asunto mío.

—Entonces no puedo bucear.

El Abuelo se rio.

—Bueno, tal vez pueda disuadir a los taberneros locales de que hagan negocio con él. Es todo lo que puedo prometer.

»¿Estamos de acuerdo?

Regis se lo quedó mirando un buen rato antes de acceder por fin.

—¿Y qué me dices de Araña? —preguntó Pericolo—. ¿Qué deseas por tus esfuerzos? Después de todo eres tú el que hace todo el trabajo.

—Cuida de mi padre.

—Oh, vamos, tiene que haber algo más. En eso ya estamos de acuerdo. Pero ¿y para Araña?

Regis no sabía muy bien qué responder. Se le ocurrían muchas compensaciones. Después de todo, había sido un gran partidario del lujo en su vida anterior y la forma de vida de Pericolo ofrecía esas cosas en abundancia.

—Te miro y me veo a mí mismo —dijo Pericolo antes de que Regis pudiera formular alguna petición—. ¡Tanto potencial! Y no sólo por tu extraordinaria capacidad en el agua. Admiro tu valor, y tu habilidad está fuera de toda duda.

Regis se encogió de hombros e hizo lo posible por impedir que el otro advirtiera la sonrisa interior que lo invadía.

—Tienes algo en mente.

Pericolo volvió a reír.

—¡Y tú, intuición! —dijo—. Cambiemos, pues, nuestro acuerdo. Abriré más mi bolsillo y compraré una casa para Eiverbreen, y lo abriré un poco más y compraré la cooperación de los taberneros para que limiten, no, para que nieguen a Eiverbreen la bebida que desea. A cambio, tú trabajas para mí.

—Eso ya lo hago.

—No sólo buceando para pescar ostras —aclaró Pericolo—. Vendrás y te unirás a mi… organización. Hay muchas cosas que debes aprender y yo te puedo enseñar mucho.

—¿Por ejemplo?

Pericolo se puso de pie y se volvió un poco para que se viera mejor la magnífica vaina enjoyada del fabuloso florete que llevaba sobre la cadera izquierda.

—A combatir —dijo—. Y a conseguir lo que deseas sin combatir. Esa es la habilidad más importante.

La chocante oferta hizo que Regis recordara la verdadera finalidad de su vuelta a Faerun, y la resolución que lo había traído hasta aquí. Había dedicado la mayor parte de su tiempo libre desde el momento de su renacimiento a prepararse, y ahora no pudo evitar relamerse sin recato ante la oferta del Abuelo.

—Muy bien —señaló Pericolo, porque Regis, obviamente, no estaba muy ducho en eso de ocultar sus sentimientos—. Pero tengo una exigencia más para ti… En realidad, dos.

Regis asintió.

—La primera, tu lealtad. Te lo advierto una única vez: si me traicionas, si me robas, tu fin no será nada placentero.

Regis tragó saliva y asintió.

—Y segundo, te llamaré Araña de ahora en adelante, y no puedes elegir llamarte de otra forma… ¡al menos para mí! Me gusta mucho ese nombre.

De primeras, a Regis le pareció algo bastante tonto, pero cuando lo pensó mejor y recordó el tiempo que había trabajado para los pachás de Calimport, entendió aquella petición aparentemente extraña. Lo que Pericolo pedía era algo más que controlar el nombre de Regis: era controlar su identidad.

Que así fuera, decidió el joven halfling. Echó otra mirada al florete de Pericolo y pensó en todo lo que podría aprender de este consumado halfling. Esta era la solución para conseguir el objetivo que se había propuesto al marcharse de Iruladoon, y la tenía al alcance de la mano.

Asintió y sonrió.

—¿Y debo llamarte Abuelo? —preguntó.

—Sí, eso me gustaría mucho.

—Sólo diez —le explicó Dedos Ligeros a Regis unos días más tarde, cuando el joven estaba dispuesto a sumergirse una vez más.

El mago lo había acompañado a una escollera personal y a una embarcación privada que Dedos Ligeros capitaneó desde Delthuntle hasta un lugar remoto, guiando a Regis mientras remaba. Todo el tiempo, el mago halfling iba formulando conjuros, escrutando las aguas en cuanto terminaba y corrigiendo a menudo el rumbo de Regis.

Clarividencia, comprendió Regis. Dedos Ligeros buscaba ostras con su visión mágica.

Por fin el mago le indicó a Regis que subiera los remos y se sentó afirmando con la cabeza mientras desenrollaba un largo cordón élfico que estaba sujeto a un pasador de metal que tenía la embarcación. Ató el otro extremo a un pequeño arnés y se lo pasó a Regis.

