LA SEÑORA
Año del Esplendor Fulgurante (1469 CV)
Netheril
P
arecía estar dentro de una pesadilla. Caía sin remedio y el viento ensordecedor retumbaba en sus oídos. Daba tumbos y trataba de enderezarse, con lo cual sólo conseguía retorcerse y girar y dar volteretas en el aire. Mareada y desorientada, Catti-brie sentía en la cara la presión de la vertiginosa caída. Hasta ese momento no se había dado cuenta de que estaba gritando a pleno pulmón, aunque a decir verdad no podía ni oír su voz con el ulular del aire en sus oídos.
Notó que los colores daban vueltas ante ella, marrón y azul, marrón y azul, y se valió de eso para orientarse, arriba y abajo.
Se estiró cuan larga era y abrió los brazos todo lo que pudo, con lo que, poco a poco, pudo ir frenando su caída.
Pero entonces, distinguiendo una vez más entre cielo y tierra, otra realidad se le impuso con rotundidad: el suelo estaba mucho más cerca y ella avanzaba a toda velocidad hacia él, sin la energía necesaria para transformarse en ave ni en ninguna otra cosa.
No era más que una niña humana cuyos huesos iban a hacerse papilla cuando se estrellara contra el suelo.
Lady Avelyere dio un grito ahogado y se llevó la mano a la boca al ver la escena que se desarrollaba en las aguas de su cuenco de escrutinio. Miró hacia el este, pero la niña estaba demasiado lejos para poder verla a simple vista.
—¡Id! ¡Rápido! ¡Ayudadla! —les gritó a un par de estudiantes que estaban cerca.
Las dos jóvenes, Diamone y Sha’qua Bin, echaron una mirada al cuenco de escrutinio, dieron un grito ahogado y salieron corriendo.
—No, no, no —decía lady Avelyere dirigiéndose a la niña que no podía oírla.
¡No quería que terminara de esta forma! Había algo de magnífico y fascinante en esta criatura y ahora estaba a punto de llegar a su fin ante sus propios ojos. Se estrujó el cerebro buscando algún conjuro que pudiera lanzar a través del cuenco de escrutinio. ¿Era posible siquiera?
Oyó un grito contenido a sus espaldas y al mirar por encima del hombro vio a Rhyalle y a Eerika con los ojos desorbitados, horrorizadas. Eerika empezó a sollozar, identificándose con la niña.
Lady Avelyere ni siquiera deseaba volver a girarse, porque al apartar los ojos de la horrorosa escena había interrumpido su concentración. No había nada que hacer, se dijo, y entonces también se dijo que no tenía sentido presenciar la macabra catástrofe que se avecinaba.
Sin embargo, no pudo resistirse y mordiéndose el labio se volvió para mirar una vez más cómo caía Ruqiah.
Empezó a formular un conjuro de levitación. Tal vez no sirviera para nada, pero tenía que intentarlo.
La sensación de caída cesó. Ahora era como hacer frente a un fuerte viento, con los brazos abiertos para ofrecer la máxima resistencia.
No obstante, el suelo se acercaba. Era cuestión de segundos.
La niña empezó a recitar un conjuro que había aprendido apenas un par de semanas antes. Sólo gracias a él se había atrevido Catti-brie a volar tan alto, porque, por supuesto, era muy consciente de que la magia de su capacidad de cambiaformas era limitada y podía abandonarla de repente.
Empezó a susurrar. Luchó contra el tirón del viento y buscó en su bolsillo, de donde sacó una pluma.
Lady Avelyere, con los ojos desorbitados, no podía creer que la niña del cuenco de escrutinio de repente frenara su caída y acabara flotando levemente.
—¡Señora! —gritó Eerika—. ¡La has salvado!
Pero lady Avelyere sabía que no había hecho tal cosa. En su desesperación había empezado atropelladamente a formular su conjuro de levitación, pero no había conseguido completarlo. Y, de todos modos, sabía que no podía haber funcionado a través de un simple dispositivo de escrutinio.
En su cabeza, lady Avelyere daba vueltas a todas las posibilidades: Diamone, una de las dos estudiantes a las que había mandado corriendo, manejaba muy bien el conjuro de levitación. A decir verdad, precisamente había sido ese el motivo por el que Avelyere había encargado a esta estudiante la limpieza de las ventanas de su fortaleza en el enclave de las Sombras.