—Sólo diez —repitió mientras Regis se colocaba el arnés y observaba que había una pequeña ampolla a un lado del chaleco, sujeta con un nudo corredizo.

—¿Diez?

—Diez ostras, nada más. No las vamos a recoger todas, y diez es suficiente.

Regis lo miró con curiosidad.

—¿Después vamos a otro sitio?

—Después nos vamos a casa —lo corrigió el mago.

Regis pasó de la curiosidad a la incredulidad. Por lo general volvía a Delthuntle con más del doble de esa cantidad, a veces incluso siete veces ese número, en sus grandes bolsas.

—Diez es suficiente para nuestras necesidades —explicó Dedos Ligeros.

—¡Yo solo podría comérmelas!

—¿Comer? —se rio Dedos Ligeros—. Nada de eso. Los días en que tengamos intención de comerlas, sacaremos más, pero estas no son para comer.

Regis se disponía a interrogar al mago sobre eso, pero Dedos Ligeros alzó una mano para imponerle silencio. El mago empezó a formular un conjuro y Regis sintió la reconfortante energía mágica que caía sobre él. A ese conjuro le siguió otro rápidamente.

—Ahora nadarás más rápido y podrás contener más la respiración —explicó el mago—. Si te das cuenta de que te has demorado demasiado tiempo, no te asustes, ya que esa poción que llevas en el chaleco te permitirá respirar en el agua si es necesario. Repito, si es necesario. ¡No la malgastes! Esas pociones no son ni baratas ni fáciles de hacer.

—Estamos muy lejos —señaló Regis, echando una mirada a la lejana costa.

—Claro, para evitar a los que pudieran tratar de robar nuestra captura. En el Mar de las Estrellas Fugaces no faltan los piratas.

—Ni los peces asesinos —dijo Regis—. Yo me suelo quedar cerca de los arrecifes…

Dedos Ligeros lo sujetó por los hombros y lo acercó al borde de la embarcación.

—Yo me quedo vigilando. Sé rápido. Sólo diez.

Antes de que Regis pudiera responder, el mago lo empujó por la borda.

Volvió pronto con diez ostras en su bolsa y, aunque estaba cansado por haber buceado a más profundidad que de costumbre, Dedos Ligeros lo hizo remar otra vez de vuelta a casa.

—Cuando volvamos, te enseñaré a escoger mejor las ostras —dijo Dedos Ligeros, examinando la cosecha y suspirando a menudo—. Sí, tienes mucho que aprender, mucho que aprender.

Regis siguió remando y no dijo nada más. Se había metido demasiado, lo sabía; la situación en que se encontraba con respecto al Abuelo Pericolo no estaba exenta de serias responsabilidades.

Fue así que Regis encontró sus días muy estructurados en los meses que siguieron. Cada mañana se dirigía a la embarcación junto a Dedos Ligeros, que, como llegó a saber, era muy hábil para la clarividencia y empleaba esa habilidad para situarlos siempre sobre lechos marinos rebosantes de ostras.

Al regresar seguía las órdenes del mago durante toda la mañana y aprendía los secretos de las ostras que Pericolo deseaba. El Abuelo no las vendía como exóticos y delicados bocados, porque estos bivalvos de aguas profundas eran los que mayor cantidad de perlas producían, hermosas y rosadas, tesoros que Dedos Ligeros sabía cómo conseguir.

Aquel primer día que volvieron con la captura, Regis fue trasladado a uno de los laboratorios privados del mago donde había varias mesas con tanques llenos de agua. En otra mesa había algo que parecía un laboratorio de alquimia.

Dedos Ligeros le enseñó a Regis a hacer con delicadeza un pequeño corte en el tejido de la ostra y a añadir luego suavemente, con un pequeño gotero, la poción irritante. Después empezó a instruirlo en muchos otros aspectos de la alquimia.

Lo que había parecido una tarea rutinaria de todas las mañanas, además de bucear, que le encantaba, se convirtió en seguida en un talento totalmente nuevo e importante que el joven tenía que perfeccionar.

Cuando el sol llegaba a su cenit todos los mediodías, Regis pasaba de Dedos Ligeros a Donnola para servirla como paje y asistente personal. Así empezó su entrenamiento con las armas, pues Donnola tenía gran dominio de la esgrima, además de usar el cuchillo con una habilidad demoníaca.

—La lucha tiene que ver con el equilibrio y la postura —le dijo al comienzo de sus sesiones.

Regis asintió, tratando de asimilar como una esponja todo lo que ella tenía que decir. Después de haber vivido junto a uno de los mejores guerreros de los reinos durante la mayor parte de su vida anterior, se dio cuenta de que gran parte de las lecciones filosóficas de Donnola eran redundantes. De todos modos, las escuchó, catalogando con minuciosidad las ideas de Donnola al lado de sus propias experiencias.