¿Habría llegado Diamone a tiempo para salvar a la niña?
Pero lady Avelyere encontraba muy dudosa esa posibilidad a la vista del lugar donde flotaba Ruqiah en ese momento. Aun si Diamone hubiera estado en el suelo, directamente debajo de ella, Ruqiah habría estado totalmente fuera del alcance de un conjuro como ese.
Sólo había una respuesta posible.
—Fue ella misma quien lanzó el conjuro —les dijo Avelyere a las dos mujeres que tenía detrás—. Parece ser que nuestra pequeña Ruqiah ha aprendido un nuevo truco.
—Más poderoso que toda la magia arcana que le hemos visto hacer —señaló Rhyalle.
—Pero no más poderoso que la magia druídica, sin duda —opinó Eerika—. ¿Hay un conjuro como ese en el repertorio de un druida?
Como no conocía la respuesta, lady Avelyere formuló rápidamente un conjuro de detección dirigido al cuenco de escrutinio, examinando las emanaciones que rodeaban a la niña flotante.
—Arcano —dictaminó.
—Llevamos semanas observándola —dijo Eerika—. ¿Cómo se nos puede haber escapado esta capacidad, este nivel de poder arcano? ¡Y ha ejecutado un conjuro complejo en plena caída!
—No lo hemos visto antes porque es nuevo —afirmó lady Avelyere con total seguridad, y se volvió asintiendo con la cabeza para convencer a sus dos estudiantes confundidas de lo que decía—. Nuestra pequeña Ruqiah está recibiendo formación.
Estaba todavía a decenas de metros del suelo, pero ahora descendía con levedad, flotando en el viento mientras se hundía suavemente, como si fuera agua. Hizo un cálculo rápido de su estatura y del descenso y llegó a la reconfortante conclusión de que la duración del conjuro sería más que suficiente para depositarla con total seguridad en el suelo.
Tenía otro conjuro en la punta de la lengua para controlar su movimiento, pero cambió de idea. No quería tener el control en estos momentos.
Quería volar, o al menos flotar, y dejar que los ampulosos vientos la llevaran a cualquier lugar.
Catti-brie empezó a observar los puntos de referencia allá abajo y a medida que el suelo se acercaba empezó a percibir movimientos a uno y otro lado. Vio a algunos lobos descansando bajo el sol y a algunos ciervos pastando a la distancia.
Ahora el viento no sonaba tan fuerte en sus oídos en su suave descenso, pero no se oía gran cosa desde esa elevada posición. La ausencia de sonido no hizo más que incrementar su sensación de libertad y llegó a percibir este paseo inspirado por el viento, al igual que el vuelo del pájaro antes, como un viaje espiritual y físico al mismo tiempo. Podía aprender del hormigueante viento. En el suelo, el mundo parecía estático y firme, pero ahí arriba, planeando y flotando a merced de las ráfagas, tuvo la sensación de que el mundo fluía permanentemente, de que se encontraba en un movimiento continuo.
Cerró los ojos y se dejó invadir por las sensaciones.
Poco después se posó en el suelo e inició una corta carrera. Se volvió a mirar el cielo brillante y reflexionó sobre la sensación de libertad, de vuelo, de caída, de dejarse llevar por la brisa.
Se dio cuenta de que esta era la belleza de su comunión con Mielikki. Todo lo que experimentaba tenía la virtud de ampliar su visión, sus pensamientos, sus posibilidades.
Se sintió realmente bienaventurada.
Unos días después, Rhyalle despertó a lady Avelyere de su siesta para comunicarle que la pequeña Ruqiah había retomado su viaje.
—Eerika, Diamone y Sha’qua Bin han sido enviadas a seguirla —le aseguró Rhyalle.
A pesar de todo, lady Avelyere se dirigió rápidamente a su cuenco de escrutinio mientras Rhyalle le iba ampliando la información por el camino. No tardó mucho en conjurar la imagen de la niña. Al parecer, Ruqiah era ahora un lobo que avanzaba más o menos en dirección al campamento de los desai. Lady Avelyere asintió. Aquello no la tomaba por sorpresa.
—Va a hacer una visita a su tribu y a sus padres cuando caiga la noche —predijo la adivina, y ella, Avelyere, estaría allí para observar.
Ya había hecho varias visitas a los desai sin que estos lo notaran debido a su invisibilidad, y conocía la disposición del campamento y la ubicación de los padres de Ruqiah.
—¿Cuánto tiempo vamos a seguir jugando este juego, señora? —preguntó Rhyalle, y Avelyere se volvió a mirarla con curiosidad—. La están formando. Cada día adquiere más poder, por lo que se ve. Se hará más difícil capturarla y controlarla.
Lady Avelyere reconoció la verdad de sus palabras y lo expresó asintiendo con la cabeza.
—Ya nos estamos cansando de esta parda planicie —admitió Rhyalle.
—¿Nos?
—Todas nosotras —dijo su discípula—. Y supongo que tú también, ¿no?
Lady Avelyere no pudo sino sonreír ante la acusación. No había educado a sus estudiantes para que fueran mascotas sin discernimiento, acostumbradas a decir lo que pensaban que a ella le gustaría oír. Nada más lejos. Participar del Aquelarre de Avelyere equivalía a manifestar opiniones sin temor a las represalias.
Y en esta ocasión, lady Avelyere tuvo que admitir que Rhyalle tenía razón.
—Ve a su jardín secreto —le dijo a la joven—. Reúne al resto de tus compañeras, incluso a las que están siguiendo a Ruqiah, y dispón las trampas tal como habíamos acordado. Es hora de hacer caer a la pequeña Ruqiah en nuestra red. Ya he visto bastante. Conocemos sus puntos fuertes y sus flaquezas.
Rhyalle respondió con una inclinación de cabeza y se volvió hacia las otras dos seguidoras.
Lady Avelyere volvió a su cuenco de escrutinio y observó los movimientos del lobo. No había pasado mucho tiempo; cuando el sol empezaba a ponerse, vio a través del cuenco las ondeantes tiendas marrones y blancas de los desai.
Desechó el encantamiento y preparó su siguiente conjuro: una teleportación que la llevó muy cerca de los desai y de Ruqiah. Un simple conjuro de invisibilidad, otro para evitar la detección mágica y la adivina se introdujo en el campamento, confiada y muy satisfecha de sí misma.
—¿Qué son? —preguntó Rhyalle cuando lady Avelyere se reunió con ella cerca del jardín secreto de la niña desai.
Lady Avelyere suspiró e hizo un gesto de impaciencia.
—Magos, todos —replicó.
—¿Todos? ¿Ruqiah y…?
—Y sus padres —explicó la adivina con una gran sonrisa.
Había observado a Ruqiah dentro de la tienda con sus padres. Había supuesto que sería una noche tranquila, de abrazos y de besos, tal vez una o dos historias reconfortantes. Lo que había visto, en cambio, era una sesión de formación en las artes mágicas tan rigurosa y exigente como cualquiera de las clases que solía dar ella a estudiantes mucho mayores. Los padres de Ruqiah, especialmente su madre, Kavita, habían estado instruyendo a la niña sobre «la gloria de At’ar la Inclemente, la Diosa Amarilla, la portadora de la luz y el fuego». Ruqiah era capaz de conjurar con facilidad un fuelle para avivar el fuego y su conjuro tenía un poder considerable. Era evidente que esta niña de apenas unos años de vida estaba a punto de lanzar bolas de fuego.
¡Bolas de fuego aunque era apenas una niña!
La mera idea dejó a lady Avelyere sin aliento.
—¿Sus padres practican el Arte? —preguntó Rhyalle—. Pero son bedine. ¡Eso está prohibido!
Lady Avelyere impuso silencio a su estudiante con un gesto de la mano, porque aquello carecía de importancia, era incluso irrelevante. Ella era perfectamente consciente de que los bedine tenían usuarios de magia entre los suyos a pesar de la prohibición del enclave de las Sombras. No tenía importancia, ni para Avelyere ni para los gobernantes netherilianos. La prohibición sólo pretendía que estos usuarios de la magia permaneciesen en la sombra y que no ocuparan un puesto preponderante entre tribus potencialmente insurgentes.
Rhyalle no paraba de hablar, pero lady Avelyere le impuso silencio de forma más perentoria. La adivina estaba considerando sus planes a la luz de la nueva información que acababa de adquirir sobre Ruqiah. Repasó la secuencia prevista.