En las lecciones había muchísimo trabajo pesado. Todos los días, Regis tenía que permanecer de pie largo rato contra la jamba de una puerta dando estocadas con su florete a la madera que tenía ante sí, en el lado opuesto de la jamba. La madera en que se apoyaba lo obligaba a mantener una postura perfectamente erecta. Una y otra vez, mil veces mil, mes tras mes y con el correr de los años, su velocidad fue mejorando. Su puntería se fue afinando.

Año del Círculo Tenebroso (1478 CV)

Delthuntle

Un día de comienzos de su sexto año en la Morada Topolino, Donnola se acercó a Regis cuando este estaba ejecutando sus ejercicios rutinarios.

—Continúa —le dijo cuando él hizo una pausa para mirarla y contemplar la brazada de prendas elegantes que había traído, todas ellas de un brillante color verde y con orlas doradas.

—Después ve a darte un baño y ponte esto —le explicó.

Regis volvió a hacer una pausa en sus ejercicios con el florete y la miró con curiosidad.

—Esta noche hay un baile en casa de uno de los señores más importantes de la ciudad —explicó Donnola—. Estoy invitada, como siempre. Tú me acompañarás, esta noche y en noches sucesivas. Es hora de que vayas aprendiendo los aspectos más refinados de nuestra… actividad.

Regis sonrió. Sus palabras lo retrotrajeron a los días en que solía acompañar al Pachá Pook a todas las grandes reuniones sociales que se organizaban entre los terratenientes, los prestamistas, los gordos mercaderes y los capitanes de barco más importantes, allá en Calimport.

—¿A Donnola Topolino, la aristócrata? —preguntó con una carcajada, y de inmediato reconoció su error cuando la mujer lo miró con el ceño fruncido y con evidente sorpresa. ¿Cómo era posible que aquel niño de la calle crecido bajo la dudosa vigilancia de un alcohólico indigente conociera esa palabra?

Regis tragó saliva.

—Sí —respondió Donnola con cautela y sin pestañear—. ¿Te parece una frivolidad?

Regis volvió a tragar saliva y casi tuvo la impresión de que lo iba a abofetear a juzgar por su expresión.

—Ya aprenderás, pequeño Araña —dijo Donnola—. De todas las cosas que podría enseñarte, a los ojos del Abuelo Pericolo, esta será la lección más importante. Si quieres hacer carrera algún día y dejar de ser un soldado raso y un pescador en la Morada Topolino, dependerá de lo bien que aprendas a aprovechar estos acontecimientos sociales en tu… en nuestro beneficio.

—Sí, por supuesto —dijo Regis, bajando la mirada, pero casi no le dio tiempo porque Donnola lo cogió por el mentón y lo obligó a mirarla.

—El Abuelo te ha seleccionado —dijo—. Entiende lo que eso significa. Aprecia el gran honor que te ha hecho y la gran oportunidad que puede representar para ti. Te formas en su propia casa, con su mago más poderoso y leal, y con su asesora más querida, fuerte y de confianza. Eso no es cualquier cosa, Araña. Él quiere para ti algo más que una simple vida como pescador de ostras.

Regis no supo qué decir.

—No me decepciones esta noche —le advirtió Donnola, y después de soltarlo, se marchó.

Regis miró la pila de lujosa ropa. Realmente no le preocupaba decepcionar a Donnola, porque a diferencia de las destrezas físicas en cuyo perfeccionamiento trabajaba con tanto empeño, las habilidades que necesitaría como su asistente en medio de la gente de sociedad le eran bien conocidas y las había practicado en su otra vida. No esperaba aprender mucho de Donnola, e incluso pensaba que podría enseñarle un par de cosas.

Sin embargo, no tardó en darse cuenta de lo equivocado que estaba cuando se reunió con ella para ir en coche hasta el baile, porque cuando echó la primera mirada a Donnola Topolino, ataviada con su hermoso traje de seda, con el pelo castaño claro rizado y elegantemente sujeto a un lado de la cabeza, su pequeña nariz y sus pecosos hoyuelos, sus sorprendentes ojos pardos acentuados con un toque de delineador negro, supo que se la podía calificar fácilmente como la mujer halfling más encantadora, hermosa y fascinante que había conocido. Recordó la primera noche que había andado merodeando la Morada Topolino y la bella figura espectral que había visto atravesar la habitación para apagar la vela.

Sí, se dio cuenta entonces, había sido esta chica halfling, casi una mujer, pero sin duda una mujer.

Y Regis se dio cuenta en ese preciso momento de que ya no seguiría siendo un niño mucho tiempo más.