La rapidez sería la clave.
Catti-brie, agotada por sus lecciones, no regresó esa noche a su jardín. No lo hizo hasta bien entrado el día siguiente, cuando apareció entre las paredes rocosas azotadas por el viento otra vez bajo la forma de un lobo. Esta se había convertido en su encarnación animal favorita. ¡Se sentía tan ligera sobre sus garras! Y sus sentidos, especialmente el oído y el olfato, se agudizaban tanto que se sentía a salvo correteando por las planicies.
Le gustaba también cómo se veía el mundo a través de los ojos de un cánido, con ese campo visual ampliado. Aunque echaba de menos los colores vibrantes de sus ojos humanos. La claridad de ese mundo más «atenuado» la sorprendía por las definidas estructuras de las hierbas y por su capacidad para captar hasta la más leve señal de movimiento.
Pero a pesar de que no veía nada fuera de lugar mientras corría hacia su refugio, algo no encajaba. Se dio cuenta rápidamente cuando unos olores extraños le hicieron cosquillas en la nariz. Miró a su alrededor y tras recuperar su forma humana siguió su exploración, iniciando un conjuro para detectar cualquier magia en las inmediaciones.
Apenas hubo comenzado, una oleada de energía disipadora la envolvió y oyó a sus espaldas una voz que decía:
—Nada de trucos, pequeña.
Catti-brie se volvió y vio a una bella mujer vestida con vaporosos ropajes de colores púrpura y azul que la miraba.
También se hicieron visibles otras al desaparecer su invisibilidad colectiva. Eran cinco mujeres más jóvenes, pero vestidas de forma similar, que flotaban por encima del jardín con los brazos extendidos.
—No opongas resistencia, jovencita —dijo una séptima mujer, que apareció junto a la mayor del grupo y empezó a musitar algo, como si estuviera formulando un conjuro.
Catti-brie abrió mucho los ojos al darse cuenta de que los temibles netherilianos la habían vuelto a encontrar.
—Queremos hablar contigo, Ruqiah —dijo con excesiva dulzura la última en aparecer, y Catti-brie sintió el peso de la sugestión mágica asomando detrás de la voz—. No somos enemigas.
Quería creerla —¡casi la creía!—, pero se dio cuenta de que había influencia mágica en sus palabras, sin duda.
Siete contra una… siete que la esperaban. No podía luchar ahí.
Catti-brie se convirtió en pájaro y salió volando.
Al menos lo intentó, porque no tardó en darse cuenta por las malas de que las cinco magas flotantes eran en realidad puntos de anclaje. La mayor del grupo lanzó su conjuro y el espacio entre las cinco se reveló como una red justo en el momento en que Catti-brie trataba de volar a través de ella.
Chocó contra la malla y se quedó enredada en ella. Pensó en la lección de su madre y supo que su única posibilidad era el fuego, aunque seguramente resultaría chamuscada en el intento. Sin embargo, antes de que pudiera hacer un conjuro vio que brotaban chispas a su alrededor, ya que las cinco magas flotantes encendieron sus manos, liberándose por ese medio de la red que entonces, suelta de sus anclajes, cayó al suelo llevando a Catti-brie consigo.
Se dio un buen golpe al caer y se quedó sin respiración, y en ese momento de confusión recuperó su forma humana, aunque se encontró igual de enredada que antes.
De repente, la red había desaparecido y tres mujeres jóvenes corrieron hacia ella.
Intentó transformarse en un oso con la intención de destrozarlas… pero fracasó, porque en cuanto comenzó el encantamiento se apoderaron de ella varias oleadas de magia disipadora.
A continuación llegó un conjuro más insidioso que afectó a su mente, dejando su cuerpo insensible a la llamada de sus pensamientos y manteniéndola inmóvil en el sitio. Luchó contra él y hasta consiguió mantenerse libre en cierta medida de su atenazamiento paralizante. Sin embargo, la distracción le costó cara. Sintió que le echaban las manos hacia atrás y que le aplicaban inmediatamente ataduras mágicas.
Gritó y se debatió, pero tenía apenas seis años y no podía enfrentarse a las mujeres, todas mayores que ella. Le pusieron una capucha y la tiraron al suelo. Sintió que la encerraban en un grueso saco. La emprendió a patadas y sintió cierto placer al oír que una de las magas aullaba de dolor. Sin embargo, ya la tenían cogida y estaba ya casi totalmente metida en el saco. Las otras le doblaron las piernas y tiraron de la cuerda para cerrar la bolsa.
Se resistió y recibió una buena patada. Una patada brutal que se repitió cuando se volvió a mover.
—¡Deja ya de hablar y de moverte! —dijo la mujer que había intervenido antes—. Por cada palabra y cada movimiento recibirás un golpe, te lo aseguro.
Tozudamente, Catti-brie empezó a protestar y no tardó en recibir otra patada. Después, alguien se le sentó encima, aplastándola y obligándola a estarse quieta.
—Kimmuriel es un drow de palabra —le informó Draygo Quick a Parise Ulfbinder a través de la conexión por bola de cristal—. Estudia con los ilitas y ellos saben bien que se está cociendo algo.
—Pero todavía no saben de qué se trata —coligió Parise.
—Perciben una desarticulación en el multiverso. Advierten sobre caos y cambios celestiales.
—Las palabras crípticas son palabras inútiles.
—Por ahora —respondió Draygo Quick abruptamente—. Dales tiempo.
—¿Has dado con tu antiguo prisionero? ¿Has determinado si este drow, Drizzt Do’Urden, es realmente un mortal favorecido por los dioses?
—Nadie lo ha encontrado, aunque muchos lo buscan, entre ellos Jarlaxle de Bregan D’aerthe. Es como si Drizzt simplemente hubiera desaparecido del universo conocido. Pero no te preocupes. No es lo más importante para mí, y menos ahora que he cerrado este trato con Kimmuriel, quien me proporcionará respuestas más importantes que las que podría haberme dado jamás Drizzt Do’Urden.
—¿Necesitamos otro prisionero capaz de ofrecernos respuestas?
—¿Necesitamos a alguno, o lo hemos necesitado alguna vez? —respondió Draygo Quick—. No he vuelto a perseguir a Drizzt ni he tratado de vengarme de esta organización drow con la cual los dos hemos tenido negocios.
Parise Ulfbinder chocó sus dedos unos contra otros nerviosamente.
—¿Le has hablado a Kimmuriel de «La Oscuridad de Cherlrigo»?
—¡Por supuesto que no! —contestó Draygo Quick—. Nuestro acuerdo consiste en que yo perdonaré el asalto de Bregan D’aerthe a mi casa a cambio de la información que él obtenga en el tiempo que pase con los desolladores de mentes. No ofrecí ni tuve intención de ofrecer nada a cambio, sólo mi voluntad de permitir que se mantuviese nuestro acuerdo comercial con los mercenarios drow, para provecho y beneficio de ambas partes.
—Pero es posible que nuestro soneto contenga claves que los ilitas pudieran encontrar valiosas para su búsqueda de la verdad celestial.
Draygo Quick hizo una pausa y Parise se dio cuenta de que había pillado al anciano lord por sorpresa.
—Puede que más adelante, pero sólo con tu aceptación, te lo aseguro —decidió Draygo Quick.
Parise asintió. Eso era lo que esperaba oír. Se despidió de Draygo Quick, volvió a cubrir la bola de cristal y tras ponerse de pie volvió a la antesala donde había dejado a su huésped.
Al volver a aquella sala sirvió una copa para lady Avelyere y otra para sí y se sentó frente a su invitada ante el fuego encendido.
—¿Una Elegida o un prodigio? —preguntó con aire ausente, una pregunta que había planteado en la conversación que habían mantenido antes de ausentarse para atender un asunto.
—No creo que podamos saberlo —dijo la dama—. Sin duda tiene dotes para el Arte y, por lo que parece, más divinas que arcanas.
—Y divinas indicaría…
—Eso parecería —dijo Avelyere enfáticamente—. Nunca se sabe con las cicatrices mágicas. Es posible que esta niña, Ruqiah, esté afectada de alguna forma que no hayamos visto jamás, al menos no en esta magnitud, pero eso no puede interpretarse como que esté bendecida por algún dios en particular.
—Vale la pena vigilarla —dijo Parise, y lady Avelyere suspiró con evidente alivio.
—¿Pensabas que iba a querer que la mataran? —preguntó con incredulidad el señor netheriliano.
—Confieso que se me pasó por la cabeza.
—¿Y con qué fin?
—¿Con qué fin molestarse por la pequeña? ¿Con qué fin perseguir a estos mortales favorecidos por los dioses a los que pareces temer? Y si los temes, ¿no se desprendería de ello que quisieras destruirlos?
Parise Ulfbinder negó con la cabeza.
—Sólo quiero aprender, eso es todo. ¿Conoces a mi amigo Draygo Quick?
—¿El lord que reside fuera de Gloomwrought?
—Sí.
—Con el que acabas de hablar —afirmó Avelyere en lugar de preguntar.
Parise la miró con astucia.
—Sabes cuáles son mi título y mi profesión —lo desafió la adivina.
El señor netheriliano se limitó a reírse. La verdad es que confiaba en Avelyere, ella estaba enterada de gran parte de lo relacionado con el antiguo soneto y con su trabajo en colaboración con Draygo Quick para descifrar acontecimientos recientes.
—Lord Draygo capturó a un curioso drow hace algunos años —explicó Parise—. Su nombre es Drizzt Do’Urden y corren rumores de que es un favorito de Mielikki y también de que es un Elegido involuntario de lady Lloth.
—Vaya combinación de admiradoras.
—Sin duda —reconoció Parise con una carcajada mientras bebía un sorbo de su licor—. Lord Draygo perdió a su prisionero hace un par de años, aunque de todos modos, tras el año largo que residió como su… huésped, no averiguó nada de valor.
—Entonces tal vez el de nuestra pequeña Ruqiah sea un hechizo más poderoso.
—¿Qué sabemos de ella?
—Puede cambiar de forma, un don de una de sus dos cicatrices mágicas, según creo, y no me parece poco —respondió lady Avelyere—. Sólo los druidas poderosos pueden conseguir semejantes niveles de forma animal.
Parise asintió.
—Mató a Untaris y Alpirs, tal como tú sospechabas —añadió Avelyere—. No fue un relámpago fortuito, sino un golpe devastador y dirigido por esta criatura.
—Esos imbéciles trataron de matar a su madre, eso dijiste. ¿Cómo voy a culparla por defender a su familia?
Lady Avelyere evidentemente se quedó sin palabras por la sorprendente respuesta. Tartamudeó y se quedó mirando a su amigo Parise.
—Alpirs y Untaris eran idiotas, los dos —explicó el lord encogiéndose de hombros.
—Y salvó a su madre en aquella pelea con una magia sanadora muy considerable.
—¿Debida a la cicatriz mágica?
Ahora fue Avelyere la que sólo pudo encogerse de hombros.
—Tiene dos marcas curiosas. Puede que sean relevantes y puede que no.
—¿Confías en tu grupo de estudiantes? —preguntó Parise.
—Implícitamente —le aseguró lady Avelyere—. Al fin y al cabo soy una buena espía.
Parise se rio, imaginando el significado de sus palabras, y alzó su copa para brindar por su indudable capacidad para entender la actuación de quienes la rodeaban.
—No quisiera que se supiera acerca de Ruqiah fuera de esta habitación y de tu fortaleza —explicó el señor netheriliano—. Si se corre la voz en el exterior del enclave de las Sombras de que esta niña mató a dos agentes netherilianos y de que estaba recibiendo formación en el Arte bajo los auspicios de dos magos bedine… bueno, las implicaciones serían terribles.
—No quieres castigarla.
—No quiero una matanza en esta tribu desai, ni una guerra, ni despertar interés por esta sorprendente Ruqiah. Esta niña puede llegar a tener un gran valor para nosotros, pero no es nuestra enemiga. No lo es ahora y espero que no lo sea nunca. Esos dos imbéciles de Untaris y Alpirs no fueron enviados para asesinar a nadie, sino para raptarla, por lo tanto tuvieron su merecido. Y si los envié, como se ha enviado a otros en expediciones similares en busca de mortales potencialmente favorecidos, fue porque no había previsto tener una visión tan clara de los acontecimientos que pronto pueden tener lugar en torno a esta.
—¿Qué quieres que haga con ella?
—¿Qué quieres que te conteste? —Se encogió de hombros y bebió otro trago, como si simplemente no le importara.
En el rostro de Avelyere se dibujó una amplia sonrisa mientras consideraba el potencial de su estudiante más reciente.